(El fragmento anterior terminó cuando la madre comienza a golpear a Noel por haber roto los huevos de la comida, y él decide irse para el monte que rodea la ciudad)
―Avísale a Mariano. Hay que salir a buscarlo.
Ante la gravedad del momento, la madre se irguió como autoridad hasta que llegara el hijo mayor, y dio las primeras órdenes. Algunos vecinos se le unieron y pronto estuvieron listos para salir.
―Voy a dar parte a la policía.
―¡A la policía no, coño! ―y junto con la prohibición, el manotazo de la madre sobre Felo― ¿Tú eres comemierda?
―Aquí está el perro.
―Vamos.
Santa Clara se asienta sobre un terreno sabanozo: árido y seco, amarillo y feo. La vegetación natural es escasa y se trata fundamentalmente de arbustos espinosos de pocas y pequeñas hojas. Dentro de los planes de repoblación forestal, que se desarrolló en todo el país a principio de la década del setenta, el gobierno sembró cientos de miles de eucaliptos, en lo que aspiraba a ser el anillo verde de la ciudad. Con el transcurso de los años, este inhóspito bosque artificial levantó sus ramas al cielo y se convirtió en sitio de referencia obligada para amores ocasionales de parejas sin dinero, animales muertos, violaciones, desperdicios y asesinatos. Y allí, como única opción y con su carga de golpes, incomprensiones y maltratos, buscó refugio el adolescente para, carente de sueños verdaderos, tratar de disfrutar de las ilusiones fabricadas por una pastilla.
Al otro día fue cuando me encontraron. Me llevaron para el psiquiátrico. Me metieron en urgencia, abajo. Después me pasaron para la sala de arriba, pero no me dejaron ingresado. Me llevaron para la casa, pero yo seguía arrebatao, viendo cosas. Entonces me llevaron para el psiquiátrico otra vez. Entonces la sicóloga me dijo:
―¿Qué es lo que te pasa?
Yo me acuerdo de todo aquello.
―A mí no me pasa nada, yo lo que estoy viendo gente, por donde quiera veo gente; mira, ahí mismo, detrás de usted hay una gente ahí.
Ella miró así, para atrás, y dijo:
―Verdad que sí.
Fíjate lo que me dijo ella:
―Verdad, ahí está.
Y entonces mi mamá la miraba a ella como diciendo:
―¿Cómo que verdad...?
Si ella dijo que verdad, por algo dijo eso.
―Es verdad, pero mira, vamos a ponerte un tratamiento para que te sientas mejor, una inyeccioncita para que relajes un poco, y te acuestas aquí mismo, un rato, para que relajes un poco. Mañana yo hablo contigo y te saco de aquí.
Le dije:
―Está bien.
Me puso la inyeccioncita. Cuando ya estaba oscureciendo, me levanté de la cama aquella y empecé a ver muertos dentro del psiquiátrico aquel. Me puse a caminar de aquí para allá, y los loqueros detrás de mí:
―Agárrenlo y agárrenlo.
Me cogieron por el pescuezo, me fijaron, me amarraron. Me volvieron a inyectar y comencé a evolucionar más fuerte ahí, en el mismo psiquiátrico. Esa amarradera fue lo que me cuquió más, y me empecé a arrebatar más ahí adentro.
"A él no se le podía encerrar. Fue malcriado, desobediente conmigo, me levantaba la mano, me decía, por ejemplo: Vete para la pinga, resingada. Se iba para la manigua a dormir tres o cuatro días fuera de mi casa, viraba, yo lo mimaba y me levantaba la mano. Tanto a mí como a la hermana, nos daba golpes. Si quería, por ejemplo, una camisa, había que comprarle aquella camisa; si quería, por ejemplo, una pelota, una pelota; y yo, como él no tenía papá, yo le daba todos esos gustos. Fue por eso que Noel se crió en ese ambiente, con aquella guapería, aquella cosa... ¿Tú entiendes? Que a él había que respetarlo y lo que él quería había que dárselo. Lo que él quería, tenía que obtenerlo".
(Testimonio de la madre).
Felo entró y lo vio parado frente al pedazo de espejo que aún conservaba una de las puertas del viejo escaparate.
―¿Y esas gafas?
Noel se quitó los espejuelos, los miró con satisfacción y se los guardó en el bolsillo de la camisa.
―Mima me los compró.
―¿Qué mima te los compró? ―preguntó incrédulo el hermano y aunque Noel movió afirmativamente la cabeza, Felo no esperó por la respuesta para seguir hablando—. En esta casa no hay dinero ni para comer... ―sin terminar de hablar, tomó a Noel por un brazo buscando su atención, pero este se le zafó con un brusco movimiento.
―No me aguantes ―le gritó agresivamente―, coño. ¡No me aguantes!
Me tenían casi todo el tiempo fijado. El efecto de las pastillas me duró dos días, pues los medicamentos y las inyecciones lo reactivaban.
Un día de pase, del primer pase del psiquiátrico, fue cuando rompí todas las matas. Yo estaba en mi casa... Las matas de plátano de mi casa estaban así, echando aire. Me puse a mirarlas, y todas las hojas meneándose, y yo empezaba a transformarlas, a transformarlas... «Ese hombre es un gigante y con las manos va a romper la casa. No me concentré y cogí un machete y le fui para arriba a las matas de plátanos y las machetié todas. Mi mamá vino y me preguntó:
―¿Por qué tú rompiste todas esas matas?
Pero no sabía de qué matas me estaba hablando.
Yo estuve ingresado en el psiquiátrico cuatro veces, y el tiempo que menos estuve fueron seis meses. Alterado, seis meses, así. Bueno, me dieron seis, siete, ocho y nueve electroshock, en el mismo psiquiátrico ese. Nadie supo que yo había tomado pastillas, porque a nadie se lo dije. Mi hermano era quien único lo sabía, porque el que las vendía era amigo de él, y eso cuando aquello era candela, una candela gorda. Ya después empezaron a darme pases, empezaron a estimularme mejor, me llevaron a la playa, me llevaron a la Minerva.
Después que salí de toda esa jodedera, como a los tres o cuatro meses más, volví a tomar pastillas. No me dio miedo volver a tomar, porque... pasé todos los sofocos esos, pero después que supe por lo que había sido, no me preocupé. Si aquella me hizo eso, y eran visiones, yo voy a tomar, y si veo algo, me dije, le voy a partir para arriba y decir: No, yo sé que no es eso, en vez de decir que era eso, y así mismo hacía.
Las pastillas, además de las visiones esas, me dan ánimo. Me siento contento, me dan muchos deseos de trabajar. Cuando estoy así, yo trabajo. Me da por lavar. Me da por planchar… lo que haya que hacer doméstico en la casa. Por la noche, no duermo. Me meto la noche entera trabajando, lavando, limpiando. Lo que haya que hacer, lo hago. Me siento bien y me entretengo con eso; me gusta organizar las cosas, poner las cosas bonitas así, que amanezca la casa linda... Ahora, cuando me empastillo, si veo cosas, me hago el disimulado, el que no las vi. A veces son gente agresiva, otras veces, no. Otras veces son amigos míos, que yo los veo y hablo con ellos normal. Las mujeres desnudas nunca las vi. Tomé pastillas buscando mujeres desnudas… y nunca las vi. Tuve que buscarlas yo a capela, de verdad. Con las pastillas, no salían. ¿Mujeres desnudas? Hombres desnudos eran los que salían. No es fácil... Con las pastillas no es fácil.
Intento encontrar solución a mis cuestionamientos filosóficos acerca de la vida en la expresión anómala de la existencia de Barceló, pero las dudas saltan en contra de mis propósitos, pues: ¿quién fue en realidad este sujeto?
Recurro a mis clases en la universidad, repaso libros y revistas que alguna vez leí, analizo teorías, desecho escuelas, planteo hipótesis y recorro intrincados caminos del pensamiento, pero lejos de arribar a una conclusión convincente, siempre vuelvo al punto de partida.
¿Quién fue Noel Barceló?
¿Un sujeto estigmatizado por una carga genética defectuosa? ¿Un individuo retorcido por las condiciones sociales en que se desarrolló? ¿Ambos factores interactuando en una macabra unión?
Pero, independientemente de las causas: ¿Quién fue verdaderamente este individuo?
Habrá quienes piensen que era un psicópata, o quizás, un esquizofrénico. Otros asegurarán que un simple y vulgar delincuente; un pobre diablo a quien le tocó perder; un encarnado con un karma que cumplir.
Soy un psicópata auto agresor. Tengo el problema que me auto agredo. En una ocasión intenté ahorcarme, otra vez, me di una puñalada, me envenené, pero no me llegué... Me hice unas cuantas barbaridades.
Independiente de su autodefinición, fabricada con elementos oídos y experiencias vividas, y no por razones de autoridad, insisto en penetrar en la vida de Noel Barceló. Seguir, paso a paso, la senda de sus recuerdos y llegar a la esencia de su condición. Para ello, debo prepararme, estar alerta y no dejar que nada me asombre.
Cuando salí de noveno fue que me puse a trabajar... Porque no me gustaba estudiar. Me hubiera gustado coger una carrera, pero no... Pensé que nunca iba a llegar a coger la carrera. Ya había desaprobado un grado, y el escalafón que tenía, no era bueno. Iba a coger una bobería y dije: «Na, yo quisiera coger una cosa de altura». La situación económica mía en esa época era bastante pésima, porque éramos siete hermanos y estábamos todos ahí, y mi mamá sola luchando para nosotros, y la chequera que les mandaban... A mí, no. Yo no cogía chequera de mi papá. Nunca. Mis hermanos eran los que cogían... Cinco pesos por cada uno, y la otra hermana mía, veinte pesos que cogía. En mi casa vivíamos mi mamá y todos los hermanos y más nadie. Casi todos los días mi abuelo me llevaba para su casa. Como la cosa estaba mala, comía y almorzaba allá con mi abuelo. Vi la necesidad grande aquella y quise empezar a luchar.
Empecé a trabajar autorizado por el estado. Yo tenía dieciséis años, me puse a trabajar en Cienfuegos, en la Cen[1]. Entonces tuve problemas allá, y me mandaron para acá.
El jefe de brigada nunca supo que iba a hacer con él. Desde que el secretario de la organización política juvenil de la fábrica se lo trajo, protestó:
―Yo cumplo órdenes ―dijo el emisario―. A mí me dijeron que te lo trajera y aquí lo tienes ―y dando por terminada la conversación comenzó a alejarse, pero se detuvo un último momento y le lanzó la sentencia final de aquella discusión―. Si no te cuadra, se lo llevas al director.
El jefe de brigada conocía bien el manejo de la ubicación del personal y lo que significaba que fuera un político quien hubiera traído al joven. Se quitó la gorra y se pasó la mano por la frente en busca de una tarea propia para aquel muchacho imberbe y debilucho.
Noel había observado la escena y, aunque sin ninguna manifestación visible, estaba molesto. Cuando gestionó trabajo a través de la asistente social que atendía a su familia, nunca pensó en que lo mandarían para un lugar así. Alejado de la ciudad y con el sol de la costa cercana castigando fuerte, el sitio no era nada alentador. Cientos de hombres y equipos de la más diversa índole abrían huecos, cambiaban de lugar pilas de tierra y levantaban un polvo fino y blanco, que se adhería al sudor de los cuerpos, dándoles, desde lejos, la impresión de fantasmas castigados a sufrir.
―¿Cómo te llamas?
Pero Noel no contestó la pregunta que le hacía el jefe de brigada, sino que, con arrogancia y agresividad, le espetó:
―Si no le conviene, yo mismo me voy.
―Mira, muchacho, no me jodas.
El grupo de obreros, que estaba cerca, había dejado de mover los picos y las palas y, propiciándose un ligero descanso, estaba atento a la conversación. El jefe de la brigada se percató de ello y antes de continuar hablando con Noel, atravesó con su voz las emanaciones de calor de la tierra calcinada:
―Vamos, a trabajar, que esto a ustedes no les interesa ―volvió entonces a enfrentarse a Barceló y continuó―. Yo aquí necesito hombres, no muchachos pajeros que no saben ni lo que es una mujer.
―Y yo, saber dónde están los albergues.
"La primera mujer de él fue Gipsy".
(Testimonio de Magdalena, una de las hermanas).
Noel la vio venir de lejos. Sabía quién era y hacia dónde se dirigía, así que corrió a su casa, se puso una camisa y se alisó el pelo.
Si toda aquella zona hubiera estado poblada de casas, como unos años atrás, no la hubiese visto, pero por la construcción de la Plaza Ernesto Che Guevara, las familias que allí residían fueron trasladadas a otros puntos de la ciudad, y ahora, el césped y diferentes estructuras de hormigón, adornaban los alrededores del inmenso monumento de bronce y mármol verde. Una elevación del terreno en el que crecían árboles y diferentes arbustos, marcaba el límite sur de la explanada del mausoleo, no obstante detrás de la vegetación, una hilera de casuchas, a ambos lados de una polvorienta calle, permanecían recordando lo que fuera un miserable barrio suburbano, presto a desaparecer.
Los muchachos del lugar acostumbraban a reunirse en tan estratégico lugar. Se metían en cualquier tema que los hiciera más hombres; admiraban a sus héroes relatándose los últimos atracos de estos, y planificaban alguna nueva bellaquería.
Esta vez, la muchacha vestía con el uniforme de estudiante de medicina. Recién había comenzado su carrera y venía para que la tía la viera. Hacia la casa de esta se dirigió Noel para estar presente cuando la muchacha llegara.
―¿Mercedes, el enano está aquí? ―preguntó como excusa innecesaria para justificar su presencia.
―No, pero está al llegar.
―Lo voy a esperar.
"Ellos se ajuntaron cuando ella era señorita y estaba estudiando medicina. Su familia no quería, porque decía que Noel era un delincuente, pero ella se enamoró de él. Él cogió y la partió... La perjudicó, la hizo señora. Bueno, se fueron a vivir para su casa, pero entonces ella le caía mucho arriba cuando él venía borracho y eso. Él le daba tremendas manos de golpes, peleaban, y ella se iba para su casa, después él iba y le chiflaba, y ella salía y se iba para la casa de él. Volvía a suceder lo mismo. Una vez le metió una mano de golpe que le partió un tocadiscos en la cabeza; otra, la metió de cabeza dentro del refrigerador... Bueno, le hizo lesiones graves. Se pelearon. Después vuelven, y así fue siempre".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
Cuando me botaron de Cienfuegos, vine de nuevo para Santa Clara. Estando aquí, me mandaron para un centro de trabajo ahí, en la tenería Gerardo Abreu Fontán.
"Un día, entré de pronto, lo vi dándole golpes a la mujer, y le salí al paso:
―¿Noel, por qué le estás dando?
Entonces él me dijo:
―Tú no te metas. Nos echó un galón de alcohol a las dos para darnos candela, y los fósforos no le rayaron en el momento. Entonces lo cogí y lo tranquilicé, y al otro día se sentó allá atrás y me pidió disculpas, empezó a llorar, que eso no estaba en él. Y no era empastillado. Cuando él se empastillaba era el niño más lindo que había, el hombre más noble que había. Yo lo conocía, porque yo tomaba pastillas junto con él".
(Testimonio de Mariano, uno de los hermanos).
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