miércoles, 10 de marzo de 2021

Capítulo tres

CAPÍTULO TRES

     ─Así que usted es el maestro que nos viene a enseñar.

     ─Sí  ─contestó Camilo desviando la mirada un instante  hacia el vehículo que se ponía nuevamente en marcha─.  ¿Y usted es Pedro Ranzola?

    ─Para servirle.

    ─Adiós, Camilo  ─le gritaron del jeep que se alejaba  haciendo que el muchacho desatendiera de nuevo al campesino para levantar el brazo y también él decir adiós.

   La polvareda descendió sobre el camino vecinal dando así por terminada la partida, y el ruido del motor fue perdiéndose en la lejanía para dejar escuchar el silencio del monte. Camilo suspiró y miró a su alrededor. Comprobó con satisfacción el espacio que anhelaba. Allí, en medio de aquellas montañas, alejado del resto del mundo, pretendía encontrar la paz interior que le faltaba desde su ruptura con Jazmín. La vida no le interesaba y con su retiro, al menos por unos meses, en aquel lomerío perdido y olvidado, pretendía recuperar las fuerzas necesarias para seguir arrastrando sus días. Trabajar, meditar, comer y dormir. Claustro voluntario entre cielo y tierra. El desierto.

    ─Bueno, maestro  ─dijo Pedro y carraspeó como ofreciéndole disculpas─,  es horita de que nos pongamos encamino.

ACTRIZ: (CANTA) Defraudado del amor,

                      busca refugio Camilo.

                      Su vida pende de un hilo

                      en las manos de un señor:

                     destino. Amargo sabor

                     que le golpea con saña.

                     Espera en esas montañas

                     sosiego en su desatino

                     sin saber que ya el camino

                     le teje nuevas patrañas[1]

   Al día siguiente de su graduación, Camilo le entregó sus pertenencias a la familia y, para sorpresa del padre, inconformidad de la madre e indiferencia total y absoluta del hermano, se incorporó al campamento donde se preparaban los brigadistas para la gran campaña de alfabetización que se proponía el Gobierno Revolucionario.

   A la semana de preparación, partió a cumplir su tarea a la zona montañosa del Escambray. El curso académico había terminado ese año dos meses antes y, al dependerse de la masa estudiantil para enseñar a leer y escribir a todo el que no supiera, las aulas de todo el país estarían cerradas hasta el nuevo año. Imposibilitado de ingresar hasta entonces a la Universidad, y antes que volver al seno de su familia, Camilo optó por lo que creyó vida de ermitaño. Pero el desierto que se había inventado tenía demasiado verde  y, como calidoscopio, a cada vuelta del sendero  de mulos  se insinuaba  para  sorpresa  del  muchacho  en paisajes  insospechados:  saltos  de  agua,  precipicios, algarrobos  erectos  en  las  faldas  de  las  montañas, hondonadas, y el vuelo de cientos de pájaros diferentes que pasaban o se asustaban al paso de las bestias.

    ─Ya estamos al cantío de un gallo.

   Flores insospechadas, vegetación exuberante, nuevas fragancias; humedad, frío, sol, rocas inmensas, bohíos intrincados en lugares donde Camilo pensaba que difícilmente se podría llegar; palmas inmensas buscando siempre la luz, cafetos, miles y miles de cafetos, platanales y bejucos colgando de la floresta.

    ─Cuando el café comienza a madurar todo esto se pinta de amarillo y rojo.

   A la casa le habían agregado un cuarto en uno de sus costados. Las tablas de palma aún conservaban un gris más puro que las del resto de la vivienda, y el guano de su techumbre, amarilleaba.

    ─Lo hicimos para usted  ─le dijo la mujer dándole la bienvenida.

   Y los muchachos, entre temerosos y admirados, a la expectativa del acontecimiento. Andrés con sus catorce años soñadores, y Manuel más dispuesto y atrevido, pero igualmente asustado, con ropas recién planchadas, desde la puerta del comedor sin decidirse a salir.

    ─Tendrá que dormir en hamaca hasta más ver.

    ─No importa. Está bien así.

    ─La comadre Lucía quedó con prestarnos una colombina.

    ─Al piso después le echamos cocó y ceniza y quedará como cemento.

    ─Muchachos, agilen y traigan la mochila del maestro.

    ─Y el farol  ─dijo Manuel y se apresuró para cogerlo él.

    ─Esta es ahora su casa, maestro ─expresó Pedro como colofón del recibimiento.

    ─Y su familia  ─aclaró Ernestina. Miró a su marido y, como si le reprochara el olvido, agregó─: que así nos lo dijeron en la reunión.

ACTRIZ: (CANTA) Camilo va a convivir

        con cariño en la vivienda

        de familia sin prebenda

        que fácil puede advertir.

        Su tarea ha de cumplir

        enseñando a sus hermanos

        también ofrece sus manos

        al esfuerzo de sembrar.

        Comenzará a despertar

        desechando sueños vanos.

   Si Camilo les abría los ojos a la luz del saber, Pedro, Ernestina, Andrés y Manuel abriánselos a él al mundo sencillo, pero abundante y rico de la Naturaleza que no conocía. Por las mañanas, bien temprano se levantaban todos, y cada quien iba a sus obligaciones. Lo primero, el café de la mujer aromatizando la cocina, aun por sobre el dulce olor de la leña en el fogón, y Pedro cogía el cubo y unos pedazos de cabuya y se iba a ordeñar a Lucero y a Primorosa. Andrés, hacendoso y callado, sacaba agua del pozo, mudaba los puercos y poníales un caldero en el medio del patio para cocerles las viandas. Manuel les echaba rollón y les cambiaba el agua a sus pajaritos o iba a la cerca en busca de cundiamores para saludarlos con la fruta que tanto les gustara a los mayitos, azulejos, tomeguines, de la tierra y del pinar, negritos, bijiritas, chinchilas y cabreros.

    ─Muchacho, deja esos pájaros y échales la comida a las gallinas  ─le gritaba Ernestina desde los cuartos en los que hacía las camas.

    ─Los sinsontes no se pueden enjaular, porque entonces no cantan.

   Camilo lo fue aprendiendo todo, unos días con uno, otros con otro, y el tiempo le fue definiendo sus obligaciones. Después un buen vaso de café con leche caliente y galletas, y antes de que el sol se levantara mucho más allá del horizonte, con Pedro y Andrés a atender la tierra. Aporcar el arroz, chapear los surcos, sacar boniatos, recoger frijoles o sembrar el maíz.

    ─Para fin de año, cuando comience la cosecha del café, no habrá tiempo ni para rascarse  ─le anunciaba Pedro todos los días con el gozo de un novio que espera la fecha de su boda.

    ─Entonces ya sabrán leer y escribir.

   Y las caminatas con Manuel por los montes, las largas esperas dentro de la maleza a la expectativa de que algún nuevo ejemplar cayera en las trampas de las jaulas o el baño en las frías aguas de alguna poceta.

    ─En cueros, maestro, o ¿es que le da pena? 

   Por las noches, después de comida, todos de nuevo a la mesa, alumbrados por el farol chino, con la cartilla, los lápices y las libretas para que Camilo les guiara las manos y los ojos sobre las letras.

    ─Vamos, Andrés, no te quedes atrás.

   Y las protestas de Pedro porque sus manos toscas no sabían sostener el lápiz. Y el entusiasmo de Ernestina no sólo por su saber, sino también por el de sus hijos. Risueña siempre, alegres y cantarina.

    ─ ¡Qué marido más bruto tengo!  ─decía de Pedro y se reía enseñando su libreta.

 

    Mientras tanto, en la sede del recién creo grupo de Teatro Escambray, se ensaya una nueva obra.

SERGIO CORRIERI[2]: ¿Flora, cómo concibes tu personaje de Ernestina?

FLORA LAUTÉN[3]: Bueno, Ernestina yo la veo como un caso típico de la mujer campesina cubana. De procedencia humilde y familia numerosa, se forjó en el trabajo fuerte del campo, en los quehaceres de la casa y en la atención al hombre. Sus intereses y motivaciones están en su hogar, su marido y sus hijos, y tiene, por lo tanto, un fuerte arraigo por la familia.  Ella, como generalmente ocurre en este medio, tiene varios hermanos y numerosos tíos, primos y sobrinos. Es poco instruida, pero inteligente. Es alegre tiene facilidad para la improvisación y le gusta cantar. Es alegre, cariñosa, hospitalaria...

SERGIO CORRIERI: ¿Y cómo percibió el proceso revolucionario... la alfabetización, por ejemplo?

FLORA LAUTÉN: Bueno, el triunfo de la Revolución representó para  ella sólo la tranquilidad de que se terminara la guerra y se acabara el peligro que se vivía en la zona, pero no más.  La alfabetización y el recibir a un brigadista en su casa   fue el primer contacto con la nueva realidad del país y lo acató con benevolencia, pues era la posibilidad de que sus hijos aprendieran a leer y a escribir, pero sin conciencia de que esto pudiera modificar su vida futura. Le preocupa la situación de guerra que hay de nuevo en el Escambray,  pero por el hecho mismo y no por la repercusión política  que pueda tener.

 

   Ernestina sintió ladrando los perros de la casa y se asomó por la ventana de la cocina para ver quién se acercaba. Se secó las manos en un trapo y salió al patio para recibir a los visitantes.

ACTRIZ: (CANTA) Sereno vive Camilo

        cumpliendo con su deber

        enseñando sin saber

        que el porvenir está en vilo.

        Su labor pende de un hilo

        como flor que no da fruto.

        Irrumpe muy cerca el luto

        el Miedo corre, se expande

        para que el saber no ande

        y el pueblo se quede bruto.

    ─Buenos días.

    ─Desmóntense y entren para que se sienten.

   Calló a los perros y esperó que el coordinador de la Alfabetización de la zona y el miliciano que lo acompañaban tomaran asiento.

    ─Les voy a dar un buchito de sambumbia.

    ─ ¿Y Camilo?

    ─Está para el campo con Pedro y Andrés ─contestó Ernestina desde la cocina. Regresó con dos vasos en las manos y agregó─: Manuel ya fue a buscarlos.

   El coordinador venía con frecuencia a la casa para traerle avituallamiento a Camilo, a veces cartas de la familia, y ver cómo marchaban las clases, mas como siempre lo hizo solo, a la mujer le extrañó que esa vez se hiciera acompañar por un hombre armado, pero como no le correspondía estar averiguando, esperó que los hombres regresaran de las siembras y entonces supo qué ocurría.

   Los contrarrevolucionarios habían  matado a un campesino en Las Clavellinas y estaban hostigando a los brigadistas; en la zona no había peligro inminente, pero debían estar prevenidos. El muchacho que estaba alfabetizando en la casa de los Martínez se había "rajado" ante la presión que le hacían tirándole piedras por la noche al cuarto donde dormía.

    ─Yo soy el brigadista más cerca de esa familia y pudiera atenderlos  ─propuso Camilo.

   El coordinador quedó pensativo, descruzó la pierna que tenía sobre la rodilla contraria y se rascó la cabeza como gesto de apoyo para decidirse a hablar.

    ─Es que pensamos que eran los mismos miembros de la familia quienes no querían al maestro allí.

    ─Pero yo seguiría viviendo aquí.

   Decidieron que el coordinador iría hasta allá y hablaría con ellos. A su regreso, y por la disposición que los Martínez mostraran, acordarían qué hacer.

    ─Tienen miedo de tener un brigadista en la casa, pero al menos aceptan que tú les des clases ─dijo el coordinador al crepúsculo.

   A partir de entonces, Camilo iría tres veces por semana y, aunque la tirada era mucho más larga, debía hacerlo siempre por el camino, nunca atravesando el monte. No podía dejarse coger la noche y andar siempre con mucha cautela.

    ─Antes cualquier anormalidad en la zona, es preferible que no salgas de esta casa.

    ─Y avisar a las autoridades  ─enfatizó el miliciano.

   Al otro día, después del almuerzo, Andrés y Camilo se pusieron en camino. El sol de agosto castigaba fuerte, pero a cada paso, los grandes árboles a la vera brindábanles sombra que los muchachos agradecían. Andrés era tímido y huidizo a la intimidad. En casi cuatro meses conviviendo juntos, Camilo había tenido pocas oportunidades para hablar a solas con el muchacho, y esta vez le llamó la atención la disposición y entusiasmo de Andrés por acompañarlo.

    ─Tú eres inteligente, sin embargo te has ido quedando atrás en las clases.

   Camilo había llevado la poca conversación del camino hasta poder decirle al muchacho su preocupación. Hacía tiempo que notaba el poco interés en el estudio, la demora injustificada para sentarse a la mesa, la apatía por hacer las tareas y la falta de satisfacción ante los adelantos. Andrés se vio acorralado. Marchando a solas por aquellas lomas junto al brigadista le era imposible encontrar una salida para alejarse del reclamo que se le hacía y tuvo que enfrentar la situación. Bajó aún más la mirada a las piedras del camino y habló:

    ─ ¿Para qué un guajiro como yo, necesita saber leer y escribir, maestro?

   En la mesa de los Martínez, Camilo percibió, en esa primera clase, las temblorosas, pero incontrolables miradas entre Andrés y Margarita, una de las hijas de la casa. Propuso enviarse sencillos mensajes escritos y para ello, puso en cada papel el nombre de uno de los presentes, los repartió para que agregaran una palabra que ya supieran escribir y que quisieran decirle a quien le hubiera tocado. Después leyeron las notas.

    ─Andrés, feo.

    ─Margarita, flor  ─y la muchacha se sonrojó.

   Al regreso, Camilo supo que había despertado la motivación de Andrés, como también supo lo que, al menos, uno de los integrantes de la familia pensaba de él. A su nombre le habían agregado la palabra "bobo".

    ─Estoy pensando  ─dijo Camilo cuando Andrés le entregó una guayaba arrancada de una mata silvestre─  que si siempre me vas a acompañar, podrías traer tus libretas y repasas acá  ─le dio una mordida a la fruta y tratando de no darle importancia al comentario, agregó─: Margarita y tú van más o menos parejos y pudieran estudiar juntos.

   Pero los acontecimientos no se comportaron como Camilo esperaba.

ACTRIZ: (CANTA) El mundo gira con prisa

        no siempre donde uno quiere.

        Hay odio, rencor, se muere,

        se lucha contra la risa.

        La fuerza borra la tiza.

        La luz peligra, zozobra.

        El teme perder la obra

        y ante su buena intención

        aumenta la confusión

        y el destino se la cobra.

   Ernestina sintió ladrando los perros de la casa y se asomó por la ventana de la cocina para ver quién se acercaba. Se secó las manos en un trapo y salió al patio para recibir a los visitantes.

     ─Buenos días.

    ─Desmóntense y entren para que se sienten.

   Azoró una gallina que se había encaramado en un taburete y esperó que el sobrino y el hombre que lo acompañaban tomaran asiento.

ERNESTINA: ¿Otra vez en guerra, Kako?

KAKO: Otra vez, tía.

ERNESTINA: ¿De qué bando?

KAKO: De los alzados.

ERNESTINA: Los van a matar.

KAKO: Hay que acabar con el comunismo.

ERNESTINA: Deja todo esto y vete a cuidar la tierra.

KAKO: No puedo. (IMPERATIVO) Necesito comida.

ERNESTINA: Llévate lo que quieras. Para algo es la familia, ¿no?

KAKO: Tienen que salir del brigadista que tienen en la casa.

ERNESTINA: Nos está enseñando a leer y a escribir.

KAKO: Por eso mismo.

ERNESTINA: Aprender no es malo.

KAKO: Eso es comunismo. Yo no me hago responsable de lo que pase.

ERNESTINA: Nosotros somos familia, Kako. Tú no puedes alzar las  manos contra nosotros.

KAKO: Ya te alerté. Nos vamos.

ERNESTINA: ¿Y la familia, Kako? ¡Kakooo...!

 

CARLOS PÉREZ PEÑA[4]: "Yo concibo el personaje de Kako como un guajiro que se cree inteligente y no lo es.  El vínculo que tiene con Ernestina es que es el hijo menor de una hermana de esta. Se crió libre en el monte y se conoce la zona como la palma de su mano, lo que determinó que cuando en el Escambray se organizaron los primeros focos guerrilleros revolucionarios del Segundo Frente, Remigio Díaz, uno de sus cabecillas lo tomara como  práctico.  

   Kako  participó en la  toma de  Fomento y en  la batalla  de Santa Clara.  A la  caída de la dictadura batistiana, va hasta La Habana en la Columna Invasora y disfruta a plenitud la euforia del momento en una vida totalmente   nueva y desconocida para él: fiestas, bebidas y mujeres, pero al no ocupar su jefe ningún cargo importante, rápidamente es licenciado del ejército y tiene que volver a su lugar de origen y al trabajo en   el campo, por lo que se siente resentido con los dirigentes de la Revolución, aunque no lo manifiesta y   durante un tiempo vive como si fuera el héroe de una  supuesta hazaña bélica. Cuando Remigio Díaz vuelve al Escambray, esta vez para organizar la lucha armada contra la Revolución, Kako se le une nuevamente. En él no hay convicciones políticas, ni lo veo como un sujeto malo, solo lo mueven su deseo de aventura, la posibilidad de revivir experiencias de gloria y la profunda admiración y respeto servil que siente por su jefe de antes y de ahora".

 

   En la casa de los Martínez siempre había demora, apatía o dificultades que imposibilitaban la clase, hasta que, antes de que transcurriera un mes, Pancho, el jefe de la familia, lo esperó a la entrada del sitio y le dijo que no seguirían alfabetizándose, que le daba pena, porque él era una persona decente y no tenía quejas de su comportamiento, pero que le agradecería que no volviera por su finca.

    ─Es que nos perjudica, maestro.

   Todo el mundo en la zona pensó que esa había sido la causa del desalojo, aunque la realidad era otra. La Seguridad del Estado sabía que esta familia estaba ayudando a los alzados con comida, medicinas e informaciones, y el Gobierno Revolucionario había tomado la medida de trasladar del Escambray a todos los elementos que pudieran servirle de apoyo a los supuestos bandidos. Primero se llevaron presos a los hombres de la casa y dos días después, en una carreta de bueyes sacaron las pertenencias del hogar para junto a las mujeres y a los niños, llevarlos hasta Manicaragua y de allí enviarlos a un nuevo pueblo: Sandino, construido a cientos y cientos de kilómetros del Escambray, en el extremo más occidental de la isla. Al bohío y los sembrados les prendieron fuego para que no pudieran ser utilizados por los alzados.

    ─ ¡Ay, Pedro, por Dios, qué nos hacemos!

    ─Calma. mujer, calma  ─le dijo Pedro a Ernestina sin saber él tampoco qué podrían hacer.  

   To be or not to be.

   Ajeno el sol al dilema de aquella familia, siguió saliendo todas las mañanas, y los gallos, como egipcios devotos, cantándole y loándole su luz y calor; las gallinas, hacendosas y cumplidoras de su deber, poniendo huevos e incubando pollitos; y los majás en el monte, comiéndose las jutías.

   Con Dios o con el diablo.

   Ya iban por las últimas hojas de la cartilla. Sólo faltaba aprender una o dos letras más, y la lectura se hacía de corrido, la escritura más pequeña, más segura y se anunciaba la carta que debían escribirle a Fidel como ejercicio de graduación.  

   Con la Revolución o contra la Revolución.

 En un extremo, la ignorancia y el desalojo; en el otro, el desafecto y la muerte. Debían resolver aquel dilema y eran incapaces de hacerlo. Por mucho que Pedro mordiera el cabo de tabaco; por mucho que Ernestina se lo pidiera a la Virgencita de la Caridad del Cobre; por mucho susto, machete detrás de la puerta y muchas lágrimas en silencio, no sabían qué hacer. Y Camilo ajeno al conflicto que por él se movía en aquel bohío.

   Fue Andrés, tímido y callado, quien le hizo saber la verdad. Cortaba leña por el monte, y sin soltar el hacha, se le paró delante y le preguntó:

    ─ ¿Por qué lo hizo, maestro?

   Pálido, Camilo oyó la acusación de delator que se le hacía. Se acordó de Jazmín cuando Andrés lloró su nostalgia por Margarita, y confundido él también por el dilema en que se debatía la familia, fue y habló con Pedro y Ernestina; entonces Pedro, como gota que falta a su decisión, lo tomó del brazo y lo llevó fuera de la casa.

    ─ ¿Tú ves esas lomas?  ─le preguntó haciendo un semicírculo con el brazo extendido por delante de sus ojos─.  Son nuestra vida  ─se volvió hacia Camilo y miró de frente a los ojos limpios del muchacho─,  si tú no tienes miedo, corremos el peligro de quedarnos aquí. 

   Entonces fue Camilo quien se volteó interrogante hacia Andrés. Este, contrario a lo que se pudiera esperar, mantuvo en alto la cabeza.

    Andrés sentía una especial admiración por su primo Kako. Verlo con el pelo largo y su barba, sus collares de santajuanas, su brazalete rojo y negro, y sobre todo, con su fusil al hombro en medio de la euforia nacional por el inminente triunfo de la Revolución, había sido suficiente para que el muchacho lo convirtiera en su ídolo personal; fascinación que se hacía mayor al contrastar la diferencia de caracteres. Andrés no era ni nunca sería decidido, conversador ni jaranero como Kako, mucho menos, jactancioso, alegre ni expresivo. Su primo era la luz de un breve e inesperado, pero intenso relámpago; él sombra de luna. Lo sabía, y la envidia se le había convertido en un sincero encantamiento. Kako no estaba de acuerdo con la alfabetización y una y otra vez culpaba a Camilo de haber sido el delator de los Martínez y responsable de que entonces Andrés hubiese perdido a Margarita.

   Por todo ello, Andrés hubiera preferido que Camilo se fuera lejos, que avisara a las autoridades y que los obligaran a dejar la tierra, los animales y la casa para llevarlos a la llanura de castigo donde había ido a parar su novia, pero la venganza, sentimiento más fuerte que el deseo y más intenso que el amor, puede tomar caminos enrevesados. Quizás, teniéndolo cerca podría odiarlo más y vengarse de él, pues de nada valiéronle a Camilo sus explicaciones y juramentos de inocencia. Entonces Andrés, con su habitual inexpresiva entonación, contestó a la interrogante de Camilo:

    ─Quédese, maestro.

ACTRIZ: (CANTA) El peligro se empecina

        contra el sencillo maestro.

        En bruma, el destino diestro

        busca la mano asesina

        y aunque el triunfo se avecina

        de su misión: la enseñanza,

        la vil muerte acecha, avanza,

        el viento mueve la brizna

        y una cruz el carbón tizna

        en la luz de lontananza.

"KAKO: En tu casa no, Ernestina, pero que no me lo encuentre por el monte.

ERNESTINA: Vas a acabar mal, Kako. Te andan buscando.

KAKO: ¿Quién se sabe este monte como yo? ¿Quién conoce mis  escondrijos? ¿Las cuevas, los atajos, el tono de los  pájaros y del viento?

ERNESTINA: Tu hermano"[5].

   Ernestina hacía días que estaba detrás de Andrés para que le buscara mameyes amarillos para ir preparando los dulces de la Noche Buena, pero el muchacho le había ido dando largo al asunto hasta una tarde que regresó del monte con una carga de leña y comentó que se había encontrado una mata cargada de frutas.

    ─Si Camilo va conmigo, mañana podremos traer un saco.

   Al día siguiente, cerca de las tres de la tarde se pusieron en camino. Antes de salir, Andrés tomó el tirapiedras por si veía alguna jutía, y Ernestina le pidió que no se dejaran coger la noche.

    ─El tiempo está muy malo y puede bajar la neblina.

   En la montaña, los días plomizos hacen que las nubes se enreden entre los árboles limitando la visibilidad y se cree un ambiente de húmeda bruma. Noviembre iba dejando atrás la temporada ciclónica y ese año se despedía con una baja barométrica que tenía confundido a los animales, triste a las flores y molesta a las personas. La luz del sol, escasa ya por la proximidad del invierno, era pobre y el crepúsculo ocurría más temprano que de costumbre.

   Los dos jóvenes caminaron intrincándose cada vez más en el monte.

  Bajaron una cuesta, vadearon un arroyo y se detuvieron al pie de un almácigo.

    ─Quédate aquí  ─le dijo Andrés a Camilo  voy a ver si encuentro un nido de jutías.

   El brigadista puso el saco que llevaba sobre un tronco caído y se sentó. Vio desaparecer a Andrés entre unas yerbas altas y se dispuso a esperar. Sabía que en estos casos, una sola persona podía moverse con más sigilo y no espantar a los roedores que buscaban su alimento sobre los árboles. Miró a su alrededor y vio lo tupido del lugar. La ausencia del canto de las aves y de los ruidos habituales del monte le daban al sitio un hálito de extrañeza, y la espera se le hizo larga. El verde brillante y sensual de la vegetación habíase perdido bajo el tono gris del aire, y de los múltiples olores que normalmente se percibían allí, sólo saltaba la fría fragancia de la humedad.

   Camilo sintió un ligero ruido a sus espaldas y se puso de pie creyendo que Andrés regresaba. Pasó un minuto y ante la ausencia de otra señal que le indicara la proximidad de este, se atrevió a pronunciar su nombre con una ligera entonación interrogativa.

    ─Andrés.

   Un brusco e intenso ruido en la maleza, indicativo de que alguien irrumpía allí, lo hizo girar sobre sus talones.

    ─ ¡Alto ahí!

   Y Camilo se vio apuntado por el cañón de un fusil. Un hombre de unos veinticuatro años, bajetón y flaco, con las ropas sucias, barbudo y con un sombrero de paño negro sobre la cabeza lo miraba con irónica satisfacción, pero poco tiempo tuvo para analizar lo que ocurría, pues un segundo después, otros dos hombres salían de sus escondites y se situaron a ambos lados de su espalda, todos a una prudencial distancia apuntándole con sus armas. Tratando de ver a estos, ladeó la cabeza sobre sus hombros en un discreto movimiento que puso nervioso al hombre que tenía delante.

    ─ ¡Quieto! ─dijo acompañando la orden con el gesto amenazador del fusil─  ¡Y levanta las manos!

   Camilo obedeció.

   Más confiado, el asaltante se levantó el ala del sombrero sobre la frente con la mano izquierda y dejó entrever una mordaz sonrisa.

    ─Así que el maestrico.

    ─El que chivateó a los Martínez  ─dijo exhibiendo su incompleta dentadura el hombre de la derecha, un mulato prieto, joven y fuerte.

   A Camilo le temblaban las piernas y su primera reacción hubiera sido la de echarse a correr, pero así también lo matarían. Quiso articular palabras, mas ningún músculo de la cara se le movió y la mandíbula se mantuvo ajena al deseo del muchacho.

    ─Vamos a liquidarlo aquí mismo  ─dijo el mulato, se terció el arma sobre un hombro, comenzó a zafarse una soga que traía en el cinto y dirigiéndose a Camilo, agregó─.  De este palo te voy a ahorcar.

    ─ ¡No!  ─dijo con firmeza el hombre que tenía enfrente─  Hay que llevárselo a Remigio. Él decidirá[6].

    ─ ¡Ah, Kako, tu siempre tienes un lío con Remigio!

    ─Remigio es el jefe.

    ─Y tú, un pendejo  ─enfatizó el mulato e hizo ademán de continuar─, pero yo sí lo guindo.

   Kako rastrilló el fusil y apuntó al mulato.

    ─ ¿Pendejo de qué? Aquí mando yo, y si lo tocas, te abro un guayo en la cabeza.

   El mulato cedió a regañadientes y permaneció con la soga en la mano. Kako se dirigió entonces al otro integrante de la banda y acompañándose con un gesto de cabeza, ordenó:

    ─Antonio, amárrale las manos.

   El más joven de los tres se acercó a Camilo después de haber tomado la soga, lo cogió por las muñecas y le llevó los brazos detrás, lo ató y le entregó el otro extremo de la cuerda a Kako.

    ─Andando  ─dijo este─  que ya está al caer la noche y vamos a tener neblina.

   El mulato inició la marcha seguido de Camilo, a continuación, a la distancia que marcaba la longitud de la soga, Kako, y Antonio en la retaguardia. Al inicio, el paso era vivo; los hombres conocían los vericuetos del monte y tenían apuro por llegar a donde se reunirían con el resto de la banda, pero poco a poco, la oscuridad se fue haciendo mayor y una densa bruma llenando el espacio.

    ─Así no podemos seguir  ─dijo el mulato cuando se detuvo.

   De nuevo discutieron entre ellos, pero la indicación era cierta, y Kako tuvo que aceptarla. Le entregó la soga al mulato y se puso él a la cabeza de la hilera.

    ─Vamos a buscar un sitio seguro donde podamos pasar la noche.

   Jíbaro como se había criado en el monte, no le fue difícil encontrar un lugar apropiado. En la ladera de un risco, la roca hacía una oquedad que se mantenía oculta por la maleza. A su entrada, un cedro se erguía majestuoso buscando salir de la hondonada en que se encontraba; contra él sentaron a Camilo y allí lo ataron, Kako y el mulato se guarecieron en el agujero, y Antonio quedó de guardia. El frío se hacía cada vez más intenso y su sensación se agudizaba por la humedad de la ropa. A Camilo le comenzó a temblar todo el cuerpo, primero las piernas, entumecidas además por la posición en que se encontraba, después el tronco y los brazos, y por último la mandíbula. No sólo el frío, sino también el miedo eran en él la causa de sus temblores. Veía la muerte próxima y le temía.

   Antonio, cubierto con un nailon, se mantenía un poco alejado del lugar y cada cierto tiempo se movía sigiloso de un lado para otro para entrar en calor. En aquellos desplazamientos, en varias ocasiones llegó cerca de la entrada del escondrijo de sus compañeros hasta que convencido de que dormían profundamente, se acercó a Camilo y se le sentó al lado para hablarle al oído.

    ─ ¿No te acuerdas de mí?

   Camilo lo miró con detenimiento, pero no reconoció a su ex compañero de La Progresiva.

   ─Antonio. Antonio Ríos.

   ─¡Ah, sí! 

   ─La milicia nos persigue y yo no quiero morir  ─le susurró.

   Camilo vio en aquella actitud de Antonio su tabla de salvación y presto le propuso escapar juntos.

    ─Si me cogen, me fusilarán.

    ─Si te entregas, no. Te lo prometo.

   Antonio le soltó las amarras de las manos y fue hasta su sitio de guardia. Camilo se puso en pie y lentamente caminó hasta allí.

    ─Vamos.

   Tratando de no hacer ruidos, se alejaron del lugar. Cuando se creyeron a una distancia prudencial, apresuraron el paso en la medida que la neblina y la vegetación se los permitía. Unas veces a rastras, golpeándose contra las ramas bajas de los árboles, cayéndose, arañándose la cara y los brazos y mojados hasta los tuétanos marcharon sin saber a ciencias ciertas hacia dónde se dirigían. Y el miedo. Siempre el miedo persiguiéndolos. Podían encontrarse con los alzados y entonces serían liquidados impunemente o podían caer en un cerco de milicianos y con ellos también corrían el peligro de que en la confusión los mataran. A cada paso se detenían para tratar de oír algún ruido que delatara la presencia de otros hombres, pero siempre el silencio de una noche en la que aún los insectos nocturnos callaban. Sólo la densa neblina a su alrededor; el miedo y el frío.

   El amanecer los encontró exhaustos y aterrados. El sol demoró en hacer presente su luz, y si hasta entonces, la oscuridad de la noche los había protegido, el día los delataba constantemente. Seguían sin saber dónde se estaban ni hacia dónde se dirigían, pues el conocer la ubicación de los puntos cardinales de poco les servía.

   Cerca de las ocho de la mañana divisaron un bohío, pero de momento no supieron qué hacer.

    ─No sabemos si pueden ser enemigos.

    ─Es que ni siquiera sabemos quiénes son nuestros enemigos.

   Agazapados en un platanar cercano analizaron y discutieron su situación y acordaron un plan. Camilo llegaría hasta aquella casa, se identificaría y diría que se había perdido en el monte. Trataría de conocer las condiciones de la familia y de que lo orientaran hacía dónde debían dirigirse.

   Resultó gente honesta y hospitalaria. Lo primero que hicieron fue darle un vaso de café con leche caliente, y Camilo tuvo entonces conciencia del hambre que sentía.

    ─Ponte esta ropa seca y yo mismo te acompañaré hasta Manicaragua.

    ─Es que no vengo solo.

   Ya en el pueblo, fueron directamente hacia el local donde radicaba la comandancia de las operaciones militares y de inmediato fueron detenidos y separados.

    ─No dejes que me fusilen, Camilo, por favor ─dijo Antonio cuando se lo llevaron, y Camilo siempre recordó la mirada suplicante y de pavor que su excondiscípulo le dirigió antes de que se cerrara la puerta por la que se lo llevaban.

   Camilo tuvo que hacer la historia una y otra vez a los diferentes oficiales del G‑2 que lo entrevistaron. Pedro ya se había presentado en la Secretaría Municipal de Educación para reportar la desaparición del brigadista, y él y el coordinador fueron llevados hasta la celda para que lo identificaran.

   Antonio tuvo en su contra la poca información que pudo brindar. No sabía exactamente la ubicación de la banda, desconocía sus planes inmediatos ni hacia dónde se dirigían. Estaba aterrado y sólo suplicaba que no lo fusilaran. Negó con insistencia haber participado en el asesinato del campesino de Las Clavellinas, pero había sido su grupo y, por lo tanto, sobre él también pesaba el crimen.

   Tres días después, contra los muros de un viejo puente ferroviario fue fusilado a las afueras del pueblo.

   La noche antes, Camilo logró entrevistarse con uno de los más altos oficiales del G‑2 en la provincia. Pidió clemencia por la vida de su amigo y alegó la entrega voluntaria que había hecho de su persona.

    ─Además, oficial, yo se lo prometí. Si lo fusilan, toda la  vida tendré su muerte sobre mi conciencia.

    ─Mira, brigadista  ─dijo el oficial después de haber exhalado de su tabaco─,  tú has tenido una actitud heroica. No la eches a perder intercediendo por un bandido. Tu conciencia es la de un revolucionario que ha cumplido con su deber capturando a un asesino. No tienes porqué sentir remordimiento alguno, pues él ni los de su banda lo tuvieron con el campesino muerto, como tampoco tuvieron piedad con la viuda y los huérfanos que hoy son hijos de la Patria.

    ─Pero, oficial...

El oficial se puso de pie para dar por terminada aquella entrevista, e interrumpiendo a Camilo, antes de abandonar el local, le dijo:

    ─Maestro, haga usted lo suyo y déjenos a nosotros hacer nuestro trabajo.

   En diciembre, los campos se cubrieron de campanillas, y en los patios de las casas florecieron las rojas flores de Pascua.

   Pedro, Ernestina, Andrés y Manuel escribieron sus respectivas cartas a Fidel.

   Camilo recogió sus pertenencias y se dispuso a partir hacia La Habana junto a otros miles de brigadistas de todo el país para el acto en que se declararía a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo.

   En Manicaragua hubo una fiesta de despedida.

PARQUE ADORNADO CON PENCAS DE GUANO, CADENETAS Y BANDERAS. VECINOS Y BRIGADISTAS CON SUS UNIFORMES LIMPIOS Y RECIÉN PLANCHADOS. CONVERSAN Y SE DESPIDEN. COMEN DULCES Y TOMAN REFRESCOS. HAY PAQUETES, MALETINES Y FAROLES POR DONDE QUIERA.

COORDINADOR: (SE ACERCA A CAMILO) Vamos, muchacho, alegra esa                   cara. (SIGUE HACIA OTRO GRUPO).

MANUEL: Aquí te tengo una pareja de azulejos.

PEDRO: Déjaselos para cuando vuelvan, porque ahora no puede cargar con esa jaula hasta La Habana.

COORDINADOR: (MOVIÉNDOSE POR EL LUGAR) Tengan todas sus                          pertenencias listas que ya los ómnibus están por llegar.

BRIGADISTA 1: La bandera de Municipio Libre de Analfabetismo  tiene que ir en la primera guagua.

UN GRUPO SALE CON LA BANDERA PARA PREPARARLA.

BRIGADISTA 2: ¿Y en esta despedida no hay música?

UN CONJUNTO CAMPESINO COMIENZA A TOCAR

PEDRO: Vamos, Ernestina, cántale una última décima a Camilo.

ERNESTINA: (CANTA) Y ya te nos vas, amigo

           satisfecho del deber.

           Llévate de aquí el querer

           y un abrazo como abrigo,

           cultivaste bien el trigo

           del saber. Al concluir

           la función de divertir

           en tu pecho una medalla

           que respetó la metralla.

           Cierren telón, y a aplaudir.

SE CIERRA EL TELÓN.

 

 



[1] He dudado en poner patrañas o hazañas, pues a ambas se enfrentará el personaje.

[2] Actor. Protagonista de la película Memorias del subdesarrollo, fundador y director del Grupo Teatro Escambray. Después de varios años en estas funciones, pasó a cumplir otras tareas de carácter político. En el momento de escribirse esta novela, era miembro del Comité Central del  Partido Comunista de Cuba y se desempeñaba como Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Falleció en 2008.

 

[3] Actriz. Miss Cuba en el año 1959. Fundadora del Grupo Teatro Escambray. Posteriormente fue directora del grupo de aficionados de la comunidad La Yaya. En el momento de escribirse esta novela era profesora del Instituto Superior de Arte de La Habana y directora del Proyecto Teatral Buendía.

 

[4]Actor fundador del Grupo Teatro Escambray. Ha participado prácticamente en todas las obras del grupo y con él ha viajado por numerosos países. En los momentos de escribirse esta novela, permanecía aún en el grupo y fungía como su director general.

 

[5] Tomado de La emboscada, obra del repertorio del Grupo Teatro Escambray.


 

[6] Cuando Camilo Alberto Ramos Solís leyó uno de los primeros manuscritos de esta novela, no estuvo de acuerdo con el tratamiento que hago de la conducta de Andrés en los acontecimientos de su captura. Piensa que la sugerencia de que el muchacho lo llevó a una encerrona para que Kako lo apresara, es demasiado evidente. El nunca sugirió  esta posibilidad  a las autoridades y siempre mantuvo la versión del encuentro casual con los alzados. Yo, con independencia de las interpretaciones que puedan hacer los lectores, he preferido el relato como fue escrito originalmente y, aunque tampoco lo sé, pienso que Andrés tuvo el motivo y las condiciones para traicionarlo. Camilo dijo que después de haberse separado del muchacho, él abandonó el lugar donde este lo había dejado y que caminando por el monte fue que se topó con los bandidos; pero en aquellos momentos pudo ocultarlo ocurrido para, en consideración con la familia que lo albergaba, no hacerle daño a Andrés, y ahora temer el decir la verdad, pues su actitud de entonces pudiera catalogarse como encubrimiento de un delito contra la seguridad del Estado.

 

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