domingo, 28 de febrero de 2021

Capítulo dos (primer parte)

CAPÍTULO DOS (Primera parte)

 

    No sé porqué se me ocurrió que Nina Solís fuera presbite­riana ni que mandara a su hijo a estudiar a La Progresiva de  Cárdenas, cuando yo no sé nada del presbiterianismo ni nunca  he estado ni siguiera parado frente al edificio que ocupó este colegio. Hubiera sido mucho más fácil para mí que esta familia siguiera siendo católica, y que Camilo Alberto asistiera a la escuela que los Padres Misioneros Canadienses  tenían en Colón, donde mi hermano y yo estudiamos. Ello me ha  costado unas cuantas indagaciones.

   Quizás la culpa la tuvo el pastor de Yaguajay.   No dudo, que enterado de la posibilidad de que Camilo  fuera a estudiar a un colegio de curas, el pastor interviniera por segunda vez en estos asuntos y convenciera a Nina  Solís de que cambiara de opinión y gestionara el ingreso en  un colegio de su fe. Ello me obligó ir un día a la casa de  quien suponía pastor de Santa Clara y que al final resultó  pastora, para que, a riesgo de que pretendiera convertirme,  me instruyera de esta iglesia, y a la vez indagar por alguna  persona que hubiera estudiado en La Progresiva. Ella no  conocía a ninguno, pero había un hermano que sí podría saberlo, mas para encontrarme con él, debía ir el domingo al  templo antes de que comenzara el culto.

   Puntual crucé la verja.

   El recortado césped de un verde para película, el estilo  arquitectónico de la iglesia y lo pulcro del lugar me transportaron, y una vez más me vi en Kentucky. El hermano ya sabía de mi gestión y a disgusto suyo por no poder quedarme  al oficio religioso, me dio la dirección de un exalumno de La  Progresiva.

 

 

 

 

Después de dos intentos                        Cuca, están tocando.

fallidos,  volví  con   la                 P        Ya voy.

esperanza de que a la                U         LA MUJER REGRESA

tercera   va  la  vencida.  To-       E        Es el mismo hombre del

que decentemente la aldaba.     R        del otro día. ¿Le digo que 

 TAN, TAN, TAN.                          T        no estás?

Y esperé.                                       A       No,  deja.  Voy a atenderlo.

Si este señor, pensé (omito

su nombre por pedido expre-

so   de   mi  testimoniante),                     A mí ese hombre no me

estuviese  y me ubicara                 P       gusta ni le creo  un comino

con respecto a la vida                    O       el cuento de su novela.

dentro de aquel colegio,                R       Tengo  que  salir  de esto.

podría  comenzar  a escribir                    Va  a  seguir

los  acontecimientos                                insistiendo  y no me le voy

vividos por Camilo en                    M       a  estar  escondiendo  todo

 La Progresiva y no seguir,           E       el tiempo.

en  aras  de aprovechar                D       Ten  cuidado  con lo

el   tiempo, alargando                    I        que dices.

inútilmente  este                            O      Despreocúpate. 

  capítulo.                                                ¡A esta altura  de la

  Toqué nuevamente.                             vida  volverte a  sacar que

  TAN, TAN, TAN.                                   estudiaste  en  un  colegio

     Y esperé.                                            religioso.

                                      SE ABRE LA PUERTA

    ─¿Conociste a Camilo Alberto Ramos Solís?

    ─Sí. Me acuerdo de él.

   Camilo llegó a La Progresiva quince días después de haber  comenzado el curso. Para trasladarse a Cárdenas, primero tomó el tren hasta Santa Clara y allí un ómnibus que lo llevó a la  ciudad donde estaría los siguientes cinco años de su vida.  Durante el trayecto, Nina Solís le fue recordando, como en un  resumen, todos los principios, normas, valores y conductas que desde su alumbramiento el día de la penumbra, habíale inculcado. La intuición materna no suele equivocarse, y ella presentía que con aquel viaje, su hijo recorría el tramo  final del camino  a la adultez. A partir de entonces, Camilo enfrentaría la vida sin su tutela inmediato y directo, y  con aquella cháchara del adiós definitivo a la infancia,  pretendía afianzar las reglas que creía justas y valederas.

    ─Date a necesitar. Cuando te necesiten, te querrán.

   Camilo también presentía la importancia del momento y  ajeno al nuevo paisaje que se le insinuaba por la ventanilla  del ómnibus, atendía disciplinadamente al testamento ético de  su madre.

    ─Amigo de todos, pero en tu lugar. Ni viles, ni negros  ni muertos de hambres.

   Atrás quedaban las colinas del centro de la isla y, como  la vida que se insinuaba ante él, la amplia llanura abríase  sugerente de infinitas posibilidades.

    ─El estudio antes que todo. El estudio y la disciplina.  Ya habrá tiempo para las diversiones.

   Las clases habían comenzado y con las palabras de Nina Solís repiqueteándole a su lado, Camilo se vio atravesando la  amplia explanada entre los edificios de La Progresiva. El  lugar parecía desierto, y la paz, el orden y la limpieza que  se respiraba bajo la fronda de los tamarindos por donde  atravesaba, le fueron agradables a Nina Solís.

   Se dirigieron a la administración y allí los atendió el  director del plantel. Camilo puso sobre el piso la maleta de  cartón en que llevaba sus pertenencias y se sentó en el butacón tapizado de rojo que le indicaron. Luego de las  presentaciones, la entrega de documentos y algunas orientaciones de carácter general, con una estudiada amabilidad que al muchacho le resultó falsa, aquel señor de cuello y corbata lo invitó a reunirse con el Director del Internado.

    ─El te llevará a tu cuarto para que te instales mientras tu señora mamá termina algunos trámites administrativos.

   El profesor Wilfredo conocía su trabajo. Desde joven trabajó en campamentos religiosos para adolescentes y ya  hacía ocho años que se desempeñaba como el máximo responsable  de la vida de los pupilos de aquel colegio. Una simple ojeada  al nuevo alumno le sirvió para catar las condiciones persona­les del muchacho y supo que este no le causaría  quebrantos; había, eso sí, una situación en los albergues que le preocupaba, pero queriéndose engañar a sí mismo con los preceptos  democráticos de aquella escuela, concluyó que no era necesario mencionarla. Le dio la mano en señal de bienvenida y lo  invitó a que lo acompañara.

    ─Ya los demás están ubicados en sus habitaciones, pero  queda una cama en un cuarto.

   El dormitorio de los varones estaba cerca y hacía allí se  dirigieron. Tomaron la escalera y subieron a la segunda planta.

    ─Debajo duermen los de primaria. Tú estarás con los  muchachos de Bachillerato y cuando llegues a quinto año, pasarás a otro albergue.

   Al final de la escalera y hacia ambos lados del piso, se  abría un pasillo circundado de puertas. Frente a una de ellas  se pararon y el profesor Wilfredo la abrió. Lo invitó a pasar  y tratando de restarle importancia al asunto, agregó:

    ─Aquí compartirás con otros dos pupilos que ya conocerás. Ahora ponte el uniforme para que te incorpores al  aula. Después tendrás tiempo de acomodar tus cosas.

   Cuando Camilo quedó solo, dio libertad a sus ojos, y estos  recorrieron el local. Una amplia ventana se abría en una de  sus paredes y dejaba entrar con profusión los rayos solares. Sobre la cama aún sin vestir que le pertenecería, puso la  maleta, la abrió y sacó el pantalón gris y la camisa verde  con un monograma bordado sobre el bolsillo y se los puso. Ya  otras tantas veces lo había hecho en su casa y sabía de su  figura ante el espejo del escaparate de la madre, pero esta  vez, el acto de uniformarse revestía un matiz diferente y le  pareció que crecía varios centímetros mientras lo hacía. Se  arregló el pelo con la mano, tomó los libros y salió de nuevo  al pasillo.

    ─Ya estoy listo.

   Nina Solís se despidió con un beso en la mejilla y lo vio  partir. Camilo, antes de desaparecer en otro de los edificios  del plantel, sin perder el ritmo de su marcha junto al profesor Wilfredo, dirigió la cabeza por sobre su hombro  derecho para sonreírle a la madre como última despedida, pero  ya esta se alejaba hacia el portón de salida.

    ─A la hora del almuerzo me ves para ubicarte en la mesa  del comedor que te corresponderá  le dijo el Director de  Internado cuando lo dejó en la puerta de su aula.

   Fue entonces la profesora de Historia quien le dio la  bienvenida, lo presentó a quienes serían sus condiscípulos y  le indicó el pupitre que usaría durante todo el curso.  

   Camilo se sintió turbado mientras  caminaba hasta su  asiento, pues la mirada de todos los allí presentes, se  dirigían a él, pero este sentimiento momentáneo y natural no  enturbió la complacencia que sentía. Ubicado, uniformado y  cronometrado, la vida allí, pensó Camilo, no le acarrearía  problemas por los cuales temer. Sin embargo, el profesor  Wilfredo no pensaba igual, y después de dejarlo en el aula  fue a hablar con el director del colegio.

    ─Señor, usted sabe que la única cama disponible era en el cuarto de…

   ─Kike ─apuntó el director interrumpiéndolo─, un muchacho pobre que tenemos becado por sus capacidades deportivas.

    ─Y Guillermo.

    ─¿Qué ocurre con Guillermos?

   ─Quizás a la madre del alumno nuevo no le agrade que su hijo esté en ese cuarto.

    ─Todos somos iguales a los ojos de Dios ─sentenció el director dando por terminada aquella conversación.

     Al postular la fe presbiteriana que todos somos iguales a los ojos de Dios, fue que, después de un amplio análisis del Consejo de la Iglesia gestora y promotora de aquella escuela, en el curso anterior al que Camilo llegó, se autorizó la  matrícula de Guillermo Ruiz Ríos, y si bien el día de entrada  al colegio, todos los padres que venían a traer a sus hijos  lo miraron con sorpresa y mayor o menor grado de disgusto,  hubo uno que pidió hablar inmediatamente con el director.

    ─Lo que le voy a decir es estrictamente confidencial.

    ─Despreocúpese, usted.

    ─Ese negro es hijo de una hermana mía de la que mi familia ni yo, queremos saber. Espero que usted sepa comprender  porque no puedo dejar a mi hijo en  este colegio.  

   Sin embargo, con su flema y labia, el director lo convenció a que dejara allí a su hijo y, sin que nadie lo supiera, mucho menos los prota­gonistas mismos, los dos primos compartieron vida y estudios  en aquel recinto académico.

   Esa primera noche de Camilo en La Progresiva, después del  silencio que se imponía en los dormitorios cuando se apagaban  las luces, tres de sus condiscípulos se introdujeron silenciosamente en el cuarto y fueron a cobrarle la novatada.

   El untar el cuerpo con pasta de diente, echar talco en la  cabeza o cualquier otra broma por el estilo a los nuevos  alumnos, era un ritual conocido y permitido, y la indisciplina y revuelo en la primera noche de cada curso no  se castigaba. Cuando se le hacía al grupo todo de ingreso al colegio, las bromas, como bautizo a la vida colectiva tenían un matiz inocente y ceremonial, mas cuando se le hacían a un  muchacho que tenía la desgracia de llegar tardíamente,  como  en el caso de Camilo, la novatada adquiría un tinte de  sadismo y crueldad.

   Guillermo y Kike, sus compañeros de cuarto, se limitaron a  hacerse los dormidos y no participaron en la andanada de  cocotazos que llevaron a Camilo al borde del llanto, no por el castigo físico a que era sometido, sino por el vejamen y  la frustración sentida por su impotencia ante la acometida.

    ─Vamos a salarlo  ─dijo Antonio.

   Salar a un compañero consistía en llevarlo al baño y  tirarlo desnudo en el suelo para orinarle encima. Este era el  penúltimo de los castigos en la escala de morbosidades ya que, si bien no dejaba de tener un carácter erótico,  había otro que era expresión libidinosa de manifiesto contenido homosexual y que se conocía en el argot estudiantil con  el apelativo de endulzar. A este extremo se llegaba en muy  raras ocasiones y debían converger toda una serie de coincidencias:  un  proceso  de previa  excitación,  un  desarrollo  creciente en  las  bromas de la novatada, el carácter pasivo‑masoquista del castigado, y, por ende y más fundamental, el tono francamente placentero de las quejas y quejidos del principiante. Fijado este con fuerza en el suelo, desnudo y bocabajo, después de brindarle una buena tunda de manotazos sobre  los glúteos,  arrodillados a su lado, los verdugos se masturban para dejarle caer el semen por todo el cuerpo. 

    ─Para el baño.

    ─A salarlo.

   Al oír aquello, Guillermo consideró que ya la broma era  suficiente y negado a que a su nuevo compañero de cuarto le  fueran a aplicar tal castigo, se incorporó en la cama y  persuasivo, pero firme, exclamó:

    ─Dejen al muchacho.

    ─No te metas en esto que no es contigo  ─dijo Antonio  molesto por la intromisión.

   Guillermo ya de pie, se le paró delante.

    ─Ya está bueno, primo.

    ─¿Primo de qué, negro de mierda?

   El puñetazo voló como una saeta y descargó su fuerza sobre  la cara del ofensor que fue a dar contra uno de los  escaparates; antes de que pudiera recuperarse, Guillermo se  le abalanzó y lo tiró al suelo. Kike también se había tirado  de la cama e impidió que los otros dos se metieran en la  riña.

    ─Tranquilos, ¿eh?

   Sentado sobre el pecho de Antonio, Guillermo le sujetó las  manos en el suelo y con una parsimonia propia de un lord  inglés, le dijo:

    ─Lo de primo es un decir mío, pero lo de negro no te lo  permito  ─y le lanzó un escupitajo que fue a refrescarle el ardor del golpe en la mejilla cerca del ojo. De un salto se  puso  de pie y agregó─:  Ahora vamos para el baño.

   Allá fueron y se enredaron a los puñetazos hasta que las  luces del pasillo se encendieron y el profesor Wilfredo lo  atravesó marcando los pasos.

    ─¿Qué tú haces aquí?  ─pero al verle el rostro, sin  esperar respuesta, hizo otra pregunta─.  ¿Qué te pasó en la  cara?

    ─Me di un golpe con la puerta del escaparate y vine a  echarme un poco de agua fría.

    ─Déjame ver.

   Le tomó la cara por la barbilla y le miró los golpes.

    ─¿Quién más está aquí contigo?

   Entonces fue la voz de Guillermo desde uno de los  inodoros.

    ─Soy yo, profesor. Guillermo. Estoy haciendo una  necesidad.    

    ─Terminen y váyanse a acostar. Mañana hablaremos.

   Al otro día, el profesor Wilfredo le contó al director lo sucedido. Este se reclinó en el asiento detrás de su buró y  poniéndose las manos sobre el vientre con los dedos entrecruzados, le dijo:

    ─Hable con ellos. Que confiesen y reconozcan su culpa,  sólo entonces castíguelos.

   El profesor Wilfredo asintió con un leve movimiento de  cabeza y fue a retirarse, pero el director lo detuvo.

    ─A  esos  dos  muchachos  trate  de mantenerlos lo más alejados posible. No los relaciones ni para bien ni para mal.

    ─Tienen un reporte para este sábado  ─les dijo antes de  que Guillermo y  Antonio salieran de su oficina en el edificio  de los albergues.

   Extrañados estos de que no se les pidiera que se dieran  las manos como era la costumbre en estos casos, uno a cada  lado del Director de Internado, sintieron los brazos de este  sobre sus hombros.

    ─Y tengan cuidado con las puertas de los escaparates   ─dijo y les sonrió con una expresión que los muchachos  agradecieron.

   Ese sábado, después de almuerzo, mientras que todos los  pupilos, hembras y  varones, se reunían en las áreas libres  de La Progresiva, los castigados  se dirigieron a sus  respectivos cuartos. Al rato de estar allí, Guillermo sintió  que se abría la puerta de la habitación.

    ─¿Y tú qué haces aquí? ¿No vas a bajar?

    ─No.

    ─Mira, primo, el castigo es mío.

    ─Pero la bronca fue por mí  ─dijo Camilo  y ni las  gracias te he dado.

   Guillermo se incorporó y reclinó la espalda en la cabecera  de metal de la cama. Miró intrigado a Camilo y rascándose los  primeros pelos encaracolados que le brotaban en el pecho,  exclamó:

     ─Mira que tú eres raro.

   Al  regresar de las  vacaciones de Navidad y  Año Nuevo, el  profesor Wilfredo llamó a Camilo y le comunicó que había  recibido una carta de su mamá pidiéndole airada que lo cambiara de cuarto. Entonces Camilo recordó la expresión de  Nina Solís cuando, en los cuentos e impresiones de esos  primeros meses en el colegio, le habló de Guillermo y de  Kike.

     ─No desempaques para que te instales en otra habitación.

   Camilo levantó la vista y buscó los ojos del director del  internado. Quizás sin plena conciencia de que sería el primer  acto de rebeldía contra la voluntad de su madre, no tuvo  reparos en expresar su deseo.

    ─Profesor, yo preferiría quedarme donde estoy.

    ─Si es tu gusto...  ─dijo  y dejó inconclusa la frase  de acatamiento─.  Eres libre de elegir. Es un derecho que  Dios te ha dado, pero debes escribir a tus padres y  comunicarle tu decisión.

   Camilo  les escribía una carta a los padres todas las  semanas. Ese sábado no pensaba salir en el permiso que tenían  para ir libremente a la ciudad y después de la cena fría  acostumbrada para la ocasión, se dirigió a su cuarto y comenzó la carta:

       Cárdenas, 20 de septiembre de 1958. 

       Queridos papi y mami: Que al recibo de esta, quiera Dios  que se encuentren bien...

   Es que Kike estaba en Matanzas en unas competencias deportivas, y Guillermo, por su corpulencia física, prefería salir  con los muchachos mayores.

       Yo estoy bien. Como les decía en mi carta de la semana pasada, en tercer año  comenzamos a dar tres asignaturas nuevas: Física, Psicología y Literatura  Española. Ya hoy, a tres semanas de haber comenzado este curso, les puedo  decir que la que más me gusta es Física... 

   Camilo sintió que se abría la puerta de su cuarto, dejó la  escritura y levantó la cabeza para ver quién entraba.

    ─Me cambio de ropa en un segundo y nos vamos.  

   Era Guillermo acompañado de uno de sus amigos de quinto. Camilo los saludó levantando la mano y continuó escribiendo.

       …y la que menos me gusta es Literatura, aunque la profesora explica muy bien.

    ─¿Y este qué?  ─preguntó el de quinto mirando a Camilo.

    ─¡Ah, no sé!  ─contestó Guillermo abotonándose la  camisa.

       Ya comenzamos también las prácticas del grupo de gimnástica y el lema que usaremos este curso es "mente sana en cuerpo sano".

    ─¿Por qué no lo llevamos?

 

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