lunes, 28 de junio de 2021

4.- Naná, la esposa de tío Segundo

    Certeza semejante en lo que debía hacer, la tuvo Manita García cuando Ángel le dijo el sitio en el que tío Segundo se metía, Resuelta fue hacia el antiguo escaparate que la acompañaba desde que se casó, tensó el cuerpo para alcanzar la maleta que sobre él guardaba, pero la imagen que se reflejó en el espejo de una de las puertas la detuvo. Al verse vieja y cansada, el deseo de permitir que el destino fluyera sin trabas quiso apoderarse por segunda vez de su vida, pero la conciencia de lo que ocurría dentro de sí fue suficientes para, con la misma entereza con que le negó al oficial español la información de dónde estaba su marido, destrozar de un puñetazo el espejo, que por un breve segundo, fue testigo de su flaqueza.

    Terminó finalmente de estirar los brazos y tomó la maleta donde echaría la ropa de tío Segundo.

   ―Esta noche, cuando pase el tren, te vas para La Habana para que estudies y trabajes.

    Como el giro de tío Baltasar, recientemente establecido en la capital, eran las telas, no le fue difícil conseguirle empleo a su hermano en una tienda de ropas de la calle Muralla, Allí tío Segundo se ocupó inicialmente de la limpieza y los mandados, pero por su garbo y simpatía, no demoró en pasar al mostrador, Las ventas del establecimiento aumentaron, los dueños le tomaron afecto, y Abraham comenzó a enseñarle el oficio de sastre. El éxito del nuevo dependiente entre las clientes no se limitó a sedas o botones, sino que también se hizo extensivo a otros asuntos más íntimos y personales, por lo que tía Segundo no tuvo necesidad de poner nunca más un pie en prostíbulo alguno. Fue así que desapareció el peligro de que entre los hijos de Manita García hubiese un chulo, aunque a expensas también de la posibilidad de que no hubiera un médico o un abogado, ya que el joven, a pesar de su inteligencia, no tuvo tiempo, ni interés en seguir los estudios.

    La vida habanera duró solo unos pocos años, pues un desagradable suceso vino en poco tiempo a torcer el destino de tío Segundo. Sorprendido en un lecho que no le pertenecía, saltó de él y corrió a coger los pantalones para escapar de allí, pero fue precisamente su desnudez quien le salvó la vida.

   ―¿Por qué, Natalia? ―preguntó el pobre hombre cuando pistola en mano irrumpió en la habitación, mas al ver al amante de su mujer tratando de vestirse, no esperó otra respuesta, pues la causa del adulterio le fue, como un insulto, visible en toda su magnitud. Creyendo descubrir una sonrisa de sorna en los labios de su esposa, se llevó a la sien el arma que traía para matar a los amantes, y se disparó.

    A cambio de la promesa de recordarla eternamente, la viuda le juró al amante no decir su nombre y por sobre el cadáver que yacía ensangrentado la cama, sellaron el pacto con un beso. Tío Segundo puso pies en polvorosa y no paró hasta un pueblecito de la provincia de Camagüey donde un cuñado de Abraham vendía quincallería en un mulo.

   

     ―Ahora tienes que contar lo del tutor de Naná.

    ―Ya hoy he escrito bastante.

    ―No importa.

    ―Estoy cansado.

    ―Aprovecha que estás inspirado y así no se te olvida ninguno de los detalles importantes.

    ―¿Aquí detalles te refieres?

    ―Tú sabes. Cuenta.

 

    Naná y tío Segundo se enamoraron en aquel lugar…

 

    ―No, no. Esta es una historia muy apasionante, y debes explicarla con lujo de detalles.

    ―Tantos detalles me parecen innecesarios, Es tarde y estoy cansado.

    ―Sí tú quieres, yo podría contar esta parte.

    ―¿Tú?

   ―También me sé la historia.

    ―Nunca supe que te interesara escribir.

   ―No, pero me he dado cuenta de que no es nada difícil.

    ―Hazlo si quieres, pero no en mi novela.

    ―¡Ah!, ¿pero es una novela? Pensé que eran recuerdos melancólicos…

   ―Sí, es una novela.

    ―Puedo imitarte el estilo: muchas subordinadas, muchas oraciones entrelazadas por la conjunción "y", muchos "que" …

      Naná era la muchacha más bonita de toda Florencia

 

         ―¡Qué cursi!

 

     Huérfana de padres, se crio con un tío…

 

    ―Solterón y muy católico

 

    Quizás por la posición económica que tenían, su tutor debió oponerse a las relaciones de la sobrina con un simple vendedor ambulante, pero no se sabe por qué razón las aceptó y le dio calor al noviazgo.

 

―No se sabe, pero se comenta.

 

    La boda se efectuó al poco tiempo y la pareja fue a vivir al hogar de la muchacha. El ardor de la joven y la experiencia adquirida tempranamente por tío Segundo convirtieron las noches en un tormento para el solterón, pues agobiado por las más incestuosas tentaciones, don Plácido no se podía quedar dormido al oír las expresiones y los suspiros que le llegaban del cuarto aledaño. Para tratar de calmar su turbado espíritu, primero se permitió escuchar, mas ello agudizó su martirio: durante el día vivía obsesionado imaginando la razón exacta que motivaba todas y cada una de las frases que percibía en la inquietud de sus almohadones, Por la noche dejó de ir a la iglesia y permanecía en su despacho haciéndose el que leía el periódico para velar el momento exacto en que Naná y ti Segundo se iban a dormir. Calculaba el tiempo que demoraban en meterse en la cama y corría entonces para situarse detrás de la puerta que separaba su habitación de la de los recién casados. No conforme con ello, aunque en franca oposición con su conciencia, una tarde aprovechó el quedarse solo en la casa y practicó un disimulado orificio en la pared.

    Esa noche, sudoroso de inquietud y con el pudor y la razón totalmente obnubilados, se subió en la silla preparada con anterioridad, corrió el cuadro de San Sebastián, se tapó el ojo izquierdo para agudizar la vista del derecho, y miró.

    El tiempo de su pecado fue solo de segundos, pues a propósito divino, y para que aquella innoble conducta se detuviera, lo primero que don Plácido tuvo delante su campo visual, fue el erecto miembro viril de tío Segundo. Entonces, llenó de vergüenza, comprendió toda la verdad. Supo el porqué de sus atenciones con el joven, la razón de su contento cuando esta junto a él y la causa del rencor que los últimos tiempos le inspiraba su sobrina, Se tiró de la silla y, para asombro de los noctámbulos de Florencia, corrió por toda la calle del comercio, entró al parque Martí y de detuvo en la iglesia parroquial, allí dio de voces hasta que el sacristán le abrió, y entonces fue a tirarse de bruces a los pies del Crucificado, pero la desnudez del Nazareno lo asustó, y prefirió los brazos de la Dolorosa.

    Al otro día, aconsejado por su confesor, le mandó un emisario con el dinero suficiente para que tío Segundo pusiera una gran tienda de ropa donde mejor le conviniera con la condición de que abandonara el pueblo.

    Manita Garcia…

 

    ―Seguro que dijo: ni chulos ni maricones.

    ―Pedirte que me dejes escribir en paz, es totalmente inútil.

    ―Antes de ponerme a hablar de Manita, o haría notar la capacidad modificadora de los acontecimientos que tenía la vera de tío Segundo, capaz de provocar a nivel nacional, el mismo efecto que el atentado de Sarajevo para el mundo.

    ―¡Bah!

    ―Es que no aprovechas los momentos oportunos para hacer comentarios importantes.

    ―Yo pretendo que mi novela sea seria.

    ―Está bien, no me hagas caso. Ibas a hablar de Manita García.

 

    Manita García decidió que era hora de traer nuevamente a tío Segundo a su sombra, y por ello le ordenó que abriera en Jarahueca el negocio, en el que ella no tendría que invertir ni un kilo. Allí prosperó el sastre, aunque era de Naná de quien realmente estaba cerca, pues esta, conocedora de la pieza que tenía por esposo, no le perdía pie ni pisada, desarrollando con el tiempo esa intuición de saber detectar cuándo tío Segundo se le alejaba a más de cincuenta metros.

     Naná preguntó por su marido y, una misma acción, se puso de pie. Como Manita García sabía que oponerse a lo que iba a hacer era totalmente inútil, le ordenó:

    ―Ve y búscalo.

    Naná salió disparada hacia la calle y, guida por un olfato especial, supo hacia dónde dirigirse.

    Esa mañana, en efecto, su marido había ido a comprar cigarros, pero Naná lo sorprendió hablando con Cora: costurera de quien se decía había sido noviecita de tío Segundo cuando estaban en la escuela primaria. Ella no se había casado, porque vivía fiel a la ilusión de su primer y único amor. Naná, mezcla de andaluza e isleño, olvidada del qué dirán, no más los vio les cayó a pedradas, pero de los muchos proyectiles, solo uno dio en el blanco.

    Cora, envalentonada por la sangre que le brotó, con un pañuelito de holán y crochet intento limpiar la frente de su ídolo, pero con la mordida que Naná le dio en la mano, la pobre mujer por poco queda manca.

   Tío Segundo tomó a su esposa fuertemente por un brazo, e insultándose regresaron a casa de Manita García. Fueron hasta su cuarto y, aunque comenzaron dándose de golpes, como ocurría veinticinco o treinta veces a la semana, terminaron haciéndose el amor.

 

    ―Y ahí fue cuando tú entraste.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario