SEGUNDA PARTE DEL CAPÍTULO 2 DE Brizna al viento
Camilo sintió que se abría la puerta de su cuarto, dejó la escritura y levantó la cabeza para ver quién entraba.
─Me cambio de ropa en un segundo y nos vamos.
Era Guillermo acompañado de uno de sus amigos de quinto. Camilo los saludó levantando la mano y continuó escribiendo.
─¿Y este qué? ─preguntó el de quinto mirando a Camilo.
─¡Ah, no sé! ─contestó Guillermo abotonándose la camisa.
─¿Por qué no lo llevamos? ─y sonriendo con picardía, agregó─: Seguro que nunca ha limpiado el cañón.
─¿Qué cañón?
El de quinto[1] fue hasta la puerta, la abrió y se cercioró de que no había nadie por allí cerca. Cerró de nuevo y se acercó a Camilo para decirle algo al oído. Este lo oyó con atención y miró con estupor a Guillermo.
─Si quieres, vamos ─se limitó a decir su compañero de cuarto haciendo un movimiento de indiferencia con uno de los hombros.
─Con dos pesos resuelves el problema ─dijo el de quinto y sin dar tiempo a que Camilo saliera de su asombro, le preguntó─: ¿Cuántos años tú tienes?
─Trece.
─A esa edad me estrené yo ─afirmó ufano el de quinto y, viendo aún la duda de Camilo, le preguntó con sorna--. ¿O es que tienes miedo?
─Miedo no.
Salieron a la avenida y tomaron una guagua local que los llevó hasta cerca del Parque Central. Era el mismo recorrido que todos los sábados hacía con Kike para ir al cine o a comer helados, pero en la siguiente esquina tomaron por una calle por la que Camilo nunca antes había pasado.
─Ya estamos llegando.
Dos cuadras más abajo se detuvieron ante una puerta y el de quinto tocó la aldaba. Esperaron unos segundos y esta se abrió dejando ver una escalera alumbrada por un foco rojo. Subieron y al final de la misma los esperaba un muchacho con la soga en las manos que permitía abrir el llavín desde arriba.
─Hola, Totó ─saludó con familiaridad el de quinto.
El muchacho no respondió y se limitó a cederles el paso con un ondulante gesto.
Camilo siguió a sus amigos y se vio en una sala donde una mujer excesivamente gorda y maquillada con profusión, veía la tele mientras comía rositas de maíz que iba cogiendo de un plato a su lado.
─Buenas noches, señora ─dijo el de quinto.
─Tú sabes que no me gusta que vengan en grupo ─dijo esta como respuesta al saludo sin desviar la mirada del televisor.
─Tres no es un grupo, Mercedes ─justificó Guillermo.
─Yo sé lo que digo. Después no quiero problemas con los curas.
─Nuestro colegio no es de curas ─aclaró el de quinto y metió la mano en el plato de rositas de maíz para coger algunos granos.
Mercedes, sin ningún ánimo de alcanzarlo, le tiró un manotazo y exclamó:
─Curas o pastores da igual.
─Es que traemos uno nuevo para que se inicie y hay que acompañarlo ─dijo el de quinto comiéndose las rositas de maíz.
Sólo entonces la mujer desvió los ojos de la pantalla para mirar a Camilo.
─Bueno, terminen rápido y se van.
─¿A quién se lo damos? ─preguntó el de quinto poniéndole a Camilo un brazo por encima de los hombros.
─Hay una nueva ─dijo Mercedes atenta otra vez a la televisión─, que vaya con esa, y ustedes confórmense con la carroña de siempre ─cogió otro montoncito de rositas de maíz y con una sola palabra, ordenó lo que se debía hacer─: ¡Totó!
Camilo siguió a la joven hasta el cuarto; mientras cerraba la puerta, esta le indicó que dejará los dos pesos sobre la cómoda. Después fue hasta el otro lado de la cama y comenzó a quitarse la ropa. Camilo sin saber exactamente qué debía hacer, la imitó y se quedó en camiseta y calzoncillos. Cuando se sentó en la cama a quitarse las medias, sintió que la joven se acostaba en ella y se tapaba con una sábana. El se tendió a su lado mirando el techo de donde pendía una bombilla de veinticinco wats.
─¿Puedo apagar la luz?
La joven no le respondió y ella misma manejó el interruptor sobre la cabecera. La oscuridad quedó rota por la claridad del pasillo que entraba por un dañado vitral sobre la puerta dándole a la habitación la sensación de lugar conocido. Sólo entonces oyó la voz de la muchacha.
─Ya puedes empezar.
En la medida que las palabras brotaban de su boca, Camilo se iba arrepintiendo de lo que decía, pero ante la indicación de la joven, no se le ocurrió otra cosa.
─Es que yo no soy experto.
─Ni yo puta.
Camilo quedó perplejo ante la respuesta de la muchacha y creyéndose objeto de una broma de mal gusto de sus amigos, se paró de la cama y comenzó a vestirse apresuradamente.
─Perdón, señorita. Parece que hay un mal entendido.
La joven alivió su tensión ante la actitud de Camilo y le explicó que recién estaba allí obligada por un hombre que la engañó.
Solidario, el muchacho se ofreció para ayudarla sin saber exactamente cómo podría hacerlo, pero con toda la sinceridad del mundo y el romanticismo aventurero de la edad. Conversaron hasta que Totó llamó para que terminaran.
─Me llamó Jazmín.
─Tienes nombre de flor.
─Para que no quedes mal con tus amigos, no digas nada ─le dijo Jazmín─. Ven otro día y vas con otra.
Al sábado siguiente, Camilo evadió la invitación de Kike para ir a celebrar con un helado el triunfo del equipo de pelota del colegio, volvió a casa de Mercedes y pidió estar con Jazmín. Puso los dos pesos encima de la cómoda y se sentó en la cama a hablar con la muchacha durante una hora. Como en la plática surgió el gusto de la joven por los bombones, la próxima semana fue con un cartucho de estos; y así, sábado tras sábado hasta que fue brotando entre ellos una extraño vínculo.
─Le cogiste gusto al asunto ─le dijo Guillermo en una ocasión cuando lo vio arreglándose para salir.
En las clases, su atención se perdía rápidamente y las ideas iban al cuarto del prostíbulo donde se soñaba con Jazmín en la plática semanal. En una de aquellas citas,
la joven despidió con
un inocente beso en la mejilla de quien
representaba para ella un momento de paz y tranquilidad
en la confusión en que vivía, presa de su marido, la vergüenza
de hacer lo que no quería y sin el valor para retornar a su familia.
Camilo entonces se supo enamorado y lo confirmó
cuando se descubrió pintando un corazón en
la libreta de Literatura. A partir de entonces,
como un dique que se rompe,
los corazones
flechados
inun-
daron su hábitat. Y las crisis de celo, ensoñación, remordimiento y romanticismo se le hicieron costumbre. Veíase en sueños cual Quijote cabalgando a Rocinante, a veces caballo, a veces guagua local, para luchar contra los molinos de viento que le ocultaban a su Dulcinea. Y fue entonces la Literatura Española la asignatura que más le gustó y no la Física con sus frías poleas y aburridas palancas incapaces de mover, ¿qué el mundo?, ni siguiera una situación que la injusticia, el abuso y la lascivia laceraban.
A principio de noviembre, Jazmín, quizás por pena ante la desazón que percibía en Camilo o porque ya se había asumido como puta, aunque tal vez un poco por las dos razones, recogió los dos pesos de ese día del muchacho, se los echó de nuevo en el bolsillo y comenzó a besarlo suavemente, mientras le quitaba la ropa. Para hacerle agradable al amigo su bautizo de hombre, lo poseyó con todo el ardor que el fingimiento le permitía. En diciembre, La Progresiva suspendió las salidas de sus estudiantes a la calle, pero Camilo, desoyendo los consejos de Guillermo, no dejó de asistir a sus citas con Jazmín. Como el prostíbulo tenía poca clientela, Camilo en sus escapadas cada vez más frecuentes, pasaba la noche allí y escondiéndose al paso de los autos de la policía, regresaba de madrugada sin que nunca lo vieran, ni los sicarios del Gobierno ni las autoridades del colegio.
La situación del país se estaba tornando verdaderamente difícil.
Aquí, desde el Stadium Nacional, los micrófonos de la C.M.Q. transmitiendo para ustedes, por cortesía del ron Bacardí, el ron de los hombres machos, la gran pelea del año. En la esquina azul, el Ejército Represivo de la Tiranía; en la esquina roja, el Movimiento Revolucionario Cubano. Ya los contendientes están listos y...
¡GONG!
Suena la campana. El Ejército Represivo de la Tiranía comienza las hostilidades, allana un depósito de municiones, golpea brutalmente a los estudiantes de la Universidad y reprime una protesta obrera en el Central Narcisa. El Movimiento Revolucionario Cubano responde con "jab" de izquierda y comienza a golpear: bombas y petardos por aquí y por allá, letreros en todas las esquinas y amenaza de huelga general. El Ejército Represivo arrincona a su contrario y comienza a castigar con golpes bajos: uñas sacadas, brutales torturas y muertos en las cunetas de las carreteras. El hostigamiento es fuerte e interviene el árbitro para un primer conteo de protección. El Movimiento Revolucionario se recupera y se mueve frente a su contrario sin entrar en la contienda. El árbitro señala que peleen. El Ejército Represivo tira un golpe a la cara del Movimiento Revolucionario, pero este se cubre con la guardia alta. Entran en el cuerpo a cuerpo. Acciones militares por toda la región oriental. Ojos sacados. Un estudiante muerto en Camagüey. "Uppercut" de izquierda. El Movimiento Revolucionario toma ventajas y no cesa en el hostigamiento a su contrincante. Llegan los rebeldes a las montañas del Escambray. Golpe a la mandíbula. Liberados varios poblados de Las Villas. El "knock out" es inminente...
Al llegar las vacaciones de Navidad, ya muchos padres se habían llevado a sus hijos al resguardo del hogar, pero Camilo desobedeció los avisos de Nina Solís mandándolo a buscar y permaneció hasta que ya le fue imposible trasladarse hasta Jarahueca. En el colegio permaneció un pequeño grupo de estudiantes y allí les llegó el 1 de enero de 1959.
Diez días después se reiniciaron las clases y aparentemente la vida en la nación volvió a su normalidad.
Quizás con un poco más de euforia y las esperanzas de siempre puestas en el nuevo gobierno, se siguió cortando caña, abriendo los prostíbulos a la hora establecida y vendiendo coquitos acaramelados por las calles.
En junio, Kike se graduó.
En septiembre, Guillermo logró el sueño de cuatro años y pasó al albergue de los alumnos de quinto. Al cuarto fueron asignados dos muchachos de nuevo ingreso a quienes Camilo no dejó que le cobraran la novatada y los adiestró en la vida del colegio.
Mercedes misma fue quien, por los abusos y borracheras del chulo, le quitó al chofer de alquiler de encima a Jazmín. Ese sábado, Camilo agradecido le llevó un ramo de flores a la matrona.
─Deja ya todo eso, primo ─le aconsejó Guillermo en la despedida definitiva después de la terminación de sus estudios.
Pero Camilo siguió de cliente habitual de quien consideraba su novia. Para no alejarse de ella, en las vacaciones de verano de ese año se inscribió en el campamento juvenil de la Iglesia Presbiteriana, y al gozar de la libertad que le concedía el albergue de los alumnos de quinto, en el nuevo curso iba por las tardes a estudiar al prostíbulo.
Por su graduación las putas le organizaron una fiesta a la que Mercedes prohibió la entrada de clientes y que duró toda la noche.
─Este muchacho es puro y hay que demostrarle que las mujeres de la vida también sabemos hacer las cosas con decencia.
─Y los maricones ─apuntó Totó.
─Yo lo sé ─les respondió Camilo y le dio un beso a Mercedes y un abrazo a Totó.
Esa noche hubo proposiciones y confesiones. Risas y llantos como en toda página que se cierra.
─Ahora me pondré a trabajar y nos casamos.
─¡Muchachito loco! ─le dijo Jazmín apretándole la cara con las dos manos y le dijo sus planes.
La Revolución se proponía eliminar la prostitución, y le habían ofrecido un trabajo. La fiesta era también por su despedida, pues al otro día se iría de la casa y, por el bien de Camilo, tenía el propósito no de verle nunca más.
En el acto de graduación en el Teatro Principal de Cárdenas, Camilo Alberto Ramos Solís, con su título de Bachiller en las manos, su toga y su birrete, habló en nombre de los graduados
─Nuestros días en este colegio estuvieron llenos de jazmines, pero hoy nos despedimos de todo y de todos. Doy las gracias a quienes nos enseñaron a formar nuestros primeros sueños de hombres. La vida nos lleva por diferentes senderos, pero siempre recordaremos los momentos felices que aquí vivimos. Nos vamos con una aparente sonrisa en los labios, pero con la nostalgia sembrada en el corazón.
Con este acto, terminó un capítulo más de la vida de Camilo Alberto Ramos Solís, acto que contó, y sin que el protagonista lo supiera, con las lágrimas de Jazmín desde la última fila del lunetario.
[1] Este personaje es quien después fuera mi testimoniante de la vida de Camilo Alberto Ramos Solís en La Progresiva de Cárdenas.
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