Siempre al sur, guiados, no por la Cruz en el firmamento, sino por la estrella de la bandera victoriosa del Socialismo que ondearía en la entrada misma de la capital del imperio que combatían para que se abrieran las puertas del paraíso a tanto negro discriminado, tanta mujer explotada y tanto hijo perdido, sólo cinco, cinco hombres como las cinco puntas de la estrella solitaria, como los cinco días que ya se contaban de haber abandonado el campamento para integrarse a la ofensiva del otoño del setenta y siete, sobre los pechos, las cananas de balas, y en las manos, listos los fusiles para el disparo, bajo los pies tan sólo lodo y charcos[1] cinco hombres escapados y perseguidos por la Muerte, afiebrados de miedo y hambre, exhaustos, ocultos de día al acecho del olor del viento, de la posible alteración del ritmo del agua por entre las piedras al despeñarse en el abismo, a la quietud de la maleza donde se esconde la cobra, y fue él, Camilo Alberto, y no el Teniente Coronel Brito, quien a la cabeza del cortejo, marchaba lentamente, como un hombre fatigado, hundiendo penosamente en la tierra los pies torpes e hinchados, cinco soldados: Ernesto, nombrado así por el Che, el más joven, un niño apenas exclamaría quien le viera imberbe a pesar de sus dieciocho años, Alesio, Roberto, el hijo del molinero. Santiago con su figura recia que inspiraba calma y confianza, el más bello de los cinco, herido, el único herido de los cinco hombres; véndame le había pedido a Camilo Alberto cuando se encontraron; yo lo hago exigió Alesio, se arrastró junto a Santiago y lo ayudó a quitarse la camisa; fue a sedal dijo mientras que con el agua de su cantimplora le limpiaba los coágulos prendidos en la abundante vellosidad del pecho, era inexplicable que estuvieran vivos cuando el humo negro que se levantaba por sobre los árboles, el olor a pólvora y la amargura por tantos compañeros destrozados entonaban requien también por ellos, Roberto, el más sorprendido de todos, sin saber por qué habían sobrevivido, de día alerta a la quietud de la maleza donde se esconde la cobra, a la alucinación constante de los helicópteros, y de noche guiados, no por la Cruz en el firmamento, sino por las banderas victoriosas del Socialismo, siempre al sur a pesar de las protestas de Alesio: debemos regresar había exigido; no enfatizó Camilo Alberto, se nos ha encomendado una misión que debemos cumplir; Santiago está herido y necesita atención médica dijo Alesio y se puso de pie dispuesto a ayudar a su amigo; nos van a ver susurró asustado Ernesto al momento que saltaba sobre Alesio derrumbándolo nuevamente al suelo; vinimos a morir, ¿no? dijo Roberto, el destino se cumple, lo que está escrito es ley, y nosotros vinimos a morir para que la bandera rojinegra de las estrellas victoriosas del Socialismo ondee en la capital del imperio que combatimos; es la misión que nos ha encomendado el Partido reafirmó nuevamente Camilo Alberto, para que se abran las puertas del paraíso a tanto negro discriminado, tanta mujer explotada y tanto hijo perdido; no jodas más con lo de tanto hijo perdido, el hombre que se ha perdido en un país extraño y desconocido y sabe que se ha perdido, empieza a buscar su propio camino, y el que se encuentra en la misma situación y no advierte que ha perdido la vía justa, no tiene siguiera esta posibilidad, y eso somos nosotros; tú estás loco, Roberto dijo Alesio; haremos lo que Camilo diga, él es el Político sentenció Santiago, y Ernesto se lo agradeció, Alesio se arrastró nuevamente hasta Santiago para ayudarlo a incorporarse, pero Camilo lo detuvo con su orden; debemos esperar a que oscurezca; de día, alerta a la quietud de la maleza donde se esconde la cobra, a la alucinación constante de los helicópteros, y de noche, guiados, no por la Cruz en el firmamento, sino por la bandera tricolor, marcharon para cumplir la encomienda del Partido, siempre ocultos, desde que salieron del puerto de Matanzas, y desde antes, durante los dos meses de entrenamiento en El Nicho, ocultas las acciones y secretas las intenciones, en Cuba todo el mundo lo sabía, pero nadie lo hablaba, eran quizás sólo los pájaros del monte que de tanto habérselo oído a los negros en su añoranza, lo incorporaron a su canto: África, África..., o los camiones militares por la madrugada ronrroneándolo en sus motores: guerra, guerra..., y las luces de los semáforos: verde y rojo, rojo y verde..., quienes únicos se atrevían a mencionar las palabras que se fraguaban en edictos de gavetas por secretos ministerios, pero que con el tiempo se convertirían en conjuro trágico del viento sobre las briznas en el campo; después de haber perdido a sus hijos, Camilo lo decidió y se creyó único, quien por pura y espontánea voluntad cumpliría la misión internacionalista encomendada por el Partido para salvar a tanto negro discriminado, tanta m7ujer explotada y tanto hijo perdido; Ernesto nombrado así por el Che, también estaba en la oficina de reclutamiento por pura y espontánea voluntad, después coincidimos en la bodegas del Río Damují convertidas en dormitorios perennes de ocultas tropas a la insolencia de tanto avión norteamericano sobre volándole, Camilo ocupó una litera cercana a la de Ernesto, y desde allí le oyó los proyectos de heroicidad con que viajaba el muchacho, toda conquista es la tumba de una esperanza, y Ernesto vivía esperanzado con llegar a ser héroe; en Luanda fue para Cacuaco, y Camilo para la unidad de tránsito de los oficiales: Futungo, sólo se volvieron a encontrar cuando se formaron las tropas que irían al frente encargadas de cumplir la misión del Partido de llevar al sur las banderas victoriosas de la estrella solitaria, y como iluminado, ya sin la guayabera del camuflaje para el viaje en las ocultas bodegas del Río Damují, Camilo lo vio amortajado de héroe con su traje verde olivo, sus botas rusas y la mochila con el avituallamiento para la guerra; yo lo veía por tercera vez, pero era la primera a la luz del día, en un jeep semejante al que tenía en Cuba para el trabajo, nos trasladamos hasta la Unidad donde esperaba el grueso de la tropa, Brito, el Teniente Coronel que dirigiría la operación, dos capitanes y yo, como político, éramos el Estado Mayor constituido para el avance de la caravana que se dirigiría al punto cardinal hacia el que también quería ir Ernesto para cooperar en los propósitos de ayuda que nuestro país le brindaba a Angola para su liberación, y ser héroe; yo quiero ser héroe me dijo en la oscuridad de la bodega del barco, y quizás por probar los vítores que esperaba recibir a su regreso o por un elemental sentimiento de solidaridad humana que tiene todo buen comunista, habíase escapado a la quimbería cercana a la Unidad y por entre las chozas de barro y caña, con un turba de mujeres y muchachos que lo aclamaban, fue entregando los suministros que para su alimentación había recibido, mas no conforme con tanta indisciplina, se había fajado a los puños con un hombre, porque le comía una de las latas holandesa de carne que él, Ernesto, le había regalado al hijo, y castigado, no saldría en la caravana hacia el frente de batalla en el sur, por lo que al verme en el jeep del Estado Mayor, vio los cielos abiertos y se me acercó, yo lo veía por tercera vez, pero era la primera a la luz del día y me pareció todavía más joven que cuando lo había visto entre las sombras; llévame contigo, compadre me suplicó cuando se me acercó a hablarme sin siguiera el saludo militar que me debía ahora que yo era oficial, pero me dio gracia y lástima a la vez y le contesté que vería qué podría hacer por él, pues qué hubiera hecho yo si un padre manganzón se pone a comerse descaradamente mi lata de carne holandesa que yo le hubiera dado al hijo, y me vino a la cabeza la duda de que si valdría la pena pelear por hijos perdidos de semejantes padres: vagos y haraganes, pero en mi pensamiento no había desviación ideológica alguna, pues si bien peléabamos por ellos, también les llevábamos lejos a los hijos perdidos para que pudieran estudiar y hacerse hombres útiles a su patria, entonces, por la Patria, valdría la pena machacarle los dientes al padre que le comiera, aunque fuera carne de perro, el alimento de su hijo, y de seguro ese fue el sentimiento de Ernesto cuando agredió a aquel negro vago y manganzón, y aunque no era precisamente a los negros a quienes veníamos a combatir, sino a los que los discriminaban, Ernesto, al menos para mí, actuó como un héroe digno del nombre que llevaba cuando le machacó los dientes a semejante padre; voy a ver qué puedo hacer le dije, y no sé por qué lo hice, por qué lo dejé con la duda de si lo llevaría o no en la caravana, cuando ya estaba decidido en mí que soldado semejante, capaz de romperle los dientes al primer negro que le comiera la comida a su hijo, debía estar en el frente sur, dispuesto a llevar la hoz y el martillo de las banderas victoriosas del Socialismo a las puertas mismas de la capital del imperio para que se abrieran al paraíso; ¿cuándo llegaremos? le preguntó Santiago a Camilo Alberto en el antepenúltimo camión de la caravana, Camilo le iba a responder que antes del anochecer, pero la explosión de la mina se lo impidió, hacía ya más de treinta y seis horas que habían salido, pues la marcha era lenta y lejos el destino, los zapadores debían revisar minuciosamente cada puente y cada tramo sospechoso de la carretera, detenerse y esperar, entonces se hacía café, se encendía un cigarro y se orinaba junto a los vehículos, nunca en la maleza donde se esconde la cobra y acecha el enemigo, orinar y defecar; Camilo Alberto aprovechaba las paradas en la que los zapadores revisaban minuciosamente cada puente y cada tramo sospechoso de la carretera y se cambiaba de vehículo para viajar un rato cada vez con un grupo diferente de la tropa; cuéntale, cuéntale al Político lo que te pasó en el barco; lo importante es que estoy aquí, dijo Santiago; ¡silencio! ordenó Camilo Alberto, y los cinco hombres apretaron el fusil en sus manos y permanecieron quietos en sus escondrijo dentro de la maleza donde acecha la cobra, pero era que el temporal de primavera se acercaba rápidamente, las pesadas nubes negras alcanzaban ya el punto más alto del cielo, iban al encuentro del temporal, los relámpagos se encendían cada vez más a menudo y los truenos que ya no sonaban en el lejano horizonte sino estallaban por encima de las tinieblas próximas caían largamente en la oscuridad prolongando en el eco su murmullo amenazador para estallar antes de que llegara a hacerse el silencio en la oscura bóveda del cielo con un relámpago repentino que parecía brotar de una larga inmovilidad acompañado por truenos cada vez más ensordecedores, el viento levantó una nube amarilla sobre la amplia llanura; nada, que yo no estaba acostumbrado a cagar donde me vieran, y en el barco había que hacerlo en la cubierta; estuvo quince días sin dar del cuerpo y por poco se muere dijo Alesio burlándose; hasta que me bajé los pantalones delante de todo el mundo, me agaché agarrado a un tubo con las nalgas para el mar, como todos mis compañeros, y pensé: lo que de mí salga, es para los imperialistas que no quieren que Angola sea libre; todos se rieron y fue entonces cuando Santiago, queriendo cambiar la conversación, le preguntó a Camilo Alberto que cuando llegarían; Camilo le iba a responder que antes del anochecer, pero la explosión de la mina se lo impidió, entonces, sin hablar, extraje de la vaina mi corta daga de cazador y de un solo golpe introduje la hoja hasta la empuñadura en el cuello terso y reluciente de mi caballo andaluz, cayó a mis pies con los ojos ya oscurecidos por el velo de la muerte, blanco e inmenso, los temblores de la agonía sacudían su vientre y sus ágiles piernas nerviosas, y cuando me incliné sobre él y extraje la daga del cuello la sangre empezó a brotar a borbotones impetuosos a través de la herida, y cuando el silencio se hizo como un manto más oscuro que el humo que brotaba atropelladamente de lo que fue la caravana victoriosa al sur para ensuciar el azul del cielo, soldados no blancos, rubios ni ojiazules, sino negros como los mismos negros que las tropas cubanas intentaban ayudar a liberarse, comenzaron a descender de las colinas a ambos lados de la carretera para inspeccionar los restos de tanques, camiones y jeeps calcinados, cuerpos destrozados como aquel que aún ardía junto a la cuneta, y el extraño olor, mezcla de pólvora, sangre y carne quemada que le recordó a Camilo Alberto las verbenas de la patrona de Jarahueca, con sus cientos de voladores explotando como hacía un momento los obuses, las granadas y los cohetes, y los sofritos y aceites donde se freían las empanadas, morcillas, picadillo y tortillas de las fiestas; "venid y vamos todos con flores a María, con flores a Porfía que madre nuestra es"; ¿por qué estaba vivo?, no lo sabía y poco le hubiera importado que lo encontraran allí, donde mismo se esconde la cobra, y lo masacraran a tiros como vio hacer con uno de sus compañeros que, entre los muertos, se quejó, y como de seguro hacían aquellas otras ráfagas que oía a intervalos rompiendo el oscuro silencio de la muerte, no le importaba que hicieran igual con él, la muerte era opción voluntaria del lema emblemático del gobierno de su país y él lo había asumido como suyo, muerto además, no habría sospecha alguna de cobardía, pero sí prisionero, prisionero existiría la duda, y él sabía que estuvo disparando hasta último momento, cumpliendo la misión que lo llevó hasta aquellas llanadas en el fondo del mundo, misión que como Político de la caravana había explicado una y tantas veces, todo ello lo sabía: la misión y su comportamiento durante el asalto, lo que no sabía era por qué estaba vivo, en qué sitio se quedó la bala que debía haberle cercenado la vida, como al Teniente Coronel Brito, a los capitanes y hasta el último soldado que conformaba la tropa al sur, sin saber por qué estaba vivo, no se iba a dejar tomar prisionero, cuando uno de aquellos negros mercenarios se le acercara y lo descubriera, le dispararía, y ese, al menos ese, el primero que lo viera, no iba a ser quien firmara su certificado de valentía en el cumplimiento de la honrosa misión, su pase al sitial de los mártires, quizás estaba vivo para verle la cara, frente a frente, a uno de los enemigos que discriminaban a tanto negro, explotaban a tanta mujer y desaparecían a tanto hijo perdido, ¡y cómo estarían ya de grande sus hijos!, tía Cuca fue hasta Santa Clara antes de que él saliera para Angola y le entregó la foto que le habían dedicado: "para papi, de sus hijos perdidos Camilo Ernesto y Raúl Alberto"; a expensas de que lo descubrieran, Camilo Alberto se llevó la mano a la cabeza para comprobar si estaba o no herido, pues comenzó a oír la música del carrusel que visitaba a Jarahueca para las fiestas de su patrona y pensó que se estaba muriendo; "de tu divino rostro me alejo con pesar, permíteme que vuelva tus plantas a besar"; Nina Solís era presbiteriana y no iba a la procesión, pero dejaba que Gustavo llevara a los hijos al parque de diversiones que armaban cuando las verbenas de la patrona en la plazoleta al final del Paseo; no los sueltes le encargaba siempre, que se pueden perder, y perdido estaba, no lo habían herido, pero tenía un fuerte golpe en la cabeza y con los soldados enemigos a escasos metros de él, la vista se le comenzó a nublar y terminó por desmayarse, volvió en sí cuando ya era de noche, la luz de la luna en el rostro no dejaba verle la cara a quien tenía inclinado sobre él, quiso tomar el fusil para no dejarse coger prisionero, pero no lo encontró a su lado, fue entonces cuando vio a quien intentaba darle de beber, la noche precoz de abril se había encargado de envolver la tierra con sombras cada ves más impenetrables, para que los cinco hombres, como las cinco puntas de las estrellas, se pusieran en marcha para llevar hasta las puertas mismas del imperio que combatían, las banderas victoriosas del Socialismo, esa era la misión que se les había encomendado y debían cumplirla, y cinco días y cinco noches, desde la emboscada que había destruido la caravana, llevaban los cinco hombres en marcha siempre al sur; Santiago tiene fiebre dijo Alesio, es necesario que lo vea un médico; ¿para qué? preguntó Roberto, el hijo del molinero, ¿acaso tú no viste hoy a los buitres sobrevolándonos?, los buítres huelen la muerte, y el destino de Santiago es morir; Político, calle a este loco de mierda exigió colérico Alesio, si no quiere que le de un tiro en medio de la cabeza, y el ruido como de cerrojo que abre y cierra cuando se monta un fusil, silenció a los insectos de la noche para que se oyera el eco de la voz de Roberto repetir compulsivamente una y otra vez cuál era el destino de todos ellos, deja esa arma le ordenó Camilo Alberto al que ya apuntaba a Roberto; y hubiese apretado el gatillo, si otra voz no se hubiese sentir pesada y tangible; si disparas, te mato, Alesio, y de nuevo el ruido de cerrojo que abre y cierra, esta vez desde el fusil del más joven de los cinco, y entonces fueron las lechuzas quienes permanecieron quietas y atentas, con sus grandes ojos, abiertos desde las ramas bajas de los árboles; tú si no estás loco; no, no estoy loco dijo Ernesto, pero soy un héroe, y los héroes, por vengar a un compañero, hasta le dan un tiro en la cabeza a quien también hasta ese momento haya sido su amigo; Alesio bajó el arma y la risa burlona que soltó, fue más agresiva que la descarga que producirían cinco fusiles juntos; tú lo que eres, es un comemierda, si tú fueras héroe, hubieras matado a todos los soldados de la UNITA que hicieron mierda a la caravana y ahora no estuvieras oculto como yo tengo a mis pendejos; ¡basta ya, cojones! gritó Camilo Alberto de pie entre los tres hombres que discutían, bajen esas armas!, nosotros no vinimos aquí para estar discutiendo, nuestra misión...; está bien, Político, dijo Alesio conteniendo su ira, pero deje usted también esa bobería de al sur con no sé ya que puñetera bandera; ¡al sur, Alesio, aunque no te guste!; a mí me da lo mismo el sur, que el norte, que a casa del carajo, pero Santiago tiene fiebre y se va a morir; ¿y qué tú quieres que hagamos? ¿quedarnos aquí?, ¿regresar a la carretera para preguntar al primero que pase por un médico?, dime, ¿dónde quieres ir?; Alesio no supo qué responder y se limitó a bajar la cabeza; ¡al sur, Alesio, al sur!, en el sur combaten nuestras tropas...; recuerde que nosotros éramos su refuerzo se atrevió a decir Alesio con ironía, y después de una breve pausa, agregó, ¿existirán todavía?; sí, y combaten, porque los guía la bandera de la estrella solitaria; por eso es que yo quiero ir al sur dijo Ernesto, para pelear y demostrar que soy un héroe, para cuando llegue a Cuba, los dirigentes del Partido, los Generales del Ejército y los periodistas me vayan a esperar al aeropuerto, porque regresaré en avión, en un avionzote grande como carajo, un avión blanco, limpio y bonito como en los que viajan los héroes de Viet Nam y la gente importante, y no en un barco de mierda, sucio y caluroso, y la noche de mi llegada, me pondrán al pecho cinco medallas al Mérito Combativo, cinco más de Héroe Entoletado, Cinco por Cojonudo de Madre y cinco de...; ¡al sur! interrumpió Camilo e indicó el sendero, debemos aprovechar la noche; el sendero descendía a la vasta llanura donde brillaban algunas lagunas verdes, semejantes a espejos verdes inmóviles y donde de la tierra gris e inmóvil surgían unos árboles solitarios, de nuevo un relámpago impaciente se deslizó entre los cúmulos de nubes, negras cornejas se levantaron de los últimos árboles en el lindero del bosque, y volaron casi rozando la tierra hacia las lagunas verdes, se oyó el murmullo lejano de un lejano trueno; Santiago sonrió cuando lo escuchó; ¿oíste, Alesio?, ya estamos cerca, fue un cañonazo; Alesio sabía que no era un cañonazo, pero no quiso desilusionar a su amigo y afirmó con la cabeza; ya estamos llegando; entonces Santiago hizo un esfuerzo para girar la cabeza sin detener la marcha para buscar a Ernesto con la mirada; Ernesto cerraba la hilera de los cinco hombres que marchaban amparados en la oscuridad de la noche por un sendero natural entre las verdes lagunas de aquel paraje; pronto vas a poder demostrar que eres un héroe, ya se oyen los tiros dijo Santiago y se desmayó; ¡Político!, Alesio lo sostuvo pues para algo caminaba a su lado y lo acomodó en el suelo; ¿qué pasa? preguntó Camilo cuando llegó; Santiago se desmayó; déjame verle la herida, dijo y se agachó junto al muchacho, le abrió la camisa y le miró la venda que le había improvisado sobre el costado del pecho; no está sangrando; está muy débil, dijo Alesio, se desmayó de hambre; tenemos que buscar algo de comer, dijo Ernesto y se ofreció para dar una vuelta por una de aquellas lagunas mientras que Santiago se reponía; que me acompañe Roberto, si su destino es morir, no importa lo que le pueda ocurrir agregó burlón, con una mano invitó a su compañero a seguirlo, y se alejaron, las nubes seguían pasando veloces por delante de la luna llena, por lo que la luz y las sombras se alternaban sobre los tres hombres que quedaron en el lugar, Alesio intentaba darle a tomar agua a Santiago, mientras que Camilo Alberto se mantenía atento del olor del viento, a la posible alteración rítmica del agua por entre las piedras al despeñarse en el abismo, a la quietud de la maleza donde se esconde la cobra, pues aunque sucio, hambriento y exhausto, no olvidaba la misión que debía cumplir y por ello no permitía que ninguno de sus hombres abandonara el fusil ni las cananas sobre el pecho, ni aún Santiago que estaba herido; por las banderas victoriosas del Socialismo, la de la estrella solitaria y la rojinegra que ayudaban a defender, a Camilo le pareció de golpe que todo lo que en aquel momento veía era un sueño y que bastaba alzar la mano o respirar profundo para despertar en otro mundo, pero en cuál quisiera hacerlo, pensó en sus hijos, en la foto que tía Cuca le llevó a Santa Clara unos días antes de que él viniera para Angola, estaban en trusa, e imaginó que podía estar junto a ellos, no en Miami Beach que era seguro a donde se iban a bañar cuando les tomaron la foto, sino en Varadero, entonces supo que quería estar en Varadero con sus hijos, y no en aquel sitio agreste, cansado, hambriento y con miedo, haría con ellos lo que su padre hacía con él y con su hermano, por turno sostendría a sus hijos sobre los hombros para que se tiraran cuando viniera la ola y los enseñaría a nadar, Camilo Ernesto, aunque más alto y sin la sonrisa que siempre tuvo, se parecía a la imagen que recordaba de él, pero no así Alberto Raúl, podían haber retratado a cualquier muchacho de esa edad y decirle que era su otro hijo, pues para él hubiera sido igual, al menos así no lo recordaba; no se mueva, Político le oyó decir a Alesio y sin necesidad de alzar la mano o respirar profundo, volvió de nuevo a aquel triste mundo de la realidad; no se mueva; Camilo Alberto levantó la vista, ya Santiago había vuelto en sí y permanecía sentado y ajeno junto al tronco de un árbol, cerca de él, como siempre, Alesio; no se mueva; Camilo Alberto vio que lo apuntaba con el fusil y le hubiera dicho que bajara esa arma, que si se había vuelto loco o cualquier cosa por el estilo, pero no tuvo tiempo de abrir la boca; no se mueva, Político, y un fogonazo desde el cañón que lo apuntaba iluminó un instante el pareje, el ruido del disparo fue seco, pero llenó el espacio para silenciar todos los demás sonidos de la noche, y sólo, el intenso aleteo de cientos de pájaros asustados que levantaron vuelo desde las ramas de los árboles remedaron los aplausos del público a la representación para que de nuevo la tranquilidad aparente de la noche cayera como el telón del teatro cuando finaliza la función; Ernesto y Roberto llegaron corriendo antes de que los protagonistas del hecho hubieran reaccionado; ¿qué ocurrió?; ¿y ese disparo?; lo iba a atacar dijo Alesio señalando el cocodrilo que yacía muerto detrás de Camilo Alberto; tenemos que salir de aquí, esto es un pantano y está lleno de cocodrilos; es la muerte que nos acecha sentenció Roberto mientras ayudaba a Santiago a ponerse de pie; vamos, Ernesto, ordenó Camilo, pero el muchacho se detuvo un momento junto al animal muerto, extrajo su cuchillo de combate y le cortó la cola al reptil, limpió la hoja del arma en la hierba, lo volvió a guardar en su vaina y en una misma acción física, se puso de pie mientras se echaba sobre un hombre la porción de carne cercenada; ya tenemos qué comer exclamó y apresuró la marcha pensando satisfecho que así debían comportarse los héroes; me importan un pito las misiones históricas y yo no tengo ningún deseo de morirme, dijo Alesio después de haber caminado toda la noche por entre los pantanos, mordía un suculento pedazo de carne de cocodrilo que más que asado, chamusqueado sin sal ni condimentos, le sabía a gloria, como también le sabía a los otros cuatro hombres que completaban las cinco puntas de una estrella alrededor de la pequeña fogata donde además de comer, se calentaban y secaban las ropas mojadas y sucias de sangre y fango, rotas y mal olientes; si por mí hubiera sido…, hizo una pausa para morder la carne que sostenía clavada en la ballesta de su fusil, en un movimiento horizontal de su mandíbula cortó un pedazo de carne con los incisivos y se la introdujo en la boca sin necesidad de usar las manos para ello, lo masticó un poco, iba a seguir hablando aún con la boca llena, pero cogió la cantimplora que ya destapada mantenía entre las piernas, se la llevó a los labios, echó hacia atrás la cabeza y la nuez de Adán comenzó a movérsele una y otra vez mientras tragaba el agua, lo mío no es esto, lo mío es comer y gozar, yo no soy héroe, me importa un pito las misiones históricas y no tengo ningún deseo de morirme, a mí me gustan las mujeres..., por eso es que quiero irme para el pueblo, pues mira el tiempo que llevo aquí sin siguiera oler a una de lejos, el olor de las mujeres es un olor especial, como una mezcla de leche agria y jazmín florecido, olor sabroso: a hembra, y cuando tú le dices algo bonito o le pasas la mano, el olor ese le empieza a brotar hasta por el pelo, las de aquí no huelen así, y no es porque sean negras, es que es distinto, y el gesto de acariciarse los genitales fue inevitable, sonrió con picardía y miró a Camilo Alberto; Político, ¿quién lo viera a usted ahora con la hermana del Sargento?, una clase de hembrota que ni para qué les cuento; cállate ya, Alesio ordenó molesto Camilo Alberto; es que se llenó la panza y a este, cuando tiene la barriga llena, le da por hablar, y hablar mierda, dijo Santiago; hoy comiste carne de cocodrilo, Alesio; yo le meto el diente a cualquier cosa; pero para probar de la humana, tienes que esperar llegar a Cuba, dijo Ernesto, aunque no quieras, vas a regresar de héroe y entonces tendrás las mujeres a montones; a lo mejor continuó Alesio la broma, el Partido o hasta el mismo Fidel nos asignan cinco hembrotas a cada uno para desquitarnos las ganas de tantos meses; ¿quieren callarse todos?, ¡coño!; déjelos Político, déjelos que hablen, que cuando los gusanos le coman la lengua, no lo van a poder hacer; Roberto, no empieces tú con la misma cantaleta, aquí no vinimos a ser héroes, pero tampoco a morir, nuestra misión es llevar las banderas victoriosas del Socialismo hasta las puertas mismas de la capital del imperio que discrimina a tanto negro, explota a tanta mujer y extravía a tanto hijo perdido, dijo: a muchas empresas gloriosas puede aspirar un cristiano en la tierra, muchas empresas gloriosas puede realizar, pero cualquier que sea el fin que tienda, sea cual sea el acto que cumpla, todas sus aspiraciones y sus empresas, semejantes a las estrellas que palidecen frente al sol, deben palidecer y apagarse frente a una misión suprema, y esta misión suprema es la lejana ciudad de Jerusalén, donde se halla el sepulcro solitario de Cristo, que para vituperio de toda la cristiandad y para vergüenza perpetua de todo cristiano desde hace mucho tiempo permanece en manos de los turcos infieles; y quedó el silencio después que Camilo Alberto habló, Roberto bajó la mirada, Santiago se acomodó la venda de la herida, Ernesto apretó en su mano el fusil y Alesio se puso de pie; voy a cagar dijo y se alejó; primero fue una bandada de pájaros que voló desde las ramas del árbol donde había pasado la noche, el sol ya se anunciaba en el horizonte, y el aleteo fue brusco y asustado, después la chillería de un grupo de monos que al parecer huían de algún inminente peligro, pero casi juntos; ¡al suelo! ordenó oportunamente Camilo Alberto, pues en ese momento comenzaron a cruzar sobre ellos los proyectiles procedentes de dos direcciones diferentes; ya Alesio no les podía avisar como fue su primera intención cuando descubrió la cercanía del campamento enemigo, pero allí estaban los negros que se habían acabado de despertar, sin camisa acercándose a donde les servían un líquido pardusco y humeante, recogían sus pertenencias y las acomodaban en las mochilas que se echarían en la espalda junto al fusil que cada uno portaba u orinaban por diferentes sitios; Alesio había terminado de hacer su necesidad, se limpió con unas hojas y fue a ponerse de pie para arreglarse el pantalón y regresar junto a sus compañeros sin saber del soldado que habiendo estado de guardia la noche anterior para cuidar el sueño en el improvisado campamento de campaña, lo observaba a pocos metros de él, sorprendido de aquel hombre agachado entre la maleza, esperó que se pusiera de pie para saberlo negro o blanco sin dejar de apuntarlo con su fusil y fue entonces cuando Alesio lo vio e intentó disparar primero, pero ya el plomo que terminaría con su vida había salido por la fría boca de hierro de su madriguera y venía a sembrársele en el pecho del cubano, la presión del dedo sobre el gatillo, más que respuesta voluntaria del cerebro, fue provocada por la fuerza del impacto de la bala que le hizo saltar por el aire, cayó de bruces, no obstante la espesura de su sayal sintió bajo las rodillas la tierra húmeda y blanda, sintió el olor de la tierra y después sintió bajo las manos la humedad de la tierra (...) y así, tocando el suelo con manos y rodillas, sin ver nada, pero con la boca abierta que absorbía el húmedo olor de la tierra, escuchando sobre él el inmenso cántico que lentamente se elevaba por encima de las tinieblas, cayó tendido al suelo con todo el peso de su gran cuerpo, yacía boca arriba y tenía los ojos abiertos, sentía bajo la nuca, bajo la espalda y bajo las piernas inertes e inmóviles, la tierra húmeda, no veré más Jerusalén pensó, y escuchaba el coro de voces altas de los infantes que se elevaban a alturas tan vertiginosas que le pareció ya extraño e indiferente: ¡coño, que no se escapen, hay que matarlo a todos!; ¡dispara, cabrón, no te apendejes!, por la izquierda, por la izquierda; en tanto los pies desnudos ya sucios de los niños que sólo sabían de sudor y de tierra, le penetraban en el vientre, en el pecho, en los hombros, en el rostro, se sumergían en él como en la tierra húmeda, así yació hasta que, mientras los ojos se le oscurecían, vio las tinieblas cerrarse en silencio sobre aquellas piernas y aquellos pies que lo sumergían cada vez más en la tierra húmeda, pensó: no es la mentira sino la verdad lo que asesina la esperanza, y mientras lo pensaba se hizo la oscuridad, en él y fuera de él, hubo un instante de terror, Camilo Alberto había comprendido lo que ocurría y ordenó disparar, no era el momento de ponerse a pensar cómo habían llegado hasta allí sin haber sido vistos por sus compañeros de Lucha Contra Bandidos ni descubiertos hasta entonces por el enemigo, y ordenó disparar para apoyar el fuego del cerco cubano sobre el campamento de la UNITA, era la oportunidad de salvar, no tanto sus vidas, sino los principios por lo que luchaban: ¡por las banderas victoriosas del Socialismo, grito, al sur!
Y caminaron toda la noches.
[1] Todos los subrayados pertenecen a la novela Las puertas del paraíso de Jersy Andrzejewsji, libro al que le hago un homenaje en este capítulo al imitar su composición, pues el mismo se compone de dos únicas frases, una primera larga y la otra de sólo cinco palabras
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