sábado, 24 de abril de 2021

CAPÍTULO NUEVE.

                                                 LA MÁS HERMOSA VIRTUD DEL HOMBRE

   Después de haber cumplido misiones internacionalistas en  la hermana República de Angola, el doctor en Medicina Veterinaria, Camilo Alberto Ramos Solís se reintegró nuevamente a sus funciones técnicas en la Empresa de Ganadería del Municipio Sagua, al norte de la provincia de Villa Clara, en la región central de la isla de Cuba, lugar en el que laboró a partir de su graduación y que él define como " su escuela para la profesión y la vida".

   Allí tuvo sus primeras  experiencias, no sólo como médico veterinario, sino también  como dirigente en diferentes responsabilidades administrativas, ya que su expediente de líder político se remonta a la época de estudiante universitario cuando desempeñó distintos  cargos en la FEU, organización en la que se manifestaron ya en  su juventud, los atributos del carácter que le acompañan: una excepcional laboriosidad, energía, sentimiento del colectivismo,  honestidad y una adecuada sociabilidad; aunque según él, los  rasgos que más lo definen son la total identificación con los  principios de la Revolución y una ilimitada confianza en su  Comandante en Jefe.

   Fueron todas estas características personales las que  influyeron a la hora en que el Comité Provincial del Partido  en Villa Clara, encabezado por su Primer Secretario, compañero Raúl Rodríguez, propusiera su nombre para la importante  responsabilidad que hoy desempeña como director del Instituto Nacional de Investigaciones para el Control Biológico. Y precisamente, con el  objetivo de conocer cómo fue que llegó a esta responsabilidad, es que le  lanzamos la primera interrogante al Doctor Ramos Solís.

    "Un día me citaron a la Dirección Provincial de la Empresa",  me cuenta sentado cómodamente en el despacho donde realizamos esta entrevista y que él ocupa ya desde hace diez  años. "En ello no había nada de extraordinario, pues como  Técnico Principal de la Empresa en el municipio, con frecuen­cia era llamado allí. Tampoco me extrañó que mi jefe provin­cial estuviera aguardando por mí para dirigirnos juntos hasta  el edificio del Partido, pues la mayoría de las orientaciones  que recibíamos y hasta los lineamientos mismos de nuestro  trabajo, partían del seno de la organización política, muchas  de ellas dispuestas por el propio Fidel. Cuando llegamos nos  hicieron pasar a un pequeño salón de reuniones, y la presen­cia allí del Viceministro Primero de la Agricultura, junto a un grupo de altos dirigentes de la provincia esperando por mí, me aseguraron de que no se trataba de un asunto rela­cionado con el trabajo cotidiano, pero nunca imaginé la tarea  que se me iba a platear".

    Y la reunión que Camilo Alberto intuyó no era para abordar cuestiones de la práctica diaria de sus funciones, se  convirtió en un punto de giro en la vida profesional del  veterinario, y especifico este plano, pues su vida personal  gozaba de una gran estabilidad.

   Tamara, su esposa era en la época en que ellos se conocieron  profesora de Geografía en la Escuela Secundaria Básica de  Cifuentes, y en su jeep muchas veces él la recogió en la carretera sin  que entre ellos se estableciera una relación más allá del saludo y de  comentarios  intrascendentes durante los tiempos del trayecto. Fue en una gira turística en la que coincidieron en el extranjero donde se inició la empatía "que luego dio lugar al amor", me cuenta y  sonríe.

    En 1978, Camilo fue seleccionado para realizar un viaje  de estímulo por la Unión Soviética durante quince días.  Podía haber llevado un acompañante, pero por diferentes  razones decidió ir solo. El grupo que conformaba la  delegación turística estaba integrado por catorce matrimonios, él y Tamara, que también viajaba sola al extranjero. Como cuando se vieron en el aeropuerto ya se conocían, y no así al resto de los compañeros del  grupo, se saludaron y se pusieron a conversar, y allí  mismo comenzaron las equivocaciones con respecto a ellos.  Todos los daban por pareja y tanto en el avión como en  los ómnibus turísticos en que se movieron por Moscú,  Minsk y Leningrado, tuvieron que sentarse juntos. En los  restaurantes, si las mesas eran de cuatro, compartían una  con alguno de los matrimonios que les acompañaban o  debían sentarse uno al lado del otro cuando era una mesa común para el grupo. En las fiestas, si querían bailar,  casi siempre tenían que invitarse ellos mismo, y en más  de un hotel a los que llegaban, les habían asignado una  habitación matrimonial. En todos se resolvía la situación, pero en el Leningrado no hubo forma de que les  dieran dos habitaciones y entonces Camilo, y él lo cuenta siempre sonriendo, tuvo que ir a dormir con Alexis, el  guía moscovita.

 

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   Tamara es graduada de la Licenciatura en Enseñanza Media y  Superior en la especialidad de Historia, Geografía y Astronomía del Instituto Superior Pedagógico Félix Varela de Santa Clara, centro donde desde 1981 trabaja como Profesora y  Vicedecana Docente en la Facultad de Humanidades. Madre de un par de gemelos de su primer matrimonio y de una hija de  Camilo Alberto, es un ejemplo típico de la mujer cubana  actual: trabajadora, ama de casa y revolucionaria que sabe  planificar su tiempo para poder cumplir con las tareas que  como militante del Partido Comunista que es, debe desempeñar,  además de sus responsabilidades como federada y miliciana.  

   Pero volvamos al asunto que motiva este trabajo.

   La probada adhesión de Camilo Alberto Ramos Solís a los  principios del Socialismo y la Revolución, su admiración  justa y sincera por Fidel, junto a su laboriosidad, su capacidad organizativa y su sentido de la responsabilidad y la disciplina eran suficientes para llevar adelante cualquier  tarea que se le asignara. Cuba tenía el propósito de abando­nar el uso de insecticidas y plaguicidas en sus cultivos, y a Ramos Solís se le planteó la necesidad de que fuera el direc­tor del Instituto Nacional de Investigaciones para el Control Biológico que se abriría en Santa Clara para realizar los  estudios pertinentes a tales fines.

   La designación del joven veterinario despertó inquietudes  en algunas personas, y él mismo fue el primero en dudar de su  capacidad para tal misión, pero los resultados alcanzados  por el centro en su primer decenio han demostrado lo acertado  del nombramiento de Ramos Solís.

   Los éxitos alcanzados por el INICBI (Instituto Nacional de  Investigaciones Científicas para el Control Biológico) en el campo de la investigación científica y los resultados econó­micos logrados por la aplicación de estos en la agricultura  son del dominio de determinados círculos en el ámbito políti­co y administrativo de la isla, pero no así por el gran público de la población. Solidaridad Socialista pretende con  la publicación de este trabajo que los lectores de nuestra  revista en todo el mundo conozcan no solo de estos logros,  sino también a la persona que los ha generado con su inte­ligencia y su corazón.

   Al doctor Ramos lo conocí en uno de sus frecuentes viajes  a la URSS para el intercambio con sus colegas del Instituto  de Biología Agrícola del Volgrado(*), en aquella oportuni­dad intenté acercarme al hombre que iniciaba estos trabajos en Cuba, pero siempre mi interlocutor interponía al científi­co, al dirigente y al revolucionario que hay en él, y no logré el acercamiento más personal e íntimo que pretendía. En aquella oportunidad recuerdo que sólo logré me enseñara una foto de su familia en la que aparecía con una bebita en  brazos: su hija Melba Aidee, junto a su esposa Tamara y los  hijos de esta: Ángel y Miguel, muchachos de unos diez u once  años cuando entonces.

   Hoy de visita yo en Cuba, regreso de nuevo a mi primera  intención e insisto en entrevistar al Doctor Ramos Solís,  pero a sabiendas  que no podré separar al individuo de su condición de ser social como erróneamente pretendía en el año ochenta y uno cuando conversábamos en la Plaza Roja de Moscú, mientras esperábamos nuestro turno para entrar al Mausoleo de Vladimir Ilich Lenin. Para ello, en primer lugar, me interesé por su trabajo y, con la debida autorización del Partido, le pido me invite a las instalaciones del INICBI. La cita queda concertada para el próximo día.

   Para mi sorpresa, es el propio Camilo Alberto quien pasa  por el hotel a recogerme. Maneja un Moscovich blanco forrado  interiormente de rojo vino. "Fue un regalo personal del  propio Comandante", me comenta orgulloso mientras atravesamos por debajo del follaje de las majaguas que bordean la  avenida de salida de la ciudad. "Me lo entregó cuando el  Instituto, por sus resultados, alcanzó la condición de Centro  Modelo en la Emulación Socialista del Sindicato de la Educa­ción y la Ciencia".

    ¿Era la primera vez que veías a Fidel personalmente?, le pregunté interesado por entrar en el conocimiento de  algunas de sus emociones más íntimas, sin saber que le había  dado pie para desviar la conversación a un tema que con tanto placer le gustaba abordar: hablar del máximo líder de la  Isla. "Fidel es un ser extraordinario", me comenta, "cuando  se está cerca de él o lo oyes hablar, es siempre como si fuera la primera vez".

   Y precisamente, el amor con que cuida el Moscovich, es  muestra de la admiración que Camilo siente por su Comandante  en Jefe. Se lo señalo, y él se sonríe. Entonces es que me  habla espontáneamente de su familia. "Los muchachos quieren  aprender a manejar, pero tendrán que hacerlo en el polaquito  de la madre, porque este no se lo presto a nadie".

   Los muchachos a que se refiere, son aquellos niños que hace ocho años vi en una foto en Moscú y que ya hoy terminan  sus estudios de Preuniversitario. Ángel, el más comunicativo y dispuesto, según el propio Camilo Alberto, el próximo curso irá a la Unión Soviética a estudiar Ingeniería Nuclear.  Miguel, por su parte, seguirá los pasos de la madre e ingre­sará en el Instituto Superior Pedagógico. Será la primera vez que estos gemelos, tan iguales físicamente, pero de tan  diferentes personalidades, se separen.

    ¿Y la niña?  pregunto yo  ¿Melba Aidee?,  pero la  llegada al INICBI interrumpe el tema de la conversación.

   Los edificios del Instituto de Investigaciones son cinco  módulos de dos plantas pintados de blanco para resaltar entre  tanto verde que le rodea. Después de atravesar frente  a la  garita de la entrada, una senda nos conduce hasta la plazoleta que sirve de estacionamiento y donde framboyanes encendi­dos de rojo, le dan sombra a los autos. Celebro la útil  belleza de aquellos árboles, pero mi anfitrión me explica que  no siempre es así, pues hay épocas del año en que las ramas  quedan desnudas de hojas y flores, entonces los carros care­cen de la protección para los intensos rayos del sol del  trópico. "En ese tiempo", me dice con cierta picardía, "yo no  saco el Moscovich del garaje de la casa".

   Caminando nos dirigimos al edificio donde radica la direc­ción y compruebo el respeto y admiración de los trabajadores  por su jefe. Todos le saludan con afecto. Al interés de  Camilo, el jardinero le responde que ya el niño está bien de  salud; a una de las muchachas de la oficina le entrega el libro prometido: el primer tomo de la novela El bloqueo de Alexandr Chakovski, y así, con todos los que nos vamos encontrando. Entramos al despacho y  mientras que el director del INICBI atiende unos asuntos  sobre su buró, examino el local con la vista. Todo es confor­table y moderno, sin lujo, pero organizado y limpio. Una foto de Fidel ocupa una de las paredes laterales del local y  constituye el único adorno sobre ellas.

   Pero pienso no tanto en el despacho, como en su dueño y  comprendo que cuanto más converso con él, más deseos siento  de preguntar, de enterarme, de comparar mi manera de ver la  vida con su habilidad para alegrarse de esta, de admirar a la  gente, a Fidel...

  Camilo es un magnífico interlocutor, sabe relatar y escuchar. Cuando habla de sí mismo, me parece que trata de desdo­blarse y verse con los ojos escudriñadores de los demás. No  entiende a las personas que prometen y no cumplen. No acepta la indisciplina y mucho menos la falta de honestidad.

    ¿De dónde saca, usted, tantas energías?

    "¡Lo sé!",  responde categórico con su peculiar sonrisa  tristona.  "De mi deseo de cumplirle a Fidel, a la Patria y al  Socialismo." 

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   Los manuales de la editorial "Russki Yazik" (El idioma  Ruso) le ayudarán a conocer mejor la vida en la URSS, su rica  historia y cultura, los adelantos de la ciencia, la técnica y  de otras esferas.

   Usted puede adquirir estos libros en las librerías que  figuran en la página 176 de Solidaridad Socialista.

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   Centro Vanguardia Nacional desde 1984, el INICBI consolida  cada vez más su labor científica y la vincula con la producción agrícola del país, para ello, integrantes del colectivo  de investigadores forman parte de diferentes grupos multidis­ciplinarios que asesoran los planes del Ministerio de la  Agricultura.

   El ámbito de acción del INICBI no se limita sólo a Cuba,  pues pertenece al Sistema de Centros de Investigación de las  Ciencias Agropecuarias del CAME y mantiene vínculos de intercambio de información con centros y universidades de Francia,  Inglaterra, Canadá, México y Trinidad‑Tobago.

   El doctor Camilo Alberto Ramos Solís es Diputado por el  municipio de Sagua a la Asamblea Nacional del Poder Popular,  máximo órgano de gobierno en Cuba, y miembro del Comité  Provincial del Partido Comunista de Cuba en Villa Clara.  Posee la Medalla de la Alfabetización, la Medalla del Mérito  Científico, la Medalla de Soldado Internacionalista y la  Medalla de la Solidaridad, otorgada esta última por la República de Angola.

   A la pregunta de que si se siente satisfecho, Camilo  Alberto queda pensativo unos instantes y finalmente me responde: "satisfecho sí, pero no conforme. Un comunista nunca  puede estar conforme. Cada día hay que luchar por ser mejor, en lo personal y en lo social. Soy un convencido del futuro luminoso del socialismo, de la derrota total del capitalismo y del destino comunista de la sociedad humana, pero estos  logros serán más o menos inmediatos en la medida del esfuerzo  de todos y cada uno de nosotros. Ser capaz de dar lo mejor de  sí, es la más hermosa virtud del hombre...y de cualquier  país"  

   Logrado mi propósito de conocer profundamente a este  hombre, me apresto a abandonar el INICBI, y un grupo de  trabajadores del centro, encabezados por su director, salen a  despedirme, y para el último adiós, alguien grita:

    ─Viva la inquebrantable amistad cubano‑soviética!

    ─ ¡Viva! ─responden todos.     

                                                                                                                                                                                            

(*)Ver el trabajo  "Trigo en probeta"  en nuestra  revista Solidaridad Socialista # 5, de mayo de 1981



(*)Ver el trabajo  "Trigo en probeta"  en nuestra  revista Solidaridad Socialista # 5, de mayo de 1981.     

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