domingo, 10 de octubre de 2021

GANA LA PRISIÓN Y PIERDE EL AMOR

Cuando me botaron de Cienfuegos, vine de nuevo para Santa Clara. Estando aquí, me mandaron para un centro de trabajo ahí, en la tenería Gerardo Abreu Fontán.

En la tenería tuve problemas. Hurté unos rollos de pieles y me metieron para la prisión. Tenía diecisiete años. Esa fue la primera vez que fui a prisión.

Los vecinos vieron al jefe del sector que se acercaba y aunque todos permanecieron en su sitio, aparentando indiferencia, el aire se cargó de tensión. El policía se percató, pero ya estaba acostumbrado a aquellos recibimientos. Todos los hombres, agachados en la calle, y las mujeres en los portales o asomadas por las ventanas, les eran conocidos, pero él no los saludaba. Eso no era lo que explicaban en la academia, pero un delincuente que él controlaba, se lo había enseñado.

―No me salude en la calle ―le había pedido―. Uno se hace de mala reputación en el barrio si un policía lo saluda.

Se detuvo frente a la casa de Barceló. Ya Rosa, avisada de alguna manera, se paró en el hueco de la puerta para, insolentemente, mostrar su indisposición a que entrara.

―Buenos días.

La mujer respondió el saludo de mala gana.

―Mañana a las siete de la mañana, tiene que estar con Noel en la puerta de la unidad Cerrada ―como sabía que no iba a encontrar reacción alguna, continuó—. Ropa interior y objetos de uso personal. Ninguna arma, ni nada cortante. Usted sabe cómo es el reglamento, así que no tengo que darle muchas explicaciones ―extrajo un papel del bolsillo de la camisa y lo abrió―. Firme aquí.

―Yo no sé firmar ―dijo la mujer.

―Vamos, Rosa ―dijo el policía con un cierto dejo de ironía mientras le alcanza una pluma―. Algo habrá aprendido en los últimos tiempos.

Tenía que jalarle once años y unos meses, pero no los cumplí, porque cuando aquello comenzaron los líos de los derechos humanos, y como era menor de edad, me hicieron una revisión de causa, me pusieron un abogado y volvieron a apelar, y me bajaron la sanción. Fue entre el abogado, mi mamá y esas cosas... Por la historia clínica de siquiatría y esas cosas. Tuvieron... Decidieron que no me podían haber echado esa sanción.

El abuelo lo esperó vestido de limpio. Últimamente no salía mucho de la casa y se pasaba largas horas con su rústico asiento de madera y cuero, recostado a uno de los troncos que sostenían el pequeño cobertizo. La catarata que cubría sus ojos, le impedían mirar las palomas, pero él las sentía cuando bajaban al patio; solo entonces, volvía del interminable y silencioso viaje por su interior y se sacaba un pedazo de pan del bolsillo para echarles de comer.

Noel se le había acercado sin hacer ruido, pero de igual manera el viejo supo de la presencia de su nieto. La cárcel, como posibilidad siempre presente y nada extraña para su condición social, no le fue bochornosa, pero el muchacho se sintió apenado ante la figura del abuelo y olvidó la orgullosa actitud exhibida en la calle por lo que consideraba su prueba de hombría.

―¿Ya sabes lo que es estar preso, Noel?

―Sí, abuelo.

―Entonces procura no volver a la prisión. Yo quiero que estés aquí el día que me muera.

Cuando salí de la cárcel empecé a trabajar en la fábrica de pienso. Era mezclador. Hay una batea que es la que se recoge todo. Te ponían ahí los sacos de fosfato, azúcar, calcio... Te ponían cereal. Todo eso para hacer el pienso. Todos los condimentos. Entonces yo abría los sacos con un cuchillo y cuando me pitaba el timbre, tenía que vaciarlos... Una mezcladora lo echaba para abajo, todo. Era rápido, pero ese no era un trabajo fijo; eran como siete trabajos diferentes. Porque ahí tú llegabas y te daban un puñado de papelitos, y cada papelito decía un trabajo. Hoy me tocó la mezcladora, y tenía que trabajar ahí. Yo me acuerdo que había un papelito que decía: carretilla con fosfato, entonces tenía que coger una carretilla e ir a buscar. Otra con zeolita o con azúcar; a veces me tocaba la mezcladora. Y así. Era un trabajo divertido. Y yo doblaba ahí turno y todo. Me fui, porque fue cuando tuve problemas con la policía. Tuve desacato a la autoridad.

―Gipsy, prepárame el agua para bañarme.

―¡Ay, Noel, estoy estudiando! Mañana tengo prueba...

―Gipsy...

Mi hermano había tenido problemas con un tipo ahí, al doblar, abajo. Entonces ese día, vinieron los tíos míos y dijeron:

―Aquí estuvo un tipo buscando a tu hermano con un machete, que le iba a meter un machetazo.

Que sé yo, que sé cuándo.

―Que se le había perdido un pullover del patio y que el único que había pasado por ahí, había sido él.

Le dije:

―Está bien. ¿Quién es?

―Uno de los Iglesia de allá abajo.

Cogí un machete y me lo eché en la espalda y fui para allá abajo.

La ley de la familia no está escrita en ninguna parte.

Se ha conformado a través de los años y se ha ido transmitiendo de generación en generación. Sus orígenes son difusos y quizás nos llegaran con los colonizadores, delincuentes muchos de ellos, enriquecida con la tradición de los pueblos originarios de la península Ibérica en su callada y solapada defensa contra la dominación romana. África, por su parte, aportó la esencia del clan, inmune a la distribución dentro del barco negrero, al puerto de desembarque y al amo diferente. Y siempre, la cruda realidad del marginado para subsistir.

La ley de la familia no está hecha de artículos, capítulos ni por cuantos.

Cada miembro sabe cuáles son sus obligaciones. Las aprende bebiendo en el pecho materno. Los derechos y deberes de cada uno y en cada momento, de acuerdo con su sexo, rol y posición. Y la obligación moral de cumplirla, junto al repudio que marca para toda la vida de quien la viole.

La ley de la familia no tiene jueces ni tribunales.

Su alcance, a diferencia de las leyes de papel, no es rígido, depende del lugar donde se ubique el enemigo dentro de una serie de círculos concéntricos cuyo centro siempre es, quien en lenguaje metafórico se denomina «la pura». El padre, los hermanos, los amigos y los vecinos pueden estar en el mismo, o en bando contrario. La madre nunca en contra del hijo; el hijo, nunca en contra de la madre.

Oye, ¿en qué momento mi hermano te robó a ti?

―Sí, que tu hermano me robó.

Qué sé yo, qué sé cuándo. Y le dije:

―¿Pero tú lo viste robando?

―No, pero el único que pasó por aquí fue él.

―Tú fuiste a buscarlo allá con un cuchillo y tremenda guapería.

―Para que me devuelva lo que me robó.

Noel sacó el machete que hasta ese momento mantenía oculto en la espalda. El gesto fue rápido, en busca del efecto sorpresa. Iglesia se puso de pie y por un instante sus ojos reflejaron el miedo ante el arma. Noel se percató de ello y ocupó ventaja.

―Ven. Vamos a resolver este problema tú y yo ―abrió las piernas buscando apoyo firme en el suelo y blandió el machete en el aire.― ¿Para qué tú andas buscando a mi hermano, si tú sabes que mi hermano es un infeliz que no se faja ni nada?

Con la mano derecha, Iglesia cogió por el pico la botella en la que habían estado tomando y la rompió; con la izquierda apartó la mesa, y las sillas y las fichas de dominó, fueron a dar al suelo. Los compañeros de juego se apartaron. Era un problema entre hombres, y ellos no debían hacer nada.

―No, tu hermano y cualquiera ―bravuconeó Iglesia tratando de ganar terreno―. Tú también me sirves.

―Está bien, dale que yo vine preparado.

Ya no se habló más. Al menos, por el momento. Había que medirse e intimidar. Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos, mientras giraban alrededor de un terreno de nadie. Entonces aparecieron las mujeres.

―¡Ay, Dios mío, qué desgracia!

―¡Quítate, hijo, quítate!

―¡No se metan, coño! ¡No se metan!

―¡Se van a matar!

Vecinos y curiosos se fueron acercando, pero nadie intervenía, simplemente comentaban, daban consejos en uno u otro sentido, y las mujeres gritaban. Iglesia y Barceló se observaban, se movían agresivamente con sus armas y cada cierto tiempo se lanzaban injurias y provocaciones, pero en el fondo, sin un verdadero deseo de pelear. El tiempo pasaba y el asunto perdía interés para los espectadores, pero no por ello cesaban el pavoneo y las amenazas.

Y vino la patrulla, y yo era el que estaba con el machete, así, en la mano. Y cuando viene la patrulla me mando a correr con el machete. Y la policía me cae detrás con el carro: fuuu... Y me pasó. La policía me pasó alante, y cuando me pasó alante, se me atravesó en la calle. Estaban hablando por el boqui toqui para que otra patrulla se me metiera por la otra esquina para que yo no me pudiera ir para atrás otra vez. Y entonces, cuando, efectivamente, voy a tratar de coger para atrás, parece que la otra andaba cerca y la habían boquiteado, y ya estaba allí. Me quedé así, entre las dos, y cuando me quedé entre las dos, les dije: el que se meta aquí, de esta raya para acá, me sirve como quiera. Entonces uno dice:

―¡Ah, este es guapo!

Sacó una macaró, y el de la otra perseguidora, abrió la puerta y sacó otra.

―¡Ah!, tú eres guapo, ¿no? Arriba, dale monta.

―¿Montar? Yo ahí no voy a montar.

Ya me iban a agarrar cuando viene un socio mío en bicicleta… y cuando pasa, me dijo:

―Súbete.

Y cuando me monté, tiré el machete así, para atrás, para poder reguindarme bien de la cintura de mi socio. Cuando pasamos por la esquina, él siguió, y yo me tiré, y me eché a correr por ahí para abajo, buscando la circunvalación para meterme en el monte de eucaliptos. Me mandé a correr por ahí, con toda la policía detrás de mí.

―¡Párate!

Y yo corriendo y corriendo.

―¡Párate!

―Que no voy a parar nada.

Y cogí, y doblé por otro lado, y me les perdí en un patio de una casa, pero me rodearon toda la casa. En el patio había un baño y yo me metí dentro. Era una caseta de saco así por fuera. Entonces me pongo a mirar por los huecos, y oigo a uno de los que me estaba rodeando:

―Está ahí.

Ya estoy cogido. Bueno, por esta brecha cojo para dentro de la casa, y ahí no pueden tirar tiros. Si salgo para arriba, por la otra calle, voy a dar a San Miguel, y si me van a coger, que me maten.

Efectivamente, cogí así, y cuando abrí así la punta del saco, me desprendí, y cuando me desprendí:

¡Cógelo, que ahí va!

―¿No te dije que estaba ahí metido?

―¡Cógelo!

Palabras y tiros. Cuando voy por el medio de la carretera hay un tipo ahí con una mujer barrigona, y el tipo coge a la mujer y la pasa para la orilla, y me dice a mí:

―Dale, corre.

Yo me dije, bueno, este es un socio. Y cuando voy a pasar por el lado de él, hizo así y metió el pié: fuiii... Completo me fui de cabeza, y él detrás de mí. Me cogió la mano y me la dobló aquí atrás, sacó la pistola y me la puso aquí en la cabeza. Era un policía vestido de civil.

―¡No te muevas! ―le dijo, le saltó y cayó sobre la espalda de Barceló.

―¡Suéltame, coño, suéltame!

―Si te mueves, te meto un tiro en la cabeza.

―Que yo no puedo estar aguantado.

―Lo hubieras pensado antes ―le dijo y le haló más el brazo.

―¡Ay!

Vino el otro policía, me amarraron, me aguantaron así, atrás. Abrieron la perseguidora y me empujaron de cabeza para dentro. ¡Coño! Me empujaron de cabeza dentro de la perseguidora y me llevaron para allá, para la unidad. Desacato hice yo. Le escupí la cara a un policía, y le di una galleta a otro y le tumbé las gafas. Me dieron una tremenda mano de golpes, porque yo me les viré, y me metieron para la celda.

"A Noel Barceló sí lo conocía, pero... ¿Para qué usted quiere esto? ¿Usted tiene autorización para escribir ese libro?"

Testimonio de un policía.

En este tiempo, si yo no me le viro a la policía, la policía no me da; pero en ese tiempo, ellos te buscan para que tú te le viraras para darte los palos.

"La policía nunca agrede a un detenido y mucho menos lo provoca. La policía acude a la fuerza física solo cuando el ciudadano agrede al combatiente que lo va a detener o que lo custodia. La policía tiene una serie de medios para neutralizar al sujeto, sin necesidad de golpearlo; además de la fuerza moral, existen instrumentos físicos y hasta químicos: gases lacrimógenos, por ejemplo, que ayudan en la labor policial. También artes marciales, pero siempre para neutralizar, nunca para dañar o agredir".

(Testimonio de un oficial de la policía).

Me trancaron, me levantaron un acta de eso: tan, tan, tan... Y me echaron seis meses por desacato, y por escándalo público, una multa. Fue cuando tuve que ir a jalar los seis meses y dejar el trabajo, que a lo mejor yo no hubiera dejado ese trabajo, porque yo hasta doblaba turnos y todo ahí.

"Yo trabajé con Barceló en la fábrica de pienso, y claro que me acuerdo de él. Bueno, yo sé todo lo que se ha hecho y lo que le pasa. En aquella época no tenía problemas. Era un poco payaso, no porque se hiciera el gracioso, sino por sus cosas. Era como si tuviera delirio de grandeza, pero no era mala gente. Siempre iba limpio, bien vestido... Nosotros éramos obreros y no andábamos con esos melindres. Bueno, es que tampoco uno tiene dinero para andar siempre de pinchín. Cuando terminaba, iba y se bañaba y salía de allí que parecía que iba para una fiesta. En su taquilla, él tenía de todo: perfume, desodorante. Era enamorado, pero no se fresqueaba con las mujeres... A ver, ¿qué más le puedo decir?

Era buen trabajador. Cumplidor. Aquí nunca se le vio en nada ni con malas compañías. Él no era amigo de ajuntaderas; sociable y eso, conversaba y se llevaba bien con todo el mundo, pero no estaba enyuntado con nadie en particular.

Yo siento todo lo que le ha pasado y pienso que se tiene que haber vuelto loco".

(Testimonio de un compañero de trabajo).

Me sentía bien en ese trabajo, porque, todos los días era un trabajo distinto y resolvía mucho. Ahí todos los viernes me llevaba dos gallinas para mi casa, porque nosotros, en la fábrica, teníamos contrato con la Empresa Avícola. Alimentos ahí no faltaban. Eso ahí era... Todos los días había carne.

La madre estaba atenta y enseguida que sintió la llave en el llavín de la puerta, se puso de pie.

―Viejo, no le pelees.

―¿Ya llegó?

―Sí.

―¿Vino a quedarse?

―Sí.

―Que lo piense bien, porque si ese desgraciado se aparece aquí, lo voy a matar. ¡Te juro que lo voy a matar!

―No te alteres, viejo. No te alteres que te sube la presión.

―¡Que me suba, coño! Yo no voy a dejar que ese delincuente de mierda se siga riendo de mi hija.

"Estando en la prisión, él mandó a buscar a Gipsy para un pabellón. Ella le dijo que iba a ir y no fue, y entonces por el micrófono dicen: Noel Barceló García, que salga que tiene pabellón. Entonces, cuando sale, la que está ahí es la mamá de él y le dice: «Mira, ella no quiere más nada contigo, dice que la dejes en paz y que no le mandes más cartas, que ella no quiere saber nada de ti». Y entonces, normal, él siguió normal".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Barceló esperó que los últimos reos que tenían pabellón se alejaran con sus parejas hacia el edificio en el que pasarían unas horas en solitario; se despidió de la madre y caminó hasta la entrada del túnel. Ya habían cerrado la reja y en ese momento el guardia no se encontraba, por lo que tuvo que llamar para que le vinieran a abrir.

―¿Qué pasó, Barceló? ―le preguntó burlón el carcelero mientras quitaba la cadena con el candado― ¿No vino la paloma?

No. Gipsy, no había venido. Él debía haberlo sabido, pero se quiso engañar, y estuvo ilusionado con que la muchacha vendría dispuesta a comenzar de nuevo. Durante varias noches, en la única intimidad que se le permite al reo en prisión, Barceló había soñado con este encuentro y con las promesas de cambio que le haría a su mujer. Él la amaba y comprendía que si su relación no había marchado mejor, era por su culpa. Sus impulsos y su agresividad habían dañado a Gipsy, no tanto físicamente, pensaba, ya que para él, un ojo amoratado o un labio partido, carecían de mucha importancia, pero sí emocionalmente. Ya ella no era, ni sería más, la muchacha dulce de la que se había enamorado.

―No. No vino. Ella se lo perdió ―contestó queriendo parecer indiferente.

El guardia lo dejó pasar y se rio. Barceló permaneció de espalda mientras este volvía a cerrar la reja.

―El que se perdió una buena posta fuiste tú.

―Ya habrá otra.

―Por ahora tienes que seguir con Los Cinco Latinos.

Caminaron. En la soledad de la prisión existían cosas más importantes que el sexo. El guardia no dejaba de molestarlo, pero él estaba atento a otro asunto de mayor importancia, y era que no podía llorar. No podía siquiera mostrarse triste, porque eso lo degradaría de manera absoluta ante los ojos de los demás. Cada paso, por aquel pasillo, era una paletada de tierra sobre sus sentimientos. Cuando llegó a su unidad, había logrado ocultar totalmente las huellas de su dolor.

―La jeva no vino ―gritó a sus compañeros y para tomar la iniciativa de burla, les alertó en son de broma―, así que les aconsejo que esta noche duerman con los calzoncillos puestos.

"A esa, a la primera mujer de él si la quiso. Ella lo dejó y eso lo defraudó mucho".

(Testimonio de Mariano, uno de los hermanos).

En esos seis meses fue cuando tuve un problema con un guardia en la misma prisión, y me aplicaron otro desacato. Él empezó que no me dejaba salir para fuera, para el patio, y le falté el respeto y fui para allá. Era un guardia muy empachado y muy querido ahí por los otros guardias, por los jefes, y me espantaron tres meses más. Fueron nueve meses los que halé. Cuando uno salía de estar preso, la policía le buscaba trabajo en Áreas Verdes, de cortar hierba por ahí. Pero antes de que la policía me buscara trabajo a mí, yo salí a buscar, porque si no, tenía que trabajar obligado todo el tiempo. Cuando salí, traté de incorporarme al mismo de antes, pero ya no podía. No me dejaron, porque decían que después que uno salía, no podía volver a entrar en la fábrica. Que habían hecho una resolución nueva que todo el que había estado preso, ahí no podía trabajar. Fui varias veces ahí a buscar trabajo, pero no me dejaron. Me dijeron que no, que no, que no... Hablé con el jefe de personal, y nada. Si hubiera visto al jefe de brigada a lo mejor, porque yo era buen trabajador y hacía los tres turnos.

―Cuco, ¿te acuerdas de Noel Barceló García?

―Sí. Estaba preso, pero supe que lo habían soltado.

―Hoy por la mañana estuvo aquí buscando trabajo.

―¿Va a empezar de nuevo? Si quiere me lo pones en mi brigada.

―No. Se le dijo que no.

―Pero el muchacho no era mal trabajador.

―Yo no dudo que él venga a hablar contigo y quería alertarte.

―El problema que tuvo no fue aquí en la fábrica.

―Pero estuvo preso. Tú mismo lo dijiste.

―¿De quién es la decisión? ¿Tuya?

―De arriba. Ya te alerté, ahora vete a ver qué le dices si viene a hablar contigo.

Si hubieran revisado las nóminas viejas, para que vieran si es que yo tenía buen salario ahí o no. Porque eso era vinculado. Y yo cogía doscientos ochenta pesos, doscientos noventa pesos, trescientos al mes: vinculado. Y trabajaba los tres turnos, y era ahí, ahí, y trabajaba. Hacía una mezcla, y si el jefe decía:

―Oigan, caballeros, si terminamos esto hoy, sobre cumplimos la tarea. Si quieren, seguimos.

―Vamos, arriba, completo todo el mundo.

Y todo el mundo iba para allá a trabajar. Y seguíamos trabajando.

No me dieron trabajo, porque la mujer del departamento de personal dijo que no se podía, porque no... A parte de que los contratos estaban cerrados completos, no podía haber gente trabajando ahí con antecedentes penales. Ya yo había trabajado con antecedentes penales. Y la policía lo que me ofrecía era en Áreas Verdes.

El moderno y sólido edificio de dos plantas contrarrestaba con las casas que se alineaban a ambos lados de la calle Amparo, algunas de madera, y todas descoloridas. Noel conocía perfectamente bien el sitio y en sus afueras había varios conocidos. A uno de ellos le pidió que le cuidara la bicicleta, y entró al interior de la unidad. Preguntó por la teniente Sosa y no demoró en ser llevado a una de las últimas oficinas del largo pasillo.

―Buenos días ―dijo la oficial y lo invitó a tomar asiento—Noel, te cité porque según el informe del jefe de tu sector, aún no has encontrado trabajo.

―Yo le expliqué que en la fábrica no me aceptaron.

―Pero de eso hace casi un mes, y tú sabes que tu libertad está condicionada a que no estés de vago.

Noel bajó la cabeza y no precisamente por humildad, sino por vergüenza consigo mismo. Si le costaba esfuerzo acatar la autoridad de un hombre, la prefería a tener que enfrentarse con una mujer, por lo demás no mucho mayor que él, y bonita, la que podía decidir sobre su vida.

―Yo voy a ir de nuevo...

―No, Barceló. No podemos seguir esperando a que tú busques trabajo. Ya yo hablé en el departamento de ornato y embellecimiento...

Noel se puso de pie, sobresaltado, para interrumpirla.

―¿Me va a poner a limpiar calles?

La teniente no le respondió y, con una energía no acorde con su físico, le ordenó que se sentara.

―Haz el favor de no interrumpirme y mucho menos de ponerte de pie. No vas a limpiar calles. Vas a trabajar en la brigada de Áreas Verdes.

Fui a trabajar dos veces por el Sandino, a cortar hierba, y se me llenaron las manos de ampollas y no fui más. Entonces me puse a inventar con líos de caballos y cosas de esas. Negocios de robar y matar caballos.

Barceló fue el primero en llegar. Dejó la bicicleta oculta entre la maleza y se dirigió al sitio acordado. Allí habían dejado esa tarde los cuchillos, el nylon, y los sacos de yute. Miedo no sentía, pero la oscuridad de la noche y el silencio, solo roto por el canto de los grillos, lo sobrecogieron. El Tite llegó de segundo, y Fredy no se hizo esperar. Ya, juntos los tres, emprendieron la marcha. La casa del campesino no estaba lejos, y la luna casi llena, les alumbraba. Barceló, por ser el más ágil, se movió sigilosamente hasta donde estaba amarrado el animal. Zafó la soga y, lentamente, fue conduciendo a la bestia al lugar, lejos de allí, donde sería sacrificada.

Con un pedazo de madera, Fredy le pegó fuertemente en la cabeza y el caballo cayó al suelo dejando escapar un hilillo de sangre por entre los belfos; entonces, presumiendo de su fortaleza física, el joven mostró la musculatura de sus brazos.

―No perdamos tiempo ―dijo Barceló y fueron las únicas palabras que se pronunciaron. Cada quien sabía cuál era su función, y cuchillo en mano comenzaron a descuartizar al aún vivo animal.

Llenos los sacos con la carne, retornaron al escondrijo de las bicicletas, y antes de que amaneciera, cada uno por un rumbo distinto, salió para entregar la mercancía en los puntos clandestinos de venta.

Por lo de los caballos nunca cumplí cárcel, porque nunca nos cogieron. La otra vez que estuve preso, fue por desacato. Me puse majadero con un policía en la calle y me echaron nueve meses.

"Él siempre fue malo, maldito, desde chiquito. Él me decía Guaro. Él tenía muchos nombres para mí. Me quería, pero cuando él se empingaba conmigo, no creía en nada. Él me dio golpe a mí muchas veces, hasta una vez que yo estaba barrigona... Una vez él me dio una mano de golpe a mí terrible, terrible. Eso fue un 28 de septiembre, en la fiesta por el aniversario de los Comité de Defensa de la Revolución. Él, todo lo quería. Él quería que le dieran bebida del CDR, que le dieran más bebida de la que le estaban dando, entonces mi mamá le dijo que no podía tomar, porque ya se había acabado la bebida, y él, que le dieran, y cogió y se arrebató. Como yo soy una persona que iba donde estaba él, porque yo no le tenía miedo, fui donde estaba él, y nos fajamos en la calle San Miguel. El delegado iba a acusarlo, y yo le dije que no, que era mi hermano, que no lo podía acusar. De todas formas nos peleamos y entonces más nunca, más nunca nos hablamos, hasta el día que yo ingresé en el hospital, que estuve grave. Cuando ingresé grave, fue a verme".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

Después caí preso por una bicicleta. Una bicicleta que se la roba uno, y después que se la robó, fue y la guardó, y donde la guardó, fui y se la robé a él. Mira qué problema ese. El tipo se la roba a otro y la guarda en un lado y se va; entonces yo voy y la saco de ahí y se la doy a otro muchacho para que la venda, pero el tipo al que le roban la bicicleta, está en la esquina, arrebatado, porque le habían robado la bicicleta. Mira que rápida fue la evolución esa: uno se la robó, la escondió, yo la cogí, se la di al muchacho, y el muchacho sale a venderla rápido, va a la misma esquina y se la propone al dueño de la bicicleta. Eso fue lo más grande la vida.

―Compadre, ¿te interesaría comprar una bicicleta?

―No jodas, que hace dos horas me robaron la mía.

―Bueno, si te robaron la tuya, te va a hacer falta comprarte otra. La estoy dando barata.

El hombre comprendió que el muchacho tenía razón. La que le habían robado, no la iba a encontrar nunca más, porque él sabía cómo era el negocio: la desarmaban y la volvían a armar con las piezas de otra bicicleta robada, la pintaban de nuevo y a rodarla; y él necesitaba de esa locomoción para cada día ir a su trabajo.

―¿Dónde está la que vendes?

―Mira, es aquella. Vamos a verla.

Entonces el dueño le reclama al muchacho. Él le dice:

―No, esta bicicleta no te la doy, porque a mí me la dio Barceló para que se la vendiera.

Yo no le hablé claro al muchacho, no le dije que me la había robado, y él se creía que era mía.

―Vamos a donde está Barceló, para que tú se la quites a él.

Y cuando el dueño vino donde estaba yo:

―No, yo no sé, la bicicleta esa la vi en tal lado, ahí, y la recogí y se la di a este muchacho para que me la vendiera.

―¿Tú la viste en tal lado? Entonces alguien la llevó para ahí.

Cuando estoy en mi casa, hablando con el dueño, viene el que se la había robado de verdad a reclamarme la bicicleta:

―Oye, la bicicleta me la buscas.

Qué sé yo, qué sé cuándo; alto en la parte de afuera. Entonces salió el dueño.

―¿Cuál es el lío de la bicicleta? Esta es mía y me la llevo.

Y se fue con su bicicleta, entonces ahí nos fajamos, el que se la había robado y yo, a los piñazos.

―No, ahora tú tienes que pagarme la bicicleta a mí.

―¿Que bicicleta te voy a pagar yo a ti?

No le hice caso y seguí, y entonces vino con Ramoncito Pesteacabo y toda esa gente para caerme encima a mí.

Magalys lo supo en la calle y corrió a avisarle. Como era la época en que no se hablaba con el hermano, tuvo que buscar a la madre en casa de unos vecinos y alertarla.

―Quédate afuera y dile que Noel no está aquí ―ordenó la madre y fue para el patio del hogar. Allí estaba su hijo desgranando unas mazorcas de maíz y sin pérdida de tiempo, lo puso en antecedentes de lo que ocurría.

―Dame acá el maíz y vete por el traspatio.

―Yo no voy a huirle a esos maricones.

―¡Ay, hijo! ¡Un día te vas a desgraciar!

Entonces cogí el machete y salí para la calle a esperarlos:

―Uno a uno, si me caen dos o tres, voy a meterle machete al que me caiga arriba; y por si no lo saben, este viene a reclamarme una bicicleta que él se robó.

El asunto del robo de esta bicicleta fue importante para el desarrollo de otros acontecimientos posteriores, pero la verdad con respecto al hecho, queda opaca y difusa en las varias versiones que hay del mismo. La posición de héroe timador que se adjudicó Barceló, también se presta a la duda.

"Él estaba tomando con Alexis en casa de Nicolás. Alexis dejó la ventana abierta y se fueron. Entonces vienen por la madrugada y se roban la bicicleta. Alexis se la lleva y la guarda allá atrás, en el patio. Al otro día cuando la mamá de Nicolás va allá a buscar a Alexis, ve la bicicleta atrás de la casa. Él decía que había sido Noel, que había sido Noel el que se había robado la bicicleta, y Noel le dijo que no, que él no se la había robado, que el que se la había robado había sido Alexis. Por eso estuvieron presos en instrucción".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

El dueño de la bicicleta nos acusó. Lo acusó a él y él me acusó a mí. A él le salieron dos años por robo y a mí un año por hurto continuado. Al dueño le pusieron multa al descuido. Fui para la prisión y cumplí el año ese. Dentro de la prisión, trancado. En esa época tenía veintiuno o veintidós años.

 

 

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