sábado, 3 de abril de 2021

Capítulo seis

CAPÍTULO SEIS. 

Camilo Alberto se dirigió al sitio del parqueo donde había dejado su jeep. Observado por decenas de ojos disimulados o invisibles, se esforzó en no dejar que sus pasos por sobre la gravilla ni sus manos cambiándose el portafolios para que la derecha buscara las llaves en el bolsillo del pantalón dejaran traslucir su confusión. El sol se encontraba aún sobre el horizonte, y el cielo, como si se desangrara, anunciaba ya la próxima muerte del día.

   Pérez, su chofer, estaba de vacaciones, y si Camilo había estado protestando por las molestias que ello le ocasionaba, en ese momento se alegró de que no estuviera para manejarle hasta Santa Clara, pues como militante también hubiera estado presente en la reunión del Núcleo.

    "¡Pérez!" ─pensó Camilo Alberto desgranando las sílabas, y aquella sola palabra, sin ningún otros pensamiento que le acompañara, fue suficiente para tener la certeza de que el origen de aquel engendro y toda la información que se necesitó, habían surgido del resentimiento y la mala voluntad de este sujeto.

   Como a esa hora ya no quedaban otros trabajadores en el Puesto de Mando, era costumbre, y se permitía que, habiéndose terminado la reunión del Núcleo, se formaran pequeños grupos que por breves minutos comentaran detalles de lo tratado o se pidieran orientaciones acerca de la forma de realizar alguna tarea encomendada, pero no ese día. A Camilo Alberto, sobretodo los trabajadores más simples, lo querían y respetaban, y por consideración a su vergüenza, quienes  vivían en el caserío de los alrededores se dirigieron con prontitud a la salida, los de Sitiecito abordaron la guagua que esperaba por ellos, y los dirigentes, mayoritariamente residentes en Santa Clara, caminaron hacia sus respectivos autos en el parqueo.

   Camilo Alberto puso el portafolios junto a otros papeles en el asiento trasero del vehículo, abrió la portezuela junto al timón, se sentó ante él y encendió el motor; iba a ponerla marcha atrás para salir de allí, cuando una voz lo detuvo. Esperó que Federico se le acercara y, con la impresión de que las palabras que pronunciaba estaban desfasadas con respecto a los movimientos articulatorios, le oyó decir:

    ─Me voy contigo.

   Por su parte, él, como si la decisión tuviera vida propia y no le perteneciera, respondió de manera tajante:

    ─Prefiero irme solo.

   No supo si fue antes o después de dar la vuelta por detrás del vehículo para acomodarse en el otro asiento delantero cuando, sin hacer caso del deseo expresado, Federico le dijo:

    ─Es voluntad del Núcleo.

   Y el ruido característico de la puerta al cerrarse fue como el cuño monárquico que acredita y da fuerza legal a una decisión del Parlamento Inglés para que se lleve a efecto.

   Hay acciones o situaciones que parecen ya vividas, y Camilo Alberto tuvo esa sensación cuando giraba el auto para quedar de frente a la puerta de salida, pero contrario a lo que generalmente ocurre, después de la idea inicial y vaga, esta vez en él apareció el recuerdo claro y preciso de la ocasión anterior. Fue cuando le avisaron que Rita había ido para Maternidad a parir su primer hijo.

   A la hora de la comida del día anterior, su mujer le  había comentado que en la cola de la tienda de la Canastilla, una señora mayor le había preguntado con asombro que cómo podía estar allí encontrándose ya de parto.

   ─¿Y usted por qué lo sabe? ─le había preguntó Rita─.  Yo no me siento nada.

─Por el olor, niña ─dijo Rita que le respondió la anciana.  

  Tampoco a Camilo Alberto le pareció bien que su mujer hubiese ido con semejante barriga a hacer compras, y una vez más, en aquellos últimos meses, le reprimió por disparatera.

    ─Hoy se me vencían varias casillas de la libreta de productos industriales─se defendió Rita─,  y dio la  casualidad que entró mercancía a la tienda. Además  ─agregó mientras le ofrecía con su tenedor una lasca de platanito maduro frito─ yo no me siento nada.

   Hacía ya seis meses que los padres de la muchacha se encontraban en Francia, él como comprador de medicamentos y útiles médicos, y ella atendiendo algunas funciones menores en la sede diplomática de Cuba en ese país, por lo que Camilo Alberto se sentía doblemente responsable de su mujer, la que por demás, caprichosa y voluntariosa como era, había ocultado su embarazo hasta la salida de sus padres para impedir que estos fueran a arrepentirse de viajar.

    ─Pero no debes estar haciendo disparates.

    ─Te lo prometo ─le dijo esa noche su mujer mientras tomaban el café de la comida y lo repitió al día siguiente cuando, en la puerta de la calle, despidió a su marido que salía para el trabajo.

   ─Es varón ─le había anunciado Federico enseguida que lo supo en el Departamento de Información del Hospital Materno─, y te permiten que subas a verlo ─agregó mientras le palmoteaba la espalda.

    Cuando llegó, como si se hubieran citado media hora antes, ya estaban presentes todos sus compañeros del Núcleo, mas el hecho no le llamó la atención de manera especial.

    ─Tú eres muy ingenuo ─le repetía Rita con frecuencia.

   Creyendo que se le había hecho tarde, fue a excusarse cuando coincidentemente, Tomasito miró el reloj en su muñeca y manifestó que aunque aún faltaban cinco minutos para la hora prevista, comenzarían la reunión, pues ya no faltaba nadie de los que debían estar. Alberto saludó con la mano a algunos compañeros y sonrió a otros, pero para evitar que lo requirieran, apresuró el paso hacia su asiento. El gustaba de sentarse junto a la ventana del fondo, mas esta vez habían modificado la distribución habitual de las sillas y sólo quedaba una disponible junto a la mesa de la Dirección. Allí se sentó Camilo Alberto y quedó frente a la masa de compañeros del Partido. Semejante detalle también le pudo haber resultado significativo, pero habituado a aquellas reuniones, no hubo en él alarma ni extrañeza.

    ─Es demasiado cándido ─siempre comentaron los suegros a sus espaldas.

   Se hizo el acostumbrado pase de lista y cada uno de los militantes del Partido Comunista de Cuba del Núcleo del Puesto de Mando de la Ganadería de la Regional Sagua, como en la escuela, fueron contestando presente al mencionarse su nombre. A Camilo siempre le pareció ridículo aquella forma de conocer quienes estaban, pero José Manuel, el director, lo prefería así, y como su voluntad era ley, aún en asuntos tan triviales y ajenas a sus funciones como era el control de asistencia en las reuniones del Núcleo, se hacía de esa manera.

   Quien único no estaba presente, era Pérez. Este siempre disfrutaba sus vacaciones en la segunda quincena de los meses de diciembre y julio, y ese año las tenía planificadas para ese tiempo, pero dos días antes de aquella fatídica reunión del Núcleo, una inesperada necesidad familiar lo obligó a adelantar sus vacaciones para salir de la provincia, razón esta que justificaba, y sólo por ello, a no estar presente en la reunión partidista mensual.

   Pérez era un sujeto, según Rita, lleno de frustraciones y amarguras, pero que él negaba y sabía disimular con perfección de orfebre. Risueño, sociable y aparentemente servicial, ocultaba con la actitud exhibida, el rencor de su mediocridad.

    ─No se le parece ─fue el comentario que Pérez hizo cuando al otro día fue con Camilo a recoger a Rita al Hospital de Maternidad y le enseñaron el niño.

    ─¿A quién? ─le preguntó Rita.

    ─A Camilo, el padre ─dijo.

     Y Rita, herida quizás, porque el chofer no hubiera hecho un cumplido alabatorio de su hijo, le espetó irónica y risueña una pregunta que nadie esperaba.

    ─¿Y quién le dijo a usted que Camilo es el padre?

   Camilo esperó que saliera el jeep del director del Puesto de Mando, y después de este, alcanzó la puerta de salida. Puso la segunda velocidad y ya en la carretera, pasó a tercera y aceleró. Al llegar al pueblecito, se desvió por una de las primeras calles laterales y detuvo el jeep frente a la humilde vivienda de un señor que, ante la carestía de la época, les suministraba cigarros fabricados artesanalmente.

   Federico, conociendo la intención de su amigo, extrajo una cajetilla de uno de los bolsillos de su camisa y se la ofreció, pero Camilo no se percató del gesto y se bajó del jeep.

   ─No tiene, coño ─dijo cuando regresó.

   ─Te estoy ofreciendo de los míos.

   Camilo tomó un cigarro de los que Federico le brindaba, lo encendió y aspiró una fuerte bocanada que expulsó de igual forma. Rita siempre lo estaba estimulando para que dejara de fumar, pues trabajadora del Ministerio de Salud, se había tomado muy a pecho su misión como Responsable Provincial de Educación Sanitaria y pretendía que también su marido llevara en este aspecto una vida sana.

   ─Rigoberto no fuma.

   Y tantas veces se lo repitió que un día, después de encender un cigarro con el fuego que le ofreció el suegro, se viró molesto y le dijo soberbio:

    ─Rigoberto es Rigoberto, y yo soy yo.

   La carcajada del suegro no se hizo esperar ni tampoco, a modo de justificación, la explicación de su hilaridad.

    ─Perdona, Camilo, fue que pusiste una cara que pensé que lo menos que ibas a hacer, era mandarla para el carajo.

   Camilo abrió la portezuela y, dando tiempo a que los demás autos que iban para Santa Clara, se le adelantaran, descendió nuevamente del jeep y se quedó parado junto a él. Allí, con miles de ideas peleando en su cabeza, terminó de fumarse el cigarro en absorciones rápidas y repetidas, tiró la colilla al suelo y la aplastó con saña.

   ─¿Quieres que yo maneje? ─le preguntó Federico.

    ─No.

  Después del pase de lista, se hacía el chequeo de acuerdos, y ese día no hubo, en este aspecto nada especial.

   A Rita  nunca se  le había  hecho  el proceso  para militante,  ni siguiera nunca había salido Trabajadora Ejemplar, paso previo e imprescindible para poder engrosar las filas del Partido; en la Universidad se le señaló su falta de combatividad como limitante para recibir el carné de comunista, y aunque hubo quienes la defendieron planteando características de su personalidad, tanto  sus padres como  Camilo Alberto  sabían que a  Rita no le interesaba en lo más mínimo pertenecer a la máxima organización política del país, y sin que se llegue a interpretar por esto que tenía problemas ideológicos, su conducta como revolucionaria se limitaba a admirar a sus dirigentes y a disfrutar del aspecto social y festivo de concentraciones, movilizaciones agrícolas, desfiles, recogidas de materias primas, limpieza y vigilancia de la cuadra y de otras muchas tareas de masas a las que la población debía integrarse para no significarse como persona desafecta con el proceso revolucionario.

   Cuando su padre de ella supo de la posibilidad que se le designara como representante para la Misión Comercial del Ministerio de Salud Pública en Francia, comprendió que la no militancia de su hija podía ser un punto débil en su candidatura y se propuso una estrategia intensiva y de aplicación inmediata para mejorar la imagen política de Rita.

   Como a la graduación de Rita, la había llevado a trabajar junto a él a la Dirección Provincial del Organismo de Salud, no le fue difícil que el Núcleo del Partido de allí le designara tareas.

   ─Yo propongo a la nueva compañera psicóloga como Secretaria del Consejo de Trabajo.

   Camilo Alberto encendió el motor del jeep y salió en marcha atrás hasta una de las polvorientas boca calles de aquel lugar, y por ella entró para colocar el vehículo en la posición deseada. Giró entonces el timón en sentido contrario, puso de nuevo la primera velocidad con un gesto puramente estereotipado y salió patinando las gomas traseras rumbo a la carretera, a la que ascendió con un giro brusco y rápido sin siguiera cerciorarse si venía otro carro.

    ─¡Oye, yo quiero llegar vivo a Santa Clara!

    ─¿Y yo no?

    ─Pues maneja bien o dame el timón.

    ─No fastidies, Federico.

  Federico y él fueron compañeros de aula en la Universidad y, aunque sin una amistad especial, siempre se tuvieron simpatía.

    ─¿Tú lo crees, Federico?

    ─No.

    ─Pero existe el comentario.

    ─¿Y eso es suficiente?

    ─Para la moral de un comunista, sí. Tú lo sabes.

    ─¿Y qué vas a hacer?

   Federico fue uno de los estudiantes que se le ofreció a Fidel en el encuentro en la melonera de Pinares de Mayarí, y el Comandante lo designó para un complejo de vaquerías que se proponía crear en la llanura del Cauto, y por ello, a su graduación, fue ubicado en esa zona. Allí le esperaba un jeep soviético nuevo enviado para él por el máximo leader de la Revolución, pero después de dos años sin saberse cuándo comenzaría la construcción de las modernas edificaciones que se requerían, ni mucho menos de la llegada de los sementales canadienses que darían lugar a una nueva raza de ganado vacuno apropiada para nuestro clima, Federico, quizás por la imagen de dirigente estudiantil que aún conservaba del amigo, en una de las visitas a su casa en Santa Clara, fue a ver a Camilo Alberto para contarle su situación, y este, como ya nadie se acordaba de que la ubicación de Federico la había hecho el mismo Fidel, lo trajo a trabajar con él. 

    ─Yo voy a ser el padrino ─le dijo Federico cuando Camilo se le reunió de nuevo en la puerta de Maternidad.

   ─Yo soy comunista. Mi hijo no se va a bautizar.

    ─Padrino en el acto de inscripción en el Libro del CDR como ciudadano de este país, compadre ─le aclaró sonriendo y le tiró el brazo por sobre los hombros─.  Vamos a celebrarlo  ─le dijo mientras caminaban hasta donde el jeep.

   El siguiente punto del orden del día era el informe administrativo del cumplimiento del plan de producción del año, pero como este, Camilo se lo sabía de memoria, pues fue él quien había ofrecido los datos y había ayudado a José Manuel, el director, a redactarlo, llevó la atención de su lectura a un segundo plano y se interesó por ver la impresión que causaba en los rostros de los presentes. Cloraida, la cocinera, no comprendía nada de lo que se decía y lo miraba a él. Camilo se sorprendió de ello, y aunque sus miradas se encontraron sólo un breve instante, trató inútilmente de descifrar el matiz de aquellos ojos castaños y cansados que lo miraban: ¿compasión? Decidió llevar la vista hasta el extremo contrario del salón y buscó otro rostro. Ricardo, el contador, ajeno a la voz del director, lo miraba también. Camilo hizo un rápido paneo con la vista sobre los presentes y todos tenían la vista sobre él. El auditorio se sintió descubierto y cada uno de los que lo formaban, trató de disimular su turbación de algún modo: unos tosieron, otros cambiaron de posición sobre la silla, se descruzaron piernas, se encendieron cigarros, se arreglaron ropas, y una oleada de aire frío, como un espíritu que cruzara, atravesó el lugar e hizo que todos se estremecieran.

    ─¿Qué ocurre? ─preguntó José Manuel, pero no esperó respuesta, pues al levantar la vista, primero sobre el grupo para después dirigirla hacia el sitio donde se encontraba Camilo Alberto, le sirvió para percatarse de que todos conocían en alguna medida y estaban pendientes del problema principal que se plantearía en Asuntos Generales. Resumió lo que aún faltaba por leer, dijo algunas otras cifras más importantes y dio por terminado su informe.

    ─Preguntas, comentarios... ─dijo Tomasito, el Secretario General del Núcleo arrastrando la sílaba final de cada una de las palabras para motivar la intervención de los presentes.

    ─¿Cuántos hijos tú quieres tener?

   Camilo detuvo el movimiento de rotación que hacía con un estropajo sobre uno de los platos que habían usado en la comida y sin sacar las manos del fregadero giró la cabeza hacia donde permanecía Rita a su espalda dándole el pecho al niño, y exclamó interrogante.

    ─¿Eh?

  ─¿Qué cuántos hijos tú quieres tener? Nunca me lo has dicho. 

  ─Más de dos ─le respondió Camilo, con los labios le hizo un gesto que no llegó a ser beso y siguió fregando.

    ─¿Tres? ─insistió Rita.

    ─Cuatro... ─dijo sin mucha certeza para después de una breve pausa, agregar─:  o cinco.

    ─¿Todos conmigo?

   A Camilo le dio gracia aquella nueva pregunta y sonriéndole contestó:

    ─Naturalmente. ¿Con quién otra?

    ─Ven entonces y dame un beso por cada uno de los hijos que vamos a tener.

    ─¿Ahora, Rita? ─preguntó suplicante─. Le estás dando el pecho al niño y yo estoy fregando.

    ─¡Ahora!

    ─Mira que va a haber un apagón.

    ─Mejor ─dijo con un tono francamente sensual.

   Camilo se secó las manos y fue hasta el sillón donde permanecía su mujer y, a la par que los enumeraba, comenzó a besarla por las mejillas y la frente con profusión intencionada del sonido de sus besos.

   ─Uno...dos...tres... ─y así hasta contar ocho. Entonces comenzó a quitarse la camisa y fue a pararse detrás del sillón.

    ─¿Qué haces?

    ─Posar en un afiche para tus campañas de salud  ─y manteniendo una sonrisa artificial para la broma, anunció─: Matrimonio feliz.

   Rita llevó la mano que tenía libre hasta el hombro en que Camilo dejaba descansar una de las de él, y tomándosela, se la acarició con los labios.

   Ya comenzaba a oscurecer, y Camilo prendió los focos del jeep. La carretera, amén del poco tránsito que por ella circulaba producto de la escasez de combustible que había en el país, a esa hora permanecía prácticamente vacía. La semipenumbra del anochecer sólo permitió que el haz de luz se insinuara, pero la oscuridad de la noche no demoró en permitirle resaltar sobre el pavimento por el que el vehículo cruzaría. Fuera de él, sólo sombras cambiantes y fugaces de la maleza.

    ─Hace falta que chapeen los bordes de la carretera ─comentó Federico sólo por romper el silencio ya de varios kilómetros.

    ─Esto es de pinga, Federico.

  Y por aquella palabrota, tan frecuente en el lenguaje habitual entre los compañeros, pero tan poco usada por Camilo, Federico supo de la intensidad de la emoción que vivía su amigo.

   Enseguida que se le terminó la licencia de maternidad, Rita ubicó al niño en un círculo infantil y comenzó a trabajar. Era ella quien lo llevaba y por la tarde lo recogía en la institución, mas cuando debía viajar a algún otro municipio, era entonces Camilo quien pasaba por el círculo en busca del hijo.

   Una tarde, a su llegada a la casa, Camilo se encontró una nota de Rita explicándole que se le había presentado un viaje imprevisto a Placetas y que como llegaría tarde, Rigoberto le haría el favor de recogerle el niño y lo llevaría a su casa, a donde Camilo debía irlo a buscar cuando llegara.

  Pérez se había detenido a bajar unas malangas que traían, y gracias a esto, el jeep aún permanecía allí.

   La casa de Rigoberto era por el mismo barrio, así que el viaje fue corto. Fue el compañero de Rita quien les abrió la puerta y allí le entregó el niño que permanecía dormido en sus brazos.

    ─Gracias ─le dijo Camilo mientras tomaba al hijo.

  Rigoberto respondió sólo con un gesto de la mano y a continuación le indicó que no hablaba para no despertar a la criatura. Camilo asintió con la cabeza y en compañía de Pérez abordó nuevamente el jeep. Rumbo a la casa, el chofer miró a Camilo y se atrevió a comentarle:

    ─A mí este tipo no me acaba de gustar.

    ─¿Por qué? ─indagó curioso Camilo.

    ─No sé  ─dijo Pérez sólo para volver a insistir─,  pero no me gusta.

   Enseguida que Liz Baliño tuvo noticias del acontecimiento, imposibilitada de estar presente como hubiera deseado, llamó por teléfono a la hija.

     ─¿Cómo le van a poner? ─preguntó desde una de las oficinas de la embajada cubana en París.

    ─Camilo Ernesto.

  Y a partir de entonces, deseosa de conocer al nieto, contó los días que faltaban para las vacaciones en Cuba, viaje que a pesar de todas las gestiones realizadas por ella y su esposo para obtener el permiso, tuvo que esperar a los dos años de misión reglamentados en el extranjero.

   A La Habana fueron a esperarlos Camilo, Rita y el niño, y no pasaron dos horas de estar juntos, para que Camilo se percatara de los mucho que habían cambiado sus suegros.

    ─Todo lo que viene en esta maleta, es para el niño ─dijo Liz Baliño cuando comenzó a abrir el equipaje en la habitación del Hotel Habana Libre.

   Camilo fue a decir algo, pero en ese momento tocaron a la puerta, y el suegro desde el baño le pidió que abriera.

   ─Debe ser el camarero con las cervezas.

   A la hora de la cena, cuando ya las luces de la ciudad centellaban a los pies del piso veinticinco de aquel edificio,Liz Baliño tomó del brazo a Camilo y lo llevó hasta uno de los ventanales que servían de mirador.

   ─¡Ay, qué maravilla estar de nuevo en Cuba! ─dijo en voz alta ante los camareros, quienes por su atuendo demasiado elegante para la época que se vivía en el país, la miraban con evidente desconfianza. Inmediatamente bajó la voz y con disimulo le susurró al yerno al oído─:  Yo le avise a tu mamá cuando nació el niño.

   Camilo la miró asombrado sin saber qué decir. Liz Baliño sonrió, como siempre, con una mezcla de picardía y extendió un brazo como si señalara un punto en la vista nocturna para no levantar sospechas de lo que hablaban y le aclaró:

   ─No te preocupes. En París no hay la persecución que hay aquí. Allá esas cosas se pueden hacer sin que nadie se entere.

   ─Camilo Alberto, ahora debemos plantear algo en esta reunión que te atañe particularmente ─dijo Tomasito e hizo una pausa.

   A Camilo no le sorprendió aquella indicación. Sin haber tenido conciencia de ello, toda la información extraverbal recibida en la última hora, le había alertado de lo que ocurría y de cierta manera estaba preparado. El, Camilo Alberto Ramos Solís, médico veterinario y Subdirector Técnico del Puesto de Mando de la Ganadería en el Regional Sagua, sería el centro de aquella reunión del Núcleo del Partido.

   Punzado por tales palabras del Secretario General, Camilo cambió de posición en la silla y se irguió con naturalidad, pues, aunque sabía que iba a ser agredido de alguna manera, no podía demostrar tensión ni defensa, ya que semejantes actitudes ante sus compañeros, hubiera enotado desconfianza y recelo de su parte, y como principio del centralismo democrático que imperaba en la organización política a la que pertenecía, cualquier medida que de ellos enamara, aunque fuera una orden de detención, sería por su bien. Se ajustó los espejuelos como si en realidad esperara la asignación de una tarea partidista cualquiera: la actualización del mural el mes próximo, el apadrinamiento de algún compañero de los de la cantera para engrosar las filas del Partido o la entrega de una información determinada, y la pausa de Tomasito le pareció interminable.

     El no tenía problemas de disciplina laboral y había cumplido su plan de trabajo del año con calidad. En este aspecto no había duda alguna, pues aunque en el informe que se acababa de leer, no se hacía mención explícita de su nombre, ninguno de los parámetros medibles en su subdirección se había incumplido, y la valoración cualitativa de su gestión técnica y administrativa había sido calificada de excelente en la última visita de Control y Ayuda del Nivel Provincial.

  Como militante había cumplido todas las tareas que el Núcleo le había asignado, mantenía buenas relaciones humanas, se estaba superando y ya cursaba el segundo semestre de Ruso en la Escuela de Idiomas, participaba en las movilizaciones agrícolas y en las jornadas de limpieza y embellecimiento que se convocaron siempre que se esperaba una visita al centro. Cumplía con la guardia obrera y no había fallado a ninguna de las rondas que por la zona de los CDR le habían correspondido. Era combativo...No. El señalamiento no sería por ninguno de estos aspectos.

   Tomasito fue a hablar, pero se detuvo para tomar un poco de agua. Los demás permanecían estáticos y en silencio como si simularan un conjunto escultórico. Sólo los ojos de José Manuel se movían inquietos del Secretario General a Camilo Alberto, y de este al resto del auditorio para volver de nuevo a Tomasito.

   José Manuel había pertenecido al ala juvenil del Partido Socialista Popular en su nativo Caibarién y defendía su cargo como Director en aquel puesto de mando adulando a los jefes superiores, con un eficiente trabajo organizativo, sin permitir el más leve resquebrajamiento en la disciplina de acatar su voluntad y temiendo siempre de quien sospechara podría sustituirlo, y Camilo era el principal candidato.

   El jeep dejó atrás el poblado de Cifuentes y comenzó a recorrer el último tramo de carretera antes de llegar a Santa Clara. La cercanía a la ciudad capital de la provincia justificaba la aparición cada cierto tiempo de algunos otros autos, aunque no por ello se pudiera dejar de catalogar el viaje de solitario.

    ─Dame otro cigarro ─pidió Camilo Alberto con una voz que a Federico le pareció más serena. Se lo ofreció y le rayó el fósforo para que encendiera sin desatender el timón; esperó que absorbiera la primera bocanada de humo para hablarle.

    ─Camilo, no es bueno que te tragues lo que sientes. Yo soy tu amigo. Tú lo sabes ─le aclaró  y estoy dispuesto a oír lo que quieras decir.

   Camilo desvió un instante la vista de la carretera para mirarle con una inexpresividad que molestó a Federico.

   ─¡Oye, antes que carné, trabajo ni nada, yo soy hombre. Conmigo puedes hablar!

   Problemas ideológicos no era. Tanto él como Rita habían tenido mucho cuidado de que los niños vistieran como los demás a la hora de ir al Círculo Infantil, y la ropa y los zapatos que los suegros le enviaban a los nietos desde Francia, la usaban sólo en situaciones especiales. A veces, pantalones y pullovers de mejor calidad los utilizaban dentro de la casa para ahorrar la que habían comprado igual a la de los demás niños con la libreta reguladora de tales productos en la tienda que les correspondía.

   Con ninguno de sus familiares en el extranjero, ni aún siguiera con su madre, mantenía ningún tipo de comunicación. Sus suegros estaban en Francia cumpliendo tareas de la Revolución y eran gente probada en su adhesión a Fidel y a los principios del Socialismo, y así y todo, él no les escribía, y cuando ellos llamaban por teléfono, después de ver durante su visita a Cuba lo aburguesados que estaban, se limitaba a saludarlos única y exclusivamente. Que Liz Baliño le hubiera avisado a Nina Solís cuando nació Camilo Ernesto, y posiblemente también cuando nació Alberto Raúl, no lo sabía ni Rita.

   ─Es una situación ─dijo Tomasito cuando al fin comenzó a hablar de nuevo  difícil no sólo para ti, sino también para todos nosotros, y en particular para mí que como Secretario General de este núcleo, debo ser quien te lo plantee.

   Un mes después de la llegada de sus suegros en aquellas primeras y últimas vacaciones en Cuba, dejaron al niño al cuidado de Rigoberto, el compañero de Rita para que Camilo y ella volvieran al aeropuerto para despedir aLiz Baliño y a su esposo en la nueva partida para Francia.

    ─¿Este tipo no es casado? ─le preguntó Pérez cuando fueron a casa de Rigoberto a buscar al niño.

    ─Pérez, Pérez... ─dijo y repitió Camilo moviendo la cabeza en señal de desaprobación─.  Ya sé por donde vienes. ¡Pero mira que tú eres mal pensado!

    ─Yo sé lo que digo, doctor. Ese tipo no me gusta.

    ─Pues estás equivocado. Rigoberto no es casado, pero es hombre, varón, macho, masculino.

   ─Ahora bien ─dijo Tomasito sacando un libro del portafolio que tenía en el suelo cerca de sus pies  antes de plantearte el problema, quiero leerte algo  lo abrió por donde sobresalía un pequeño pedazo de papel haciendo la función de marcador y se dispuso a leer, pero volvió a cerrar el libro para mostrar su carátula y, como si estuviera anunciando la Biblia, dijo─:  Fundamentos de los conocimientos filosóficos  ─hizo una breve pausa y con la misma autoridad que si dijera entonces Dios, agregó─: Afanasiev ─volvió a abrir el libro y comenzó a leer─: "La moral comunista expresa los intereses de la mayoría absoluta de los miembros de la sociedad..."

   En ese momento, ya Camilo Alberto había dejado de escuchar lo que el Secretario General del Núcleo leía, pues anonadado por dos palabras dichas por Tomasito: "problema" y "moral", no podía pensar con claridad y sólo salió de aquel letargo cuando el dirigente partidista tuvo que rectificar una palabra que no había logrado leer bien de primer vista.

     "─...verbigracia"  ─y continuó─ "los mandatos elementales presentados a la conducta del hombre"  ─entonces aprovechó el punto y aparte del texto para hacer una pausa y dirigirse a Camilo─.  ¿Comprendes?

   Camilo pensó decirle que no, pero sin saber por qué, se sintió afirmando con la cabeza y recordó una situación semejante cuando Liz Baliño, al despedirse por última vez antes de atravesar la puerta de emigración en la estación aérea, le dijo:

    ──No tengan más hijos por ahora.

   Ya Rita y él habían hablado de ello y habían decidido qué iban a hacer.

    ─Es mejor tenerlos todos juntos y no esperar a que Camilito Ernesto esté grande.

   Y ya hacía tres meses que habían dejado de cuidarse.

   Camilo y Rita subieron hasta el balcón en el segundo piso del aeropuerto, y media hora más tarde le dijeron adiós a los padres de la muchacha cuando caminaban hacia la nave de Cubana de Aviación que imponente ronroneaba sus motores sobre el pavimento en que se posaba. Por la escalerilla, y hasta perderse por la portezuela abierta, Liz Baliño estuvo todo el tiempo agitando la mano en alto. El avión no demoró en desprenderse de cables y tubos que le tenían detenido en tierra y fue a situarse en uno de los extremos de la pista. El ruido del acelerón se hizo molesto. Rita se tapó los oídos con ambas manos y, en una reacción más infantil que amorosa, buscó refugio en el pecho de su marido; este la cubrió con uno de sus brazos y la mantuvo allí hasta que el avión, en la distancia, se elevó a las nubes. Entonces Rita miró a Camilo y le dijo:

   ─Estoy embarazada de nuevo.

   ─¿Qué será? ─le preguntó Camilo después de besarla en la frente.

    ─Varón como habíamos acordado.

    ─Se llamará Fidel.

    ─No. Fidel será el próximo ─aclaró Rita y salió caminando rumbo al auto─.  A este le vamos a poner Alberto Raúl.

   Si hasta entonces aquellas dos palabras habían girado en su mente independiente una de otra, después de la reacción inicial, Camilo logró en una primera respuesta, elemental, pero al menos coherente, voluntaria e inteligente, unir aquellos dos términos en una frase que por fuerza tuvo un matiz interrogativo: "¿problemas morales?"

   ─Entonces sigo ─dijo Tomasito y reanudó la lectura─.  "...De ahí el principio tan importante de la moral comunista como el colectivismo y la ayuda mutua de camaradas, que se expresa en la fórmula: Uno para todos y todos para uno..."

   ─¿Problemas morales? ─y como un inmenso bloque de granito que rebotara una y otra vez sobre el piso, aquella pregunta no dejaba de martillarle en la cabeza. Camilo recorrió la vista sobre los presentes tratando de buscar respuesta a aquella incógnita, pero todos miraban atentos a Tomasito, todos menos José Manuel, el director.

    ─Te felicito ─recuerda que le dijo poniéndole por primera vez el abrazo sobre los hombros cuando el Sindicato lo premió con la casa en la playa a los pocos meses de estar trabajando en el Puesto de Mando de la Ganadería de la Regional Sagua.

    ─Gracias ─le contestó Camilo Alberto mientras caminaban hacia la sala de ordeño de una de las tantas granjas que debían supervisar─, pero pienso que otros se lo merecían más que yo.

   José Manuel se rió y deteniéndose, le dijo:

   ─Por mí no te preocupes. Los dirigentes ─y Camilo percibió cierta entonación especial en el nominativo─ recibimos la asignación de casas en la playa directamente del Partido Provincial.

   ─Lo decía por los obreros.

   ─Vamos, hombre, no seas modesto que tú te lo mereces ─y para dar por terminado aquel tópico, más que propuesta, le ordenó que se llevara el jeep─.  Con dos niños pequeños, serán muchas las cosas que tengas que cargar.

    ─Voy a usar el carro de mi suegro.

    ─¿El cacharro viejo ese? ─volvió a tirarle el brazo por sobre los hombros para reanudar la marcha y, sin esperar respuesta, le dijo─: Tendrás que hacerle una buena reparación para que aguante el viaje de aquí a Varadero.

    ─Sí.

   ─Bueno, cualquier pieza que necesites, me ves y la sacamos del almacén.

   El jeep dejó atrás las primeras casas a la entrada de Santa Clara y no demoró en tomar por la avenida con que la ciudad recibía a la carretera, y después de avanzar varias cuadras, tuvo que detenerse ante un paso a nivel cerca de la estación de ferrocarril, pues un largo tren de carga obstruía la vía.

    ─Hay apagón en el centro.

    ─¿Qué vas a hacer? ─preguntó Federico, pero como en ese momento levantaban la barrera, Camilo sin contestar puso nuevamente el jeep en marcha.

   Era cerca de las ocho y treinta, y como otras tantas veces que él regresaba tarde del trabajo, Camilo supo a Rita sola en la casa con los dos niños.

    ─Nosotros no tenemos a nadie más en este mundo ─se lamentaba con frecuencia su mujer, pero alegre y optimista como era, aún aquella queja le servía para jaranear con picardía─.  Por eso vamos a tener muchos hijos, ¿verdad Cami?

    ─Al menos vamos a intentarlo.

    ─¿Muchas veces?

    ─Sí.

    ─Entonces hoy vamos a dormir temprano a los niños.

   Al concluir la lectura, Tomasito dejó el libro sobre la mesa y se dirigió a la compañera que hacía el acta de la reunión para indicarle que a partir de ese momento no tomara nota de lo que se hablara. Entonces cambió la vista hacia Camilo.

   "¿Problemas morales?" ─se preguntaba Camilo una vez más, pero dueño ya de su pensamiento, antes de que Tomasito hablara, se atrincheró─. "¿Qué coño se traerá esta gente?"

   A Rita sólo la recuerda verdaderamente brava cuando lo encontró con la muchacha del centro telefónico. Rita estaba embarazada de Alberto Raúl, y aunque su vínculo con Gladys fue puramente sexual, no se lo quería perdonar y le habló de  divorcio. Todo comenzó porque casualmente le vio un paquete de preservativos en el portafolio del trabajo y, aunque no hizo ningún comentario al respecto, se puso sobreaviso. Desde ese día, sin que Camilo lo sospechara, le registraba minuciosamente la ropa en busca de indicios acusatorios y confirmaba las razones de todas sus salidas o llegadas tardes la casa. La aseveración del adulterio la tuvo el día que Camilo le anunció que esa noche tendría una reunión. Rita le pidió a Rigoberto que de manera oculta viniera a cuidarle al niño, y cuando su marido salió, ella lo siguió en el auto del padre. Vio como recogía a la muchacha en una de las calles de La Vigía, y continuó detrás del jeep cuando tomaron por la Carretera Central. Al cruzar la Circunvalación, Rita supo hacia donde se dirigían. Los vio entrar en la posada y detuvo la máquina en el borde de la carretera para que tuvieran tiempo de tomar la habitación, entonces entró ella y no tuvo dificultad para localizar el jeep. Sin hacer caso del empleado que la llamaba, fue hasta la puerta del cuarto y tocó con discreción. Camilo Alberto, creyendo que le traían la bebida que había encargado, abrió ligeramente la puerta; Rita se aprovechó de ello y empujándola con fuerza, entró abruptamente.

   ─¡Chulo de mierda, si no quieres que arme un escándalo, ponte la camisa y vamos!

  Camilo descartó el incidente, pues independientemente que había ocurrido hacia dos años, como hombre que era, el hecho de que se acostara con una mujer que no fuera su esposa, no constituía problema alguno para la moral comunista.

   ─Si crees que no me necesitas, déjame en la próxima esquina ─le pidió Federico después de pasar el semáforo de la calle Maceo.

   Camilo no contestó, pero al llegar al lugar indicado, continuó la marcha sin detener el jeep, pues pensó que si el Núcleo lo había mandado, debía estar con él hasta el final.

   ─Lo que se te va a plantear, no es nada confirmado. Sólo comentarios que existen, opiniones ─aclaró Tomasito─, pero para la moral de un comunista, el prestigio puede ser mucho más importante que los hechos mismos. Tú lo sabes bien ─puntualizó con un tono de voz más firme y convincente─, porque has sido ideológico de nuestro núcleo.

   ─Tomasito ─interrumpió Camilo Alberto─,  no des más rodeos y acaba de decir de qué se trata.

   Esa mañana, Rita se iba a quedar en casa para preparar un informe que debía entregar a su jefe, y fue Camilo quien llevó a los niños al Círculo Infantil. Como Pérez estaba de vacaciones, él mismo estaba manejando el jeep.

   ─Regresa a desayunar ─le había pedido Rita cuando besaba a los hijos en la puerta antes de que marcharan.

   ─Esta bien ─le respondió este y por su parte le depositó un beso en los labios.

  A su regreso tuvo la sorpresa de encontrar servida, no la mesita de la cocina, sino la mesa de cristal del comedor. Uno de los manteles nuevos, la vajilla de aro dorado: teteras, tazas con sus platillos, vasos finos, cubiertos, la cesta del pan tapada con una servilleta...

   ─Hoy nos vamos a desayunar como personas de bien.

  ─Rita ─protestó Camilo─, que yo no puedo perder tiempo.

   Camilo detuvo el jeep frente a la casa y se bajó. Antes de dirigirse a su vivienda, se volvió a Federico y le dijo:

    ─Regreso enseguida.

    ─¿Qué vas a hacer?

  Aquella interrupción de Camilo había emplazado a Tomasito. El ambiente se tornó insostenible y el Secretario General del Núcleo del Partido Comunista de Cuba del Puesto de Mando de la Ganadería en la Regional Sagua supo que no podía dilatar más el asunto.

   ─¿Qué tú crees si la mato? ─le preguntó a su vez Camilo con toda la ironía de que fue capaz.

    ─Tu mujer te es infiel.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario