domingo, 31 de octubre de 2021

COMIENZAN LAS AUTOAGRESIONES

(Después de varias indisciplinas y sus respectivas sanciones en la celda de castigo, el oficial que apadrinaba a Barceló, lo sigue ayudando)

Entonces me llevó para otro taller. Para la zapatería, a trabajar. Habló con Luis Juárez, el jefe de ahí, y le dijo:

―Mira este, ah, ah, ah...

Estaba en la zapatería trabajando y me metí como un mes y pico sin problemas, y trabaja y trabaja y trabaja, pero un día, Luis Juárez, se pone a hacer un cuento de que cuando él estaba en Angola…

La lluvia caía pertinazmente haciendo más difícil la marcha de la caravana. La carretera, producto de la guerra, y de las lluvias, estaba en muy mal estado y a cada momento había que parar por un camión atascado. En ese momento, los zapadores aprovechaban y revisaban un buen tramo del camino. Otras veces había que detener la marcha para que ellos pudieran hacer su trabajo de detectar las minas que harían volar en pedazos a vehículos y soldados.

En los dieciocho meses que llevaba en Angola, Juárez había viajado al sur en tres ocasiones, pero esta vez llegaría cerca de las fronteras con Namibia, pues el frente había ido avanzando y ya se pensaba en el fin próximo de la guerra. Aquella ofensiva, posiblemente sería su batalla final.

Cuando, en Cuba, lo reclutaron, por su edad, dudaron de enviarlo, pero él insistió en venir y alegó el resultado positivo del chequeo médico, pero se había equivocado: ya estaba viejo y cansado, y aunque ni siquiera se permitía el arrepentimiento interno, quería que toda aquella pesadilla terminara pronto.

El vehículo en el que viajaba, se encontraba en la retaguardia, y por ello, la sensación de no avanzar, se hacía mayor. Quince hombres con los uniformes sucios y mojados, un arma en las manos, y en silencio, frente a otros quince hombres iguales, con los mismos recuerdos y semejantes anhelos. Solo un detalle los diferenciaba, y era el número de la chapilla que llevaban colgada al cuello y que le meterían en la boca en caso de morir en aquella guerra.

Que si esta vida, y que esta otra. El asunto es que dice les hicieron una emboscada, que cogieron a todos los compañeros, y que él salvó a toda esa gente. Que para salvarlos, se paró en una loma y dijo:

―Oigan, todo ese terreno está minado. Nada más que tengo que apretar no sé qué cosa y va a volar todo el mundo.

Los seis o siete hombres que trabajaban en la zapatería permanecían atentos a la historia. No porque la historia fuera nueva para ellos, pues el jefe del taller la había contado ya en otras muchas ocasiones, sino porque sabían que a él le gustaba que lo escucharan y porque de esa manera, descansaban un rato del constante claveteo sobre las gastadas suelas de viejas botas que se les entregaba a los reos.

Barceló había llegado hacía muy poco al taller, pero diestro como era, ya dominaba el tosco trabajo y se había acostumbrado al típico olor a cuero y pegamento del lugar. Sin embargo, las aventuras del jefe de la zapatería, eran nuevas para él.

Ahí dice que los tipos de la Unita se rindieron y levantaron las manos. Cuando yo oí aquello, me eché a reír.

Y como si la carcajada fuerte y espontánea que le brotó hubiese sido poca ofensa, Juárez, rojo por la ira, y los reos, mudos de asombro, le oyeron a Barceló decir:

―Eso es mentira tuya.

―Oye, falta de respeto...

Era un viejo resabioso de esos.

―¡Aquí no te quiero más trabajando! Mira, que se lo voy a decir ahora a Frómeta, y lárgate.

Y me sacó otro guardia para afuera y me botó. Entonces, me quedé fuera del trabajo, pero eso es lo malo, porque ahí es donde uno se pone a pensar, con rabia, y se le ocurre a uno cualquier barbaridad. Por suerte, Brito vino y habló conmigo otra vez, y me dijo que me había resuelto un plan profiláctico. Al menos era una esperanza. Tenía que ir todas las semanas a una reunión que me hacían para ver si me portaba bien y me podían sacar para un abierto a trabajar, y así me tenían motivados ellos, y yo estaba normal. Hasta que al fin, me lo gané. Entonces me sacaron para fuera a trabajar a una brigada del maíz. Estaba mejor. Eso es afuera del cerrado y uno se siente mejor.

A medida que el camión se alejaba de Encrucijada, se empezaron a dejar de ver casas de campesinos y señales de vida humana. Pronto la carretera se convirtió en un camino de tierra que atravesaba una llanura despoblada que se perdía en el horizonte. La vegetación era rala y la atmósfera cargada de un extraño olor a salitre y azufre.

La nube de polvo que el vehículo levantaba a su paso sobre el camino, imposibilitó que los reos que viajaban dentro de la techada cama del camión vieran por dónde iban. El guardia que custodiaba la tapa posterior tuvo que amarrarse un pañuelo sobre la boca y la nariz, y los presos cerrar los ojos.

El zarandeo producido por lo accidentado del camino, cesó media hora más tarde, cuando el vehículo se detuvo un momento. Se había detenido frente a la puerta de un recinto cercado. Entró, y entonces les dieron órdenes de bajar del camión. Cuando le tocó su turno, Barceló descendió y se sacudió el polvo de la ropa antes de mirar a su alrededor.

La unidad estaba compuesta de tres edificaciones distribuidas en forma de u. Dos eran los albergues de los presos, y en el tercero se encontraba el dormitorio de los guardias, la cocina y el comedor. El lugar era pulcro. No faltaban las plantas de flores junto a los edificios y no había rejas.

Respiró satisfecho y dejó entrever una ligera sonrisa, pues el sitio le había gustado.

Tendría que trabajar duro en labores agrícolas, pero el abierto era la antesala para la calle, y el sentirse libre de nuevo, era su máxima aspiración.

Me metieron hoy y al otro día que me sacaron... Mi hermano estaba ahí, preso también, y se fugó de ahí, de los alberguitos que estaban en el campo. Y cuando se fugó, urgentemente Alcántara me mandó a buscar, porque mi hermano se había fugado. Me embarcó mi hermano, porque yo estaba fuera, trabajando ya. ¡Coño! ¿Qué es esto? Cuando yo estaba ya afuera trabajando y miren lo que me hicieron. Me trancaron para dentro otra vez. ¡Coño! Ahora sí estoy embarcado. Estaba trabajando, y ahora, hasta que no cojan a mi hermano, no me sacan a mí para afuera. Me trancaron. Me llevaron para el cerrado otra vez. Empecé a coger crisis de nervios. Eso fue lo más grande de la vida. ¿Y qué hago ahora?.

―¡Rápido, enfermera, tráigame guantes y equipo de sutura!

―Está pálida, doctora. ¿Qué le pasó?

―Ven para que me ayudes. Ahora te explico.

"Él había tenido un accidente en la sierra y perdió dos dedos de la mano izquierda, y otro que se le quedó seco, y él quería que lo operaran para ver si se le arreglaba. La doctora le dijo que no podían operarlo, porque estaba preso, y Barceló cogió un cuchillo y se lo picó alante de la doctora. Entonces ya nada más que le quedó el índice y el gordo. Fue cuando a él lo ingresaron en el psicriático por el dedo cortado. Cuando eso, yo no estaba con él, pero me sé el cuento".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

El Tite había logrado sacar una cuchara del comedor y la guardaba en el fajín del calzoncillo, para que no se la encontraran si hacían una requisa inesperada en la unidad. Frotándola contra muros y paredes, le fue sacando filo al cabo, y no demoró en lograr un arma con la que defendería lo que consideraba suyo.

Por ella había dejado a Mayín y a La Pollera, maricones que lo tenían a él como siempre le gustó vivir: como un rey, y no iba a permitir que Antonio, con sus mañas y brujerías, le quitara a quién lo había hecho feliz por tanto tiempo y por quien, solo para poder estar juntos en el mismo pabellón, él se había infestado con el virus del Sida. Estaba decidido a todo, porque sin La Montiel, a él no le importaba nada.

A Antonio le habían contado lo que él se había ocupado de pregonar, y sabía que el matancero, además de valiente, estaba preparado.

La ocasión no se hizo esperar y cuando llamó a su contrincante, fue La Montiel quien se le encaró y le escupió en la cara las palabras que terminaron por cegarlo.

―Tite, déjanos en paz.

―La gente de Matanzas es brujera y te tiene trabajado. Montiel, tú no puedes haberme dejado de querer.

―Antonio me ha hecho sentir lo que tú nunca lograste, Tite, y yo no lo voy a dejar para volver contigo.

Y aunque su cuchara afilada no era para dañar al muchacho que reclamaba, contra él la esgrimió sin percatarse del cuchillo que se dirigía a su hígado. Un hilillo de sangre le brotó por la comisura de los labios cuando ya estaba en el suelo. Desde el piso, lugar al que no van los reyes ni los bugarrones, dijo sus últimas palabras.

―Montiel, yo te amo.

Datos de la Historia Clínica de Noel Barceló García del Hospital Psiquiátrico de Santa Clara.

Ingresa el 4 de julio de 1994.

Preso. Veintisiete años. Se amputó el dedo del medio de la mano izquierda. Alega que lo hizo porque Tite pide sangre.

Sus alteraciones actuales aparecen a partir de que en la prisión matan al Tite, su yunta. Ha jurado matar al asesino de este.

Refiere alucinaciones auditivas e ideas paranoides.

En esa ocasión es diagnosticado como: Síndrome Psicopático Delirante Paranoide, de características reactivas. Inteligencia normal.

<<La auto mutilación espectacular en los enfermos esquizofrénicos (por ejemplo, el arrancamiento de un ojo o sección del pene), se produce, probablemente, en menos de uno por ciento de los casos. Se le ha llamado el Síndrome de Van Gogh, y algunas veces puede ser la expresión de convicciones delirantes dismorfofóbicas, que son convicciones irracionales de que existe algún defecto grave del cuerpo>>.[1]

"Ellos eran amigos inseparables. Desde que estaban presos siempre andaban para arriba y para abajo. Se conocían de la calle y en la cárcel estaban juntos, cayeron casi juntos, se puede decir".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Yo me arrebaté porque me sacaron del abierto y me trancaron otra vez. Empecé a coger crisis y me corté el dedo. Me ingresaron en el psiquiátrico, y allí me arrebaté más, pero me mandaron de nuevo para la prisión con un tratamiento de haloperidol y esas cosas. Me trancaron otra vez en la prisión y como no tenía escapatoria, ahí fue que comencé a hacerme cosas. Hice un crucifijo de madera y con una puntilla me clavé en la mano de lado a lado. Hablé con uno que estaba pinchado completo, que se llamaba Antón, que se abrió la barriga que aquello fue lo más grande de la vida. Entonces hablé con él, y me clavó la cruz aquella. Y así, me ponía a pregonar como si fuera Jesucristo, por todo el patio del penal, con aquella cruz guindando clavada y hablando de Jesucristo y hablando...

"Él vino un viaje diciendo que la Biblia... Que ahora sí era verdad que se iba a meter a cristiano, que iba a ser Testigo de Jehová, que la gustaba la religión del hombre que vive ahí enfrente, que iba a empezar a ir a la iglesia, que a él no le gustaba la de brujería ni nada de eso. Hay veces creía en Dios, y te digo, hay veces que no. A veces tú lo sentías aclamando a Dios, y hay veces que decía: veinticinco mil disparates. De verdad, yo creo que él no creía en nada, porque cuando él se arrebataba, aquí en la casa tumbaba todos los santos y rompía los altares que uno tuviera".

(Testimonio de Magdalena, una de las hermanas).

Todo era para yo hacer el paripé de loco y locuras. Andar con la cruz... Me encantaba hacer esas cosas y el traqueteo que se armaba. Me sentía bien haciendo eso. No sé qué cosa era eso. No, ¿para qué? Y por ahí, para allá... Entonces me pasé una lima por el pie, de lado a lado. Me clavé el zapato y todo. Me tuvieron que llevar para la enfermería para sacármelo. Me llevaron para la enfermería y me metieron una anestesia. Era una lima ratón, de esas que son de tres lados. Me sacaron la lima aquella y por ahí, para allá, hice treinta y cinco mil más de cosas. Ahí empecé a agredirme.

Los comentarios de lo que Barceló se hacía, pronto comenzaron a circular en otros pabellones de la prisión y en otras unidades; bastaba que un reo fuera trasladado de centro penitenciario, y con él las versiones de lo que no demoró en considerarse hazañas. De boca en boca de guardias, médicos, empleados y familiares se fueron transmitiendo los hechos; tergiversados por el fenómeno del rumor, la leyenda no demoró en gestarse.

"Él ya se había picado tres dedos y uno le quedó seco, entonces le dijo al cocinero: «Préstame acá el cuchillo», y se picó el dedo, y el cocinero hizo así, y se desmayó. Con la misma, Noel cogió el dedo así, y salió caminando.

¿Y la historia de cuando se cosió la boca y se metió veintiún días sin comer?"

(Testimonio de Miguel uno de los hermanos).

Me planté para hacer una huelga de hambre y me cosí la boca con alambre. Me hice un hueco aquí, en el labio de arriba, me amarré el alambre ahí y lo pasé por el labio de abajo. Después me puse un alambre en cada oreja y los cogí con el de la boca, para que pareciera un freno de caballo. Me metía una aguja por aquí, por el brazo y me la sacaba por el otro lado. Hice mil barbaridades de esas. Lo hacía para intimidar y porque me gustaba. Me gustaba hacerme esas cosas; el dolor me gustaba. Me sentía bien cuando me hacía algo de eso. Yo después también me abrí la barriga: con la barriga abierta... ¿Tú sabes por qué yo tengo dos operaciones? Esta cicatriz es una operación… porque me tragué dos rayos de bicicleta y me perforó el deudeno y el intestino delgado. Me perforó al mes. Me tragué un bisturí, una jeringuilla y un bolígrafo de esos, de tintas de tres colores, y me pasé un mes cagando de distintos colores. Todo eso me lo tragué en la cárcel. Me dio por tragarme eso. Entonces me llevaron al hospital, porque me daban muchos dolores, me estaban pinchando por dentro y aquello me daba un dolor de madre. Y no me querían operar.

―No, hasta que no perfore, no se le puede quitar.

Y entonces yo cogí y me abrí la barriga. Cuando me abrí la barriga, que estaba ya casi con los mondongos afuera, me fueron a montar en la ambulancia para el hospital, el jefe de unidad:

―¿Y a este que le pasó, y a dónde va?

―Al hospital, que se abrió la barriga.

Dice:

―No, no. Aquí se han abierto la barriga Falcón y un montón de gente, y no se han llevado para ningún hospital. Llévalo para la enfermería y cóselo ahí mismo.

Las dudas que despierta Barceló no son solo con respecto a su condición misma como persona, sino a las valoraciones que se pueden desprender de lo que dice de los demás. ¿Hasta qué punto un régimen penitenciario permite barbarismos como el que describe? ¿Hasta dónde el trato sostenido de los agentes de poder y autoridad con individuos privados de su libertad provoque actitudes insensibles? ¿Es que acaso la pérdida de los derechos ciudadanos, priva de uno de los más elementales derechos humanos, como es el derecho a la salud? O, simplemente, todo esto no es más que adorno ficticio y truculento de un ser indolente a una historia de por sí siniestra.

Me cogieron y cuando me fueron a poner anestesia, dije que no y me cosieron a sangre fría ahí mismo. Me metieron para allá para la enfermería, entonces el jefe de los médicos, me decía:

―Haz algo nuevo, haz algo nuevo. ¿A qué no haces algo nuevo?

―Está bien. Yo voy a hacer algo nuevo.

En algún lugar está escrito que la medicina, más que profesión, es vocación. Vocación de sensibilidad humanista, digo yo; mas parece que este médico no fue signado con la necesidad de consolar y hacer el bien. O quizás, sí, y Barceló me mintió para resaltar lo que creía su rol de héroe.

Llegué, cogí todos los colchones de la enfermería, cogí los mosquiteros, los pijamas y los hice una pila grande así. Cogí una fosforera y pluf... le metí candela. Aquello parecía una sartén echando candela por arriba. Cuando aquello empezó, el médico salió corriendo:

¿Te volviste loco?

―¿Tú no decías que querías algo nuevo? Esto no lo ha hecho nadie aquí. Ahí tienes.

Muchacho, me querían meter... Decían que eso era atentado... ¿Cómo se dice eso que dicen que es contra el gobierno? Contrarrevolución. Muchacho, me llevaron para allá, y qué sé yo y qué sé cuándo, que era contrarrevolución. Entonces me mandaron para que me viera el siquiatra de la prisión. Él es médico, pero está más arrebatado que los locos. Fíjate si ese tipo está loco, tiene que estar loco, que dijo:

―¿Cómo me van a mandar este que se abrió la barriga? ¿Qué hago yo con este que se tragó tantas cosas y las tiene dentro?

Entonces me dijo:

―Te voy a mandar ahora a la consulta de un médico. Tú trata de coger las llaves del médico y comértelas. Te comes las llaves, él tiene que abrirte obligado, porque son las llaves del carro y las llaves de la casa. Abrirte para sacarte las llaves, así aprovecha y te saca lo demás. O si no, coges una botella de las verdes esas, que son gordas, y machúcalas bien y te comes una buena cantidad de vidrio que eso perfora rápido y te sacan todo lo demás.

Si no fuera porque vi en el cuerpo de este sujeto todas las cicatrices y secuelas de amputaciones que atestiguaban la veracidad de sus acciones, no le creería ni media palabra de lo que hubiese podido considerar patrañas de una historia farsesca. Mas, lo que dices de lo demás, contradictorio e inverosímil, no tengo porque creerlo. A no ser que la puerta del infierno esté en la entrada de un presidio.

Cogí una botella verde, la rompí toda... Aquello fue lo más grande de la vida. Me metí como una semana cagando sangre y no me perforó nada. Todo para el lío de la operación, pero nada me pasó. Aquello no fue fácil. ¿Ahora qué hago yo? No pasó nada, y los dolores me están matando, y no me puedo abrir más la barriga, porque Frómeta no me va a dejar ir más al hospital. Tengo que inventar otra cosa. Cogí una jarra de cal preparada y me la tomé, por poco me asfixio, y se me quemó toda la garganta. Tuve que estar un mes tomando sopa. Nada. Y entonces, un día, sentado en la enfermería, tomando un medicamento para el dolor ese que tenía... El problema es que cuando yo comía, el estómago se ponía ancho y las cosas que tenía dentro ya no molestaban, pero cuando el estómago venía vaciándose, se iba poniendo chiquito y pinchaba. Eso fue antes de almuerzo... Me estaban pasando un medicamento para el dolor y ahí mismo me quedé. Cuando eso perfora, uno no puede ni moverse, y me quedé ahí mismo. El médico:

―Oye, cuidado con la jeringuilla, que te estoy pasando un medicamento.

―¿Qué jeringuilla ni jeringuilla?

Me caí. Cuando me caí, el médico vino… el jefe de los médicos:

―Oye, estira los pies.

―Que no puedo estirar nada. ¡Qué dolor!

Y comencé a vomitar. Eso son síntomas de perforación. Me montaron rápido en una ambulancia y me mandaron para el hospital. Entonces cuando llegué al hospital, no me hacían caso, de una camilla para otra... Como yo iba cada rato haciéndome el perforado para ver si me operaban... Yo gritaba, pero nada. Me volvió a tocar el mismo médico que era un tipo blanco en cana, entonces cuando me fueron a pasar de una camilla para otra, con trabajo, porque me dolía mucho, díceme el médico:

―¿Para qué estás disimulando tanto? Te vas a caer de la camilla. No disimules tanto.

Él pensaba que yo estaba filmando. El médico me dijo:

―Barceló, no vayas a fingir tanto que te vayas a caer de la camilla.

Yo le dije... No. Trate de contestarle algo malo, pero no pude, por el dolor que tenía. Entonces, me puso para la otra camilla y me empezó a palpar, a revisarme, y me dijo que no tenía nada. Les dijo a los guardias que habían ido conmigo de conduce, que me podían llevar otra vez para la prisión.

¿Fue insensibilidad o la falta de conocimientos lo que llevó a este médico, con una evaluación superficial, a descartar técnicas y procedimientos de diagnóstico y a una conclusión equivocada? ¿Una patraña fantasiosa de Barceló…?

Entonces, cuando iba montado en la camilla, saliendo del hospital rumbo a la prisión, veo a un amigo mío que era cirujano y le conté el problema, y entonces, eso fue facilito: sacó la libreta de él y me mandó para Rayos X.

―Ve para Rayos X, trata de hacerte la placa esa, que yo voy ahora a recoger el resultado.

Me dijo así, porque yo no podía ni estirarme. Fui, me hicieron la placa, y ya estaba perforado. Ya los alambres se habían salido. Entonces el cirujano le dijo al otro médico:

―Tengo que hablar con usted, porque esto es una falta médica, de ética. Después hablo con usted; ahora lo que me interesa es el caso. Yo soy quien lo va a operar.

Y él fue quien me llevó para el salón. Me operó, y salí bien. Entonces me llevaron para la sala esa de arriba, la de los presos; me hicieron un análisis de sangre y tenía la hemoglobina en seis. Parece que no me pudieron transfundir allá abajo, en el salón, y entonces volvieron otra vez a lo mismo, a la misma discusión. Me traspasaron transfusiones, y ahí estuve hasta que me recuperé, que me mandaron para la prisión otra vez. Entonces me pusieron a trabajar en la enfermería repartiéndole medicamentos por la prisión.

 

 



[1] Freedman M., y otros: Tratado de Psiquiatría, Ed. R, Ciudad de La Habana, 1982.

 

domingo, 24 de octubre de 2021

Indisciplinas y castigos

(En el fragmento de la semana pasada, Noel le reclama a un grupo de presos por haberle estado comiendo los alimentos que la madre la había traído y recibe una golpiza)

Esa gente tengo que cazarla yo, porque esa gente son guara. Son de La Habana, y entonces toda la gente de La Habana te cae arriba. Esta gente no es fácil. Esta gente hay que inventarle aquí para poder sobrevivir. Por la mañana saqué una cuchilla Astra y la envolví por detrás con tela, para no cortarme. De un lado del filo le hice un entise: eso se llama, entise. La cogí nueva de paquete. Salí para el desayuno, pero ellos salen como siete antes de mí. Están por allá. Entonces cuando tú vas por la carretera... la carretera de la prisión es la que te lleva al comedor. Al lado de la orilla de la carretera hay un guardia aquí, otro aquí, aquí, con manguera; quiere decir que tienes que ir con las manos detrás, y si te sales de la rayita, te meten con la manguera.

―¡Ay!

Si no te pones las manos detrás, te meten con la manguera: un trozo de manguera, tipo de un bastón de esos.

―¡Huy!

El tipo que me dio los piñazos va como siete presos delante de mí. Y ahora, ¿de qué forma yo me pongo detrás?... porque yo me voy a poner detrás, para picarle la cara, y si el otro se tira, lo pico también. Entonces me salí, empecé a adelantar.

―¡Ño... Flojo!

Cada vez que me salía, me cogía un verdugazo, pero bueno, adelantaba y me metía delante de otro.

―¡Ay!

Cogí como siete manguerazos en el traqueteo ese, pero me le puse atrás. Durante el desayuno, cuando él puso el jarro para que le echaran la leche del desayuno, le hice así con la cuchilla, para arriba, y le rajé toda la cara. Ahí se formó.

Como cuando una piedra cae al agua, la onda reactiva se extendió rápidamente y Noel se aprovechó de ella, para tratar de quedar oculto en la confusión; disimuladamente había soltado la cuchilla. El habanero se había llevado las manos a la cara y se movía asustado sin saber qué hacer. Su amigo no lo protegía, y aunque el picar la cara era venganza, que no conllevaba la muerte, en ese momento no pensó en ello y esperaba una segunda herida en el cuerpo.

Los reos que servían la leche y entregaban el pedazo de pan al otro lado del mostrador, saltaron hacia atrás. Los que estaban de pie, se apartaron, y todos los demás se levantaron de sus asientos. Los más cercanos, para alejarse, y los del fondo, para tratar de saber qué había ocurrido. Un murmullo indescifrable se levantó, acompañado de ruidos de latas y cucharas que caían al piso. Al romperse la tranquilidad y el orden a los que estaban acostumbrados, los guardias reaccionaron tal y como se les había condicionado, y pronto todo fue una gran confusión.

La policía con las mangueras, dándole manguera a él, que estaba picado, a mí que era el que estaba picando y a todo el que estaba ahí: prim-pram. Mira, el problema es que mi mamá se suda mucho en la calle y meroliquea mucho, para lucharme a mí las cosas mías, para que venga ningún gracioso de estos, ningún descarado de estos, a comerme las jabas mías; porque cogieron una jaba mía y me la comieron y, después que me hicieron eso, me dieron una tremenda mano de golpe, fui a reclamar y me dieron tremenda mano de golpes. Eso se lo dije a un reeducador ahí, que vive por mi casa, le decían Quintero.

―Oye, Barceló, ¿por qué tú hiciste eso?

Y le conté. Quintero dijo:

El que está herido, me lo meten para la celda.

Metieron al tipo para la celda, y a mí me llevaron para la policía a levantarme actuación. Me echaron dos meses y me mandaron para el destacamento. Entonces, como ellos son una guara, la gente de La Habana ya me estaban velando la pelea, para meterme mano otra vez, entonces hablo con Quintero y le digo:

―Mira, Quintero, la situación es esta.

Y me dijo:

―No tienes problemas.

Cogió y reunió las naves, los destacamentos de ciento y pico de gente, y dijo:

―Miren, caballeros, yo sé que ustedes son guareros, pero yo tengo más guara que ustedes, porque yo tengo una guara de una guarnición completa. Si le pasa algo aquí, a este muchacho, lo vuelven a cuquear o a decirle algo otra vez, no voy a tener compasión y voy a traer la guarnición y le vamos a dar una mano de palo a toda la guarita si tienen problema con él.

Después de aquello, me tenían así: en la palma de la mano. Me llamaban para el cuartel a darme queso... Entonces, ¿qué pasa si yo me hubiera quedado callado cuando ellos me comen la jaba, hubiera embarajado de que no los vi, y entonces cuando saco la jaba no reclamo nada? Cada vez que mi jaba venía ahí, me la comen toda. Y no era eso solo, después me hacen cualquier cosa y tengo que aceptársela. Me decidí a hacer eso, y ¿tú sabes por qué me decidí a hacer eso? Porque tenía una bola de años echados, tenía diez años echados y tenía que asumir, aunque me partieran todo. Y como ese, tuve más problemas de esos.

Según el horóscopo chino, Noel es gallo, y los gallos se sienten verdaderos héroes, que miran más al cielo que a la tierra. Siempre están dispuestos a meterse en aventuras, muchas veces destinadas al fracaso. Les encanta ser el centro de atención y que los demás estén pendientes de él, pero sin llegar nunca a ser un payaso o charlatán.

Los gallos suelen ser egoístas y presuntuosos, aún a expensas de acciones que vayan en contra de sí mismos; siempre han de tener la razón, aunque carezcan de ella. Son ahorrativos, amantes del dinero y sujetos de fiar.

En la cárcel nos ponen a trabajar en talleres dentro de la misma prisión. Talleres de acero, carpintería... En el de carpintería fue que yo perdí los primeros dedos.

"Él se cortó los dedos en la sierra, porque quiso. Gipsy, la mujer lo dejó, y eso lo defraudó mucho. Ella lo dejó, porque pensaría: si él se cortó los dedos, a mí me mataría".

(Testimonio de Felo, uno de los hermanos).

Cuando eso, el jefe de la carpintería se puso a decir que el accidente mío fue a propio intento, que yo metí la mano en la sierra. Entonces ahí me puse caliente y cogí un palo de escoba de la misma carpintería y le caí arriba con el palo de escoba. ¡Le metí una mano de palo de escoba...! Entonces el jefe de la prisión, me llamó para allá, y me metieron veintiún días para la celda. Yo tenía un padrino en la prisión, porque a todo el que es un poco regado, le ponen un guardia de padrino. Mi padrino era Brito, que era el segundo jefe de la unidad. Entonces el padrino mío, fue para allá, para resolverme el ir de nuevo para la carpintería, pero el tipo, el jefe de la carpintería, no quiso y dijo:

O él o yo.

El tipo también era guardia, pero ya estaba de civil y alegó que la carpintería era un trabajo voluntario que él hacía; él era jefe. Si él quiere te pone y si no, no. El primer jefe de la unidad era Frómeta, y Brito, el segundo, entonces se pusieron de acuerdo y me mandaron a trabajar para la cocina. Ahí también tuve problemas, porque comencé a cogerme la comida y a cambiarla por pastillas y a cambiarla por cigarros. Cuando me cogieron me metieron veintiún días para la celda.

Un pasillo interior conduce hasta la reja que separa las celdas de castigo del resto de la penitenciaría. Antes de atravesarla, al reo se le quita el cinto del pantalón y los cordones de los zapatos, así como cualquier otro objeto o prenda que no sea la ropa, para evitar que se pueda suicidar. Un nuevo pasillo de diez metros de largo, alumbrado día y noche por una bombilla incandescente, por no recibir la luz del sol, sirve de eje central a los calabozos correctivos. Cinco a cada lado, cada uno con doble puerta: la interna, de madera, con una pequeña ventana cerca del piso y con una trampa que solo se abre desde fuera; por ella, el preso recibe dos veces al día la bandeja de comida; por fuera de esta, una reja de hierro, asegurada también con un gran candado.

Abiertas estas puertas, se entra en la celda: un recinto de tres por dos metros, en el que hay una solapa de cemento adosada a una de las paredes, que sirve de cama, y un hueco sanitario en una de las esquinas interiores.

Cerrada la puerta, solo queda un reducido espacio donde moverte en medio de la oscuridad total, hasta que la pupila se dilata y se percibe entonces la luz, que se filtra por las rendijas de la madera.

Veintiún días.

Me sacaron de ahí, y vino el padrino otra vez a pasarme la mano.

―Coño, pero ya te puse en la carpintería y te buscaste problemas; ahora, en la cocina, te pones a cambiar la comida por pastillas y por cigarros. ¿Qué tú te piensas que es esto aquí? Mira, coge la tijera...

Yo era barbero.

―Te voy a dar la tijera, para que resuelvas, para que no estés trancado.

Cojo la tijera normal, y me puse a pelar guardias en el túnel. Eso es un túnel, por el que pasan al preso cuando va a visita o va a trabajo fuera de la unidad. Cuando regresa, lo pasan por ahí desnudo, para requisarlo, para que no pase cuchillos, no pase pastillas. Y cuando la visita, cuando va de aquí para allá, también; porque cuando la visita, la gente saca dinero, porque se hacen negocios ahí adentro. Te requisan bien y te llevan para la visita. Terminaste la visita: vuelves a pasar por el túnel. En el túnel aquel se pelaban los guardias, y entonces comencé con el traqueteo y pelaba bien, y la gente de lo más bien, y los jefes de secciones me decían:

―Oye, necesito que me peles los presos que mañana tengo visita.

Entonces yo pelaba setenta y cinco u ochenta presos. ¿Tú sabes cómo quedaba eso? Y pelaba ya con esta mano faltándome dedos. Cogía el peine aquí, cuando tenía la mano entera, y con la tijera pelaba: cha, cha. Yo soy derecho, pero como el pelado del preso... El pelado del preso es un pelado reglamentario, que es bajito: es rápido, tumbe y va directo, sin corte ni nada. Entonces tuve problemas.

En la Psicopatología Clínica, existe una entidad denominada Ciclotimia, que puede encontrarse como rasgo de conducta, trastorno de la personalidad y síndrome sicótico; esta daña la esfera afectiva y de relación del individuo, pero no así su escala de valores ni su inteligencia. ¿Qué gen, encima, viento o astro, determinaban los cambios de actitud de Barceló? ¿Hay, quizás, un ciclo interno capaz de modificar la psiquis toda de un sujeto? Hubiese alguna razón causal o por pura casualidad, la conducta de este hombre era totalmente impredecible.

Tuve problemas con un guardia de la prisión que se llamaba Mesa.

―Mira, yo voy a entrar ahí que voy a pelar a los reclusos del combatiente Pulido, el reeducador.

―Aquí no vas a entrar. Yo soy el jefe de la sección esta, y aquí tú no vas a entrar.

―Oye, sí tengo que entrar ahí. Tengo que pelar la gente ahí, que el mulato me dijo que entrara.

―Tú aquí, y con una tijera, no vas a entrar.

―Si tienes miedo que yo entre con una tijera en la mano, habla con el guardaespaldas para que me abra el destacamento, para meterme en el destacamento con la silla a pelar a los reclusos ahí.

―No, no vas a pelar nada.

Y siguió qué sé yo, que sé cuándo. Y empezó a calentarme. Porque él era un empachado, y no quería que yo entrara. Yo y él habíamos tenido dos o tres problemas antes. Entonces le dije:

―¿No me vas a dejar entrar?

―No.

―¿Tú no sabes que si yo quiero te saco los ojos con la tijera?

Y cogí la tijera en la mano así.

―Tú lo que me tienes cansado ya, negro.

Porque el tipo era negro.

―Negro descarado, tú vas a ver que te saco los ojos.

Cuando le dije eso, saltó para atrás:

―No, no... No tienes problemas.

Entonces me llamó y me enredó.

―No, no tienes problemas, Barceló, ven para acá.

Y empezó a reírse.

―Oye, mira, combatiente, ábrele ahí a Barceló y mételo ahí para eso, para que pele a esa gente. Oye, compadre, estaba jugando, estaba jodiendo contigo.

Y me metió para ahí. Salió para Orden Interior, donde estaban los pinchos gordos y vino como con diecisiete guardias.

―¡Me amenazó, me quería matar, me quería sacar los ojos!

Me cogieron y me metieron otra vez para la celda veintiún días. Me quitaron la tijera. Vino Brito, el padrino, otra vez.

―Oye, Barceló, ya es demasiado. No me pidas nada. ¿Tú sabes cómo está Frómeta contigo, el jefe de unidad? Está en candela. Ahora cuando le digan que tú querías sacarle los ojos a Mesa con la tijera...

―Eso es mentira de Mesa; yo no quería sacarle los ojos. Él lo que es tremendo ratón.

―¿Cómo es que le vas a faltar el respeto? Por eso es que estás aquí: en la celda. Vas a tener que jalar veintiún días otra vez.

Jalé una pila de veintiuno de esos. Al final me sacaron. Me dijo:

―Ah, te sacaron, ¿no?

Entonces me llevó para otro taller.

 

domingo, 17 de octubre de 2021

LA CÁRCEL

Diez minutos antes de la hora, dieron el último aviso. Los reclusos fueron cada uno para su celda y se prepararon para dormir. Era la rutina de todas las noches. Hombres diferentes. Altos, bajos, gordos, negros, flacos, blancos, mulatos, de todos los tipos imaginables, pero con un elemento común que, por encima de sus características tipológicas, los hacía iguales: reos. La razón por la cual cada uno de ellos había sido condenado, y ni siquiera su catadura moral, marcaban diferencias. Ladrones, retrasados mentales, violadores, asesinos, inocentes, traficantes, homosexuales... Todos en un aglomerado de hombres sin derecho a la libertad: presidiarios. Las luces fueron apagadas en el momento previsto y un silencio pestilente, solo roto por toses y pedos aislados, acalló el murmullo de última hora. Mas, cuando todos parecían dormir, una voz, intencionalmente fañosa, rajó la disciplina de la noche:

―Barceló.

A la señal de aquel nombre, un torrente de voces, primero centellantes desde distintos puntos y pabellones hasta organizarse en una sola expresión lanzada rítmicamente por decenas de gargantas como acusación del único delito que sí marcaba y repudiaba:

―Chiva, chivato. Chivato.

En esa época estuve ingresado en el psiquiátrico, y era por lo mismo, por ver gente, pero no era por pastillas. Eran otras causas. Me alteraba, y ya no sabía lo que hacía. Cuatro veces estuve ingresado en total. Tenía visiones también sin tomar pastillas. Y yo mismo me decía: coño, si yo antes tomaba pastillas y fue eso, ahora ¿qué cosa es?.

Resumen de la Historia Clínica del hospital psiquiátrico de Santa Clara, de Noel Barceló García.

20 años. Noveno grado de escolaridad. Ayudante de construcción.

Ingresa a las diez de la noche del 6 de diciembre de 1989, por crisis de excitación e ideas suicidas.

La mamá refiere que, acusado de hurto, lo condenaron a dos años de prisión por el robo de una bicicleta, pero solo cumplió un mes y ahora se encuentra con reclusión domiciliaria. Por este cambio de condena, el verdadero culpable del robo lo acusa de haberlo delatado.

Lo describe como irritable, conducta antisocial y con dificultades en el trabajo y en la escuela de donde lo botaron por inadaptación. No le gusta aceptar órdenes. Tiene complejos de minusvalía. Es impresionable, inestable anímicamente, genioso, con bajo nivel de tolerancia a las frustraciones, agresivo y explosivo.

Sin causa aparente, hace un año intenta suicidarse con ingestión de sicofármacos. Hace veinte días, de nuevo hizo un intento de ahorcamiento, sin conocérsele causa para el mismo. Hoy, sin estar ebrio ni endrogado, tuvo una crisis de excitación, rompió múltiples objetos en la casa y finalmente, «por indicación de su abuelo muerto que le hace señas, para que se vaya con él», se echó keroseno con fines suicidas.

Tres días después fue dado de alta, con los dictámenes de:

Diagnóstico sindrómico: Síndrome de excitación psicomotriz.

Síndrome psicopático.

Diagnóstico: Intoxicación alcohólica.

Psicopatía.

Tres días más tarde ingresa de nuevo por crisis de agresividad. En la casa agredió a la madre con un cuchillo y le dijo que ella le tenía envidia. Esta refiere que lo ve sin ánimo, inquieto, que no duerme y que de nuevo hizo otro intento suicida por indicación del abuelo muerto que le dice «ahórcate». Ve mujeres vestidas de blanco y refiere tener piojos. Hace un mes adquirió una gonorrea en una relación extramatrimonial y desde entonces lo ven retraído, obsesivo con su pene, ansioso, bebiendo en exceso. Producto del robo de la bicicleta, en el que él quedó solo como encubridor, es víctima de burla porque lo acusan de chivato. Por la noche pasan por la calle y le berrean como un chivo.

Madre impresiona como retrasada mental ligera. Tiene antecedentes de intentos suicida y exhibe las marcas físicas de estos.

Durante este ingreso, agrede a los empleados, porque se siente mal en el hospital. Rompe la taza del inodoro y amenaza con suicidarse. Hace intento de fuga. Le dan electroshock.

Cuatro días después es dado de alta con los diagnósticos de:

Reacción paranoide aguda.

Trastorno de personalidad.

Cuando salí de la cárcel esa vez, me puse a trabajar con mi padrastro que era jefe de una brigada de obra. Él ya no estaba con mi mamá, pero él iba a mi casa:

―Oye, tengo una pincha allá que no hay que hacer nada, ahí yo te pago el día, que yo soy jefe ahí.

Él era el que hacía las nóminas y nos pagaba.

―Yo te pago allá y olvídate que yo te doy la pincha más sabrosa.

―Está bien.

Me ponía a cernir arena, y cuando no había casi pincha, me decía:

―Vete para la casa que yo te pongo el día.

Pero él, por las borracheras esas, un día se fue y dijo que no le gustaba. Entonces lo mandaron para Corralillo a trabajar.

―¿Te vas conmigo para Corralillo?

―Me voy contigo.

Iba para Corralillo semanalmente, al lado de la playa a trabajar en la construcción. Pero me cansó, porque aquello era bajo el sol, y dando pico y pala, y aquello era lo más grande de la vida. Era construyendo la carretera de Gavilanes para acá. Allí el sol me castigó mucho y tuve que irme. Le dije:

―Oye, no vengo más.

Y vine para Santa Clara.

"Él tuvo una mujer también que se llamaba Mercedes. Se juntó con ella cuando estaba barrigona, tenía cuatro meses de embarazo. La mujer esa, Mercedes, era muy pastillera y le gustaba tomar mucho. Un día se fajó con la mujer y viró todo, botó los mandados y echó una lata de luz brillante para darle candela a la casa. Mi mamá mandó a buscar la ambulancia y entre todos los hombres que estaban aquí, que eran como cinco o seis, no podían amarrarlo ni podían con él. Cuando fueron a meterlo a la ambulancia, le dio una patada a la ambulancia que le tumbó una de las puertas de los lados. Él estaba claro, no estaba borracho ni empastillado ni nada".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

La puerta estaba cerrada, y solo una silla la sostenía por detrás para que el viento no la pudiera abrir. Rosa la empujó y entró a la casa. Por las rendijas entre las tablas, se colaban cientos de hilos de luz, que jugueteaban con las partículas de polvo sostenidas en el aire, creando una imagen onírica del lugar, pero ella, acostumbrada al curioso fenómeno de sol y sombras entre sus desvanecidos muebles, no se percató de la ruda belleza de su sala y rompió el hechizo abriendo la hoja de la pequeña ventana que daba a la calle.

―Noel ―llamó mientras que abría la ventana del costado—, levántate ―caminó hasta el cuarto.

Sobre una de las camas, el cuerpo de una persona en posición fetal se marcaba debajo de una amarillenta sábana.

―Noel, despiértate ―dijo la mujer zarandeando a su hijo. Este se estiró exageradamente antes de abrir los ojos y luego bostezó.

―¿Hay café?

Rosa había abierto también la ventana del cuarto para que entrara la claridad y se encontraba en la cocina recogiendo los jarros y cucharas del desayuno. Bien temprano fue a la unidad de la policía a entrevistarse con la teniente Sosa y le traía a su hijo la respuesta de su gestión.

―Ya tienes trabajo.

Noel ya se encontraba de pie cuando oyó a su madre y con los pantalones a medio poner, fue dando traspiés hasta la puerta de la cocina.

―¿Le dijiste que cuando niño yo era asmático? ―y sin esperar respuesta, agregó―. Porque yo no voy a trabajar al sol.

La policía me puso a trabajar en el Minaz. Güinchero de grúa y eso, de ponerle la tapa de block de carro, de los motores. Allí lo que hace es arreglar motores y eso. Son motores vacíos que se traen ahí para la reparación. Primero yo estaba trabajando en las aguas calientes.

"Él era serio, muy serio y tímido. Serio con los amigos. En la prisión, él era hombre a toda, porque ahí adentro se vivía con un chacalismo de madre. Tú le dabas un cigarro a alguien y ya estaban diciendo que tú... «Mira a este que me está rindiendo, no sé qué, ¡ah!». Él era hombre a todo. Se llevaba con el maricón y con el bugarrón. Tite era bugarrón. Él se llevaba con todo el mundo, pero sin falta de respeto. Por ejemplo, él trataba a Fulanito que era maricón, pero de ahí a otra cosa, no. A él no le gustaba los hombres".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

"Yo a Patao... a Barceló… nunca lo acabé de entender; y eso que nosotros éramos socios fuertes, como hermanos, desde vejigos. Él vivía como una ilusión; no era que estuviera el día entero comiendo mierda, no. Él compartía con los amigos, se metía en el negocio que tú le propusieras y echaba para alante más que cualquiera. A la policía no le tenía miedo. Le gustaba fumar, se empastillaba... pero no es eso. Patao era como que a él no le importaba vivir mal; él se hacía la ilusión de que estaba bien y disfrutaba hasta metido en la celda de castigo. Yo creo que él ni sentía dolor. Mire, periodista, yo le voy a ser sincero. ¿Por qué usted cree que yo me metí a bugarrón? Porque el bugarrón es quien mejor vive en la cárcel. Te buscas dos o tres mariconcitos y, además de singar sabroso todos los días, no como los otros presos que lo hacen una vez cada cuarenta y cinco días, si se portan bien y le dan pabellón, vives como un rey: te lavan la ropa, no te falta el desodorante, comes sabroso... Los guapos no se meten con los bugarrones, porque nosotros tenemos un mundo aparte, y entre nosotros tampoco hay broncas, porque el bugarrón que se faja por un maricón, es porque se enamoró, y eso quiere decir que también eres maricón.

Patao hubiera podido vivir bien de verdad en la cárcel, no como él se creía que vivía bien, pero de eso no había quién le hablara."

(Testimonio de un amigo y compañero de prisión)

En las aguas calientes en que yo trabajo es para esterilizar unos motores que traen de afuera; están todo embarrados de grasa, entonces se cogen con una gruita, chiiim... Luego correrlos y bajarlos en la caldera de agua caliente para que se le vaya la grasa. De ahí, cuando salen, salen sin grasa ya, nuevecitos, y los voy poniendo ahí, aquí, el otro ahí. Estaba trabajando primero en el yum ese hasta que me gané la carretilla.

"La culpa fue mía que él se criara así. Él no era así con todo el mundo. Era así, por ejemplo, conmigo y Magalys, la hermana, las personas que más quería. Viviendo aquí en este pedacito, ya casado con Lauri, la hermana estaba trabajando en porcino y la hermana le dijo que había puesto una conejera allá atrás. Él no quería que tuviera la conejera, por sus cojones. Y ella:

―Que pongo la conejera.

Y él le dice:

―¿Qué tú quieres, picazón?

Metió a la hermana para aquí, para dentro, y buscó a Lauri para que se fajaran, entonces él estaba de referí y la hermana y Lauri fajadas. Lauri fue la que perdió, porque mi hija está traqueteada. Ese día hubo que buscar la policía".

(Testimonio de la madre).

Una carretilla es un carrito que se maneja sentado: cómodo. Empecé a trabajar en la carretilla, a recoger esos mismos motores, a recoger por allá cigüeñales, tapas de block, a recoger sinfín: de todo; de todas las piezas esas de ahí para llevársela a los mecánicos. Los mecánicos estaban aquí trabajando, yo iba y recogía, primero las tapas de block, y las llevaba para allá. Cuando terminaba con las tapas de block, entonces tenía que recoger los cigüeñales: todas las piezas completas; entonces se las ponía ahí a los mecánicos, y los mecánicos comenzaban a montarlas. Todas las piezas las traía para ahí, los pistones y todo.

"Él estaba vendiendo lechuga con el marido de mi tía. Era un negocio legal, porque tenían un papel con el permiso. Para eso tenían una bicicleta y Noel estaba tranquilo, pero mi hermano Felo vino a joder la cosa. Cuando mi hermano Felo se empastilla, hace veinticinco mil cosas, entonces fue y le cogió la bicicleta a Noel, la trajo y la vendió en treinta pesos. Entonces Noel buscando la bicicleta. Una gente de enfrente le dijo que el único que había entrado ahí al patio, era su hermano. Entonces Noel vino para acá con un cuchillo y le dijo:

―Si no me buscas la bicicleta, te voy a dar una puñalada. Tienes que buscarme la bicicleta que tú eres un descarado, ladrón.

Le dijo.

―Que yo nunca he hecho eso, yo no he cogido nada.

Se formó tremendo brete".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

Quizás la lucha entre el bien y el mal, que se desarrolla en el interior de todo hombre, fuese más intensa en Barceló. Quizás no. Quizás no tuviera conciencia de la dualidad de su conducta hasta con su familia. Quizás fuese un ser en el que al convivir el yin y el yang en plena armonía, no tuviera ningún conflicto de conciencia. O viviría de remordimientos, arrepentimientos y propósitos fallidos de enmienda. ¿Quién sabe?

La madre sintió la desazón cuando él le pidió que le planchara la camisa.

―Voy para los carnavales.

Lo miró y de pronto lo vio despeinado, sucio y amoratado.

―No vayas, Noel.

La risa con que le contestó, la hizo taparse la cara con el manchado delantal que se anudaba en la cintura. Los murciélagos, que dormían en la mata del patio, salieron en desbandada, y ella recordó el sabor de la sangre en la boca.

―Noel... ―le gritó desde la puerta de la casa cuando ya él se alejaba.

La luna también le avisó, pero él no supo qué quería decirle. El polvo del camino intentó detenerlo y los árboles de la esquina lamentaron no tejer sus ramas para impedirle el paso.

―...no vayas ―retumbó el grito de la madre.

Mas, el destino le tapó los oídos y Noel siguió su camino.

Cuando mejor estaba en el taller ese, para el que la policía me llevó, tuve problemas en unos carnavales y le di una puñalada a uno. El tipo de la puñalada no se murió, pero estuvo grave y se quedó con un brazo inválido, porque se la di por la barriga, pero le cogió un nervio. En el juicio me echaron diez años. Después los otros años que me busqué, me los busqué en la prisión. Tuve problemas en la prisión y tuve que picar caras y... los guardias, es decir, la policía, me tenían como un delincuente malo en la prisión, entonces me cogieron y me metieron para una celda a vivir en cubículo. Ahí viví trancado en un cuarto, me llevaban el almuerzo y la comida y ahí... Me quedaban como nueve años para terminar de cumplir la condena. Ya llevaba cumplidos cinco, pero me había montado en más años, por los problemas. Eran diez primero, pero por los problemas que me busqué, eran dieciséis años. Me trancaron como le dije y estaba asfixiado. Era una persona que no tenía escapatoria, que tiene que estar ahí obligado, y una cosa que te da mucha ansiedad es estar trancado y no poder salir.

"Yo me llamo Andrés, pero todo el mundo me dice El Biajaco. Barceló fue quien me puso ese nombrete y se me quedó para toda la vida. Cuando éramos muchachos, en las casas nuestras había un hambre más grande que no sé qué, y nosotros íbamos a pescar con la ilusión de coger algún pez que nos llenara la barriga. En Santa Clara no hay ríos, solo unos arroyos, y los pescaditos ahí son chiquiticos, pero cuando yo los veía en el agua, los veía grandotes, me llenaba de contentura y decía: «miren que clase de biajaca más grande». Yo creo que hasta soñaba con las biajacas. De ese grupo de muchachos, yo soy el único que no ha estado preso. No sé si es por miedo a la cárcel, la crianza que me dio mi padre o sabrá Dios qué, pero el asunto es que siempre he evitado los problemas. Yo aconsejé dos o tres veces a Barceló, pero yo no sé qué tenía él en la cabeza. Se le dieron buenas oportunidades y estuvo temporadas tranquilo, pero era como que se le metía el diablo en el cuerpo y buscaba bronca con cualquiera. No medía que fuera policía o más fuerte que él; mientras no le entraba eso, era más bien tranquilo, humilde, buena gente..."

(Testimonio de Andrés, un amigo)

La cárcel es mala. Mala y con muchos problemas. Al principio, yo entré en la prisión normal. Me dieron un tercer piso de litera. Dicen que los trastes viven en el tercer piso. En la segunda cama, los considerados, y en la primera, los guapos. Mira que problemas tiene la prisión. No había más cama que la del tercer piso. No me pongo con esa guapería y cogí el tercer piso. Entonces tuve visita, mi mamá me trajo una jaba y habló conmigo, vaya, normal: sabroso todo. Entonces ahí hay un cuartel que es un cuartico cerrado con candado, y hay un preso que es responsable, que es el que te guarda la comida y la ropa tuya. Entonces, ese día guardé la comida, y por la noche voy al baño y miro para el cuartel que es de malla, y veo la jaba mía en el piso, y a los dos cuarteleros comiendo de la jaba mía. Entonces me miraron y me dijeron:

―¡Eh!, ¿qué bolá, guacho?

Guacho quiere decir guajiro.

―Ven, ven, para que meriendes con nosotros aquí.

―¡Oye, esa jaba es mía!

―¿Y qué? Nosotros estamos merendando.

Con aquello me cayó un furor así, arriba, una calentadera.

Abre, abre ahí.

Y me abrieron. Cuando me abrieron, le tiré una trompada a uno... Tengo que hacerlo, porque si no lo hago, me cogen el culo. Entonces le di un piñazo, y al darle el piñazo, el otro me dio con un palo por detrás, y entre los dos cogieron y empezaron a madurarme y me maduraron bien maduro. Los ojos me los hincharon y todo. Esa noche me llevaron a la enfermería y me pusieron fomentos y me volvieron a mandar para el pabellón.

El enfermero lo llevó hasta la puerta y se lo entregó al guardia. Un momento antes lo había estado aconsejando:

―No te busques problemas, Barceló. Un día te van a matar.

―Yo soy el que los voy a matar a ellos ―le había dicho.

El muchacho cerró la entrada de la enfermería y regresó a recoger el recipiente y los algodones que había usado para los fomentos. El médico de guardia se encontraba sentado frente al buró y terminaba de escribir en la historia clínica. Se la entregó al enfermero y le dijo:

―Guárdala.

El joven fue a hacerlo, pero el médico lo detuvo.

―Después. Ahora ven acá que te voy a dar un consejo.

El enfermero tomó asiento en la silla que el médico le indicó y se dispuso a oírlo.

―Tú eres nuevo aquí y no conoces como es la vida dentro de la prisión.

―¿Hice algo incorrecto? ―preguntó nervioso.

―No ―le respondió el médico―. Te dije que te iba a dar un consejo. No te metas en lo que los reos hagan. Si se matan, allá ellos; si se fajan, ese es su problema. Lo nuestro es estar aquí, en la enfermería, para si alguno queda con vida curarlo y que vuelvan a su pabellón ―el muchacho fue a decir algo, pero el médico continuó―. Quizás esto no fue lo que te enseñaron en el politécnico, ni a mí en la universidad, pero es que ninguno de nuestros profesores trabajó nunca en una prisión. Aquí la vida es diferente y tiene sus propias leyes.

 

 

domingo, 10 de octubre de 2021

GANA LA PRISIÓN Y PIERDE EL AMOR

Cuando me botaron de Cienfuegos, vine de nuevo para Santa Clara. Estando aquí, me mandaron para un centro de trabajo ahí, en la tenería Gerardo Abreu Fontán.

En la tenería tuve problemas. Hurté unos rollos de pieles y me metieron para la prisión. Tenía diecisiete años. Esa fue la primera vez que fui a prisión.

Los vecinos vieron al jefe del sector que se acercaba y aunque todos permanecieron en su sitio, aparentando indiferencia, el aire se cargó de tensión. El policía se percató, pero ya estaba acostumbrado a aquellos recibimientos. Todos los hombres, agachados en la calle, y las mujeres en los portales o asomadas por las ventanas, les eran conocidos, pero él no los saludaba. Eso no era lo que explicaban en la academia, pero un delincuente que él controlaba, se lo había enseñado.

―No me salude en la calle ―le había pedido―. Uno se hace de mala reputación en el barrio si un policía lo saluda.

Se detuvo frente a la casa de Barceló. Ya Rosa, avisada de alguna manera, se paró en el hueco de la puerta para, insolentemente, mostrar su indisposición a que entrara.

―Buenos días.

La mujer respondió el saludo de mala gana.

―Mañana a las siete de la mañana, tiene que estar con Noel en la puerta de la unidad Cerrada ―como sabía que no iba a encontrar reacción alguna, continuó—. Ropa interior y objetos de uso personal. Ninguna arma, ni nada cortante. Usted sabe cómo es el reglamento, así que no tengo que darle muchas explicaciones ―extrajo un papel del bolsillo de la camisa y lo abrió―. Firme aquí.

―Yo no sé firmar ―dijo la mujer.

―Vamos, Rosa ―dijo el policía con un cierto dejo de ironía mientras le alcanza una pluma―. Algo habrá aprendido en los últimos tiempos.

Tenía que jalarle once años y unos meses, pero no los cumplí, porque cuando aquello comenzaron los líos de los derechos humanos, y como era menor de edad, me hicieron una revisión de causa, me pusieron un abogado y volvieron a apelar, y me bajaron la sanción. Fue entre el abogado, mi mamá y esas cosas... Por la historia clínica de siquiatría y esas cosas. Tuvieron... Decidieron que no me podían haber echado esa sanción.

El abuelo lo esperó vestido de limpio. Últimamente no salía mucho de la casa y se pasaba largas horas con su rústico asiento de madera y cuero, recostado a uno de los troncos que sostenían el pequeño cobertizo. La catarata que cubría sus ojos, le impedían mirar las palomas, pero él las sentía cuando bajaban al patio; solo entonces, volvía del interminable y silencioso viaje por su interior y se sacaba un pedazo de pan del bolsillo para echarles de comer.

Noel se le había acercado sin hacer ruido, pero de igual manera el viejo supo de la presencia de su nieto. La cárcel, como posibilidad siempre presente y nada extraña para su condición social, no le fue bochornosa, pero el muchacho se sintió apenado ante la figura del abuelo y olvidó la orgullosa actitud exhibida en la calle por lo que consideraba su prueba de hombría.

―¿Ya sabes lo que es estar preso, Noel?

―Sí, abuelo.

―Entonces procura no volver a la prisión. Yo quiero que estés aquí el día que me muera.

Cuando salí de la cárcel empecé a trabajar en la fábrica de pienso. Era mezclador. Hay una batea que es la que se recoge todo. Te ponían ahí los sacos de fosfato, azúcar, calcio... Te ponían cereal. Todo eso para hacer el pienso. Todos los condimentos. Entonces yo abría los sacos con un cuchillo y cuando me pitaba el timbre, tenía que vaciarlos... Una mezcladora lo echaba para abajo, todo. Era rápido, pero ese no era un trabajo fijo; eran como siete trabajos diferentes. Porque ahí tú llegabas y te daban un puñado de papelitos, y cada papelito decía un trabajo. Hoy me tocó la mezcladora, y tenía que trabajar ahí. Yo me acuerdo que había un papelito que decía: carretilla con fosfato, entonces tenía que coger una carretilla e ir a buscar. Otra con zeolita o con azúcar; a veces me tocaba la mezcladora. Y así. Era un trabajo divertido. Y yo doblaba ahí turno y todo. Me fui, porque fue cuando tuve problemas con la policía. Tuve desacato a la autoridad.

―Gipsy, prepárame el agua para bañarme.

―¡Ay, Noel, estoy estudiando! Mañana tengo prueba...

―Gipsy...

Mi hermano había tenido problemas con un tipo ahí, al doblar, abajo. Entonces ese día, vinieron los tíos míos y dijeron:

―Aquí estuvo un tipo buscando a tu hermano con un machete, que le iba a meter un machetazo.

Que sé yo, que sé cuándo.

―Que se le había perdido un pullover del patio y que el único que había pasado por ahí, había sido él.

Le dije:

―Está bien. ¿Quién es?

―Uno de los Iglesia de allá abajo.

Cogí un machete y me lo eché en la espalda y fui para allá abajo.

La ley de la familia no está escrita en ninguna parte.

Se ha conformado a través de los años y se ha ido transmitiendo de generación en generación. Sus orígenes son difusos y quizás nos llegaran con los colonizadores, delincuentes muchos de ellos, enriquecida con la tradición de los pueblos originarios de la península Ibérica en su callada y solapada defensa contra la dominación romana. África, por su parte, aportó la esencia del clan, inmune a la distribución dentro del barco negrero, al puerto de desembarque y al amo diferente. Y siempre, la cruda realidad del marginado para subsistir.

La ley de la familia no está hecha de artículos, capítulos ni por cuantos.

Cada miembro sabe cuáles son sus obligaciones. Las aprende bebiendo en el pecho materno. Los derechos y deberes de cada uno y en cada momento, de acuerdo con su sexo, rol y posición. Y la obligación moral de cumplirla, junto al repudio que marca para toda la vida de quien la viole.

La ley de la familia no tiene jueces ni tribunales.

Su alcance, a diferencia de las leyes de papel, no es rígido, depende del lugar donde se ubique el enemigo dentro de una serie de círculos concéntricos cuyo centro siempre es, quien en lenguaje metafórico se denomina «la pura». El padre, los hermanos, los amigos y los vecinos pueden estar en el mismo, o en bando contrario. La madre nunca en contra del hijo; el hijo, nunca en contra de la madre.

Oye, ¿en qué momento mi hermano te robó a ti?

―Sí, que tu hermano me robó.

Qué sé yo, qué sé cuándo. Y le dije:

―¿Pero tú lo viste robando?

―No, pero el único que pasó por aquí fue él.

―Tú fuiste a buscarlo allá con un cuchillo y tremenda guapería.

―Para que me devuelva lo que me robó.

Noel sacó el machete que hasta ese momento mantenía oculto en la espalda. El gesto fue rápido, en busca del efecto sorpresa. Iglesia se puso de pie y por un instante sus ojos reflejaron el miedo ante el arma. Noel se percató de ello y ocupó ventaja.

―Ven. Vamos a resolver este problema tú y yo ―abrió las piernas buscando apoyo firme en el suelo y blandió el machete en el aire.― ¿Para qué tú andas buscando a mi hermano, si tú sabes que mi hermano es un infeliz que no se faja ni nada?

Con la mano derecha, Iglesia cogió por el pico la botella en la que habían estado tomando y la rompió; con la izquierda apartó la mesa, y las sillas y las fichas de dominó, fueron a dar al suelo. Los compañeros de juego se apartaron. Era un problema entre hombres, y ellos no debían hacer nada.

―No, tu hermano y cualquiera ―bravuconeó Iglesia tratando de ganar terreno―. Tú también me sirves.

―Está bien, dale que yo vine preparado.

Ya no se habló más. Al menos, por el momento. Había que medirse e intimidar. Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos, mientras giraban alrededor de un terreno de nadie. Entonces aparecieron las mujeres.

―¡Ay, Dios mío, qué desgracia!

―¡Quítate, hijo, quítate!

―¡No se metan, coño! ¡No se metan!

―¡Se van a matar!

Vecinos y curiosos se fueron acercando, pero nadie intervenía, simplemente comentaban, daban consejos en uno u otro sentido, y las mujeres gritaban. Iglesia y Barceló se observaban, se movían agresivamente con sus armas y cada cierto tiempo se lanzaban injurias y provocaciones, pero en el fondo, sin un verdadero deseo de pelear. El tiempo pasaba y el asunto perdía interés para los espectadores, pero no por ello cesaban el pavoneo y las amenazas.

Y vino la patrulla, y yo era el que estaba con el machete, así, en la mano. Y cuando viene la patrulla me mando a correr con el machete. Y la policía me cae detrás con el carro: fuuu... Y me pasó. La policía me pasó alante, y cuando me pasó alante, se me atravesó en la calle. Estaban hablando por el boqui toqui para que otra patrulla se me metiera por la otra esquina para que yo no me pudiera ir para atrás otra vez. Y entonces, cuando, efectivamente, voy a tratar de coger para atrás, parece que la otra andaba cerca y la habían boquiteado, y ya estaba allí. Me quedé así, entre las dos, y cuando me quedé entre las dos, les dije: el que se meta aquí, de esta raya para acá, me sirve como quiera. Entonces uno dice:

―¡Ah, este es guapo!

Sacó una macaró, y el de la otra perseguidora, abrió la puerta y sacó otra.

―¡Ah!, tú eres guapo, ¿no? Arriba, dale monta.

―¿Montar? Yo ahí no voy a montar.

Ya me iban a agarrar cuando viene un socio mío en bicicleta… y cuando pasa, me dijo:

―Súbete.

Y cuando me monté, tiré el machete así, para atrás, para poder reguindarme bien de la cintura de mi socio. Cuando pasamos por la esquina, él siguió, y yo me tiré, y me eché a correr por ahí para abajo, buscando la circunvalación para meterme en el monte de eucaliptos. Me mandé a correr por ahí, con toda la policía detrás de mí.

―¡Párate!

Y yo corriendo y corriendo.

―¡Párate!

―Que no voy a parar nada.

Y cogí, y doblé por otro lado, y me les perdí en un patio de una casa, pero me rodearon toda la casa. En el patio había un baño y yo me metí dentro. Era una caseta de saco así por fuera. Entonces me pongo a mirar por los huecos, y oigo a uno de los que me estaba rodeando:

―Está ahí.

Ya estoy cogido. Bueno, por esta brecha cojo para dentro de la casa, y ahí no pueden tirar tiros. Si salgo para arriba, por la otra calle, voy a dar a San Miguel, y si me van a coger, que me maten.

Efectivamente, cogí así, y cuando abrí así la punta del saco, me desprendí, y cuando me desprendí:

¡Cógelo, que ahí va!

―¿No te dije que estaba ahí metido?

―¡Cógelo!

Palabras y tiros. Cuando voy por el medio de la carretera hay un tipo ahí con una mujer barrigona, y el tipo coge a la mujer y la pasa para la orilla, y me dice a mí:

―Dale, corre.

Yo me dije, bueno, este es un socio. Y cuando voy a pasar por el lado de él, hizo así y metió el pié: fuiii... Completo me fui de cabeza, y él detrás de mí. Me cogió la mano y me la dobló aquí atrás, sacó la pistola y me la puso aquí en la cabeza. Era un policía vestido de civil.

―¡No te muevas! ―le dijo, le saltó y cayó sobre la espalda de Barceló.

―¡Suéltame, coño, suéltame!

―Si te mueves, te meto un tiro en la cabeza.

―Que yo no puedo estar aguantado.

―Lo hubieras pensado antes ―le dijo y le haló más el brazo.

―¡Ay!

Vino el otro policía, me amarraron, me aguantaron así, atrás. Abrieron la perseguidora y me empujaron de cabeza para dentro. ¡Coño! Me empujaron de cabeza dentro de la perseguidora y me llevaron para allá, para la unidad. Desacato hice yo. Le escupí la cara a un policía, y le di una galleta a otro y le tumbé las gafas. Me dieron una tremenda mano de golpes, porque yo me les viré, y me metieron para la celda.

"A Noel Barceló sí lo conocía, pero... ¿Para qué usted quiere esto? ¿Usted tiene autorización para escribir ese libro?"

Testimonio de un policía.

En este tiempo, si yo no me le viro a la policía, la policía no me da; pero en ese tiempo, ellos te buscan para que tú te le viraras para darte los palos.

"La policía nunca agrede a un detenido y mucho menos lo provoca. La policía acude a la fuerza física solo cuando el ciudadano agrede al combatiente que lo va a detener o que lo custodia. La policía tiene una serie de medios para neutralizar al sujeto, sin necesidad de golpearlo; además de la fuerza moral, existen instrumentos físicos y hasta químicos: gases lacrimógenos, por ejemplo, que ayudan en la labor policial. También artes marciales, pero siempre para neutralizar, nunca para dañar o agredir".

(Testimonio de un oficial de la policía).

Me trancaron, me levantaron un acta de eso: tan, tan, tan... Y me echaron seis meses por desacato, y por escándalo público, una multa. Fue cuando tuve que ir a jalar los seis meses y dejar el trabajo, que a lo mejor yo no hubiera dejado ese trabajo, porque yo hasta doblaba turnos y todo ahí.

"Yo trabajé con Barceló en la fábrica de pienso, y claro que me acuerdo de él. Bueno, yo sé todo lo que se ha hecho y lo que le pasa. En aquella época no tenía problemas. Era un poco payaso, no porque se hiciera el gracioso, sino por sus cosas. Era como si tuviera delirio de grandeza, pero no era mala gente. Siempre iba limpio, bien vestido... Nosotros éramos obreros y no andábamos con esos melindres. Bueno, es que tampoco uno tiene dinero para andar siempre de pinchín. Cuando terminaba, iba y se bañaba y salía de allí que parecía que iba para una fiesta. En su taquilla, él tenía de todo: perfume, desodorante. Era enamorado, pero no se fresqueaba con las mujeres... A ver, ¿qué más le puedo decir?

Era buen trabajador. Cumplidor. Aquí nunca se le vio en nada ni con malas compañías. Él no era amigo de ajuntaderas; sociable y eso, conversaba y se llevaba bien con todo el mundo, pero no estaba enyuntado con nadie en particular.

Yo siento todo lo que le ha pasado y pienso que se tiene que haber vuelto loco".

(Testimonio de un compañero de trabajo).

Me sentía bien en ese trabajo, porque, todos los días era un trabajo distinto y resolvía mucho. Ahí todos los viernes me llevaba dos gallinas para mi casa, porque nosotros, en la fábrica, teníamos contrato con la Empresa Avícola. Alimentos ahí no faltaban. Eso ahí era... Todos los días había carne.

La madre estaba atenta y enseguida que sintió la llave en el llavín de la puerta, se puso de pie.

―Viejo, no le pelees.

―¿Ya llegó?

―Sí.

―¿Vino a quedarse?

―Sí.

―Que lo piense bien, porque si ese desgraciado se aparece aquí, lo voy a matar. ¡Te juro que lo voy a matar!

―No te alteres, viejo. No te alteres que te sube la presión.

―¡Que me suba, coño! Yo no voy a dejar que ese delincuente de mierda se siga riendo de mi hija.

"Estando en la prisión, él mandó a buscar a Gipsy para un pabellón. Ella le dijo que iba a ir y no fue, y entonces por el micrófono dicen: Noel Barceló García, que salga que tiene pabellón. Entonces, cuando sale, la que está ahí es la mamá de él y le dice: «Mira, ella no quiere más nada contigo, dice que la dejes en paz y que no le mandes más cartas, que ella no quiere saber nada de ti». Y entonces, normal, él siguió normal".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Barceló esperó que los últimos reos que tenían pabellón se alejaran con sus parejas hacia el edificio en el que pasarían unas horas en solitario; se despidió de la madre y caminó hasta la entrada del túnel. Ya habían cerrado la reja y en ese momento el guardia no se encontraba, por lo que tuvo que llamar para que le vinieran a abrir.

―¿Qué pasó, Barceló? ―le preguntó burlón el carcelero mientras quitaba la cadena con el candado― ¿No vino la paloma?

No. Gipsy, no había venido. Él debía haberlo sabido, pero se quiso engañar, y estuvo ilusionado con que la muchacha vendría dispuesta a comenzar de nuevo. Durante varias noches, en la única intimidad que se le permite al reo en prisión, Barceló había soñado con este encuentro y con las promesas de cambio que le haría a su mujer. Él la amaba y comprendía que si su relación no había marchado mejor, era por su culpa. Sus impulsos y su agresividad habían dañado a Gipsy, no tanto físicamente, pensaba, ya que para él, un ojo amoratado o un labio partido, carecían de mucha importancia, pero sí emocionalmente. Ya ella no era, ni sería más, la muchacha dulce de la que se había enamorado.

―No. No vino. Ella se lo perdió ―contestó queriendo parecer indiferente.

El guardia lo dejó pasar y se rio. Barceló permaneció de espalda mientras este volvía a cerrar la reja.

―El que se perdió una buena posta fuiste tú.

―Ya habrá otra.

―Por ahora tienes que seguir con Los Cinco Latinos.

Caminaron. En la soledad de la prisión existían cosas más importantes que el sexo. El guardia no dejaba de molestarlo, pero él estaba atento a otro asunto de mayor importancia, y era que no podía llorar. No podía siquiera mostrarse triste, porque eso lo degradaría de manera absoluta ante los ojos de los demás. Cada paso, por aquel pasillo, era una paletada de tierra sobre sus sentimientos. Cuando llegó a su unidad, había logrado ocultar totalmente las huellas de su dolor.

―La jeva no vino ―gritó a sus compañeros y para tomar la iniciativa de burla, les alertó en son de broma―, así que les aconsejo que esta noche duerman con los calzoncillos puestos.

"A esa, a la primera mujer de él si la quiso. Ella lo dejó y eso lo defraudó mucho".

(Testimonio de Mariano, uno de los hermanos).

En esos seis meses fue cuando tuve un problema con un guardia en la misma prisión, y me aplicaron otro desacato. Él empezó que no me dejaba salir para fuera, para el patio, y le falté el respeto y fui para allá. Era un guardia muy empachado y muy querido ahí por los otros guardias, por los jefes, y me espantaron tres meses más. Fueron nueve meses los que halé. Cuando uno salía de estar preso, la policía le buscaba trabajo en Áreas Verdes, de cortar hierba por ahí. Pero antes de que la policía me buscara trabajo a mí, yo salí a buscar, porque si no, tenía que trabajar obligado todo el tiempo. Cuando salí, traté de incorporarme al mismo de antes, pero ya no podía. No me dejaron, porque decían que después que uno salía, no podía volver a entrar en la fábrica. Que habían hecho una resolución nueva que todo el que había estado preso, ahí no podía trabajar. Fui varias veces ahí a buscar trabajo, pero no me dejaron. Me dijeron que no, que no, que no... Hablé con el jefe de personal, y nada. Si hubiera visto al jefe de brigada a lo mejor, porque yo era buen trabajador y hacía los tres turnos.

―Cuco, ¿te acuerdas de Noel Barceló García?

―Sí. Estaba preso, pero supe que lo habían soltado.

―Hoy por la mañana estuvo aquí buscando trabajo.

―¿Va a empezar de nuevo? Si quiere me lo pones en mi brigada.

―No. Se le dijo que no.

―Pero el muchacho no era mal trabajador.

―Yo no dudo que él venga a hablar contigo y quería alertarte.

―El problema que tuvo no fue aquí en la fábrica.

―Pero estuvo preso. Tú mismo lo dijiste.

―¿De quién es la decisión? ¿Tuya?

―De arriba. Ya te alerté, ahora vete a ver qué le dices si viene a hablar contigo.

Si hubieran revisado las nóminas viejas, para que vieran si es que yo tenía buen salario ahí o no. Porque eso era vinculado. Y yo cogía doscientos ochenta pesos, doscientos noventa pesos, trescientos al mes: vinculado. Y trabajaba los tres turnos, y era ahí, ahí, y trabajaba. Hacía una mezcla, y si el jefe decía:

―Oigan, caballeros, si terminamos esto hoy, sobre cumplimos la tarea. Si quieren, seguimos.

―Vamos, arriba, completo todo el mundo.

Y todo el mundo iba para allá a trabajar. Y seguíamos trabajando.

No me dieron trabajo, porque la mujer del departamento de personal dijo que no se podía, porque no... A parte de que los contratos estaban cerrados completos, no podía haber gente trabajando ahí con antecedentes penales. Ya yo había trabajado con antecedentes penales. Y la policía lo que me ofrecía era en Áreas Verdes.

El moderno y sólido edificio de dos plantas contrarrestaba con las casas que se alineaban a ambos lados de la calle Amparo, algunas de madera, y todas descoloridas. Noel conocía perfectamente bien el sitio y en sus afueras había varios conocidos. A uno de ellos le pidió que le cuidara la bicicleta, y entró al interior de la unidad. Preguntó por la teniente Sosa y no demoró en ser llevado a una de las últimas oficinas del largo pasillo.

―Buenos días ―dijo la oficial y lo invitó a tomar asiento—Noel, te cité porque según el informe del jefe de tu sector, aún no has encontrado trabajo.

―Yo le expliqué que en la fábrica no me aceptaron.

―Pero de eso hace casi un mes, y tú sabes que tu libertad está condicionada a que no estés de vago.

Noel bajó la cabeza y no precisamente por humildad, sino por vergüenza consigo mismo. Si le costaba esfuerzo acatar la autoridad de un hombre, la prefería a tener que enfrentarse con una mujer, por lo demás no mucho mayor que él, y bonita, la que podía decidir sobre su vida.

―Yo voy a ir de nuevo...

―No, Barceló. No podemos seguir esperando a que tú busques trabajo. Ya yo hablé en el departamento de ornato y embellecimiento...

Noel se puso de pie, sobresaltado, para interrumpirla.

―¿Me va a poner a limpiar calles?

La teniente no le respondió y, con una energía no acorde con su físico, le ordenó que se sentara.

―Haz el favor de no interrumpirme y mucho menos de ponerte de pie. No vas a limpiar calles. Vas a trabajar en la brigada de Áreas Verdes.

Fui a trabajar dos veces por el Sandino, a cortar hierba, y se me llenaron las manos de ampollas y no fui más. Entonces me puse a inventar con líos de caballos y cosas de esas. Negocios de robar y matar caballos.

Barceló fue el primero en llegar. Dejó la bicicleta oculta entre la maleza y se dirigió al sitio acordado. Allí habían dejado esa tarde los cuchillos, el nylon, y los sacos de yute. Miedo no sentía, pero la oscuridad de la noche y el silencio, solo roto por el canto de los grillos, lo sobrecogieron. El Tite llegó de segundo, y Fredy no se hizo esperar. Ya, juntos los tres, emprendieron la marcha. La casa del campesino no estaba lejos, y la luna casi llena, les alumbraba. Barceló, por ser el más ágil, se movió sigilosamente hasta donde estaba amarrado el animal. Zafó la soga y, lentamente, fue conduciendo a la bestia al lugar, lejos de allí, donde sería sacrificada.

Con un pedazo de madera, Fredy le pegó fuertemente en la cabeza y el caballo cayó al suelo dejando escapar un hilillo de sangre por entre los belfos; entonces, presumiendo de su fortaleza física, el joven mostró la musculatura de sus brazos.

―No perdamos tiempo ―dijo Barceló y fueron las únicas palabras que se pronunciaron. Cada quien sabía cuál era su función, y cuchillo en mano comenzaron a descuartizar al aún vivo animal.

Llenos los sacos con la carne, retornaron al escondrijo de las bicicletas, y antes de que amaneciera, cada uno por un rumbo distinto, salió para entregar la mercancía en los puntos clandestinos de venta.

Por lo de los caballos nunca cumplí cárcel, porque nunca nos cogieron. La otra vez que estuve preso, fue por desacato. Me puse majadero con un policía en la calle y me echaron nueve meses.

"Él siempre fue malo, maldito, desde chiquito. Él me decía Guaro. Él tenía muchos nombres para mí. Me quería, pero cuando él se empingaba conmigo, no creía en nada. Él me dio golpe a mí muchas veces, hasta una vez que yo estaba barrigona... Una vez él me dio una mano de golpe a mí terrible, terrible. Eso fue un 28 de septiembre, en la fiesta por el aniversario de los Comité de Defensa de la Revolución. Él, todo lo quería. Él quería que le dieran bebida del CDR, que le dieran más bebida de la que le estaban dando, entonces mi mamá le dijo que no podía tomar, porque ya se había acabado la bebida, y él, que le dieran, y cogió y se arrebató. Como yo soy una persona que iba donde estaba él, porque yo no le tenía miedo, fui donde estaba él, y nos fajamos en la calle San Miguel. El delegado iba a acusarlo, y yo le dije que no, que era mi hermano, que no lo podía acusar. De todas formas nos peleamos y entonces más nunca, más nunca nos hablamos, hasta el día que yo ingresé en el hospital, que estuve grave. Cuando ingresé grave, fue a verme".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

Después caí preso por una bicicleta. Una bicicleta que se la roba uno, y después que se la robó, fue y la guardó, y donde la guardó, fui y se la robé a él. Mira qué problema ese. El tipo se la roba a otro y la guarda en un lado y se va; entonces yo voy y la saco de ahí y se la doy a otro muchacho para que la venda, pero el tipo al que le roban la bicicleta, está en la esquina, arrebatado, porque le habían robado la bicicleta. Mira que rápida fue la evolución esa: uno se la robó, la escondió, yo la cogí, se la di al muchacho, y el muchacho sale a venderla rápido, va a la misma esquina y se la propone al dueño de la bicicleta. Eso fue lo más grande la vida.

―Compadre, ¿te interesaría comprar una bicicleta?

―No jodas, que hace dos horas me robaron la mía.

―Bueno, si te robaron la tuya, te va a hacer falta comprarte otra. La estoy dando barata.

El hombre comprendió que el muchacho tenía razón. La que le habían robado, no la iba a encontrar nunca más, porque él sabía cómo era el negocio: la desarmaban y la volvían a armar con las piezas de otra bicicleta robada, la pintaban de nuevo y a rodarla; y él necesitaba de esa locomoción para cada día ir a su trabajo.

―¿Dónde está la que vendes?

―Mira, es aquella. Vamos a verla.

Entonces el dueño le reclama al muchacho. Él le dice:

―No, esta bicicleta no te la doy, porque a mí me la dio Barceló para que se la vendiera.

Yo no le hablé claro al muchacho, no le dije que me la había robado, y él se creía que era mía.

―Vamos a donde está Barceló, para que tú se la quites a él.

Y cuando el dueño vino donde estaba yo:

―No, yo no sé, la bicicleta esa la vi en tal lado, ahí, y la recogí y se la di a este muchacho para que me la vendiera.

―¿Tú la viste en tal lado? Entonces alguien la llevó para ahí.

Cuando estoy en mi casa, hablando con el dueño, viene el que se la había robado de verdad a reclamarme la bicicleta:

―Oye, la bicicleta me la buscas.

Qué sé yo, qué sé cuándo; alto en la parte de afuera. Entonces salió el dueño.

―¿Cuál es el lío de la bicicleta? Esta es mía y me la llevo.

Y se fue con su bicicleta, entonces ahí nos fajamos, el que se la había robado y yo, a los piñazos.

―No, ahora tú tienes que pagarme la bicicleta a mí.

―¿Que bicicleta te voy a pagar yo a ti?

No le hice caso y seguí, y entonces vino con Ramoncito Pesteacabo y toda esa gente para caerme encima a mí.

Magalys lo supo en la calle y corrió a avisarle. Como era la época en que no se hablaba con el hermano, tuvo que buscar a la madre en casa de unos vecinos y alertarla.

―Quédate afuera y dile que Noel no está aquí ―ordenó la madre y fue para el patio del hogar. Allí estaba su hijo desgranando unas mazorcas de maíz y sin pérdida de tiempo, lo puso en antecedentes de lo que ocurría.

―Dame acá el maíz y vete por el traspatio.

―Yo no voy a huirle a esos maricones.

―¡Ay, hijo! ¡Un día te vas a desgraciar!

Entonces cogí el machete y salí para la calle a esperarlos:

―Uno a uno, si me caen dos o tres, voy a meterle machete al que me caiga arriba; y por si no lo saben, este viene a reclamarme una bicicleta que él se robó.

El asunto del robo de esta bicicleta fue importante para el desarrollo de otros acontecimientos posteriores, pero la verdad con respecto al hecho, queda opaca y difusa en las varias versiones que hay del mismo. La posición de héroe timador que se adjudicó Barceló, también se presta a la duda.

"Él estaba tomando con Alexis en casa de Nicolás. Alexis dejó la ventana abierta y se fueron. Entonces vienen por la madrugada y se roban la bicicleta. Alexis se la lleva y la guarda allá atrás, en el patio. Al otro día cuando la mamá de Nicolás va allá a buscar a Alexis, ve la bicicleta atrás de la casa. Él decía que había sido Noel, que había sido Noel el que se había robado la bicicleta, y Noel le dijo que no, que él no se la había robado, que el que se la había robado había sido Alexis. Por eso estuvieron presos en instrucción".

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

El dueño de la bicicleta nos acusó. Lo acusó a él y él me acusó a mí. A él le salieron dos años por robo y a mí un año por hurto continuado. Al dueño le pusieron multa al descuido. Fui para la prisión y cumplí el año ese. Dentro de la prisión, trancado. En esa época tenía veintiuno o veintidós años.