Desde el siglo XIX, Santa Clara luchó por ser ciudad universitaria al menos para que Gustavo Ramos Solis Gustavo pudiera anhelar entrar en el alto centro docente con la misma intensidad conque en Jarahueca había odiado al hermano.
Allí coincidió nuevamente con Camilo.
De niño, Camilo trató de ganar su afecto, pero el cariño, la admiración y la sumisión que le mostraba, lejos de agradarle, aumentaba en Gustavo el aborrecimiento por su hermano, y como un volcán que por años acumula lava ardiente para en cualquier momento entrar en erupción, un día Gustavo no pudo más y en medio de una crisis de llanto por la impotencia ante la impasibilidad y complicidad tácita de Camilo, exteriorizó sus sentimientos.
─¡Lo odio, mamá! ¡Lo odio!
Fue la ocasión en que ponía de tal forma una de las puntas del alambre que cerraba las cuatro patas de la silla debajo del asiento para que a Camilo se le rompiera el pantalón cuando se sentara, y este se le acercó sigiloso para advertirle.
─Cuidado que mamá viene.
Nina Solís se asustó de la relación de afecto malsano que emanaba de su hijo mayor, y en ese momento comprendió cuán lejos estaba la idea de solidaridad y hermandad que creía haber fomentado entre sus hijos. Como lady Mabet hubiera necesitado frotarse los brazos para eliminar la sangre que los manchaba, pues si desnuda ante un espejo podía ver la fealdad que se insinuaba en la flacidez de sus carnes, delante de cualquiera de sus hijos, la culpabilidad se le dibujaba nítidamente en la conciencia. Gustavo era el dueño, el propietario, el amo; Camilo, el obrero asalariado que debía venderse en sumisión para obtener una mísera porción de afecto que le permitiera sobrevivir; y ante el llanto de su primogénito, el querido, Nina Solís hubiera deseado que fuera para Camilo la invitación que Lolita le había hecho a Gustavo para irse a estudiar a Santa Clara a un buen colegio; pero era que, decepcionado por el nacimiento de las trillizas en una familia que solo había daba varones, su cuñado siempre tuvo una especial predilección por este primer sobrino poítico.
Nina Solís, alertada por el pastor de Yaguajay, sólo puso un requisito que a la larga le trajo grandes conflictos existenciales a su hijo.
─No puede ir a un colegio católico.
Y como en Santa Clara, el colegio de mayor reputación y al que iban los muchachos de la más alta burguesía de la ciudad, era el de los Hermanos Maristas, Gustavo siempre cargó con el bochorno de tener que estudiar en una insignificante academia laica. Para llevar con honor su fatalidad, tomó como suya la causa que le impedía ser condiscípulo de sus amigos, y aunque en el fondo de su corazón odiaba el presbiterianismo, aparentó ser un ferviente hermano de la fe hasta que al graduarse de bachiler y tener la posibilidad de matricular en la Universidad el siguiente curso e igualarse a sus compañeros del Tenis Club, del Ten Cent y el parque Vidal, hizo ochocientos veinticinco barquitos de papel, uno con cada una de las páginas de su Biblia, y, después de una noche de farra, desde el Puente de la Cruz, los echó a navegar de madrugada en las pestilentes aguas del río Cubanicay.
La intención de Eduardo Casañas de traer a su lado al sobrino político, era el de adoptarlo legalmente para que heredera, además de parte del capital familiar, la misión de perpetuar, en un vástago masculino habido en matrimonio cristiano, el apellido que se le otorgaría, pero fue el fingimiento de su amor al protestantismo lo que vino a impedir tales propósitos, pues conocedora la madre de Eduardo Casañas de las intenciones del hijo, se opuso rotundamente a que los destinos de la familia quedaran en los testículos reproductores de un sujeto que no era católico ni apostólico ni mucho menos romano, y si bien condicionó su autorización a un cambio en la fe de Gustavo, cuando supo lo que este había hecho con el libro donde aparecía la palabra de Dios, estuvo convencida de que ya Satanás lo había adoptado. Por temor a lo que su hijo pudiera hacer con los bienes de su propiedad después de muerta ella, los testó a la Orden de las Hermanas Ursulinas poniendo aparente punto final al asunto.
De no ser porque el Gobierno Revolucionario comenzó a intervenir fincas y negocios, este testamento se hubiera hecho efectivo con prontitud, pues doña Consuelo pasó a mejor vida de manera repentina. Su muerte ocurrió el día en que Gustavo fue a matricular en la Universidad la carrera de Ingeniería Eléctrica.
─Estuve hablando con ella cuando regresé ─dijo después, pero teniendo a bien no especificar el tema de la última conversación que sostuvo con la difunta.
Ya la familia había decidido abandonar el país y marcharse a los Estados Unidos de Norteamérica a donde estaban dirigiéndose muchas de sus amistades. Después de almuerzo, Eduardo Casañas, Lolita y las trillizas salieron para una entrevista con el abogado que se ocupaba de los que ya comenzaban a tornarse complicados trámites de viaje. Gustavo había declinado la invitación para irse con ellos, pues aunque la mayoría de los jóvenes de la alta sociedad santaclareña se marchaban de Cuba huyéndoles a los augurios de comunismo, él estaba dispuesto a soportar cualquier desgracia, ya fuera escasez, represión, pérdida de libertades individuales o trabajos forzados con tal de disfrutar su anhelada condición de estudiante universitario. Estaba cansado de permanecer en una escala inferior a la de sus amigos por la maldita circunstancia de no haber podido estudiar en el colegio al que iban los hijos de bien de Santa Clara. Iría a la Universidad aunque fuera para compartir con uno solo de los exalumnos de los Maristas. Ya ese día se había matriculado y, si bien era cierto que no pasó desapercibido para él la cantidad de negros y gente humilde que se encontraba en la cola de la Secretaría Universitaria, estaba feliz y se fue con los amigos a celebrar el acontecimiento en los portales del Picking Kitchen. Y cuando llegó a la casa se sentía un poco mareado.
Doña Consuelo estaba sola y dormitaba en una comadrita en la sala la modorra del almuerzo.
─Vieja, me importa un comino su dinero ─le dijo Gustavo a la anciana cuando después de abrir la puerta vio a esta presignándose y la oyó mascullar un "apártate de mí, Satanás".
─Ni dinero ni apellido.
Gustavo se le rió en la cara ante el destello de orgulloso abolengo conque lo trataba y le recordó que dinero ya le quedaba bien poco, pues Fidel se lo había quitado interviniéndole las fincas y las peleterías, y que su apellido, ante la imposibilidad de sus varones de perpetuarlo, valía bien poco y que por eso lo querían comprara él como toro padre, porque él era Ramos, estirpe de criollos probada en varones y hembras, pero de buena raza, no como los flojos de sus incapaces hijos de fecundar ni a la más fértil de las mujeres, ni como las prostitutas de sus nietas, y primas de él, que gustaban de acostarse las tres con el novio de turno de alguna de ellas. Que su semen era de calidad concentrada, y para demostrárselo, semiebrio por la celebración, se abrió la portañuela, se extrajo el pene y se masturbó en presencia de doña Consuelo, coincidiendo el primer flujo eyaculatorio de Gustavo con el último estertor de la anciana.
} SE DETIENE EL CAPÍTULO.
Luis entró de prisa en el local. Cruzó el pasillo y se detuvo bajo la arcada al final de este; aprovechó la parada para acomodarse en el hombro la correa del bolso en el que cargaba libros y manuscritos, mientras que con la mirada buscaba por las mesas colocadas en los portales interiores del establecimiento y entre los tiestos de plantas ornamentales de su patio central. Hacia el fondo y cerca de la fuente empotrada en la pared se encontraba la persona con quien debía verse. Esta ocupaba una de las dos butacas junto a una de las tantas mesas de hierro forjado en filigranas. Hacia allí se dirigió a grandes zancadas.
─Perdóname la tardanza.
─No importa.
Luis acomodó el bolso sobre la mesa y se sentó en la otra butaca de hierro.
─¿Ya pediste?
─No.
─Para mí un té.
En un lenguaje gestual propia de aquel sitio se hizo el pedido sin necesidad de que el dependiente se les acercara. Mientras se esperaba que les sirvieran, sacó una caja de cigarros.
─No sabía que fumabas.
─Sólo lo hago cuando estoy nervioso.
─¿Qué te ocurre?
─Estoy en desacuerdo absoluto con lo que acabas de escribir. No creo que pueda permitírtelo. Acusas a mi hermano de una monstruosidad y tú no tienes...
Camilo cortó su discurso cuando vio al camarero que se acercaba con el pedido. Luis esperó pacientemente, y si bien su amigo y protagonista de esta novela había comenzado a expresarse con mucha decisión, después de aquel paréntesis, no sabía cómo continuar.
─Decías que yo no tenía, ¿qué?
─Pruebas. La forma en que narras la muerte de doña Consuelo es pura fantasía.
─Una novela es siempre fantasía.
─Pero en Brizna al viento partes de hechos reales. ¡Mi vida!
─En una novela siempre se parte de hechos reales.
─Mira, Luis, vamos a entendernos. Nada de lo que escribiste que ocurrió esa tarde en casa de tío Eduardo es cierto.
─¿Por qué estás tan seguro?
Camilo quedó perplejo ante la pregunta del escritor y sólo pudo mascullar un "porque sí" motivado por afectividad y no como conclusión de un proceso intelectivo.
─¿Alguna vez leíste el informe de la necrosis?
─Infarto cardiaco.
─No. No me refiero al certificado de defunción, sino al informe detallado de la autopsia.
─No.
─En él se especifica un detalle que me permitió, más que imaginar, deducir lo que ocurrió aquel mediodía.
─¿Cuál?
─Restos de semen en el conducto auditivo del oído derecho.
─Eso nunca se dijo.
─Porque nunca la familia lo supo.
Camilo, sorprendido y asustado, no supo qué decir. Tomó un sorbo de café y encendió otro cigarro. Luis esperó porque la primera bocanada de humo se disipara en la atmósfera para volver a la carga. Más que analizar la credibilidad de Camilo de lo escrito hasta ese momento, le interesaba la opinión de su personaje con respecto a acontecimientos que se presentarán a posteriori en la novela y por ello le lanzó una nueva pregunta.
─¿Por qué botaron a Gustavo de la Universidad?
Camilo bajó la cabeza y a tientas buscó la caja de cigarro sobre la mesa. Extrajo uno sin percatarse de que tenía otro consumiéndose en el cenicero. Como para encenderlo tuvo que levantar la cabeza, se encontró con la mirada interrogante de Luis.
─Yo tuve la culpa. De cierta manera, quiero decir. Digamos más bien que de manera indirecta fui quien motivo su "depuración de las filas del estudiantado universitario", que así es como se decía. Gustavo llegó a la Universidad cuando ya se había consolidado el matiz revolucionario que tendría ese centro de estudios y, a pesar de que a él le gustaba destacarse y sobresalir, comprendió que debía mantenerse lo más diluido posible dentro de las masas para poder culminar sus estudios como ingeniero eléctrico. En aquellos momentos el slogan era "No para tres": contrarrevolucionarios, religiosos ni homosexuales. Gustavo no era nada de esto, pero a la vez un poco de todo. Quizás de homosexual fuera de lo único que no tenía, pero de todas formas era un depravado sexual. Es precisamente mi llegada a la Universidad como héroe de la Alfabetización lo que, para su infortunio, lo saca del anonimato en que se mantenía. Y mira si su deseo de graduarse era grande, que se atrevió a presentarse en el teatro el día que se analizaría su depuración y estoicamente oyó todas las acusaciones y ofensas que se le hicieron y hasta trató de defenderse y rebatirlas. Cuando alguien recibía una citación para una de estas asambleas públicas en el teatro, sencillamente acataba de antemano la decisión que se tomaría y, para evitarse el mal rato y las represalias físicas a las que a veces se recurría, no se presentaba. Pero si en Gustavo existía la percepción global de las circunstancias ambientales, en sus compañeros, y esto debían estudiarlos los psicólogos, porque ahora, hablando de esto, me viene a la mente que quizás lo que te voy a decir, esté en alguna medida determinado por adiestramientos diferentes a que se someten quienes van a explotar y quienes serán explotados; el caso es que sus compañeros tenían un receptor muy fino para lo singular, para los matices individuales, para las sutilezas... y nunca le creyeron que fuera revolucionario. Gustavo tampoco consideró que debía aparentarlo con hechos, y ese fue su error, porque estoy seguro de que si se lo hubiera propuesto, lo hubiera logrado. Mira, a medida que voy haciendo estas valoraciones, me van surgiendo ideas sobre asuntos en que nunca me había detenido a pensar. Apariencia y sinceridad. Si tú tuvieras que asociar estas dos categorías filosóficas, ¿con qué clase social vincularías a cada una? La burguesía es pura apariencia, y ese fue el medio en que se desenvolvió Gustavo. En Jarahueca, dadas la situación económica de mi familia y las ideas acartonadas de mamá, motivaron el aislamiento de nuestra crianza, y Gustavo se creyó un niño superior ; después, en Santa Clara, compartió socialmente con la más alta y rancia burguesía provinciana. Mi caso es distinto. Yo tenía otra manera de ser y fui un hijo segundo. La influencia de la ubicación dentro del orden de los hijos ha sido estudiada por la Psicología, la Sociología y la Historia. ¡Hasta la Veterinaria! En los mamíferos mismos, los primeros en nacer tienen asegurada su mama, mientras que los últimos corren el riesgo de quedarse sin fuente de alimentación y, por lo tanto, perecer. En el Feudalismo, el primogénito heredaba títulos y riquezas, mientras que al segundo sólo le daban dos opciones: la Iglesia, y por eso el clero es tan enrevesado, o el fratricidio. Si hiciéramos un equiparamiento de la sociedad dividida en clases con un hogar, el primer hijo será la clase propietaria de los medios de producción, quienes adquieren cariño y bienes materiales. Cuando una mujer sale embarazada por primera vez, se dice: "va a tener un hijo", cuando se fecunda por segunda vez, ese hijo que ya tuvo "va a tener un hermanito". Como ves, la connotación es totalmente diferente en cada caso. El primer varón recibe el nombre del padre; el segundo, el del abuelo materno o de un pobre tío que tampoco recibió la primacía apelativa. La canastilla se compra para el primero, y el segundo la usa de nuevo, porque las razones de que prácticamente quedó intacta y de que no es necesario otro gasto, tienen suficiente peso. La ropa y los zapatos se le compran al primogénito, y cuando estos se le quedan, los hereda el segundo; y así sucede con los libros, los juguetes, la bicicleta... Fui, lo que se puede decir, un niño pobretón, al que le dieron solo limosnas. Durante mi adolescencia, Jazmín me enseñó mucho, y no sólo Jazmín, Mercedes, que en definitiva era otra pobre infeliz en manos de los chulos, los policías y los políticos, aunque para su suerte, a veces estas tres categorías se unían en una sola persona; las demás mujeres de la casa y también Totó. Totó es otro caso; tenía el agravante de ser homosexual, pero no voy a hablar de eso, porque me voy a desviar del tema más de lo debido. Se suponía que yo, por mi condición de alumno de La Progresiva, tuviera como referencia al grupo social al que pertenecía, pero es que el sentimiento que se despertó en mi por Jazmín, hizo que me identificara con uno de los mundos más explotados y golpeados de la sociedad prerrevolucionaria: el de las prostitutas, y de cierta forma me hice partícipe de la injusticia que se cometía con ellas, y aquella sociedad también a mí me pisoteó y vilipendió a su gusto. Después fue el Escambray: Pedro, Ernestina, los muchachos. Si en el prostíbulo de Cárdenas vi la cara afectiva de la injusticia, aquí viví su aspecto material: las condiciones casi infrahumanas en que el campesinado cubano luchaba para lograr la supervivencia, y eso que esa familia no era de las peores; tuvieron quienes les arrendara un pedazo de tierra, no vivían en casa de yagua por los caminos vecinales ni se morían de hambre, pero allí no había ni las más elementales condiciones que la civilización les permitía. No había luz eléctrica ni agua corriente, se convivía con los animales y se andaba con el fango al tobillo. Los ideales que pregona la Revolución en aquellos primeros momentos, llegaron a mí en una etapa de consolidación formativa. Ya prácticamente dejaba de ser un adolescente y comenzaba mi adultez, y las dudas existenciales y sociales que pude haber integrado a mi personalidad, encuentran luz en los principios de justicia, igualdad y solidaridad en que se basaría nuestro país, sin dejar de mencionar, porque no sería sincero, el atrayente matiz épico que tuvieron los barbudos del Ejército Rebelde, la fuerza y el heroísmo de los dirigentes y el optimismo y la fe del pueblo cubano que necesariamente van a influir de manera positiva en un muchacho romántico y soñador como era, y todavía soy. Fui terreno fértil para que germinara en mí una total, plena y profunda identificación con la Revolución. Eso sin dejar de valorar el papel de héroe que tuve que jugar. No olvides que fui capturado por un banda de bandidos, que me escapé y, aunque no pude brindar información alguna de interés militar, el que días después se liquidara a la mayoría de los miembros de ese grupo y se capturara al resto en una sonada escaramuza bélica, hizo que se agrandara el pobre papel que en realidad desempeñé en ello, pero mi ejemplo hablaba de las condiciones revolucionarias de los jóvenes de un sector que no había tenido muchas oportunidades de probar en esos tiempos que se vivían, su compromiso con la Revolución: los estudiantes universitarios, y precisamente de la universidad más reaccionaria de las existentes en el país en aquel momento: la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, y aunque nunca fue una política explícita, yo comprendí lo que de mí se esperaba, y si con ello contribuía al fortalecimiento del proceso de justicia que se instauraba, estuve, aún en contra de mi propia naturaleza, dispuesto a dejarme convertir en el ejemplo de heroicidad del estudiantado cubano. Creí con ello reivindicar a los hijos segundos de todos los tiempos, a las jóvenes obligadas a servir de carne de placer en las diferentes latitudes del mundo, a los eunucos habidos y por haber usados como guardianes de serrallos y harenes, a los homosexuales botapalanganas de prostíbulos y a mi triste y maltrecho amor de adolescente. Yo, dentro de la Revolución, como ves, fui como monja de leprosorio, pues mi amor al prójimo, traducido en el deseo de luchar por un mundo mejor, estuvo incentivado por lo más execrable y pestilente de la Humanidad. Ello, y el sacrificio que siendo introvertido tuve que hacer para mostrarme como héroe, fue lo que verdaderamente le dio un caracter de heroicidad a mi conducta. En el acto de inicio de curso se me entregó el carné de militante de la Unión de Jóvenes Comunistas e inmediatamente se me asignaron cargos y responsabilidades en la FEU. Me veo obligado a discursar con frecuencia en actos y mítines, combato lo mal hecho, voy a trabajos voluntarios a la agricultura, me incorporo a la Milicia, hago guardias, soy ejemplo de integridad y para ello practico deportes y canto en la coral universitaria, mi aula, mi escuela y mi facultad son ganadoras frecuentes de la Emulación Socialista, soy miembro de comisiones, grupos y brigadas de las más disímiles funciones, desde las de recibir al embajador de China y a su esposa en el Rectorado, hasta aprender a manejar extinguidores de incendio, amén de lo más importante: aprobar con buenas notas los exámenes. Ahora bien, que mi conducta fuera meritoria, no hubiera tenido ninguna repercusión en la vida de Gustavo si no hubiera sido, porque sirvió de comparación demostrando lo endeble de su fingida identificación con la Revolución. A pesar de la apatía de su conducta y el oportunismo de su comportamiento, Gustavo creyó que le bastaba aparentar estar adaptado al proceso revolucionario y no condimentó su conducta ni con una pizca de falsa veracidad ni engañó con un poco de sinceridad con la que, por su habilidad, hubiera convencido. Ese fue su fallo.Y por eso fue expulsado de la universidad.
Me muero por seguir leyendo...
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