sábado, 22 de mayo de 2021

capítulo trece

CAPÍTULO TRECE.

Incapaz de integrar al monólogo interior que hace Camilo en este capítulo toda la información necesaria para entender el clímax dramático que vive mientras maneja el Moscovich blanco en un  viaje hacia La Habana bajo un torrencial aguacero,  es que  decido ofrecer un resumen de lo que le ha ocurrido en los dos  últimos años a cada uno de los personajes a su alrededor.

   Terminé el capítulo anterior con Ángel, y comienzo este  con él. Ángel se casó en Rusia con una cubana estudiante de  teatro, e influenciado por el proceso de democratización  capitalista que vivía ese país, decidió junto a su esposa, no  volver de nuevo a Cuba. Después de discutir su trabajo de  Master el diez de enero de mil novecientos noventa y cinco,  viajó a Suecia, país que le sirvió de trampolín para tres  meses después seguir a España.

   Un año y medio sin trabajo fijo y abandonado por su mujer  para irse con un empresario teatral, fueron razones  suficientes para no querer quedarse allí. En Cuba comenzaron  a sospechar de su difícil situación económica por un percance ocurrido a Miguel, su gemelo, con una turista madrileña,  quien le aseguró que su cara y su cuerpo desnudo los había  visto en la revista española Men's Lady.

   A solicitud de Tamara, los hijos de Camilo en los Estados  Unidos ayudaron a Ángel a trasladarse a ese país donde  actualmente trabaja como traductor de ruso y operador de  máquina en una empresa de Internet y espera una decisión  gubernamental que le permita iniciar la reválida de su título  de ingeniero.  

   La relación de su mujer con el empresario teatral no le ofreció las posibilidades artísticas ni afectivas esperadas  por ella, por lo que acude de nuevo a Ángel; este la perdona  y comienza los trámites para que se le reúna en los Estados  Unidos. En ese tiempo se hace pública la noticia de que el  examante de la actriz era portador del virus del SIDA.  Actualmente ella se encuentra sometida a investigaciones médicas para determinar su posible contagio, y toda la familia  está pendiente de la decisión final que tome Ángel ante esta  nueva situación.

   Camilo Alberto considera a Ángel un traidor a la Patria y  no ha querido tener ningún tipo de comunicación con este, ni  permite que en su presencia se hable del que otrora fuera su  hijo preferido, pero me confesó estar en conocimiento de todo  lo que le ocurre, y preocupado por lo que este pueda decidir  con su vida futura.

   A quien único le permitió que en una ocasión se refiriera  a Ángel, fue a su hijo Ernesto. Tamara le pidió a este que ayudara a su hijo a salir de España, y Ernesto, no queriendo que el padre se disgustara con él, le escribió una extensa carta explicándole las razones por las que consideraba debía  contribuir económicamente a costear los trámites legales,  pagar el boleto de viaje e instalar a Ángel en la Florida, ya  que sabiendo su actitud ante ese asunto, él hubiera preferido  mantenerse alejado, pero "Ángel es hijo de Tamara", terminaba  diciéndole, "y las circunstancias obligan". Camilo se limitó  a responderle que obrara según su conciencia considerara.  

   Ernesto es ministro presbiteriano en una iglesia de Cayo Hueso y allí organizó un comité de ayuda a Cuba y en contra  del bloqueo norteamericano a la isla, ello fue motivo de que  perdiera a muchos de sus feligreses y de que reciba constantes amenazas por parte de los innumerables grupos  contrarrevolucionarios que operan en la Florida.  Recientemente fue agredido por una banda de provocadores que  le causaron múltiples lesiones leves; no obstante, fue él el  acusado de crear disturbios y espera se le someta a juicio,  en el que está seguro le impondrán el pago de una cuantiosa  multa. Ernesto va a aprovechar su presencia ante el tribunal  para denunciar la complicidad de las autoridades locales con  los grupos terroristas contrarrevolucionarios. En su contra,  hay una fuerte campaña en la prensa escrita, la radio y la  televisión de la Florida.

   Tamara fue autorizada por su núcleo del Partido Comunista  de Cuba a viajar a la Florida en visita familiar, no así por  la Rectora de su institución laboral. Ya tiene fecha fijada para la entrevista en la Oficina de Intereses de los Estados  Unidos en La Habana para solicitar la visa. Si se la  conceden, tendrá que renunciar a su puesto de profesora del Instituto Superior Pedagógico y buscar ubicación laboral en  cualquier otro centro que le apruebe viajar, pues ello es  indispensable para comenzar entonces a tramitar en las  oficinas cubanas de Emigración el autorizo de salida temporal  del país.

   Por este posible viaje de Tamara a Miami, entre ella y  Camilo han surgido desagradables discrepancias. Él, aunque no le niega el derecho de ir a ver a su hijo, le critica que lo  haga y alega los años que él estuvo sin ver a los suyos y por  circunstancias totalmente diferentes. Tamara le ha prohibido  que en su presencia nombre a Ángel con el sobrenombre de "El  Traidor" ni se refiera a él con ningún calificativo  despectivo, y tiene el resentimiento de que Camilo no haya  ejercido determinadas influencias oficiales a las que tiene  acceso,  que hubieran determinado que la Rectora le otorgara  la licencia para viajar.

   Alberto Raúl terminó este curso su carrera de Medicina,  pero no va a ejercer la profesión, pues desde hace un tiempo  se ocupa de la gerencia de la empresa de venta de  medicamentos propiedad de sus abuelos maternos. Ha seguido  viniendo a Cuba, aunque no siempre se encuentra con el padre.  A pesar del bloqueo y de la negativa hasta ahora del Gobierno  Cubano, espera en un futuro no lejano poder establecer  negocios en la isla. Es de la creencia que la campaña que  libra el hermano es infructuosa y peligrosa, pero, guiado por  intereses puramente mercantilistas, no lo desanima, alegando  que "el diablo son las cosas". La Seguridad del Estado le  acaba de pedir a Camilo un informe de las visitas de su hijo  Alberto Raúl a Cuba, el cual debe entregar a la mayor  brevedad posible.

   El mayor disgusto que Camilo había sufrido en su vida fue  la deslealtad de Ángel, según él, a la Patria, al Gobierno  Revolucionario y a su familia. Ahora su queja procede de  Melbita. El ejercicio de graduación del nivel medio de piano fue, como caso excepcional y dadas las condiciones técnicas e  interpretativas de la joven, como solista de la Orquesta  Sinfónica Nacional en la Sala Lecuona del Gran Teatro de La  Habana y bajo la dirección de Zenaida Romeu en el concierto en  Do Mayor para Piano y Orquesta Opus Treinta de Rimsky‑Korsakof. Terminada la audición y después de haber recibido también él y Tamara las felicitaciones de profesores,  periodistas y compañeros de la hija, cuenta Camilo que se  acercó a Melbita, la besó y le dijo: "ahora al ISA". Ella lo  miró con lástima y le contestó que tenía otros planes.  "¿Viena, Roma o Moscú?", le preguntó creyendo que su hija  pensaba en una beca en Europa, pero Melba Aidee se limitó a decirle que no quería echarle a perder la noche y que al día siguiente hablarían.

   Melbita se había convertido al catolicismo y estaba pensando  muy seriamente dedicar su vida al servicio de Dios. Iniciaría  sus vacaciones con un mes de retiro espiritual y si cuando se  terminara este, lo hubiera decidido, entraría en el noviciado y  dentro de dos años haría votos como religiosa en la  Congregación Hermanas de San José.

    Del disgusto, Miguel tuvo que llevar a Camilo al hospital  Hermanos Almejeiras para le atendieran una fuerte crisis  hipertensiva que hizo. Ya repuesto, cuando salieron  del  Cuerpo de Guardia, Miguel tomó la dirección contraria al  hotel, atravesó el túnel de la bahía y un poco antes de  Cojímar detuvo el Moscovich blanco e invitó a Camilo a  caminar hasta los arrecifes de la costa. Camilo dice que  accedió, porque sabía que el olor a salitre, la tranquilidad de aquel lugar, el sonido de las olas y tanto azul frente a  él, lo calmarían. "¿Por qué no te fuiste con tus padres y tu  familia para los Estados Unidos?", le preguntó Miguel.  "Porque ese no era el destino que yo quería darle a mi vida",  dice Camilo que le respondió. "¿Tenían ellos algún derecho a  obligarte?  "¡Claro que no!" "¿Por qué entonces te arrogas tú  el de cambiar el destino que Melbita quiere darle a la suya?"

   Miguel se había casado y tuvo un par de gemelos varones a  los que les puso Camilo Miguel y Miguel Ángel. Vive en un  cuarto con baño y una cocinita que un amigo le tiene prestado, pues a pesar de la insistencia de Camilo, se niega  a agregarse en casa de los padres. Por el fallecimiento del  Delegado del Poder Popular de su circunscripción, tuvieron  que hacer allí un nuevo proceso electoral; en la Asamblea de  Nominación de Candidatos, fue seleccionado en primer lugar  quien se aseguraba estaba predestinado por "los niveles superiores" para ocupar esta  responsabilidad: un vecino de la zona, luchador de la  clandestinidad, combatiente de Playa Girón, soldado  internacionalista en varios países de África y Teniente  Coronel retirado del Ministerio del Interior, pero como para  llevar el formalismo de las boletas, hacía falta al menos  otro candidato, alguien propuso a Miguel; este aceptó y, a  pesar de su juventud y limitado historial revolucionario,  sorpresivamente todos los vecinos levantaron la mano por  él para después romper con un fuerte aplauso.

   La dirección del INICBI la ocupa ahora un joven licenciado  en Biología de la Universidad de La Habana y con estudios de    postgrado en México, Brasil y Estados Unidos, pues Camilo fue  promovido a representante asesor del Ministerio de la  Agricultura en la provincia, y, aunque inicialmente se creyó  la importancia de la nueva tarea que la Revolución le había  asignado, no demoró en comprender que su cargo es pura  retórica para que no hiciera nada, por lo que, inconforme,  aprovechó el viaje a La Habana para asistir a la graduación  de Melba Aidee y se entrevistó con el compañero Ministro del  ramo para plantearle que le asignaban tareas concretas  inherentes a su cargo o él volvería a trabajar como Médico  Veterinario aunque fuera en una clínica de animales  afectivos. El Ministro le propuso, si estaba dispuesto a  venir para la capital, asignarle una casa para que trabajara directamente con él; y  acordaron que Camilo le respondería dentro de unos días.

    De hacerlo así, Tamara podría pedir un traslado para el  Instituto Superior Pedagógico de La Habana y, si le concedían la  visa, no se vería obligada a renunciar a su trabajo. Viviendo  en la capital, tendrían, sin embargo, el inconveniente de  verse comprometido a alojar a Alberto Raúl cada vez que se le  ocurriera venir a Cuba. Por otra parte, Miguel podría ir a  vivir con su esposa y los gemelos para la casa de Santa  Clara, aunque si era elegido Delegado del Poder Popular, no  podría desempeñar el cargo residiendo en otro barrio.

   El radicarse él y Tamara en La Habana, sería una  circunstancia que quizás modificara los propósitos de Melba  Aidee, ya que podría vivir con ellos y estudiar en el ISA sin  necesidad de estar becada, pero si en definitiva, decidía     meterse a monja, Camilo prefería quedarse en Santa Clara,  lejos de la hija.

   ¡Cuántos problemas planteados y ninguno resuelto! ¡Cuántos  laberintos sin saber cuál camino se debía tomar!

   El viento.

   Habría que esperar por el viento.

 

 

   En viajes largos, Camilo prefería manejar de noche, mucho  más en esa época del año en que el sol y el calor eran más  intensos. Había estado todo el día esperando la llamada de su  esposa para saber el resultado de la entrevista en la Oficina  de Intereses, pero Tamara no se había comunicado con él.  Estaba preocupado por lo que podrían haberle dicho y por la  actitud de silencio de su esposa hacia él.

   Comió algo ligero y esperó que Miguel llegara para  quedarse y cuidar la casa. Cuando todo estuvo listo, partió para La Habana. Ya había comenzado a oscurecer, pero todavía se  sentía el fogaje del día. Camilo salió a la Carretera Central  y por ella hasta la Circunvalación Sur para entonces buscar  la vía que lo conduciría a la Autopista Nacional. La zona de  eucaliptos, tecas y casuarinas lo despidió de Santa Clara sin  el agradable frescor de otras veces. Esa noche dormiría en La  Habana y al día siguiente se entrevistaría con el Ministro de  la Agricultura.

   Encendió los focos del carro para que la luz penetrara en  la oscuridad que ya se cernía sobre la carretera. No le gustaba viajar solo, pero no tuvo quién lo acompañara esta vez. Puso la radio para oír un poco de música y la estática  que había se lo impidió; entonces estuvo seguro de que habría tormenta. Cerca del límite de la provincia, el cielo se cargó  de oscuras y compactas nubes y los relámpagos sobre el  horizonte no se hicieron esperar. La lluvia no acababa de  caer y el ambiente era cada vez más cargado y caluroso.

   Primero fue una andanada de granizos golpeando  peligrosamente sobre el techo y el parabrisas del Moscovich  blanco, produciendo el mismo ruido de los disparos en ráfagas  de las ametralladoras. Camilo se sobresaltó, pues la  embestida fue imprevista, sin el anuncio previo de la lluvia.  Aminoró la velocidad del carro, pero sin un sitio donde  guarecerlo, decidió continuar la marcha. Sobre el oscuro  pavimento caían los fríos pedriscos para volver a saltar en  todas direcciones como diminutos fragmentos de diamantes. La  luz de los focos del auto les alumbraban en la breve  manifestación de su existencia, bella y reluciente, pero  efímera e irrepetible como la de los hombre a los ojos de  Dios. La magnificencia del espectáculo estaba en el movimiento de los granizos cayendo unos detrás de otros,  fracturándose en varias pequeñas porciones que saltaban y  volvían a caer, entonces ya definitivamente sobre el  pavimento, sin que por ello cesara el ritmo de aquella  diadema titilante y fecunda, pues otros cientos y cientos se  turnaban para sustituirlos en el mismo ciclo de su acción  existencial. ¿O era una luz de bengala a todo lo largo de la  carretera consumiéndose ante los ojos de Camilo para maravillarlo?

   Entonces fue el agua.

   De repente, como si se hubieran abierto las compuertas de  una represa para que sus aguas cayeran en grandes masas,  chorros, gotas, pulverizaciones y vapor sobre la autopista.  La luz que el auto intentaba proyectar, era incapaz de  alumbrar más allá de un tenue resplandor sobre el universo indefinido y compacto que impedía saber si el resto del mundo era diferente a aquel túnel húmedo y blanquecino.

   Largos goterones cual esperma derretida comenzaron a  reptar sobre el cristal, indiferentes al paso repetitivo del  limpiaparabrisas y de la fuerza del aire que rasgado por la  velocidad, cada vez menor del Moscovich blanco, intentaba  arrastrarlos. Y los abanicos de agua que el auto levantaba a  ambos lados en su insegura y temerosa marcha.

   Por la luz, amarilla y roja, que se fragmentaba cada  cierto tiempo en las gotas de agua sobre los cristales del  auto, Camilo se sabía acompañado de otros choferes que en su  senda o en sentido contrario vivían, indefensos y asustados,  la misma experiencia de eterna aprensión del hombre ante la  fuerza de la Naturaleza.

  

MONOLOGO INTERIOR DE CAMILO ALBERTO RAMOS SOLÍS EN TAL  CIRCUSTANCIA.

   "¡Y ahora esta agua de mierda, coño...! No se ve  nada...Debía parar y arrimarme al borde de la carretera, pero es que no sé ni por dónde voy...Y ese de allá atrás  queriéndome pasar. Pero ¿no se dará cuenta del aguacero que  está cayendo...? Ya Tamara me desapareció el trapo que tenía  aquí abajo... ¡Qué calor...! Si abro una rendija, me empapo...  No era para menos: la atmósfera estaba cargada, se sentía...  ¿Pero de veras ese tipo pretende adelantárseme debajo de este  aguacero...? Si quiere, que me pase por encima. No se ve nada  y no me voy a apartar... ¿Qué le habrán dicho a Tamara...?  ¡Por poco esa rastra se me tira encima, y mira cómo me  ensució el parabrisas...! ¡Qué jodido me tiene ese tipo...!  ¡Está arreciando...! Si sigue así, voy a tener que parar...  No veo nada... ¿Dónde estará el trapo de limpiar el  parabrisas...? Creo que estoy hasta nervioso...San Isidro,  viejo, quita el agua... ¡Qué va, así no puedo seguir...!  ¡Pero ese hombre está loco...!

 

 

 

"La vida  es como  una película a la

que nunca llegamos a  verle el final".

                                                                                                       Vicente Brito[1]

 



[1]  Propietario del cine Mirta de Jarahueca hasta su intervención por el Gobierno      Revolucionario. Cuando ello ocurrió, quedó como taquillero hasta el momento de su jubilación en 1980.

 

sábado, 15 de mayo de 2021

capítulo doce

CAPÍTULO DOCE.

                           (08:05 p.m.)

   A falta de un espejo para verse la cara, Camilo Alberto se  miró las manos para ver si se descubría algún signo de vejez.  Aquella idea no le surgió precisamente porque estuviera  festejando su cincuenta cumpleaños, sino por la ridícula  posición de anciano que de momento le vino a la mente estar  representando. Los comensales se distribuyeron en los  asientos a la mesa mientras conversaban y reían, pues  celebraban el momento, pero él, a la cabecera de aquel  convite, recordó las cenas de Noche Buena en Yaguajay, en  casa de su abuelo paterno. Hacía ya tanto tiempo de aquello.  Camilo Alberto era niño, pero no se olvidó nunca de la figura  de su abuelo presidiendo la reunión, probando primero que  nadie los platos que se servían, picando el puerco sólo en  acto simbólico, pues ya las fuentes con las carnes estaban  listas para, a su indicación, ponerlas en la mesa, abriendo  las botellas para catar el vino, dándole el visto bueno al aliño de las ensaladas y picando los turrones. Cuando  entonces, Camilo no pensó que la época de su infancia, con  las cenas de Noche Buena y el padre de su padre a la cabeza  de la mesa, pudiera cambiar, pero la vida es convulsa ‑tiempo tuvo de saberlo‑ y todo muda; ¿para volver al punto de  partida?, se preguntó. Si así fuera, entonces él  usurpaba...No. Usurpaba no: ocupaba por derecho propio el  sitio patriarcal. En algún lugar había oído o leído ‑ en ese  momento no podía recordar dónde ‑, que el hombre no es más  que una brizna al viento y que se mueve al antojo de este, pero lo que no pensó quien lo dijo, es que enraizada en el  suelo, como su esencia de hierba le exige, a pesar de los  caprichosos avatares del destino, siempre volverá  al punto  de partida. Y ahora él allí, heredero de la función,  representando simbólicamente la unión de la familia a su  alrededor. Quería estar feliz en su rol, desempeñarlo con  toda la dignidad y regocijo del caso. Y estaba feliz, pues  allí se encontraba con su familia, y su familia estaba  reunido por él. Sólo faltaba Ángel, pero Ángel, después de  haber terminado su carrera en Ucrania, se especializaba en  Leningrado ‑qué San Petersburgo ni San Petersburgo: ¡Leningrado!‑, y cuando el próximo curso terminara el master, vendría para Cuba y se les reuniría. También estaba  un poco triste. Quizás fuera por la cerveza que compraron los muchachos. A Camilo la bebida primero siempre  lo ponía alegre, para después tornarlo melancólico, y hasta  hacerlo llorar si llegaba a emborracharse de verás. Quizás,  pensó Camilo cuando se percibió alegre y afligido, la  felicidad y la tristeza van juntas en el hombre, como fuerzas  antagónicas para su desarrollo. Ya nadie pensaba en términos  dialécticos, pero él sí. Y se hubiera puesto a recordar todos  los cursos de Marxismo que aprobó, todos los manuales de  Filosofía que leyó, y todos los círculos de estudio político  que recibió o impartió en el Núcleo y en el C.D.R., pero la  mano de Tamara sobre la de él, lo volvió a la realidad.

    ─Papi, Miguel te está hablando.

                           (08:07 p.m.)  

   Y Miguel le dijo que estaba pareciéndose a Melbita que a  cada momento se quedaba lela, pensando en las musarañas, pero él le dijo que Melbita era una artista y que cuando se ponía  así, no era que estuviera meditando, como pensaba Tamara, si  no que estaba oyendo la música que los ángeles del  virtuosismo tocaban sólo para ella.

    ─Ya está borracho.

                           (08:08 p.m.)

   Todos se rieron de la ocurrencia, pero a él no le importó,  porque en realidad podía estar borracho. Se había tomado, no  recordaba la cantidad exacta, porque no llevó la cuenta, pero  deben haber sido ocho o diez laticas de cerveza de las que  habían comprado sus hijos. Era una marca inglesa que cuando  la tomabas, te parecía suave, pero que debe haber tenido más  de dieciséis grados, porque cuando venías a darte cuenta, ya  estabas ebrio como una cuba. Melbita iba a ser una gran  concertista. Había aprobado para la Escuela Nacional de Arte  y cuando terminara el nivel medio pasaría al ISA y de  ahí a una beca en Moscú.

    ─Ya no dan becas para Moscú.

                           (08:09 p.m.)

   Pero no le importó. Cuando regresara del extranjero,  Camilo imaginaba a su hija en el Teatro La Caridad  tocando con la Orquesta Sinfónica el Concierto de Varsovia.      

     ─Y la Novena Sinfonía de Shostakovich.

                           (08:10 p.m.)

   Camilo sonrió ante el apunte de Miguel, porque sabía la  intención que había en ello, por eso, y para que lo creyeran  borracho, afirmó que como buena comunista, Melbita terminaría  el concierto tocando La Internacional. El chiste de Alberto  Raúl de que se tendrían que parar de sus asientos cuando  llegara la parte que canta "arriba los pobres del mundo, de  pie los esclavos sin pan", cayó como una bomba de silencio y  por poco echa a perder la cena de cumpleaños. Tamara tosió  nerviosa y se llevó la servilleta a los labios. Melba Aidee  le pidió a Miguel que le sirviera un poco de agua, mas quien  salvó la situación, fue Ernesto[1] que dijo que ya que  estaban hablando de ponerse de pie, él invitaba a quienes  pudieran hacerlo, a que se pararan  para hacer un brindis, y  Camilo se lo agradeció. Fue cuando lo miró de verás y se  asombró de cuánto se le parecía. Lo vio alzar la copa y entonces, sin necesidad de verse en un espejo, se supo  viejo, pues era como si aquel joven esbelto y trigueño, fuera  él mismo veinticinco años antes brindando con sus amigos por  el nacimiento  de su primer hijo.  Alberto Raúl  se parecía a la  madre,  y más que  a Rita,  al padre de  esta: el mismo corte de  cara, la misma nariz pequeña y respingada. Los labios  marcadamente gruesos eran de los Solís. Ernesto también tenía  los labios carnosos, mas contenidos y refinados. Ninguno de  los dos era bonito, pero Ernesto tenía facciones  proporcionadas y elegantes. Alberto Raúl, por su parte, era  sencillamente feo; parecido a la madre, pero feo: labios y  orejas demasiado grandes para cara tan pequeña, escasa  abertura de párpados para azul tan intenso de los ojos. Pero  la mayor diferencia entre ellos, no era la física. Amables y  comedidos desde primer momento, actuaban como si los guiara  una misma voluntad, pero Camilo presentía las disimilitudes,  y el chiste de Alberto Raúl le había permitido corroborar  hacia dónde apuntaban sus hijos.

    ─Por mi padre. Porque viva muchos años más y porque Dios  me permita disfrutarlo.

                           (08:11 p.m.)

   Camilo no se perdonaba que Ernesto, antes que él lo  recibiera, hubiera estado una vez antes en Cuba, y que él no  lo reconociera. Siempre tuvo el convencimiento de que si uno  de sus hijos se le parara delante, él lo sabría, aunque no lo  conociera. Sin mover los labios, su rostro sonrió. Quienes  lo miraban parado delante de la cabecera de la mesa con una  latica de cerveza  en la mano, pensaron que aquel gesto de aparente satisfacción se debía al regocijo por el brindis que  entonces, y en su turno, formulaba Alberto Raúl. Pero su  sonrisa no era de complacencia: tenía otra motivación irónica  y burlona de sí mismo, pues se evocó en los aeropuertos a los  que llegaba o hacía escala, en las plazas turísticas y calles  de las ciudades en los diferentes países en los que había  estado o en otros muchos sitios del extranjero, atento cuando  se cruzaba con un joven con la misma edad de sus hijos, pues  estaba seguro que su corazón comenzaría a latir con fuerza en  presencia de uno de ellos. Pero decididamente, el amor era  ciego.

    Hacía dos años que Ernesto había venido a Santa Clara  durante una semana ‑ Camilo recuerda la emoción del hijo  cuando se lo contó ‑ y estuvo todo el tiempo detrás de él:  viéndolo de lejos, espiándolo cuando entraba al INICBI o  caminando por el barrio, hasta que en una ocasión se le  acercó y le habló. Camilo regaba unas coles que tenía sembradas en el jardín, y su hijo aprovechó para parársele delante con la excusa de preguntarle una dirección. Cuando le hizo la  historia, le contó del esfuerzo que necesitó para no abrazar­lo después de tantos años y decirle quién era. Buscando  alargar la conversación, le celebró las coles, pero a pesar  de su intento por parecer un cubano más, cometió el error de  elogiar la iniciativa de que, ante la escasez de alimentos,  aprovecharan los jardines para sembrar hortalizas y vegeta­les. Camilo, dice su hijo, lo miró extrañado y le preguntó  que si él no vivía en este país. Ernesto temió que lo pudiera descubrir, balbuceó una respuesta poco convincente y se alejó  con la  frustración de que la sangre no hubiera palpitado en  el corazón de su padre como hacía la suya, y que no lo reco­nociera.

    ─Tamara, busca una de las botellas de vino búlgaro.

                           (08:13 p.m.)

   De pie, como estaba en ese momento ante la mesa de su  casa, oyó cuando en Sofía formularon el brindis por la eterna  amistad cubano‑búlgara. Fue cuando estuvo en Europa como  miembro de una comisión del Parlamento Cubano. El vino era de  rosas, y cuando acercó la copa a los labios para beber,  percibió el aroma de aquel licor y se transportó miles de kilómetros para sentirse junto a las cunas de sus hijos, dándoles un  beso antes de cerrarles los mosquiteros, porque el olor a  limpio de aquellos cuerpecitos dormidos entre pañales y  sábanas blancas tenía la misma fragancia de rosas del vino en  su copa. El compañero cubano que estaba a su lado, tuvo que tocarlo discretamente con el codo para que bebiera, pues  todos los miembros presentes del Partido Comunista Búlgaro,  el Embajador de Cuba y su comitiva, así como los demás  integrantes del grupo parlamentario esperaban que con su  paladar también rubricara el propósito del brindis. Cinco  botellas de vino de rosas trajo de aquel viaje, y sin que ni  siguiera su esposa lo supiera, había bebido de ellas, como en  un ritual de presencia, los días de los cumpleaños de sus  hijos. Al pedido de su esposo, Tamara supo que ya Camilo  estaba borracho, pues tiempo hacía que se había terminado la  última botella del vino búlgaro. Camilo sintió los labios de Tamara sobre su mejilla perdonándole el olvido, al momento  que Alberto Raúl decía que no hacía falta, pues ellos habían  traído para la ocasión, buen vino francés.

    ─Borgoña de cinco años.

                           (08:14 p.m.)

   Camilo miró intrigado los residuos del licor en su copa  tratando de descubrir las virtudes de aquel buen vino  francés. Pidió que le sirvieran un poco más y lo olió para  ver qué maravillosa evocación le despertaba su buqué. Cerró  los ojos. Los demás se sirvieron e hicieron silencio, no por  facilitar su concentración, sino intrigados por lo que Camilo  hacía, mas este, ajeno al ambiente, esperó atento la  aparición de alguna sensación interior, hasta que aburrido de  aguardar lo que ya supo no vendría, abrió los ojos.

    ─ ¿Y el brindis? Pensábamos que ibas a hacer un brindis.

                           (08:15 p.m.)

   Cuando supieron que ya podían venir, sus hijos decidieron  hacerlo por separados. Ernesto primero. Camilo fue a  esperarlo al aeropuerto en su Moscovich blanco y esa vez,  ayudado por las fotos recibidas y a sabiendas que lo iba a  ver, sí lo reconoció. El avión procedente de la Florida se  detuvo muy lejos del edificio de la terminal aérea y un  ómnibus tuvo que recoger a los pasajeros y traerlos para los  trámites de inmigración y aduana. Sólo cuando uno a uno salían  al salón exterior del aeropuerto, quienes esperaban podían  ver a sus seres queridos exiliados en Miami, y fundirse en efusivos y emotivos abrazos colectivos que a Camilo le resultaron ridículos y humillantes, entre maletas, "gusanos", cajas de cartón, maletines, carteras, bolsas y cuanto tipo de equipaje Dios. Y los flash de las camaritas fotográficas. La aparición de Ernesto por la memorable puerta de cristal que lo traía de nuevo a Cuba, asombró a los que aún esperaban el turno de salida de sus hijos, hermanos, esposos, primos, nietos, yernos o parientes en el exilio, pues el joven portaba tan solo un pequeño maletín. Camilo se adelantó, separándose de aquella ansiosa masa de hombres, mujeres y niños, ansiosa por pasar de espectadores a protagonistas del recibimiento; y cuando su hijo se le paró delante, le extendió la mano. Se las estrecharon y después, a iniciativa de Ernesto se abrazaron.

   ─ ¡Papá!  

                       (08:16 p.m.)

   Después de veinte años, Camilo oyó aquella palabra tan  cerca de su oído, y de su corazón, que no pudo evitar que por  su rostro, de macho curtido por tantas tareas que la  construcción del Socialismo le había exigido, dos lágrimas le  corrieran para acompañar los sollozos que brotaban de Ernesto  reclinado sobre su pecho. Cuán diferente el tono y la  intención de Alberto Raúl cuando sustituyó el abrazo que le  ofrecía el padre por un estrechón de manos, con aquella misma  mano que ahora Camilo se miraba sentado de nuevo en la  cabecera de la mesa familiar, en esta ocasión, no en busca de  signos de vejez ni por razón especial alguna, sólo por un  gesto que ya se le había hecho compulsivo en situaciones de stress. La primera vez que se percató de la maña, fue cuando  esperaba hablar con el Ideológico del Comité Municipal del  Partido Comunista de Cuba para aclarar todas las dudas que le  asaltaban. Al principio trató de evitarlas ‑ dudas y mañas ‑,  pero el recurso de cortarse las uñas, mantener la fosforera  en las manos y otros varios ardides por el estilo, fueron  inútiles.  Su lucha contra el mal hábito terminó cuando en una travesía  de avión, leyó en una revista de entretenimiento que le había  prestado el pasajero de su derecha, un artículo de un  psicólogo italiano que planteaba que al tics, cualquiera que este fuera, había que cansarlo haciéndolo de manera  consciente y voluntaria muchas veces al día, y buscándole una  razón lógica cuando este se presentara espontáneamente.  Camilo recuerda que haciendo la antesala del funcionario del  Partido Comunista de Cuba que le diría si era política e  ideológicamente posible recibir a sus hijos de Miami, que ya  él de manera intuitiva había acudido a este autoengaño  justificándose que las revisaba en busca de algún rastro de  grasa del arreglo del motor del Moscovich blanco que tuvo que  hacer a medio camino, ya que últimamente no estaba  funcionando bien. Tan absorto estaba en su examen que no  sintió cuando se abrió la puerta del dirigente partidista  para hacerlo pasar, y tan dedicado a la tarea, que este le  ofreció la posibilidad de lavarse las manos cuando Camilo le  explicó la situación de la dirección del auto.

    ─Como lady Macbeth.

                           (08:17 p.m.)

   Un mes después de la visita de su hermano, llegó Alberto  Raúl, como todos, cargado de paquetes y regalos para la  familia. Un vídeo casetera con su respectivo televisor a colores, una olla arrocera eléctrica y una cortina de baño  para la casa. Vestidos, adornos, ropa interior y cosméticos  para Tamara y Melba Aidee. Unas zapatillas de sport,  pantalones pitusas, camisas, pullovers, nuevos y de uso, y una  gorra para Miguel. Camisas, medias, zapatos, calzoncillos,  corbatas, camisetas y un reloj Lux para Camilo. Y  desodorantes, champú, cremas de afeitar, pasta dentífrica, jabones, acondicionadores de pelo y perfumes para todos. La  "comunidad", dijo Miguel, ha encontrado una forma muy  higiénica de manifestar el cariño, y logró aliviar la  desagradable situación que se creó con todos aquellos  regalos. Después de efectuado los brindis, Tamara pidió  permiso y se dirigió a la cocina para comenzar a traer las  fuentes de alimentos. Camilo la miró alejarse y no resistió  la tentación de fijarse especialmente en  las nalgas de su mujer. Carnes firmes aún a estar cerca de los cuarenta y seis años,  cuerpo bien formado, y conservado, y una feminidad brotando  espontánea y olorosa por cada poro de su piel: tersa y suave;  caliente y temblorosa al contacto de su mano. En segundos  Camilo repasó los quince años que llevaba casado con Tamara y  no recordó ni una sola vez que su mujer le dijera que no a  sus reclamos sexuales. Si antes de definir su status legal  con un acto de matrimonio, fue renuente al acto carnal,  porque así entendía ella que lo planteaba la moral comunista  de finales del setenta, a partir del día que Camilo la  recogió en el jeep de tantas veces y la llevó a la notaría  para dejar legalizada la unión, Tamara fue su deseo y  saciedad; amalgama de disímiles sensaciones de tantas noches.  Todo estaba previsto para quince días después. La ceremonia  oficial sería sin mucho protocolo: presentarse ellos dos en  la Notaría con los testigos y firmar. La celebración íntima: familiar, pero, al fin y al cabo, boda anunciada. La tarde antes, Tamara había estado ordenando la casa que en un futuro sería el hogar de ella y de sus hijos. Camilo, con toda intención, regresó temprano del trabajo ya que la situación era propicia para la libertad en las muestras de afecto, el juego amoroso y el amor. Ya en la cama y desnudos, Camilo recuerda que en un momento dado, Tamara se incorporó rápidamente, pues no estaba dispuesta a acceder a la penetración. Creía que ello podría violar los estatutos establecidos con respecto a lo de la moral y afectar el proceso de evaluación que se le hacía para ingresar en el Partido Comunista de Cuba. Desesperado Camilo por los reclamos de su naturaleza, en aquel momento lo decidió y al día siguiente, llevó a Tamara, quien se negaba a casarse así, ante el notario para que estampara la última firma establecida en el acta matrimonial. Conocedor el abogado del problema y habiendo revisado los documentos y estado del expediente iniciado al deseo expreso de los novios de casarse, les explicó que de acuerdo al Código de la Familia vigente desde 1975 y que regulaba, entre otras muchas cosas, las relaciones entre los sexos, no se podía considerar inmoral ni contrario a los principios éticos de nuestra sociedad, el que Tamara materializara en toda su magnitud el acto carnal, pues a los requerimientos de la ley, ya ellos constituían un matrimonio, dado que la última firma tenía sólo un carácter protocolar para las fotos durante la ceremonia de la boda. De nuevo en la casa, Tamara llamó a la escuela para que les avisaran a los alumnos del Noveno Dos, que la clase que les correspondía esa mañana, la recuperarían el sábado en un turno extra. Y Camilo se rio de los que decían que el tiempo era implacable, pues él seguía sintiendo el mismo ímpetu de años atrás.

    ─Arroz con gris.

                           (08:20 p.m.)

   Tamara depositó la fuente sobre la mesa y volvió hacia la  cocina. Camilo miró el montículo de granos en la bandeja y le  llamó la atención el apetitoso brillo que le daba la grasa,  No recordaba haber visto una fuente con el arroz lustroso por  el aceite desde su infancia en Jarahueca o quizás cuando la  Alfabetización. Después vendrían los tachinos, la ensalada de  tomates maduros y, por último, a falta de carne de puerco  asada ‑tradicional en la comida cubana para los festejos‑,  fricasé con uno de los pollos criado en el patio de la casa y  las papas que resolvió Miguel en la bodega en que trabajaba el tío de la novia. Cuando Tamara, ya lista para  comenzar a servir, se sentó nuevamente a la mesa, Camilo le  guiñó disimuladamente un ojo y recordó lo que aquel gesto  significaba en otros tiempos, cuando había que acostar  temprano a los muchachos para ellos irse a la cama a inventar  el amor, pero la vida cambia y con el guiño de ese momento,  él sólo pretendía significarle que la comida iba a alcanzar y  que todo estaría bien. Como Ernesto y Alberto Raúl se negaron  a ser ellos los primeros a quienes se les sirviera y  reclamaron tal privilegio para el homenajeado, Tamara tomó el  plato frente a Camilo y comenzó a servirle.

     ─Por el alto contenido de colesterol que tiene, es recomendable quitarle el pellejo al pollo,

                           (08:30 p.m.)

   Camilo estuvo a punto de decir alguna barbaridad ante el  inoportuno comentario de Alberto Raúl, pero se contuvo. En definitiva su hijo no tenía por qué saber las dificultades  que existían en ese momento en Cuba con los alimentos para  estar desperdiciando el pellejo de los pollos por mucho colesterol que tuviera; y para algo nuestros científicos habían inventado el PPG; pero eran tan repetidos los  comentarios de Alberto Raúl que le molestaban, que comenzó a  pensar que el muchacho los hacía con toda intención. El  abuelo materno, al que tanto se le parecía físicamente, era  igual y no perdía oportunidad para dejar caer una gota de  Alcívar cuando quería mortificar o agredir a su interlocutor,  hasta que este, aparentemente de forma abrupta, le repostaba  de mala forma, para entonces él hacerse el inocente y  divertirse o ganar la contienda. Camilo era consciente de su  flema y siempre recurrió a ella para no aceptarle el reto al  suegro cuando este quería mortificarlo,  pero el tiempo  había pasado, para bien o para mal, sus condiciones ya no debían ser las mismas y no sabía si podría en un momento dado  contenerse para no decirle al hijo un buen disparate. Ernesto  era distinto, y no porque viera defectos solo en uno y virtudes en el otro. Ernesto estaba menos... ¿cómo podría decir? Menos contaminado por el capitalismo, concluyó Camilo. Era más sencillo y natural, pero de este le molestaba su pachorra, su idílico romanticismo y su tendencia a la inercia. Ernesto daría un buen comunista teórico, pensó el padre, pero un pobre revolucionario de acción. Alberto Raúl, por el contrario, era todo nervio, actividad y pragmatismo, no se amedrentaba ante ninguna dificultad, muchas de las cuales le vio resolver fácilmente recurriendo a "su dinero"[2]. El día anterior a su cumpleaños, por ejemplo, se percataron de que al carro le quedaba poca gasolina. Sin decir nada, Camilo comenzó a devanarse los sesos para  ver  a  qué   compañero  le  podía  pedir  prestado   bonos    de combustible, cuando su hijo le hizo detenerse frente a un  CUPET y le llenó el tanque al inmaculado Moscovich blanco. Por  estar estacionado y utilizando los servicios de aquel, para  él necesario, pero humillante sitio, Camilo sintió un fogaje  en la cara y las orejas que le hizo temer por una subida de  la presión arterial de la que estaba padeciendo en los  últimos tiempos. Tuvo que recurrir a las explicaciones que le  había dado el Ideólogo Municipal del Partido Comunista de Cuba  cuando, no sólo le autorizó, sino que le estimuló a recibir a  los hijos y a cualquier otro familiar residente en los  Estados Unidos u otro país que quisiera hacerlo.  Independientemente de que las visitas a Cuba de la Comunidad  constituían una importante fuente de ingreso de divisas  necesarias para el país después de la desaparición de la Unión Soviética y del carácter socialista de los países de Europa del Este, la conducta de ostracismo que habían tenido  los revolucionarios cubanos ante estas relaciones familiares,  perjudicaba a la Revolución, porque entonces estos señores  eran recibidos y atendidos por personas que podían estar  desde confundidas políticamente ante las necesidades que se estaban viviendo, o en franca posición en contra del  proceso revolucionario cubano, y no siempre la idea que los turistas  se llevaran, podía ser  la mejor  con  respecto  a  la  vida  del  país, mientras que acogidos por los revolucionarios, estos mismos individuos podrían convertirse en importantes divulgadores de las ventajas del Socialismo. "Los tiempos cambian, doctor", le había dicho el Ideólogo Municipal del  Partido Comunista de Cuba para despedirlo.

    ─Servidos todos, podemos comenzar a comer.

                           (08:35 p.m.)

   Para conversar, Ernesto, pero para actuar, Alberto Raúl.  Ernesto era muy halagador y cariñoso. Aunque se lo llevaron  de su lado siendo pequeño, el vínculo con el padre había sido  mayor, y ello podría justificar su actitud. Alberto Raúl, no.  Alberto Raúl no podía tener un recuerdo de Camilo, y la  necesidad que pudiera haber sentido de encontrarse con él,  era más de curiosidad y exploración que de afecto. En Ernesto  había un lazo de cariño: infantil y rudimentario, pero  previo; mientras que lo de Alberto Raúl era puro  convencionalismo, y ambos lo sabían. Una supuesta nostalgia  había alimentado en Ernesto el cariño, y a Camilo le  asombraba la similitud de gustos, actitudes y proyecciones sociales que había entre ellos. A pesar de sus veinticinco  años, Ernesto era un viejo.

    ─Melbita, come que en La Habana estás pasando mucha  hambre. ¡Mira lo flaca que te has puesto!

                           (08:42 p.m.)

   Camilo miró sorprendido a su esposa, pues nunca pensó que  hiciera tal comentario. Era verdad, y ellos lo habían hablado  y estaban preocupados por la muchacha, pero no era para decirlo delante de sus hijos. Camilo no aceptaba que el paso  del tiempo los hiciera cambiar, pero ya Tamara no era la  misma de antes, por eso, después de haberle mirado a la cara,  disimuladamente bajó los ojos hasta el dorso de la mano  derecha de su mujer y la siguió cuando con ella, Tamara llevó  el tenedor a la boca, para ver si se le veía ya algunas de  las manchas que le salen a los viejos. Tamara siempre fue muy  precisa y nunca cometió un desliz en lo que decía ni en lo  que hacía. Inteligente y perspicaz, tenía un don especial  para catar a personas y situaciones que le permitía saber  cómo actuar ‑ siempre dentro de sus principios ‑ de la manera  más conveniente en cada momento. Pero en los últimos tiempos  la había visto incurriendo en errores, como por ejemplo, ese  que acababa de cometer. Si ante el comentario de que Melbita  estaba pasando hambre en la beca, Alberto Raúl propuso  enviarle varios frascos de vitaminas y minerales de los  Estados Unidos, si se le ocurría volver a mencionar  su absurda idea de que la hija se interesaba por la religión,  capaz de que Alberto Raúl le dijera que le enviaría una  Biblia. ¡Melbita religiosa! Decididamente, Tamara ya no era  la misma de antes.

    ─Voy a traer más arroz.

                           (08:50 p.m.)

   Tamara se fue a poner de pie, pero Melba Aidee se ofreció  para hacerlo ella. Miguel le pidió a la madre que se lo  permitiera, pues había que aprovechar lo diligente que se  hacía delante de los hermanos. La muchacha captó la intención    burlona del comentario y sin molestarse, se levantó y tomó la  bandeja de la mesa, pero para no perder la costumbre  infantil, cuando cruzó por detrás de los visitantes, con el  puño cerrado le amenazó por la provocación. Melbita siempre  fue una niña tranquila, pero melindrosa y perretosa, siendo  por ello, el blanco preferido de las bromas de Miguel, lo que  no impidió que a su vez, este fuera el hermano que más ella  quería. Amigo de mortificar e inventar maldades  constantemente, sin mucho miramientos a la hora de decir una  verdad o hacer un señalamiento crítico a cualquiera, desordenado, aparentemente irresponsable y de mal quedar, Miguel tenía un misterioso halo por el que todos ‑ y Melbita  en primer lugar ‑ lo preferían. Cuántas veces no tuvo que intervenir Camilo a los gritos de su hija por culpa de Miguel para que después ella misma interceder por el hermano o irse a acompañarlo en la penitencia. "Déjalos que ellos se  entienden", le decía Tamara cada vez que él iba a mediar. Y a Tamara misma, cuántas veces no la vio rabiando por Miguel para un minuto después esbozar una sonrisa de perdón. ¿Y él?  ¿También él lo querría más? Muy pocas veces Miguel le había  dado un beso; los del saludo cuando, por alguna razón estaban  un tiempo separados: viajes de Camilo al extranjero o  estancias del muchacho en los Campamentos Pioneriles de Verano  o en las primeras Escuelas al Campo a las que asistió, pero  eran por puro formalismo, y no contaban. Tiempo tuvo que  pasar para que Camilo descubriera que Miguel no era en  realidad lo que con su disfraz de indolencia aparentaba ser.  Cariñoso, a su manera, servicial hasta el sacrificio, y honesto, como debían ser los hombres, eran sus verdaderas  características.

    ─ ¿No hay raspa?

                           (08:52 p.m.)

   Melbita había regresado de la cocina y como toda un ama  de casa, depositaba la fuente con más arroz con gris sobre la  mesa cuando Miguel hizo la pregunta. Camilo no tuvo que mirar  a Tamara para verle el susto, y bajó la cabeza para que ella  no le viera a él la sonrisa. Tamara había soñado con la cena de recibimiento de los hijos  al hogar del padre, pues estos, para el reencuentro con Camilo, habían venido una primera vez por separados; ello ocurrió en La Habana, y los muchachos no llegaron a Santa Clara. Y ahora Miguel se ponía a preguntar si  había raspa de arroz en el caldero.

    ─Si hay, yo también quiero.

                           (08:53 p.m.)

   Tamara, con la dignidad que Camilo imaginaba en María  Antonieta cuando subió al cadalso, se puso de pie para  complacer el pedido de Alberto Raúl y dijo que iba a ver.  Cuando desapareció detrás de la puerta de la cocina, Miguel  también se puso de pie y fue detrás de ella manifestando con  picardía que su madre era capaz de esconder la raspa para no  traerla para la mesa. Ya aquello era demasiado, y Camilo lo  fue a detener, cuando de nuevo la voz de Alberto Raúl, se  dejó escuchar para complicar ‑ o salvar ‑ la situación.

    ─Y si queda salsita del fricasé, trae para mojar la  raspa.

                           (08:59 p.m.)

   Miguel, recordó Camilo, estaba en una reunión en La Habana  cuando dos meses antes le había tocado a Alberto Raúl el  turno de venir para reencontrarse con el padre. En aquella  oportunidad se conocieron y establecieron una rápida empatía.  Camilo estuvo convencido de que su hijo tenía interés en interrogar a Miguel acerca de él, y no puso obstáculos a la  solicitud de los jóvenes de salir solos una tarde, pero se  defraudó cuando supo que la curiosidad de Alberto Raúl no  era por el padre, sino que quería conocer desde una óptica  joven, la situación real que se vivía en esos momentos, así  como explorar la actitud que asumiría la población si a los  cubanos del exilio se les permitiera hacer inversiones de  negocios en el país, probabilidad que a Camilo le pareció  absurda. "Cuba para los cubanos" decía un lema de los  primeros años inmediatos al triunfo de la Revolución, y los  cubanos en el exilio, sobre todo los jóvenes educados en el  sistema de vida norteamericano, ya no eran cubanos, no podían  serlo, pero Camilo se sintió confundido cuando oyó el pedido de Alberto Raúl. No quiso seguir comiendo y dejó sobre el plato  los cubiertos que usaba. Se refería a Ernesto y a Alberto  Raúl con el calificativo de "los muchachos", porque no encontraba  otro más apropiado. Sus hijos eran los que se habían criado en Cuba: Melbita, Ángel y Miguel. Aunque para ser sincero  consigo mismo, tuvo que reconocer que le había sorprendido  que no hubieran olvidado el  Español, y ahora aquel gusto por la raspa mojada con salsita  de fricasé que era tan cubano como las palmas. La cabeza le  daba vueltas alrededor de nuevas ideas contradictorias que no  lo dejaban, en este caso, saber cómo podría ser su hogar a  partir de entonces. Tamara, por el contrario, cuando regresó  con una fuente con raspa y la puso sobre el fino mantel reservado para las visitas, se sintió aliviada, pues  comprendió que durante la semana que allí estarían, Ernesto y Alberto Raúl serían otros dos hijos más en la casa.

    ─Cuando acaben de darse el atracón, me avisan para traer  el postre.

                           (09:00 p.m.)

   Camilo se miró las manos y no se preocupó de buscarle  ninguna justificación a la acción. Lo hacía, porque le daba  la gana y porque estaba confundido. Deseó no haber tomado ron  cubano, cerveza inglesa ni, mucho menos, del vino francés  para entonces haber tenido la cabeza en su sitio y el  pensamiento claro. ¿Qué coño estaba pasando? Y él sentado a  la cabecera de la mesa como patriarca y jefe de una familia  cuyos integrantes no conocía o, lo que era peor, creía  conocer, y no eran ni remotamente quienes él imaginaba.  ¿Sería cierto que los tiempos estaban cambiando? Fue cuando  se rio de sí mismo, no con la acostumbrada sonrisa socarrona  de otras veces. No. Esta vez fue una risotada breve, pero  audible y burlona. Como Miguel había acabado de decir algo  chistoso, nadie se extrañó de su risa, y siguió la animada  conversación entre los jóvenes sin que ninguno se percatara  de su borrachera. Camilo se volvió a reír de sí, porque  entonces, y sólo entonces fue que se asumió como patriarca,  pues comprendió que la verdadera condición del anciano jefe  de familia era sólo estar presente, sin que nadie le hiciera  el más mínimo caso, y de él, hasta Ernesto, con la carencia  de afecto paterno de tantos años, se habían olvidado; y se  rio ‑ para dentro, o para fuera, ya eso no tenía importancia ‑ de todos los viejos del mundo, comenzando por su abuelo y  terminando por él mismo, de todos los ancianos jefes de  familia, de todos los vejestorios que creían poder mantener  vigente su mundo de costumbres, placeres y glorias pasadas,  de todos los carcamanes que se consideraban capaces aún de  determinar el curso de la vida, cuando en realidad ‑como le  ocurría a él con sus cincuenta años, su colesterol, su  presión alta y sus pastillas de PPG‑ no podían ni pensar  coherentemente.

    ─Voy a colar café.

                           (09:15 p.m.)

   Y no le importó que Tamara se levantara y se fuera a la  cocina sin preguntarle, pues ni siguiera se había percatado,  por qué no se había comido el postre. Y siguió riéndose de  todos los padres de familia decrépitos y seniles, incapaces  de entender el idioma que hablaban los jóvenes, del Matusalén  bíblico y de cuanto Matusalén momificado se sentaba a la  cabecera de cualquier mesa del mundo, y de los jueces,  profetas y patriarcas que representaban una unión temporal y  efímera ‑como la de su familia‑, lista a modificarse antes  de que echaran el cuerpo aún tibio del abuelo ‑de su cuerpo‑ en el ataúd.

    ─ ¿En esta casa no hay un dominó?

                           (09:30 p.m.)

   Alberto Raúl y Miguel jugarían de pareja contra Ernesto y  Melba Aidee, mientras que a Tamara ‑ él nunca lo hubiera  creído, pero así era ‑ le importaba un carajo los siglos de lucha de la mujer por su emancipación, ni valoraba la vida de  Clara Zetkin, la lucha de Rosa Luxemburgo, el ejemplo de Ana  Betancourt ni de las muchas patriotas cubanas, la actividad  de tantas funcionarias de la F.M.C. ni de otras tantas  dirigentes políticas. Ella era en esencia una miserable y  vulgar matrona, ama de casa y esclava del varón, que mientras  los muchachos jóvenes jugaban dominó, iría a la cocina a  fregar la loza. Y él, Camilo Alberto Ramos Solís, propietario  de la vivienda, padre de familia, amo del hogar y jefe del núcleo doscientos cuarenta y cuatro  de la bodega treinta, según constaba en la libreta de  abastecimiento del  Registro de Consumidores, pero chocho y decrépito como todo buen  patriarca, presto a babearse y a orinarse en cualquier rincón  sin que nadie se interesara por él. ¿Y Melbita? ¿Qué hacía  con la cabeza gacha y los ojos cerrados como si le diera las  gracias a otro buen cabrón que no fuera él por los alimentos  recibidos en aquella mesa? Reunió las fuerzas que le podían  quedar a un cincuentón borracho y dio un golpe sobre la mesa  que por poco tumba un vaso, pero que como en ese momento los  jóvenes se paraban, nadie percibió.

─Ven, Melbita, que le vamos a dar pollona a estos dos. 

                          (09:30 p.m.)

   También él se paró y fue detrás de ellos dispuestos a poner las cosas en su sitio, pero al llegar a la sala, se  desplomó a llorar en un sofá donde después estuvo dormitando  cerca de dos hora y media, oyendo como en una pesadilla el  ruido de las fichas  sobre la mesa y  las exclamaciones de los  jugadores en  la terraza.  El timbre del teléfono comenzó a  sonar y lo despertó. Aquel sueño le había servido para  recuperar equilibrio y un poco de lucidez. Miguel vino hasta  la mesita del pasillo, levantó el auricular y no demoró en  avisarle. Era Ángel que lo llamaba para felicitarlo.  Satisfecho caminó hasta el teléfono, pues iba a oír la voz  del primer ingeniero cubano Master en Energía Atómica. Se  saludaron e intercambiaron algunas frases de rigor, mas de  pronto Camilo palideció.

    ─ ¿Qué coño tú haces en Suecia?

                     (12:01 a.m. de un nuevo día)

 



[1] En realidad, esta persona: Camilo Ernesto Ramos Riera, sólo utilizaba su primer nombre, pero con el objetivo de  evitar  confusiones  en  la  redacción  a  la  hora  de  referirme a cualquiera de los dos Camilo:  padre e hijo,  decidí identificar a este último por su segundo nombre: Ernesto.

 

[2]   Camilo se  refiere al dólar,  moneda  que en  ese momento circulaba  legal y  libremente  en  Cuba,  con  un  poder adquisitivo  y posibilidades  para  el  mercado de compra  mucho mayor que la moneda nacional.

 

domingo, 9 de mayo de 2021

CAPÍTULO ONCE

PERSONAJES:

                              MIGUEL

                              CAMILO

SONIDO: TEMA DE PRESENTACIÓN  DEL ESPACIO. A SEÑAL,  BAJA   A   FONDO.

LOCU 1: (LIGERA RESONANCIA) Esta es tu novela.

LOCU 2: Espacio de la C.M.H.W. para los que gustan del drama del hombre de todos los tiempos.

SONIDO: LIGA CON EL TEMA DE LA SERIE. A SEÑAL, A FONDO.

LOCU 1: (LIGERA RR) Brizna al viento.

LOCU 2: Original  para la  radio del  escritor  Luis Cabrera Delgado.

SONIDO: DESTACA Y BAJA A FONDO.

LOCU 1: Hoy con el capítulo...

LOCU 2: Número once.

SONIDO: CESA TEMA. TIMBRE DE TELÉFONO EN TERCER PLANO.

EFECTO: ABRE PUERTA DE LA CALLE. PASOS QUE ENTRAN. CIERRA LA   PUERTA. PASOS.

SONIDO: TIMBRE ACERCÁNDOSE A PRIMER PLANO A MEDIDA QUE LOS    PASOS AVANZAN.

MIGUEL: (PARA SI) Parece que en esta casa no hay nadie.

EFECTO: CESAN PASOS. DESCUELGA TELÉFONO.

SONIDO: CESA TIMBRE.

CAMILO: (SEGUNDO PLANO) Si es para mí, no estoy.

MIGUEL: (SORPRENDIDO) ¡Eh! (TR) Oigo. (PAUSA). Hola. Es Miguel. (PAUSA) Acabo de llegar, mami no está y (CON  INTENCIÓN) parece que en esta casa no hay nadie.   (PAUSA) Bueno. Chao.

EFECTO: CUELGA TELÉFONO.

CAMILO: (SEGUNDO PLANO) ¿Quién era?

MIGUEL: Por fin, ¿estás o no estás?, porque si no estás como me dijiste, debo estar hablando con un fantasma.

CAMILO: (SEGUNDO PLANO) No estoy para gracias, Miguel...  

MIGUEL: (CORTA BURLÓN) Últimamente.

EFECTO: PASOS A PRIMER PLANO.

CAMILO: ¿Quién era?

MIGUEL: Dolores, una compañera de mami del Pedagógico.

            Yo creo que tú ni la conoces.

CAMILO: Claro que sí.

MIGUEL: ¿Por qué no habías cogido el teléfono?

CAMILO: Es que por el timbre me pareció que... (TR) No me  hagas caso. No sé por qué te digo esto.

MIGUEL: Quizás para que te coja lástima.

CAMILO: ¿A qué viene eso?

MIGUEL: Pero no. En todo caso me tendré lástima yo mismo.

CAMILO: ¿Tú? ¿Por qué?

MIGUEL: Porque el hombre que se casó con mi madre, el hombre que se supone sea como mi verdadero padre, pues para  algo me crió, parece que tiene miedo de una llamada telefónica.

CAMILO: Tú no entiendes más de cuatro cosas, Miguel.

MIGUEL: Bueno, tanto como no entenderlas, no. Yo lo que no las entiendo a tu manera. Las entiendo a la mía, y  con este asunto, hace tiempo que llegué a la  conclusión de que no te atreves a enfrentar los  hechos. Pero bueno, no vale la pena...

EFECTO: PASOS HASTA SEGUNDO PLANO. SE DETIENEN.

CAMILO: Miguel.

MIGUEL: (EN SEGUNDO PLANO). ¿Qué?

CAMILO: ¿Quieres tomarte un trago de ron conmigo?

MIGUEL: ¿Estás tomando?  

CAMILO: Sí.

MIGUEL: Te acepto, porque una invitación tuya de ese tipo no  se da todos los días, y además, porque... (TR) Déjame  tomar primero un poco de agua.

EFECTO: PASOS DESDE SEGUNDO SE ALEJAN.

MIGUEL: (LIGADO. ALEJÁNDOSE) O si quieres ven para la cocina.

CAMILO: (PROYECTA) Voy. Déjame llevar la botella.

MIGUEL: (PROYECTA DESDE TERCER PLANO) ¿Saco hielo para ti?

EFECTO: PASOS.

CAMILO: El ron no se toma con hielo.

EFECTO: CESAN PASOS. CIERRA REFRIGERADOR.

MIGUEL: (PRIMER PLANO) Para gustos se han hecho colores.

EFECTO: MUEVE TROZO DE HIELO DENTRO DE UN VASO VACÍO.

MIGUEL: Aquí está mi vaso.

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO.

CAMILO: Y así hablamos un poco. (TR) ¿Tú sabes que tú y yo casi nunca conversamos? (TR) Ahí tienes.

EFECTO: VASO SOBRE LA MESA. VIERTE DE NUEVO LIQUIDO EN VASO.

MIGUEL: ¿Tienes tiempo?

CAMILO: Vamos a brindar.

MIGUEL: ¿Por qué brindaremos?

CAMILO: Por el respeto y el entendimiento.

MIGUEL: (BURLÓN) ¿De los pueblos?

CAMILO: No. De nosotros dos.

MIGUEL: Entonces… ¡y por el cariño!

EFECTO: CHOCAN VASOS.

CAMILO: (TOMA) ¿Así que por el cariño?  

EFECTO: MUEVEN SILLAS Y SE SIENTAN.

CAMILO: ¿Tú crees que entre nosotros no haya cariño?

MIGUEL: (BURLÓN) Según el Código de Familia vigente en nuestro país, formamos un núcleo ejemplar.

CAMILO: ¿Tú no me quieres?

MIGUEL: (SERIO) De cierta manera... sí. Creo que sí. (PAUSA.  TOMA) ¿Y tú a mí? (TR) Siempre me ha parecido que no.

CAMILO: (SONRÍE NERVIOSO) ¡Qué cosas tienes, muchacho! (QUERIENDO BROMEAR) Además, eres el único que tengo conmigo. Ángel en la Unión Soviética...

MIGUEL: (CORTA) Perdón, y por una cuestión de orden. En  Ucrania. Ya la Unión Soviética no existe. Recuérdalo bien.

CAMILO: Y Melbita en La Habana.

MIGUEL: ¿Ya? (TR) Decididamente tienes mala memoria. (TR) Y Camilo Ernesto y Alberto Raúl en Miami.

CAMILO: (PENSATIVO) En Miami.

MIGUEL: ¿Tú creías que la llamada era de uno de ellos?

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO.

CAMILO: (TOMA) Sí.

MIGUEL: ¿Qué edad tenían tus hijos cuando se fueron?

CAMILO: Cuando se los llevaron. (TR) Camilito tenía cinco y Alberto Raúl, tres.

MIGUEL: Yo nunca he visto fotos de ellos.

CAMILO: Por ahí hay un álbum de cuando eran chiquitos.

MIGUEL: No, no. Esas sí. Yo te digo de muchachos, de hombres,  de ahora.

CAMILO: Una vez, Coca, una hermana de mi suegro... (RECTIFICA) Del abuelo de los muchachos, quise decir, que vivía en La Habana, me dio una que no sé ni por dónde anda, pero fue al poco tiempo de estar allí. Todavía eran unos niños.

MIGUEL: ¿La que llevaste oculta a Angola?

CAMILO: (SORPRENDIDO) ¿Cómo tú sabes eso? ¿Tú mamá te lo contó?

MIGUEL: No.

CAMILO: Por algo tienes que saberlo.

MIGUEL: Los adultos se creen que los niños no oyen ni, mucho menos, que comprenden todo lo que ocurre a su alrededor. (TR) Una vez lo hablaste con mami delante  de mí.

CAMILO: Está en la gaveta de mi mesita de noche.

MIGUEL: ¿Nunca le has escrito?

CAMILO: No.

MIGUEL: ¿Te podía perjudicar?

CAMILO: ¿Perjudicar?

MIGUEL: Sí. Políticamente. A los militantes nunca les habían dejado que se comunicaran con los familiares en el  extranjero.

CAMILO: ¿Y no puedes pensar que no lo hice porque me podía perjudicar en otro sentido?

MIGUEL: ¿En cuál?

CAMILO: En el afectivo.

MIGUEL: Pero el no haber tenido relación con tus hijos, te  tiene que haber afectado también.  

CAMILO: Sí. Mucho.

MIGUEL: ¿Entonces?

CAMILO: Había que ver cuál de las conductas es más dañina o, al menos, cuál lo sería para mí. Primero, cuando se los llevaron, yo me desesperé: pensé que me iba a  volver loco e hice todo lo que pude para que dejaran ir a buscarlos de cualquier manera, pero no fue  posible.

MIGUEL: No te lo permitieron.

CAMILO: Imagínate qué problema... político se hubiera creado en el plano diplomático si el gobierno de Cuba  le hubiera permitido a un cubano ir, tal vez de  manera clandestina, a los Estados Unidos a rescatar a sus hijos y traerlos de vuelta para aquí. (TR) Yo  lo entendí.

MIGUEL: Tú sabes, ya eso lo hemos discutido, que hay muchas cosas de este gobierno que yo nunca he entendido muy  bien. Unas veces sí, y otras veces no. Y no sólo en esto, sino en otros muchos asuntos. Un tipo procedente de los Estados Unidos puede entrar  clandestinamente a Cuba y llevarse dos niños para allá  en contra de la voluntad de su padre. (TR) Oye, aquí  por cosas menores se ha armado tremendo rollo. Se han  invocado los derechos humanos, los principios, ¡se ha ido hasta la ONU! Aquí todos, ¡hasta el pipisigallo!, hemos tenido que salir a protestar en Marchas del  Pueblo Combatiente y hemos estado dispuesto a cualquier cosa: ¡hasta a la guerra nuclear! Sin embargo, se roban a tus hijos y entonces te convencen de que no es diplomático que tú vayas y los  recuperes.

CAMILO: (SIN MUCHOS ARGUMENTOS) Hay cosas que tú no entiendes

MIGUEL: Sí, sí las entiendo, a mi manera y no como dicen que tengo que entenderlas.

CAMILO: ¿Tú piensas que yo...?

MIGUEL: (CORTA) ¡Pienso! Eso es ya bastante, pero me parece que nos vamos a desviar inútilmente del tema. (TR)  Como diría mami: recapitulemos.

CAMILO: Recapitulemos.

MIGUEL: Te llevan a tus hijos.

CAMILO: Sí.

MIGUEL: No los puedes recuperar.

CAMILO: Exacto.

MIGUEL: Se te presentan entonces dos alternativas. Te comunicas o no te comunicas con ellos. Según tú,  cualquiera de las dos conductas te creará problemas.

CAMILO: Así es.

MIGUEL: Y entonces decides no saber más de ellos.

CAMILO: (AFIRMANDO) No.

MIGUEL: ¿Por qué?

EFECTO: VASO. VIERTE LÍQUIDO.

CAMILO: ¿Te sirvo?

MIGUEL: No. En quince años que llevamos juntos, creo que es la primera vez que nos sentamos a conversar como...

CAMILO: (CORTA) ¿Cómo padre e hijo?  

MIGUEL: No. Como dos amigos, y quiero estar claro.

CAMILO: Oye, esto no es ron malo. Esta botella la traje de  Venezuela.

MIGUEL: ¿Por qué, Camilo?

CAMILO: ¿Que por qué traje este ron de Venezuela?

MIGUEL: No.

SONIDO: MÚSICA APROPIADA DE FONDO.

CAMILO: (BEBE) Para mí fue muy duro esa decisión, pero si no  iba a poder estar con mis hijos, si no iba ni siguiera a poderlos ver, si se iban a criar en un medio con una creencia y con principios irreconciliables con los míos, preferí darlos por  muertos y llorarlos una sola vez. De lo contrario, siempre iba a estar sufriendo la situación. (PAUSA) La muerte es la única separación a la que uno se  adapta, ¿y sabes por qué? Porque el muerto se entierra y no se ve más. Si cuando un ser querido muere, tú lo pudieras dejar en la casa para estarlo  viendo a toda hora del día, o, si aunque no lo tuvieras presente, pudieras saber de él, hablar con él cada cierto tiempo, siempre tendrías el dolor de no tenerlo contigo, a tu lado.

MIGUEL: ¿Entonces mataste a tus hijos?          

CAMILO: Ellos murieron para mí.

SONIDO: MÚSICA DILUYE.

MIGUEL: Pero el problema es que no es verdad. Tus hijos están vivos. ¡Vivos!.

CAMILO: Lo sé, pero no quiero saber de ellos.   

MIGUEL: Camilo, mira, mientras tus hijos fueron niños, tuvieron que aceptar tu decisión, pero eso fue por  mucho tiempo ya, y ahora son adultos. Con toda razón  se creen con el derecho de expresar su voluntad, y que se les oiga, acerca de la relación que quieren  con su padre.

CAMILO: Está bien. Esa será su voluntad, pero no me la pueden imponer.

MIGUEL: Como tampoco tú les puedes imponer la tuya.

CAMILO: Tres veces he cambiado el número del teléfono de la  casa. No sé cómo lo averiguan. (TR) Alguien se lo  tiene que estar dando.

MIGUEL: Yo.

SONIDO: MÚSICA DRAMÁTICA DE FONDO.

CAMILO: ¿Quién?

MIGUEL: Yo.

EFECTO: CORRE SILLA. SE PONE DE PIE.

CAMILO: Yo no puedo creer que tú... (TR) (MOLESTO) Esas son las cosas tuyas que yo no comprendo, Miguel. (TR). ¿Pero cómo tú has podido...?

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO.

MIGUEL: (PAUSADO) Por el respeto y el entendimiento.

CAMILO: SUSPIRA HONDO PARA CALMARSE.

EFECTO: CORRE SILLA Y SE SIENTA.

CAMILO: ¿Por qué lo hiciste?

MIGUEL: Por solidaridad. (TR) No socialista: solidaridad humana. (TR) Hay cosas que tú no has vivido y no las puedes saber.

CAMILO: ¿Como cuáles? (TR) Para ver si logro entenderte, ¿no?

SONIDO: FILTRA MÚSICA APROPIADA DE FONDO.

MIGUEL: Como no tener padre, o lo que es peor, haberlo tenido y un buen día... ¡zas!, desaparece. Tú eres un niño y no sabes lo que ha ocurrido, y lo que te dicen, sabes que es mentira, que te están tratando de engañar. Te quedas perdido, porque se te acaba la seguridad, el cariño: ¡todo!

CAMILO: En el caso de mis hijos, yo no tuve la culpa.

MIGUEL: Eso a ellos no debe haberle servido de mucho, y tú no sabes, no puedes saber, lo que es vivir un día tras  otro con miedo y sin esa figura que era tan  importante para ti.  No, Camilo, eso hay que  vivirlo.

CAMILO: Sé que no es igual, pero al menos tú me tuviste a mí.

SONIDO: CESA.

MIGUEL: (SE RÍE BURLÓN) Eres un vulgar materialista mecanicista. Estás aplicando la ley universal de la concatenación de los fenómenos de la realidad  objetiva, pero esa mierda aquí, en el pecho, no  funciona. Si hoy en día pudiera encontrarme con mi padre, si pudiera al menos hablarle por teléfono, no  habría nada en este mundo que me lo impidiera. (TR) ¿Cómo crees que no le voy a dar el número de teléfono de esta casa a tus hijos?

CAMILO: ¿Tú... has hablado con ellos?

MIGUEL: Sí. Me han llamado al trabajo.  

CAMILO: ¿Qué le has dicho?

MIGUEL: ¿Qué les voy a decir? Que son unos cobardes y unos  pendejos. Que cojan un avión y que venga para acá y  se te paren delante y te digan: papá, aquí estamos. Y  ya. (PAUSA) (TR) ¿No quisieras verlos?

CAMILO: Cuando te invité a un trago, dijiste que me aceptabas por dos razones. Una era que no todos los días yo hacía una invitación semejante. ¿Y la otra? La otra  razón no la dijiste.

MIGUEL: Porque tomar solo no es bueno. Cuando dos personas se reúnen a tomar, es un acto social, un motivo para la comunicación. (TR) (BURLÓN) Aunque sea para meterse  mentiras (SERIO) y puede ser hasta algo útil, pero  tomar solo... Es... Bueno, puede ser por muchas razones, pero nunca es sano, y últimamente te veo, no sé, preocupado: disgustado.

CAMILO: Yo pensé que no te fijabas mucho en mí.

MIGUEL: (BURLÓN) A veces.

CAMILO: ¿Van a venir?

MIGUEL: ¿Tus hijos?

CAMILO: Sí.

MIGUEL: Cuando se pensó, por los disturbios en La Habana, que el Gobierno abriría de nuevo las fronteras del mar, alquilaron un yate para venir a buscarnos, y me  llamaron...

CAMILO: (CORTA) ¿Y tú qué le dijiste? (TR) Yo no puedo  pensar...  

MIGUEL: Despreocúpate, Camilo. Yo no estoy loco ni soy anormal. Claro que les dije que ni se les ocurriera. Iban a venir por gusto, porque nosotros no nos íbamos a ir y que aquí les llenarían el barco de escoria y  presidiarios y que tendrían que regresar con ellos como le pasó a todo el que vino cuando Mariel.

CAMILO: (CORTA) Cuando Mariel se fue todo el que quiso irse.

MIGUEL: Yo sé de uno que cargó a la familia en el Mariel y  como le faltaba la suegra, antes de dirigirse a los Estados Unidos, le dio la vuelta a la isla y fue  hasta Santa Cruz del Sur a recogerla.

CAMILO ¿Y esa historia? (TR) Eso no es verdad.

MIGUEL: No. Claro que no. Pensé que había llegado el momento de empezar a decirnos mentiras, ¿no? 

CAMILO: Conversar contigo es como caminar por un campo minado. En cualquier momento...

EFECTO: GOLPEA LA MESA CON LAS MANOS ABIERTAS.

MIGUEL: (CORTA) ¡Paf! Explota la bomba (SE RÍE).

CAMILO: ¿Tú eres así con todo el mundo?

MIGUEL: Un poco. Aunque fuera de los marcos de esta casa me  tengo que cuidar, pero con mis amigos y mi familia le puedo dar riendas sueltas a mi gusto por atacar las  actitudes oficialistas.

CAMILO: ¡Actitudes oficialistas! (TR) ¿Qué sabes tú de la  vida?

MIGUEL: Más de lo que tú piensas.

CAMILO: (PAUSA) ¿Y tú y yo no podremos nunca hablar como dos amigos?  

MIGUEL: Yo lo estoy intentando hace quince años.

CAMILO: Vamos a tratar de hacerlo ahora.

MIGUEL: Vamos. Pero vamos a decirnos la verdad, lo que de veras pensamos. Nadie nos va a oír. Esto es una conversación entre dos hombres, y lo que se hable no  va a salir de aquí.

CAMILO: Está bien. Vamos a empezar. Me parece como si me estuvieras acusando de falsedad. ¿Tienes ese criterio  de mí?

MIGUEL: Sí en muchos sentidos, y no es una acusación de carácter personal. El problema de la mentira es que  se ha convertido en condición inherente al cubano.  Todos nos hemos vuelto falsos, y lo triste es que esta condición no entra en la escala de valores de nuestra moral. Como robar.

CAMILO: Según tu teoría, tu mamá, por ejemplo, es falsa y  mentirosa.

MIGUEL: Sí, y la quiero muchísimo. El tenerla en ese concepto no afecta mi relación con ella. (TR) ¿Qué te parece?

CAMILO: Yo me imagino que tengas elementos más que suficientes para decir eso de tu madre, porque si no,  sencillamente eres un monstruo.

MIGUEL: Mira, Camilo, vamos a dejar ese tema. (TR) Sírveme  otro trago.

EFECTO: VASO.

CAMILO: No, Miguelito, no. Yo te quiero entender, pero lo que acabas de decir es algo muy serio.  

MIGUEL: No me hagas caso.

CAMILO:   (FIRME) Sí tú no respetas a tu madre, yo sí, y te exijo aclares eso o te retraigas.

MIGUEL: (APARENTANDO SUPERFICIALIDAD) Me retraigo. Ya te dije que todos somos unos mentirosos, y yo el primero de todos.

EFECTO: CORRE SILLA. SE PONE DE PIE.

CAMILO: Tú lo que eres, es un mierda, y yo no sigo hablando contigo.

EFECTO: PASOS SE ALEJAN. SE DETIENEN EN SEGUNDO PLANO.

MIGUEL: (PROYECTA) Yo soy un mierda, pero tú eres un infeliz.

CAMILO: (SEGUNDO PLANO) ¿Que yo soy un infeliz?

MIGUEL (RECUPERANDO SU COMPOSTURA) Vamos a dejar esta  conversación, Camilo. Vamos a hablar de pelota.

EFECTO: PASOS LENTOS A PRIMER PLANO.

CAMILO: (ACERCÁNDOSE LENTAMENTE A PRIMER PLANO) Para ti es muy fácil dejar esta conversación, pero para mí no.  Ofendes a tu madre, te burlas de mí y como si aquí no  hubiera pasado nada.

MIGUEL: (POCO CONVINCENTE) Discúlpame.

CAMILO: (MOLESTO) Aquí el único falso eres tú. Estás pidiendo que te disculpe cuando en realidad no lo sientes.

MIGUEL: Tienes toda la razón, pero discúlpame. Olvidemos lo  que dije.

CAMILO: Hasta que no me digas por qué piensas eso de tu madre o te retraigas sinceramente. Lo que digas o pienses  de mí, no me importa, pero de Tamara sí.

MIGUEL: (PAUSA) ¿De veras quieres saber por qué lo pienso?  

CAMILO: Naturalmente. Para ver hasta dónde eres capaz de  llegar.

MIGUEL: Siéntate.

EFECTO: MUEVE SILLA. SE SIENTA.

MIGUEL: Sírveme un trago de tu ron venezolano.

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO. PRIMERO EN UNO, DESPUÉS EN  OTRO.

MIGUEL: Brindemos. (PAUSA. LE INSISTE) Vamos a brindar.

EFECTO: DESPUÉS DE UNA PAUSA CHOCAN VASOS.

MIGUEL: Por la verdad (TOMA) ¿Tú sabes por qué se suicidó mi padre?

CAMILO: Porque se quería ir del país y no podía.

MIGUEL: Mentira. (TR) Esa es la versión que fabricó mi madre. (TR) ¿Y sabes por qué?

CAMILO: Si hubiera otra causa, estoy seguro de que tu madre la ocultó para no dañarlos a ustedes, a sus hijos.

MIGUEL: Mentira. (TR) ¿Tú sabes en realidad qué ocurrió?

CAMILO: No.

MIGUEL: Mentira. Sí lo sabes.

CAMILO: ¿Qué te han dicho?

MIGUEL: Mentiras y verdades. (TR) ¿Tú consideras que mi madre es comunista?

CAMILO: Claro que sí.

MIGUEL: ¿Y si yo te dijera que no, que su actitud con respecto a sus principios revolucionarios es  totalmente falsa?

CAMILO: ¿Y a qué viene eso con el suicidio de tu padre?  

MIGUEL: ¿Tú sabes que mi madre intentó irse de este país?

CAMILO: ¿Tu madre?

MIGUEL: ¿Y que ella fue la que se lo propuso a mi padre?

CAMILO: No lo sé ni creo que sea verdad.

MIGUEL: ¿Y que nos iba a llevar a mi hermano y a mí en una  lancha? (TR) Todo tiene que ver. La ley de la  concatenación universal de los fenómenos a veces  funciona. (TR) Tú no sabes nada de eso, ¿verdad?

CAMILO: No.

MIGUEL: En los pueblos pequeños, todo el mundo es familia. Los milicianos de Nazábal que cogieron al grupo que intentaba irse clandestino de Cuba esa noche,  soltaron a las mujeres y sólo se llevaron preso a los hombres.

CAMILO: ¿Quién te contó eso?

MIGUEL: Mi padre estuvo tres años en la cárcel y cuando salió, a mi madre, por no divorciarse de un tipo que había intentado irse del país, le cuestionaron que  pudiera seguir trabajando como profesora en una Secundaria Básica.

CAMILO: Hoy esas medidas parecen extremistas, pero en aquellos momentos, eran necesarias.

MIGUEL: Mi padre, mecánico principal del Central, tuvo que empezar a trabajar como machetero en una brigada de cortadores de caña, hasta que logró que lo pasaran de  estibador a un almacén de comida.

CAMILO: Allí mismo fue donde un año después se ahorcó.

MIGUEL: Porque había estado robando leche en polvo para nosotros. Lo descubrieron, y ante la certeza de que  lo llevarían de nuevo para la cárcel, prefirió  suicidarse.

CAMILO: Todo eso es cierto.

MIGUEL: Ángel y yo teníamos cinco años.

CAMILO: Por eso Tamara ocultó la verdad, para que ustedes no  se criaran con la vergüenza de un padre ladrón.

MIGUEL: Mentira. Esa fue su versión, pero la verdad es otra.

CAMILO: ¿Cuál?

MIGUEL: Con un marido contrarrevolucionario y que se suicidó por ladrón, mi madre no hubiera podido seguir  trabajando en una escuela, y tuvo miedo de tener que ganarse la vida como jornalera agrícola.

CAMILO: ¿Y?

MIGUEL: Lo primero fue que llegó a la conclusión de que para sobrevivir en este país, había que, al menos aparentar, ser comunista. Mi padre, y esa fue su  versión, se suicidó porque se quería ir del país, pero ella, identificada con el proceso revolucionario, no lo secundó ni mucho menos le  permitía que se llevara a los hijos. (TR) ¡Genial!

CAMILO: Sin sarcasmos, por favor.

MIGUEL: Es sin sarcasmo. De veras que lo considero genial. Se  mudó para Santa Clara y aquí empezó una nueva vida: miliciana, federada, cederista..., comenzó a hacer  guardias, a ir a las movilizaciones agrícolas y a concentraciones. Logró una plaza en la Secundaria de Cifuentes, y como ahí fue donde tú la conociste, sabes el resto de la historia.

CAMILO: ¿Y por qué tendría que creerte?

MIGUEL: ¡No! No tienes que creerme. Tú querías la razón por la que también consideraba a mi madre como falsa y  mentirosa. Esa es, y yo la creo.

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO.

CAMILO: BEBE.

EFECTO: VASO SOBRE LA MESA.

CAMILO: Dos preguntas. ¿Por qué sabes que Tamara llegó a la conclusión de que debía aparentar ser revolucionaria?  Y la otra, ¿tú no crees que en una persona haya la  posibilidad de cambiar sus ideas?

MIGUEL: Sí.

CAMILO: En este país había un sentimiento anticomunista muy fuerte, y hubo muchas personas que se retrajeron cuando se declaró el carácter socialista de la  Revolución; después, poco a poco, se dieron cuenta de   la falsedad de lo que les habían hecho creer del comunismo, y volvieron a darle todo su apoyo al  Gobierno. (TR) ¿No crees que Tamara haya podido tener  una evolución política verdadera y sincera?

MIGUEL: Puede ser... (TR) Debe haber sido algo así.

CAMILO: Ahora eres tú quien está mintiendo.

MIGUEL: Es cierto.

CAMILO: ¿Entonces?

MIGUEL: Cuando mi madre regresó del cementerio de enterrar a mi padre, se encerró con tío Cuco, abuelo y abuela  y se los dijo.

CAMILO: ¿Qué les dijo?

MIGUEL: ¿Textualmente?

CAMILO: Si lo sabes.

MIGUEL: "A partir de hoy, voy a ser más comunista que Fidel".

CAMILO: ¿Quién te contó todo eso?

EFECTO: DOS GOLPES CON LOS NUDILLOS DE LOS DEDOS SOBRE LA MESA.

MIGUEL: Me paso.

CAMILO: (TODO EL TIEMPO IN CRECHENDO) ¿El borracho de tu tío Cuco?

MIGUEL: No sé. No me preguntes.

CAMILO: ¿Tu abuelo con la demencia con que murió?

MIGUEL: Te dije que no sé.

CAMILO: ¿O la histérica de tu abuela?

MIGUEL: No tengo por qué decírtelo. Es más, no quiero  decírtelo.

CAMILO: ¿Tamara?

SONIDO: MÚSICA DE TENSIÓN A FONDO.

CAMILO: (PAUSA) Entonces sólo pudo ser ella.

MIGUEL: Pregúntale.

SONIDO: SUBE Y BAJA. CESA.

CAMILO: (SIN LA FUERZA DE LA ESCENA ANTERIOR) ¿Y tú? ¿Te crees puro?

EFECTO: VIERTE LIQUIDO EN VASO.

MIGUEL: BEBE.

EFECTO: VASO SOBRE LA MESA.

MIGUEL: No es un problema de pureza, Camilo. Es el miedo con que uno pueda vivir.

CAMILO: ¿A qué pudiera tenerle miedo yo?

MIGUEL: ¿Tú? (TR) A tantas cosas. (TR) Tú eres un gran  cobarde.

CAMILO: ¡Me maravillan tus ideas...y tu sinceridad! (TR) Nunca imaginé que pensaras eso de mí. (TR) Me has  sorprendido.

MIGUEL: Ahora quien trata de ser sarcástico, eres tú. Pero no  me ofendes. Lo haces por miedo.

CAMILO: Bueno, pero dime algo, una cosa, a la que yo le tenga  miedo.

EFECTO: VIERTE LIQUIDO AL PISO. SE MUEVE BRUSCO. CORRE SILLA.

CAMILO: ¿Qué estás haciendo?

EFECTO: CESA LIQUIDO. BOTELLA SOBRE LA MESA.

MIGUEL: Botando el ron.

CAMILO: ¿Ya estás borracho?

MIGUEL: Tienes miedo a perder algún que otro privilegio: tomar buen ron venezolano, por ejemplo. (TR) Oye, en  este país no todo el mundo puede ir a Venezuela y  traer una botella de... (LEE) Santa Teresa. Ron Añejo.

CAMILO: ¡Qué poco me conoces!

MIGUEL: A perder prestigio social.

CAMILO: (NERVIOSO. TRATA DE SONREÍR) ¿Y a qué más?

MIGUEL: A dejar de ser confiable.

CAMILO: Estás loco.  

MIGUEL: Pero el miedo mayor de todos, es a reconocer que no has sido más que una brizna al viento, de aquí  allá y de allá para acá.

CAMILO: (TRATANDO DE APARENTAR QUE NO LE DA IMPORTANCIA A LO QUE OYE) Y a que venga una vaca y me coma.

MIGUEL: (SIN HACERLE CASO) En saber que te has equivocado.

CAMILO: (SERIO) ¿En qué?

MIGUEL: En algunas cosas. Pero serias. Importantes.

CAMILO: Yo no creo que el hombre sea sabio, y yo, mucho menos. Tienes razón. Debo haberme equivocado en muchas cosas, pero no en mis principios. De eso  puedes estar seguro.

MIGUEL: ¿Qué principios?

CAMILO: Los de la Revolución. Esos son inviolables. Mi conducta es otra cosa. Sé algunos de mis errores,  otros no. (PAUSITA) Si pudiera volver a empezar,  muchas de las cosas que hice mal, las haría de manera  diferente, o al menos las intentaría.

MIGUEL: ¿Por ejemplo?

CAMILO: ¿Por ejemplo? (PAUSA). No sé... No me viene ahora  nada a la cabeza.

MIGUEL: ¿Me dejas ayudarte?

CAMILO: Con tal de que no me explote una mina.

MIGUEL: Tus hijos.

CAMILO: (CON DUDA) ¿Mis hijos...?

MIGUEL: Has tenido miedo de enfrentarlos desde que se los  llevaron  de tu lado y todos estos años has estado escondido. Ahora ellos te descubrieron y quieren  encontrarse contigo.

CAMILO: (NERVIOSO) ¿Cómo voy a tener miedo de mis hijos?

MIGUEL: Tampoco tienes miedo de perder privilegios ni prestigio ni confiabilidad. (TR) ¿No es así?

CAMILO: No tengo.

MIGUEL: ¡Coño, eres un tipo valiente!

EFECTO: TIMBRE DE TELÉFONO INSISTENTE EN SEGUNDO PLANO.

MIGUEL: ¿Qué hora es?

CAMILO: Está sonando el teléfono.

MIGUEL: Seis de la tarde. (TR) Son ellos. Iban a llamar a  esta hora.

CAMILO: Y es el timbre de las llamadas internacionales.

MIGUEL: Sí. (TR) ¿Contestas?

SONIDO: MÚSICA DE TENSIÓN.

LOCU 1: ¿Contestará Camilo Alberto el teléfono? ¿Seguirá  huyendo de sus hijos?

LOCU 2: No deje de oír mañana, a esta misma hora, el  siguiente capítulo de la novela...

SONIDO: MÚSICA DE TENSIÓN LIGA CON TEMA DE LA SERIE.

LOCU 2: (LIGERA RR) Brizna al viento.

SONIDO: DESTACA MÚSICA Y A SEÑAL VA A FONDO.

LOCU 1: Trabajaron en el capítulo de hoy, como Camilo...

LOCU 2: Norberto Landestoy.

LOCU 1: Como Miguel...

LOCU 2: Miguel Tenorio Milord.

LOCU 1: Asesora Maritsabel Rodríguez Abdull.

LOCU 2: Musicalización de Luis Agesta.  

LOCU 1: Dirección de Rogelio Castillo.

LOCU 2: Fueron sus locutores María Leysa Olivera.

LOCU 2: Y Samuel Urquía.

SONIDO: DESTACA Y QUEDA.