(En el fragmento de la semana pasada, Noel le reclama a un grupo de presos por haberle estado comiendo los alimentos que la madre la había traído y recibe una golpiza)
Esa gente tengo que cazarla yo, porque esa gente son guara. Son de La Habana, y entonces toda la gente de La Habana te cae arriba. Esta gente no es fácil. Esta gente hay que inventarle aquí para poder sobrevivir. Por la mañana saqué una cuchilla Astra y la envolví por detrás con tela, para no cortarme. De un lado del filo le hice un entise: eso se llama, entise. La cogí nueva de paquete. Salí para el desayuno, pero ellos salen como siete antes de mí. Están por allá. Entonces cuando tú vas por la carretera... la carretera de la prisión es la que te lleva al comedor. Al lado de la orilla de la carretera hay un guardia aquí, otro aquí, aquí, con manguera; quiere decir que tienes que ir con las manos detrás, y si te sales de la rayita, te meten con la manguera.
―¡Ay!
Si no te pones las manos detrás, te meten con la manguera: un trozo de manguera, tipo de un bastón de esos.
―¡Huy!
El tipo que me dio los piñazos va como siete presos delante de mí. Y ahora, ¿de qué forma yo me pongo detrás?... porque yo me voy a poner detrás, para picarle la cara, y si el otro se tira, lo pico también. Entonces me salí, empecé a adelantar.
―¡Ño... Flojo!
Cada vez que me salía, me cogía un verdugazo, pero bueno, adelantaba y me metía delante de otro.
―¡Ay!
Cogí como siete manguerazos en el traqueteo ese, pero me le puse atrás. Durante el desayuno, cuando él puso el jarro para que le echaran la leche del desayuno, le hice así con la cuchilla, para arriba, y le rajé toda la cara. Ahí se formó.
Como cuando una piedra cae al agua, la onda reactiva se extendió rápidamente y Noel se aprovechó de ella, para tratar de quedar oculto en la confusión; disimuladamente había soltado la cuchilla. El habanero se había llevado las manos a la cara y se movía asustado sin saber qué hacer. Su amigo no lo protegía, y aunque el picar la cara era venganza, que no conllevaba la muerte, en ese momento no pensó en ello y esperaba una segunda herida en el cuerpo.
Los reos que servían la leche y entregaban el pedazo de pan al otro lado del mostrador, saltaron hacia atrás. Los que estaban de pie, se apartaron, y todos los demás se levantaron de sus asientos. Los más cercanos, para alejarse, y los del fondo, para tratar de saber qué había ocurrido. Un murmullo indescifrable se levantó, acompañado de ruidos de latas y cucharas que caían al piso. Al romperse la tranquilidad y el orden a los que estaban acostumbrados, los guardias reaccionaron tal y como se les había condicionado, y pronto todo fue una gran confusión.
La policía con las mangueras, dándole manguera a él, que estaba picado, a mí que era el que estaba picando y a todo el que estaba ahí: prim-pram. Mira, el problema es que mi mamá se suda mucho en la calle y meroliquea mucho, para lucharme a mí las cosas mías, para que venga ningún gracioso de estos, ningún descarado de estos, a comerme las jabas mías; porque cogieron una jaba mía y me la comieron y, después que me hicieron eso, me dieron una tremenda mano de golpe, fui a reclamar y me dieron tremenda mano de golpes. Eso se lo dije a un reeducador ahí, que vive por mi casa, le decían Quintero.
―Oye, Barceló, ¿por qué tú hiciste eso?
Y le conté. Quintero dijo:
―El que está herido, me lo meten para la celda.
Metieron al tipo para la celda, y a mí me llevaron para la policía a levantarme actuación. Me echaron dos meses y me mandaron para el destacamento. Entonces, como ellos son una guara, la gente de La Habana ya me estaban velando la pelea, para meterme mano otra vez, entonces hablo con Quintero y le digo:
―Mira, Quintero, la situación es esta.
Y me dijo:
―No tienes problemas.
Cogió y reunió las naves, los destacamentos de ciento y pico de gente, y dijo:
―Miren, caballeros, yo sé que ustedes son guareros, pero yo tengo más guara que ustedes, porque yo tengo una guara de una guarnición completa. Si le pasa algo aquí, a este muchacho, lo vuelven a cuquear o a decirle algo otra vez, no voy a tener compasión y voy a traer la guarnición y le vamos a dar una mano de palo a toda la guarita si tienen problema con él.
Después de aquello, me tenían así: en la palma de la mano. Me llamaban para el cuartel a darme queso... Entonces, ¿qué pasa si yo me hubiera quedado callado cuando ellos me comen la jaba, hubiera embarajado de que no los vi, y entonces cuando saco la jaba no reclamo nada? Cada vez que mi jaba venía ahí, me la comen toda. Y no era eso solo, después me hacen cualquier cosa y tengo que aceptársela. Me decidí a hacer eso, y ¿tú sabes por qué me decidí a hacer eso? Porque tenía una bola de años echados, tenía diez años echados y tenía que asumir, aunque me partieran todo. Y como ese, tuve más problemas de esos.
Según el horóscopo chino, Noel es gallo, y los gallos se sienten verdaderos héroes, que miran más al cielo que a la tierra. Siempre están dispuestos a meterse en aventuras, muchas veces destinadas al fracaso. Les encanta ser el centro de atención y que los demás estén pendientes de él, pero sin llegar nunca a ser un payaso o charlatán.
Los gallos suelen ser egoístas y presuntuosos, aún a expensas de acciones que vayan en contra de sí mismos; siempre han de tener la razón, aunque carezcan de ella. Son ahorrativos, amantes del dinero y sujetos de fiar.
En la cárcel nos ponen a trabajar en talleres dentro de la misma prisión. Talleres de acero, carpintería... En el de carpintería fue que yo perdí los primeros dedos.
"Él se cortó los dedos en la sierra, porque quiso. Gipsy, la mujer lo dejó, y eso lo defraudó mucho. Ella lo dejó, porque pensaría: si él se cortó los dedos, a mí me mataría".
(Testimonio de Felo, uno de los hermanos).
Cuando eso, el jefe de la carpintería se puso a decir que el accidente mío fue a propio intento, que yo metí la mano en la sierra. Entonces ahí me puse caliente y cogí un palo de escoba de la misma carpintería y le caí arriba con el palo de escoba. ¡Le metí una mano de palo de escoba...! Entonces el jefe de la prisión, me llamó para allá, y me metieron veintiún días para la celda. Yo tenía un padrino en la prisión, porque a todo el que es un poco regado, le ponen un guardia de padrino. Mi padrino era Brito, que era el segundo jefe de la unidad. Entonces el padrino mío, fue para allá, para resolverme el ir de nuevo para la carpintería, pero el tipo, el jefe de la carpintería, no quiso y dijo:
―O él o yo.
El tipo también era guardia, pero ya estaba de civil y alegó que la carpintería era un trabajo voluntario que él hacía; él era jefe. Si él quiere te pone y si no, no. El primer jefe de la unidad era Frómeta, y Brito, el segundo, entonces se pusieron de acuerdo y me mandaron a trabajar para la cocina. Ahí también tuve problemas, porque comencé a cogerme la comida y a cambiarla por pastillas y a cambiarla por cigarros. Cuando me cogieron me metieron veintiún días para la celda.
Un pasillo interior conduce hasta la reja que separa las celdas de castigo del resto de la penitenciaría. Antes de atravesarla, al reo se le quita el cinto del pantalón y los cordones de los zapatos, así como cualquier otro objeto o prenda que no sea la ropa, para evitar que se pueda suicidar. Un nuevo pasillo de diez metros de largo, alumbrado día y noche por una bombilla incandescente, por no recibir la luz del sol, sirve de eje central a los calabozos correctivos. Cinco a cada lado, cada uno con doble puerta: la interna, de madera, con una pequeña ventana cerca del piso y con una trampa que solo se abre desde fuera; por ella, el preso recibe dos veces al día la bandeja de comida; por fuera de esta, una reja de hierro, asegurada también con un gran candado.
Abiertas estas puertas, se entra en la celda: un recinto de tres por dos metros, en el que hay una solapa de cemento adosada a una de las paredes, que sirve de cama, y un hueco sanitario en una de las esquinas interiores.
Cerrada la puerta, solo queda un reducido espacio donde moverte en medio de la oscuridad total, hasta que la pupila se dilata y se percibe entonces la luz, que se filtra por las rendijas de la madera.
Veintiún días.
Me sacaron de ahí, y vino el padrino otra vez a pasarme la mano.
―Coño, pero ya te puse en la carpintería y te buscaste problemas; ahora, en la cocina, te pones a cambiar la comida por pastillas y por cigarros. ¿Qué tú te piensas que es esto aquí? Mira, coge la tijera...
Yo era barbero.
―Te voy a dar la tijera, para que resuelvas, para que no estés trancado.
Cojo la tijera normal, y me puse a pelar guardias en el túnel. Eso es un túnel, por el que pasan al preso cuando va a visita o va a trabajo fuera de la unidad. Cuando regresa, lo pasan por ahí desnudo, para requisarlo, para que no pase cuchillos, no pase pastillas. Y cuando la visita, cuando va de aquí para allá, también; porque cuando la visita, la gente saca dinero, porque se hacen negocios ahí adentro. Te requisan bien y te llevan para la visita. Terminaste la visita: vuelves a pasar por el túnel. En el túnel aquel se pelaban los guardias, y entonces comencé con el traqueteo y pelaba bien, y la gente de lo más bien, y los jefes de secciones me decían:
―Oye, necesito que me peles los presos que mañana tengo visita.
Entonces yo pelaba setenta y cinco u ochenta presos. ¿Tú sabes cómo quedaba eso? Y pelaba ya con esta mano faltándome dedos. Cogía el peine aquí, cuando tenía la mano entera, y con la tijera pelaba: cha, cha. Yo soy derecho, pero como el pelado del preso... El pelado del preso es un pelado reglamentario, que es bajito: es rápido, tumbe y va directo, sin corte ni nada. Entonces tuve problemas.
En la Psicopatología Clínica, existe una entidad denominada Ciclotimia, que puede encontrarse como rasgo de conducta, trastorno de la personalidad y síndrome sicótico; esta daña la esfera afectiva y de relación del individuo, pero no así su escala de valores ni su inteligencia. ¿Qué gen, encima, viento o astro, determinaban los cambios de actitud de Barceló? ¿Hay, quizás, un ciclo interno capaz de modificar la psiquis toda de un sujeto? Hubiese alguna razón causal o por pura casualidad, la conducta de este hombre era totalmente impredecible.
Tuve problemas con un guardia de la prisión que se llamaba Mesa.
―Mira, yo voy a entrar ahí que voy a pelar a los reclusos del combatiente Pulido, el reeducador.
―Aquí no vas a entrar. Yo soy el jefe de la sección esta, y aquí tú no vas a entrar.
―Oye, sí tengo que entrar ahí. Tengo que pelar la gente ahí, que el mulato me dijo que entrara.
―Tú aquí, y con una tijera, no vas a entrar.
―Si tienes miedo que yo entre con una tijera en la mano, habla con el guardaespaldas para que me abra el destacamento, para meterme en el destacamento con la silla a pelar a los reclusos ahí.
―No, no vas a pelar nada.
Y siguió qué sé yo, que sé cuándo. Y empezó a calentarme. Porque él era un empachado, y no quería que yo entrara. Yo y él habíamos tenido dos o tres problemas antes. Entonces le dije:
―¿No me vas a dejar entrar?
―No.
―¿Tú no sabes que si yo quiero te saco los ojos con la tijera?
Y cogí la tijera en la mano así.
―Tú lo que me tienes cansado ya, negro.
Porque el tipo era negro.
―Negro descarado, tú vas a ver que te saco los ojos.
Cuando le dije eso, saltó para atrás:
―No, no... No tienes problemas.
Entonces me llamó y me enredó.
―No, no tienes problemas, Barceló, ven para acá.
Y empezó a reírse.
―Oye, mira, combatiente, ábrele ahí a Barceló y mételo ahí para eso, para que pele a esa gente. Oye, compadre, estaba jugando, estaba jodiendo contigo.
Y me metió para ahí. Salió para Orden Interior, donde estaban los pinchos gordos y vino como con diecisiete guardias.
―¡Me amenazó, me quería matar, me quería sacar los ojos!
Me cogieron y me metieron otra vez para la celda veintiún días. Me quitaron la tijera. Vino Brito, el padrino, otra vez.
―Oye, Barceló, ya es demasiado. No me pidas nada. ¿Tú sabes cómo está Frómeta contigo, el jefe de unidad? Está en candela. Ahora cuando le digan que tú querías sacarle los ojos a Mesa con la tijera...
―Eso es mentira de Mesa; yo no quería sacarle los ojos. Él lo que es tremendo ratón.
―¿Cómo es que le vas a faltar el respeto? Por eso es que estás aquí: en la celda. Vas a tener que jalar veintiún días otra vez.
Jalé una pila de veintiuno de esos. Al final me sacaron. Me dijo:
―Ah, te sacaron, ¿no?
Entonces me llevó para otro taller.
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