Diez minutos antes de la hora, dieron el último aviso. Los reclusos fueron cada uno para su celda y se prepararon para dormir. Era la rutina de todas las noches. Hombres diferentes. Altos, bajos, gordos, negros, flacos, blancos, mulatos, de todos los tipos imaginables, pero con un elemento común que, por encima de sus características tipológicas, los hacía iguales: reos. La razón por la cual cada uno de ellos había sido condenado, y ni siquiera su catadura moral, marcaban diferencias. Ladrones, retrasados mentales, violadores, asesinos, inocentes, traficantes, homosexuales... Todos en un aglomerado de hombres sin derecho a la libertad: presidiarios. Las luces fueron apagadas en el momento previsto y un silencio pestilente, solo roto por toses y pedos aislados, acalló el murmullo de última hora. Mas, cuando todos parecían dormir, una voz, intencionalmente fañosa, rajó la disciplina de la noche:
―Barceló.
A la señal de aquel nombre, un torrente de voces, primero centellantes desde distintos puntos y pabellones hasta organizarse en una sola expresión lanzada rítmicamente por decenas de gargantas como acusación del único delito que sí marcaba y repudiaba:
―Chiva, chivato. Chivato.
En esa época estuve ingresado en el psiquiátrico, y era por lo mismo, por ver gente, pero no era por pastillas. Eran otras causas. Me alteraba, y ya no sabía lo que hacía. Cuatro veces estuve ingresado en total. Tenía visiones también sin tomar pastillas. Y yo mismo me decía: coño, si yo antes tomaba pastillas y fue eso, ahora ¿qué cosa es?.
Resumen de la Historia Clínica del hospital psiquiátrico de Santa Clara, de Noel Barceló García.
20 años. Noveno grado de escolaridad. Ayudante de construcción.
Ingresa a las diez de la noche del 6 de diciembre de 1989, por crisis de excitación e ideas suicidas.
La mamá refiere que, acusado de hurto, lo condenaron a dos años de prisión por el robo de una bicicleta, pero solo cumplió un mes y ahora se encuentra con reclusión domiciliaria. Por este cambio de condena, el verdadero culpable del robo lo acusa de haberlo delatado.
Lo describe como irritable, conducta antisocial y con dificultades en el trabajo y en la escuela de donde lo botaron por inadaptación. No le gusta aceptar órdenes. Tiene complejos de minusvalía. Es impresionable, inestable anímicamente, genioso, con bajo nivel de tolerancia a las frustraciones, agresivo y explosivo.
Sin causa aparente, hace un año intenta suicidarse con ingestión de sicofármacos. Hace veinte días, de nuevo hizo un intento de ahorcamiento, sin conocérsele causa para el mismo. Hoy, sin estar ebrio ni endrogado, tuvo una crisis de excitación, rompió múltiples objetos en la casa y finalmente, «por indicación de su abuelo muerto que le hace señas, para que se vaya con él», se echó keroseno con fines suicidas.
Tres días después fue dado de alta, con los dictámenes de:
Diagnóstico sindrómico: Síndrome de excitación psicomotriz.
Síndrome psicopático.
Diagnóstico: Intoxicación alcohólica.
Psicopatía.
Tres días más tarde ingresa de nuevo por crisis de agresividad. En la casa agredió a la madre con un cuchillo y le dijo que ella le tenía envidia. Esta refiere que lo ve sin ánimo, inquieto, que no duerme y que de nuevo hizo otro intento suicida por indicación del abuelo muerto que le dice «ahórcate». Ve mujeres vestidas de blanco y refiere tener piojos. Hace un mes adquirió una gonorrea en una relación extramatrimonial y desde entonces lo ven retraído, obsesivo con su pene, ansioso, bebiendo en exceso. Producto del robo de la bicicleta, en el que él quedó solo como encubridor, es víctima de burla porque lo acusan de chivato. Por la noche pasan por la calle y le berrean como un chivo.
Madre impresiona como retrasada mental ligera. Tiene antecedentes de intentos suicida y exhibe las marcas físicas de estos.
Durante este ingreso, agrede a los empleados, porque se siente mal en el hospital. Rompe la taza del inodoro y amenaza con suicidarse. Hace intento de fuga. Le dan electroshock.
Cuatro días después es dado de alta con los diagnósticos de:
Reacción paranoide aguda.
Trastorno de personalidad.
Cuando salí de la cárcel esa vez, me puse a trabajar con mi padrastro que era jefe de una brigada de obra. Él ya no estaba con mi mamá, pero él iba a mi casa:
―Oye, tengo una pincha allá que no hay que hacer nada, ahí yo te pago el día, que yo soy jefe ahí.
Él era el que hacía las nóminas y nos pagaba.
―Yo te pago allá y olvídate que yo te doy la pincha más sabrosa.
―Está bien.
Me ponía a cernir arena, y cuando no había casi pincha, me decía:
―Vete para la casa que yo te pongo el día.
Pero él, por las borracheras esas, un día se fue y dijo que no le gustaba. Entonces lo mandaron para Corralillo a trabajar.
―¿Te vas conmigo para Corralillo?
―Me voy contigo.
Iba para Corralillo semanalmente, al lado de la playa a trabajar en la construcción. Pero me cansó, porque aquello era bajo el sol, y dando pico y pala, y aquello era lo más grande de la vida. Era construyendo la carretera de Gavilanes para acá. Allí el sol me castigó mucho y tuve que irme. Le dije:
―Oye, no vengo más.
Y vine para Santa Clara.
"Él tuvo una mujer también que se llamaba Mercedes. Se juntó con ella cuando estaba barrigona, tenía cuatro meses de embarazo. La mujer esa, Mercedes, era muy pastillera y le gustaba tomar mucho. Un día se fajó con la mujer y viró todo, botó los mandados y echó una lata de luz brillante para darle candela a la casa. Mi mamá mandó a buscar la ambulancia y entre todos los hombres que estaban aquí, que eran como cinco o seis, no podían amarrarlo ni podían con él. Cuando fueron a meterlo a la ambulancia, le dio una patada a la ambulancia que le tumbó una de las puertas de los lados. Él estaba claro, no estaba borracho ni empastillado ni nada".
(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).
La puerta estaba cerrada, y solo una silla la sostenía por detrás para que el viento no la pudiera abrir. Rosa la empujó y entró a la casa. Por las rendijas entre las tablas, se colaban cientos de hilos de luz, que jugueteaban con las partículas de polvo sostenidas en el aire, creando una imagen onírica del lugar, pero ella, acostumbrada al curioso fenómeno de sol y sombras entre sus desvanecidos muebles, no se percató de la ruda belleza de su sala y rompió el hechizo abriendo la hoja de la pequeña ventana que daba a la calle.
―Noel ―llamó mientras que abría la ventana del costado—, levántate ―caminó hasta el cuarto.
Sobre una de las camas, el cuerpo de una persona en posición fetal se marcaba debajo de una amarillenta sábana.
―Noel, despiértate ―dijo la mujer zarandeando a su hijo. Este se estiró exageradamente antes de abrir los ojos y luego bostezó.
―¿Hay café?
Rosa había abierto también la ventana del cuarto para que entrara la claridad y se encontraba en la cocina recogiendo los jarros y cucharas del desayuno. Bien temprano fue a la unidad de la policía a entrevistarse con la teniente Sosa y le traía a su hijo la respuesta de su gestión.
―Ya tienes trabajo.
Noel ya se encontraba de pie cuando oyó a su madre y con los pantalones a medio poner, fue dando traspiés hasta la puerta de la cocina.
―¿Le dijiste que cuando niño yo era asmático? ―y sin esperar respuesta, agregó―. Porque yo no voy a trabajar al sol.
La policía me puso a trabajar en el Minaz. Güinchero de grúa y eso, de ponerle la tapa de block de carro, de los motores. Allí lo que hace es arreglar motores y eso. Son motores vacíos que se traen ahí para la reparación. Primero yo estaba trabajando en las aguas calientes.
"Él era serio, muy serio y tímido. Serio con los amigos. En la prisión, él era hombre a toda, porque ahí adentro se vivía con un chacalismo de madre. Tú le dabas un cigarro a alguien y ya estaban diciendo que tú... «Mira a este que me está rindiendo, no sé qué, ¡ah!». Él era hombre a todo. Se llevaba con el maricón y con el bugarrón. Tite era bugarrón. Él se llevaba con todo el mundo, pero sin falta de respeto. Por ejemplo, él trataba a Fulanito que era maricón, pero de ahí a otra cosa, no. A él no le gustaba los hombres".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
"Yo a Patao... a Barceló… nunca lo acabé de entender; y eso que nosotros éramos socios fuertes, como hermanos, desde vejigos. Él vivía como una ilusión; no era que estuviera el día entero comiendo mierda, no. Él compartía con los amigos, se metía en el negocio que tú le propusieras y echaba para alante más que cualquiera. A la policía no le tenía miedo. Le gustaba fumar, se empastillaba... pero no es eso. Patao era como que a él no le importaba vivir mal; él se hacía la ilusión de que estaba bien y disfrutaba hasta metido en la celda de castigo. Yo creo que él ni sentía dolor. Mire, periodista, yo le voy a ser sincero. ¿Por qué usted cree que yo me metí a bugarrón? Porque el bugarrón es quien mejor vive en la cárcel. Te buscas dos o tres mariconcitos y, además de singar sabroso todos los días, no como los otros presos que lo hacen una vez cada cuarenta y cinco días, si se portan bien y le dan pabellón, vives como un rey: te lavan la ropa, no te falta el desodorante, comes sabroso... Los guapos no se meten con los bugarrones, porque nosotros tenemos un mundo aparte, y entre nosotros tampoco hay broncas, porque el bugarrón que se faja por un maricón, es porque se enamoró, y eso quiere decir que también eres maricón.
Patao hubiera podido vivir bien de verdad en la cárcel, no como él se creía que vivía bien, pero de eso no había quién le hablara."
(Testimonio de un amigo y compañero de prisión)
En las aguas calientes en que yo trabajo es para esterilizar unos motores que traen de afuera; están todo embarrados de grasa, entonces se cogen con una gruita, chiiim... Luego correrlos y bajarlos en la caldera de agua caliente para que se le vaya la grasa. De ahí, cuando salen, salen sin grasa ya, nuevecitos, y los voy poniendo ahí, aquí, el otro ahí. Estaba trabajando primero en el yum ese hasta que me gané la carretilla.
"La culpa fue mía que él se criara así. Él no era así con todo el mundo. Era así, por ejemplo, conmigo y Magalys, la hermana, las personas que más quería. Viviendo aquí en este pedacito, ya casado con Lauri, la hermana estaba trabajando en porcino y la hermana le dijo que había puesto una conejera allá atrás. Él no quería que tuviera la conejera, por sus cojones. Y ella:
―Que pongo la conejera.
Y él le dice:
―¿Qué tú quieres, picazón?
Metió a la hermana para aquí, para dentro, y buscó a Lauri para que se fajaran, entonces él estaba de referí y la hermana y Lauri fajadas. Lauri fue la que perdió, porque mi hija está traqueteada. Ese día hubo que buscar la policía".
(Testimonio de la madre).
Una carretilla es un carrito que se maneja sentado: cómodo. Empecé a trabajar en la carretilla, a recoger esos mismos motores, a recoger por allá cigüeñales, tapas de block, a recoger sinfín: de todo; de todas las piezas esas de ahí para llevársela a los mecánicos. Los mecánicos estaban aquí trabajando, yo iba y recogía, primero las tapas de block, y las llevaba para allá. Cuando terminaba con las tapas de block, entonces tenía que recoger los cigüeñales: todas las piezas completas; entonces se las ponía ahí a los mecánicos, y los mecánicos comenzaban a montarlas. Todas las piezas las traía para ahí, los pistones y todo.
"Él estaba vendiendo lechuga con el marido de mi tía. Era un negocio legal, porque tenían un papel con el permiso. Para eso tenían una bicicleta y Noel estaba tranquilo, pero mi hermano Felo vino a joder la cosa. Cuando mi hermano Felo se empastilla, hace veinticinco mil cosas, entonces fue y le cogió la bicicleta a Noel, la trajo y la vendió en treinta pesos. Entonces Noel buscando la bicicleta. Una gente de enfrente le dijo que el único que había entrado ahí al patio, era su hermano. Entonces Noel vino para acá con un cuchillo y le dijo:
―Si no me buscas la bicicleta, te voy a dar una puñalada. Tienes que buscarme la bicicleta que tú eres un descarado, ladrón.
Le dijo.
―Que yo nunca he hecho eso, yo no he cogido nada.
Se formó tremendo brete".
(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).
Quizás la lucha entre el bien y el mal, que se desarrolla en el interior de todo hombre, fuese más intensa en Barceló. Quizás no. Quizás no tuviera conciencia de la dualidad de su conducta hasta con su familia. Quizás fuese un ser en el que al convivir el yin y el yang en plena armonía, no tuviera ningún conflicto de conciencia. O viviría de remordimientos, arrepentimientos y propósitos fallidos de enmienda. ¿Quién sabe?
La madre sintió la desazón cuando él le pidió que le planchara la camisa.
―Voy para los carnavales.
Lo miró y de pronto lo vio despeinado, sucio y amoratado.
―No vayas, Noel.
La risa con que le contestó, la hizo taparse la cara con el manchado delantal que se anudaba en la cintura. Los murciélagos, que dormían en la mata del patio, salieron en desbandada, y ella recordó el sabor de la sangre en la boca.
―Noel... ―le gritó desde la puerta de la casa cuando ya él se alejaba.
La luna también le avisó, pero él no supo qué quería decirle. El polvo del camino intentó detenerlo y los árboles de la esquina lamentaron no tejer sus ramas para impedirle el paso.
―...no vayas ―retumbó el grito de la madre.
Mas, el destino le tapó los oídos y Noel siguió su camino.
Cuando mejor estaba en el taller ese, para el que la policía me llevó, tuve problemas en unos carnavales y le di una puñalada a uno. El tipo de la puñalada no se murió, pero estuvo grave y se quedó con un brazo inválido, porque se la di por la barriga, pero le cogió un nervio. En el juicio me echaron diez años. Después los otros años que me busqué, me los busqué en la prisión. Tuve problemas en la prisión y tuve que picar caras y... los guardias, es decir, la policía, me tenían como un delincuente malo en la prisión, entonces me cogieron y me metieron para una celda a vivir en cubículo. Ahí viví trancado en un cuarto, me llevaban el almuerzo y la comida y ahí... Me quedaban como nueve años para terminar de cumplir la condena. Ya llevaba cumplidos cinco, pero me había montado en más años, por los problemas. Eran diez primero, pero por los problemas que me busqué, eran dieciséis años. Me trancaron como le dije y estaba asfixiado. Era una persona que no tenía escapatoria, que tiene que estar ahí obligado, y una cosa que te da mucha ansiedad es estar trancado y no poder salir.
"Yo me llamo Andrés, pero todo el mundo me dice El Biajaco. Barceló fue quien me puso ese nombrete y se me quedó para toda la vida. Cuando éramos muchachos, en las casas nuestras había un hambre más grande que no sé qué, y nosotros íbamos a pescar con la ilusión de coger algún pez que nos llenara la barriga. En Santa Clara no hay ríos, solo unos arroyos, y los pescaditos ahí son chiquiticos, pero cuando yo los veía en el agua, los veía grandotes, me llenaba de contentura y decía: «miren que clase de biajaca más grande». Yo creo que hasta soñaba con las biajacas. De ese grupo de muchachos, yo soy el único que no ha estado preso. No sé si es por miedo a la cárcel, la crianza que me dio mi padre o sabrá Dios qué, pero el asunto es que siempre he evitado los problemas. Yo aconsejé dos o tres veces a Barceló, pero yo no sé qué tenía él en la cabeza. Se le dieron buenas oportunidades y estuvo temporadas tranquilo, pero era como que se le metía el diablo en el cuerpo y buscaba bronca con cualquiera. No medía que fuera policía o más fuerte que él; mientras no le entraba eso, era más bien tranquilo, humilde, buena gente..."
(Testimonio de Andrés, un amigo)
La cárcel es mala. Mala y con muchos problemas. Al principio, yo entré en la prisión normal. Me dieron un tercer piso de litera. Dicen que los trastes viven en el tercer piso. En la segunda cama, los considerados, y en la primera, los guapos. Mira que problemas tiene la prisión. No había más cama que la del tercer piso. No me pongo con esa guapería y cogí el tercer piso. Entonces tuve visita, mi mamá me trajo una jaba y habló conmigo, vaya, normal: sabroso todo. Entonces ahí hay un cuartel que es un cuartico cerrado con candado, y hay un preso que es responsable, que es el que te guarda la comida y la ropa tuya. Entonces, ese día guardé la comida, y por la noche voy al baño y miro para el cuartel que es de malla, y veo la jaba mía en el piso, y a los dos cuarteleros comiendo de la jaba mía. Entonces me miraron y me dijeron:
―¡Eh!, ¿qué bolá, guacho?
Guacho quiere decir guajiro.
―Ven, ven, para que meriendes con nosotros aquí.
―¡Oye, esa jaba es mía!
―¿Y qué? Nosotros estamos merendando.
Con aquello me cayó un furor así, arriba, una calentadera.
―Abre, abre ahí.
Y me abrieron. Cuando me abrieron, le tiré una trompada a uno... Tengo que hacerlo, porque si no lo hago, me cogen el culo. Entonces le di un piñazo, y al darle el piñazo, el otro me dio con un palo por detrás, y entre los dos cogieron y empezaron a madurarme y me maduraron bien maduro. Los ojos me los hincharon y todo. Esa noche me llevaron a la enfermería y me pusieron fomentos y me volvieron a mandar para el pabellón.
El enfermero lo llevó hasta la puerta y se lo entregó al guardia. Un momento antes lo había estado aconsejando:
―No te busques problemas, Barceló. Un día te van a matar.
―Yo soy el que los voy a matar a ellos ―le había dicho.
El muchacho cerró la entrada de la enfermería y regresó a recoger el recipiente y los algodones que había usado para los fomentos. El médico de guardia se encontraba sentado frente al buró y terminaba de escribir en la historia clínica. Se la entregó al enfermero y le dijo:
―Guárdala.
El joven fue a hacerlo, pero el médico lo detuvo.
―Después. Ahora ven acá que te voy a dar un consejo.
El enfermero tomó asiento en la silla que el médico le indicó y se dispuso a oírlo.
―Tú eres nuevo aquí y no conoces como es la vida dentro de la prisión.
―¿Hice algo incorrecto? ―preguntó nervioso.
―No ―le respondió el médico―. Te dije que te iba a dar un consejo. No te metas en lo que los reos hagan. Si se matan, allá ellos; si se fajan, ese es su problema. Lo nuestro es estar aquí, en la enfermería, para si alguno queda con vida curarlo y que vuelvan a su pabellón ―el muchacho fue a decir algo, pero el médico continuó―. Quizás esto no fue lo que te enseñaron en el politécnico, ni a mí en la universidad, pero es que ninguno de nuestros profesores trabajó nunca en una prisión. Aquí la vida es diferente y tiene sus propias leyes.
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