(Después de varias indisciplinas y sus respectivas sanciones en la celda de castigo, el oficial que apadrinaba a Barceló, lo sigue ayudando)
Entonces me llevó para otro taller. Para la zapatería, a trabajar. Habló con Luis Juárez, el jefe de ahí, y le dijo:
―Mira este, ah, ah, ah...
Estaba en la zapatería trabajando y me metí como un mes y pico sin problemas, y trabaja y trabaja y trabaja, pero un día, Luis Juárez, se pone a hacer un cuento de que cuando él estaba en Angola…
La lluvia caía pertinazmente haciendo más difícil la marcha de la caravana. La carretera, producto de la guerra, y de las lluvias, estaba en muy mal estado y a cada momento había que parar por un camión atascado. En ese momento, los zapadores aprovechaban y revisaban un buen tramo del camino. Otras veces había que detener la marcha para que ellos pudieran hacer su trabajo de detectar las minas que harían volar en pedazos a vehículos y soldados.
En los dieciocho meses que llevaba en Angola, Juárez había viajado al sur en tres ocasiones, pero esta vez llegaría cerca de las fronteras con Namibia, pues el frente había ido avanzando y ya se pensaba en el fin próximo de la guerra. Aquella ofensiva, posiblemente sería su batalla final.
Cuando, en Cuba, lo reclutaron, por su edad, dudaron de enviarlo, pero él insistió en venir y alegó el resultado positivo del chequeo médico, pero se había equivocado: ya estaba viejo y cansado, y aunque ni siquiera se permitía el arrepentimiento interno, quería que toda aquella pesadilla terminara pronto.
El vehículo en el que viajaba, se encontraba en la retaguardia, y por ello, la sensación de no avanzar, se hacía mayor. Quince hombres con los uniformes sucios y mojados, un arma en las manos, y en silencio, frente a otros quince hombres iguales, con los mismos recuerdos y semejantes anhelos. Solo un detalle los diferenciaba, y era el número de la chapilla que llevaban colgada al cuello y que le meterían en la boca en caso de morir en aquella guerra.
Que si esta vida, y que esta otra. El asunto es que dice les hicieron una emboscada, que cogieron a todos los compañeros, y que él salvó a toda esa gente. Que para salvarlos, se paró en una loma y dijo:
―Oigan, todo ese terreno está minado. Nada más que tengo que apretar no sé qué cosa y va a volar todo el mundo.
Los seis o siete hombres que trabajaban en la zapatería permanecían atentos a la historia. No porque la historia fuera nueva para ellos, pues el jefe del taller la había contado ya en otras muchas ocasiones, sino porque sabían que a él le gustaba que lo escucharan y porque de esa manera, descansaban un rato del constante claveteo sobre las gastadas suelas de viejas botas que se les entregaba a los reos.
Barceló había llegado hacía muy poco al taller, pero diestro como era, ya dominaba el tosco trabajo y se había acostumbrado al típico olor a cuero y pegamento del lugar. Sin embargo, las aventuras del jefe de la zapatería, eran nuevas para él.
Ahí dice que los tipos de la Unita se rindieron y levantaron las manos. Cuando yo oí aquello, me eché a reír.
Y como si la carcajada fuerte y espontánea que le brotó hubiese sido poca ofensa, Juárez, rojo por la ira, y los reos, mudos de asombro, le oyeron a Barceló decir:
―Eso es mentira tuya.
―Oye, falta de respeto...
Era un viejo resabioso de esos.
―¡Aquí no te quiero más trabajando! Mira, que se lo voy a decir ahora a Frómeta, y lárgate.
Y me sacó otro guardia para afuera y me botó. Entonces, me quedé fuera del trabajo, pero eso es lo malo, porque ahí es donde uno se pone a pensar, con rabia, y se le ocurre a uno cualquier barbaridad. Por suerte, Brito vino y habló conmigo otra vez, y me dijo que me había resuelto un plan profiláctico. Al menos era una esperanza. Tenía que ir todas las semanas a una reunión que me hacían para ver si me portaba bien y me podían sacar para un abierto a trabajar, y así me tenían motivados ellos, y yo estaba normal. Hasta que al fin, me lo gané. Entonces me sacaron para fuera a trabajar a una brigada del maíz. Estaba mejor. Eso es afuera del cerrado y uno se siente mejor.
A medida que el camión se alejaba de Encrucijada, se empezaron a dejar de ver casas de campesinos y señales de vida humana. Pronto la carretera se convirtió en un camino de tierra que atravesaba una llanura despoblada que se perdía en el horizonte. La vegetación era rala y la atmósfera cargada de un extraño olor a salitre y azufre.
La nube de polvo que el vehículo levantaba a su paso sobre el camino, imposibilitó que los reos que viajaban dentro de la techada cama del camión vieran por dónde iban. El guardia que custodiaba la tapa posterior tuvo que amarrarse un pañuelo sobre la boca y la nariz, y los presos cerrar los ojos.
El zarandeo producido por lo accidentado del camino, cesó media hora más tarde, cuando el vehículo se detuvo un momento. Se había detenido frente a la puerta de un recinto cercado. Entró, y entonces les dieron órdenes de bajar del camión. Cuando le tocó su turno, Barceló descendió y se sacudió el polvo de la ropa antes de mirar a su alrededor.
La unidad estaba compuesta de tres edificaciones distribuidas en forma de u. Dos eran los albergues de los presos, y en el tercero se encontraba el dormitorio de los guardias, la cocina y el comedor. El lugar era pulcro. No faltaban las plantas de flores junto a los edificios y no había rejas.
Respiró satisfecho y dejó entrever una ligera sonrisa, pues el sitio le había gustado.
Tendría que trabajar duro en labores agrícolas, pero el abierto era la antesala para la calle, y el sentirse libre de nuevo, era su máxima aspiración.
Me metieron hoy y al otro día que me sacaron... Mi hermano estaba ahí, preso también, y se fugó de ahí, de los alberguitos que estaban en el campo. Y cuando se fugó, urgentemente Alcántara me mandó a buscar, porque mi hermano se había fugado. Me embarcó mi hermano, porque yo estaba fuera, trabajando ya. ¡Coño! ¿Qué es esto? Cuando yo estaba ya afuera trabajando y miren lo que me hicieron. Me trancaron para dentro otra vez. ¡Coño! Ahora sí estoy embarcado. Estaba trabajando, y ahora, hasta que no cojan a mi hermano, no me sacan a mí para afuera. Me trancaron. Me llevaron para el cerrado otra vez. Empecé a coger crisis de nervios. Eso fue lo más grande de la vida. ¿Y qué hago ahora?.
―¡Rápido, enfermera, tráigame guantes y equipo de sutura!
―Está pálida, doctora. ¿Qué le pasó?
―Ven para que me ayudes. Ahora te explico.
"Él había tenido un accidente en la sierra y perdió dos dedos de la mano izquierda, y otro que se le quedó seco, y él quería que lo operaran para ver si se le arreglaba. La doctora le dijo que no podían operarlo, porque estaba preso, y Barceló cogió un cuchillo y se lo picó alante de la doctora. Entonces ya nada más que le quedó el índice y el gordo. Fue cuando a él lo ingresaron en el psicriático por el dedo cortado. Cuando eso, yo no estaba con él, pero me sé el cuento".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
El Tite había logrado sacar una cuchara del comedor y la guardaba en el fajín del calzoncillo, para que no se la encontraran si hacían una requisa inesperada en la unidad. Frotándola contra muros y paredes, le fue sacando filo al cabo, y no demoró en lograr un arma con la que defendería lo que consideraba suyo.
Por ella había dejado a Mayín y a La Pollera, maricones que lo tenían a él como siempre le gustó vivir: como un rey, y no iba a permitir que Antonio, con sus mañas y brujerías, le quitara a quién lo había hecho feliz por tanto tiempo y por quien, solo para poder estar juntos en el mismo pabellón, él se había infestado con el virus del Sida. Estaba decidido a todo, porque sin La Montiel, a él no le importaba nada.
A Antonio le habían contado lo que él se había ocupado de pregonar, y sabía que el matancero, además de valiente, estaba preparado.
La ocasión no se hizo esperar y cuando llamó a su contrincante, fue La Montiel quien se le encaró y le escupió en la cara las palabras que terminaron por cegarlo.
―Tite, déjanos en paz.
―La gente de Matanzas es brujera y te tiene trabajado. Montiel, tú no puedes haberme dejado de querer.
―Antonio me ha hecho sentir lo que tú nunca lograste, Tite, y yo no lo voy a dejar para volver contigo.
Y aunque su cuchara afilada no era para dañar al muchacho que reclamaba, contra él la esgrimió sin percatarse del cuchillo que se dirigía a su hígado. Un hilillo de sangre le brotó por la comisura de los labios cuando ya estaba en el suelo. Desde el piso, lugar al que no van los reyes ni los bugarrones, dijo sus últimas palabras.
―Montiel, yo te amo.
Datos de la Historia Clínica de Noel Barceló García del Hospital Psiquiátrico de Santa Clara.
Ingresa el 4 de julio de 1994.
Preso. Veintisiete años. Se amputó el dedo del medio de la mano izquierda. Alega que lo hizo porque Tite pide sangre.
Sus alteraciones actuales aparecen a partir de que en la prisión matan al Tite, su yunta. Ha jurado matar al asesino de este.
Refiere alucinaciones auditivas e ideas paranoides.
En esa ocasión es diagnosticado como: Síndrome Psicopático Delirante Paranoide, de características reactivas. Inteligencia normal.
<<La auto mutilación espectacular en los enfermos esquizofrénicos (por ejemplo, el arrancamiento de un ojo o sección del pene), se produce, probablemente, en menos de uno por ciento de los casos. Se le ha llamado el Síndrome de Van Gogh, y algunas veces puede ser la expresión de convicciones delirantes dismorfofóbicas, que son convicciones irracionales de que existe algún defecto grave del cuerpo>>.[1]
"Ellos eran amigos inseparables. Desde que estaban presos siempre andaban para arriba y para abajo. Se conocían de la calle y en la cárcel estaban juntos, cayeron casi juntos, se puede decir".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
Yo me arrebaté porque me sacaron del abierto y me trancaron otra vez. Empecé a coger crisis y me corté el dedo. Me ingresaron en el psiquiátrico, y allí me arrebaté más, pero me mandaron de nuevo para la prisión con un tratamiento de haloperidol y esas cosas. Me trancaron otra vez en la prisión y como no tenía escapatoria, ahí fue que comencé a hacerme cosas. Hice un crucifijo de madera y con una puntilla me clavé en la mano de lado a lado. Hablé con uno que estaba pinchado completo, que se llamaba Antón, que se abrió la barriga que aquello fue lo más grande de la vida. Entonces hablé con él, y me clavó la cruz aquella. Y así, me ponía a pregonar como si fuera Jesucristo, por todo el patio del penal, con aquella cruz guindando clavada y hablando de Jesucristo y hablando...
"Él vino un viaje diciendo que la Biblia... Que ahora sí era verdad que se iba a meter a cristiano, que iba a ser Testigo de Jehová, que la gustaba la religión del hombre que vive ahí enfrente, que iba a empezar a ir a la iglesia, que a él no le gustaba la de brujería ni nada de eso. Hay veces creía en Dios, y te digo, hay veces que no. A veces tú lo sentías aclamando a Dios, y hay veces que decía: veinticinco mil disparates. De verdad, yo creo que él no creía en nada, porque cuando él se arrebataba, aquí en la casa tumbaba todos los santos y rompía los altares que uno tuviera".
(Testimonio de Magdalena, una de las hermanas).
Todo era para yo hacer el paripé de loco y locuras. Andar con la cruz... Me encantaba hacer esas cosas y el traqueteo que se armaba. Me sentía bien haciendo eso. No sé qué cosa era eso. No, ¿para qué? Y por ahí, para allá... Entonces me pasé una lima por el pie, de lado a lado. Me clavé el zapato y todo. Me tuvieron que llevar para la enfermería para sacármelo. Me llevaron para la enfermería y me metieron una anestesia. Era una lima ratón, de esas que son de tres lados. Me sacaron la lima aquella y por ahí, para allá, hice treinta y cinco mil más de cosas. Ahí empecé a agredirme.
Los comentarios de lo que Barceló se hacía, pronto comenzaron a circular en otros pabellones de la prisión y en otras unidades; bastaba que un reo fuera trasladado de centro penitenciario, y con él las versiones de lo que no demoró en considerarse hazañas. De boca en boca de guardias, médicos, empleados y familiares se fueron transmitiendo los hechos; tergiversados por el fenómeno del rumor, la leyenda no demoró en gestarse.
"Él ya se había picado tres dedos y uno le quedó seco, entonces le dijo al cocinero: «Préstame acá el cuchillo», y se picó el dedo, y el cocinero hizo así, y se desmayó. Con la misma, Noel cogió el dedo así, y salió caminando.
¿Y la historia de cuando se cosió la boca y se metió veintiún días sin comer?"
(Testimonio de Miguel uno de los hermanos).
Me planté para hacer una huelga de hambre y me cosí la boca con alambre. Me hice un hueco aquí, en el labio de arriba, me amarré el alambre ahí y lo pasé por el labio de abajo. Después me puse un alambre en cada oreja y los cogí con el de la boca, para que pareciera un freno de caballo. Me metía una aguja por aquí, por el brazo y me la sacaba por el otro lado. Hice mil barbaridades de esas. Lo hacía para intimidar y porque me gustaba. Me gustaba hacerme esas cosas; el dolor me gustaba. Me sentía bien cuando me hacía algo de eso. Yo después también me abrí la barriga: con la barriga abierta... ¿Tú sabes por qué yo tengo dos operaciones? Esta cicatriz es una operación… porque me tragué dos rayos de bicicleta y me perforó el deudeno y el intestino delgado. Me perforó al mes. Me tragué un bisturí, una jeringuilla y un bolígrafo de esos, de tintas de tres colores, y me pasé un mes cagando de distintos colores. Todo eso me lo tragué en la cárcel. Me dio por tragarme eso. Entonces me llevaron al hospital, porque me daban muchos dolores, me estaban pinchando por dentro y aquello me daba un dolor de madre. Y no me querían operar.
―No, hasta que no perfore, no se le puede quitar.
Y entonces yo cogí y me abrí la barriga. Cuando me abrí la barriga, que estaba ya casi con los mondongos afuera, me fueron a montar en la ambulancia para el hospital, el jefe de unidad:
―¿Y a este que le pasó, y a dónde va?
―Al hospital, que se abrió la barriga.
Dice:
―No, no. Aquí se han abierto la barriga Falcón y un montón de gente, y no se han llevado para ningún hospital. Llévalo para la enfermería y cóselo ahí mismo.
Las dudas que despierta Barceló no son solo con respecto a su condición misma como persona, sino a las valoraciones que se pueden desprender de lo que dice de los demás. ¿Hasta qué punto un régimen penitenciario permite barbarismos como el que describe? ¿Hasta dónde el trato sostenido de los agentes de poder y autoridad con individuos privados de su libertad provoque actitudes insensibles? ¿Es que acaso la pérdida de los derechos ciudadanos, priva de uno de los más elementales derechos humanos, como es el derecho a la salud? O, simplemente, todo esto no es más que adorno ficticio y truculento de un ser indolente a una historia de por sí siniestra.
Me cogieron y cuando me fueron a poner anestesia, dije que no y me cosieron a sangre fría ahí mismo. Me metieron para allá para la enfermería, entonces el jefe de los médicos, me decía:
―Haz algo nuevo, haz algo nuevo. ¿A qué no haces algo nuevo?
―Está bien. Yo voy a hacer algo nuevo.
En algún lugar está escrito que la medicina, más que profesión, es vocación. Vocación de sensibilidad humanista, digo yo; mas parece que este médico no fue signado con la necesidad de consolar y hacer el bien. O quizás, sí, y Barceló me mintió para resaltar lo que creía su rol de héroe.
Llegué, cogí todos los colchones de la enfermería, cogí los mosquiteros, los pijamas y los hice una pila grande así. Cogí una fosforera y pluf... le metí candela. Aquello parecía una sartén echando candela por arriba. Cuando aquello empezó, el médico salió corriendo:
―¿Te volviste loco?
―¿Tú no decías que querías algo nuevo? Esto no lo ha hecho nadie aquí. Ahí tienes.
Muchacho, me querían meter... Decían que eso era atentado... ¿Cómo se dice eso que dicen que es contra el gobierno? Contrarrevolución. Muchacho, me llevaron para allá, y qué sé yo y qué sé cuándo, que era contrarrevolución. Entonces me mandaron para que me viera el siquiatra de la prisión. Él es médico, pero está más arrebatado que los locos. Fíjate si ese tipo está loco, tiene que estar loco, que dijo:
―¿Cómo me van a mandar este que se abrió la barriga? ¿Qué hago yo con este que se tragó tantas cosas y las tiene dentro?
Entonces me dijo:
―Te voy a mandar ahora a la consulta de un médico. Tú trata de coger las llaves del médico y comértelas. Te comes las llaves, él tiene que abrirte obligado, porque son las llaves del carro y las llaves de la casa. Abrirte para sacarte las llaves, así aprovecha y te saca lo demás. O si no, coges una botella de las verdes esas, que son gordas, y machúcalas bien y te comes una buena cantidad de vidrio que eso perfora rápido y te sacan todo lo demás.
Si no fuera porque vi en el cuerpo de este sujeto todas las cicatrices y secuelas de amputaciones que atestiguaban la veracidad de sus acciones, no le creería ni media palabra de lo que hubiese podido considerar patrañas de una historia farsesca. Mas, lo que dices de lo demás, contradictorio e inverosímil, no tengo porque creerlo. A no ser que la puerta del infierno esté en la entrada de un presidio.
Cogí una botella verde, la rompí toda... Aquello fue lo más grande de la vida. Me metí como una semana cagando sangre y no me perforó nada. Todo para el lío de la operación, pero nada me pasó. Aquello no fue fácil. ¿Ahora qué hago yo? No pasó nada, y los dolores me están matando, y no me puedo abrir más la barriga, porque Frómeta no me va a dejar ir más al hospital. Tengo que inventar otra cosa. Cogí una jarra de cal preparada y me la tomé, por poco me asfixio, y se me quemó toda la garganta. Tuve que estar un mes tomando sopa. Nada. Y entonces, un día, sentado en la enfermería, tomando un medicamento para el dolor ese que tenía... El problema es que cuando yo comía, el estómago se ponía ancho y las cosas que tenía dentro ya no molestaban, pero cuando el estómago venía vaciándose, se iba poniendo chiquito y pinchaba. Eso fue antes de almuerzo... Me estaban pasando un medicamento para el dolor y ahí mismo me quedé. Cuando eso perfora, uno no puede ni moverse, y me quedé ahí mismo. El médico:
―Oye, cuidado con la jeringuilla, que te estoy pasando un medicamento.
―¿Qué jeringuilla ni jeringuilla?
Me caí. Cuando me caí, el médico vino… el jefe de los médicos:
―Oye, estira los pies.
―Que no puedo estirar nada. ¡Qué dolor!
Y comencé a vomitar. Eso son síntomas de perforación. Me montaron rápido en una ambulancia y me mandaron para el hospital. Entonces cuando llegué al hospital, no me hacían caso, de una camilla para otra... Como yo iba cada rato haciéndome el perforado para ver si me operaban... Yo gritaba, pero nada. Me volvió a tocar el mismo médico que era un tipo blanco en cana, entonces cuando me fueron a pasar de una camilla para otra, con trabajo, porque me dolía mucho, díceme el médico:
―¿Para qué estás disimulando tanto? Te vas a caer de la camilla. No disimules tanto.
Él pensaba que yo estaba filmando. El médico me dijo:
―Barceló, no vayas a fingir tanto que te vayas a caer de la camilla.
Yo le dije... No. Trate de contestarle algo malo, pero no pude, por el dolor que tenía. Entonces, me puso para la otra camilla y me empezó a palpar, a revisarme, y me dijo que no tenía nada. Les dijo a los guardias que habían ido conmigo de conduce, que me podían llevar otra vez para la prisión.
¿Fue insensibilidad o la falta de conocimientos lo que llevó a este médico, con una evaluación superficial, a descartar técnicas y procedimientos de diagnóstico y a una conclusión equivocada? ¿Una patraña fantasiosa de Barceló…?
Entonces, cuando iba montado en la camilla, saliendo del hospital rumbo a la prisión, veo a un amigo mío que era cirujano y le conté el problema, y entonces, eso fue facilito: sacó la libreta de él y me mandó para Rayos X.
―Ve para Rayos X, trata de hacerte la placa esa, que yo voy ahora a recoger el resultado.
Me dijo así, porque yo no podía ni estirarme. Fui, me hicieron la placa, y ya estaba perforado. Ya los alambres se habían salido. Entonces el cirujano le dijo al otro médico:
―Tengo que hablar con usted, porque esto es una falta médica, de ética. Después hablo con usted; ahora lo que me interesa es el caso. Yo soy quien lo va a operar.
Y él fue quien me llevó para el salón. Me operó, y salí bien. Entonces me llevaron para la sala esa de arriba, la de los presos; me hicieron un análisis de sangre y tenía la hemoglobina en seis. Parece que no me pudieron transfundir allá abajo, en el salón, y entonces volvieron otra vez a lo mismo, a la misma discusión. Me traspasaron transfusiones, y ahí estuve hasta que me recuperé, que me mandaron para la prisión otra vez. Entonces me pusieron a trabajar en la enfermería repartiéndole medicamentos por la prisión.
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