Mariana, la esposa de don José Delgado, desconocía la maldición que una esclava le había echado a la familia, por ello no se explicaba la predilección que sus hijos sentían por las negras, lo achacaba a que carentes de otras opciones para satisfacer sus demandas carnales, no más les salían bigotes, en complicidad con los capataces, ya se estaban acostando con alguna de las negritas de la dotación. El padre nunca le puso coto a aquellas prácticas. Verdad que era costumbre de la época, pero lo de sus hijos eran desmanes sexuales. A Francisco tuvieron que mandarlo para los Estados Unidos cuando, después que dos negras le habían parido, tenía embarazada a otras tres. Fue cuando único el padre protestó:
─Si este sigue así, ¿a quién voy a tener para que corte la caña?
Mercedes nació de una de las esclavas domésticas, una especie de dama de compañía de Mariana. Quizás por eso, y por ser hija de Francisco, su hijo predilecto, fue que la doña siempre tuvo preferencia por esta, sobre sus demás nietos mestizos. La educó y le aseguró un nivel de vida por encima de cualquier negro de aquellos tiempos. Nunca se supo que planes tenía para Mercedes, pero se opuso a que Tomás, quien también era nieto suyo, la pretendiera.
Decía mi madre que si el amor existe entre los niños, Tomás y Mercedes vivieron enamorados desde que abrieron los ojos al mundo. Él le fabricaba hermosas jaulas de güin de caña y varetas de coco, cazaba para ella azulejos y mariposas, mayitos y tomeguines; ella, siempre que podía, le llevaba hasta el fondo del batey tajadas de dulce de toronja, calabacitas chinas o merenguitos quemados.
En una ocasión en que Mariana vio unos bordados hechos por la esposa del mayoral, le encargó un juego de mantel y servilletas. Fue el mismo Tomás quien le pidió a esta señora que le propusiera a la doña enseñar a Mercedes a bordar. Mariana aceptó la propuesta de adiestrar a la muchacha en aquellas labores; y a partir de ese día, los niños se pudieron encontrar con mayor frecuencia y libertad. Ella, en busca de la luz del sol, se sentaba junto a la ventana del bohío del contramayoral, y él la miraba bordar mientras trajinaba por el patio de la casa, le echaba comida a las gallinas o lustraba las polainas de Pedro.
Un día, él se acercó a donde Mercedes trabajaba y la invitó para que fuera con él hasta el fondo del patio para que conociera algo que seguro nunca había visto. Ella accedió, pero se asustó cuando vio al berraco cubriendo a una puerca y regresó corriendo a la casa. Se fingió enferma y estuvo una semana sin venir a bordar.
─Me llevaste a ver una cochinada –le dijo ella cuando volvió.
─Pero si eso no es nada malo –se excusó él─. Es para que nazcan los puerquitos.
─Las señoritas no tenemos que estar viendo esas cosas.
─¿Y cuándo nosotros nos casemos, no vamos a tener hijos?
─¡Eh! ¿Y quién te dijo a ti que yo me voy a casar contigo?
─Eres mi novia, ¿no?
Mercedes se alejó zalamera, y riéndose dijo:
─¡Ay, este negrito está loco!
Él le cayó detrás, y la detuvo:
─¿Pero eres o no mi novia?
Ella bajó la cabeza abochornada, pero le dijo que sí.
De hombre, Tomás tuvo autorización del abuelo y amo de la dotación para construir un bohío en los límites de la finca y se llevó con él a su madre. No lejos del lugar, Pepe, uno de sus tíos mantenía a un negra que ya le había parió dos de los cuatro hijos que tuvo con ella. Tal cercanía contribuyó a que se estrecharan los lazos de afecto entre tío y sobrino, y por eso, Pepe Delgado accedió al ruego de Tomás para que pidiera a Mercedes en matrimonio para él.
─Usted sabe que yo no me meto en eso –decía mi madre que le dijo Don José cuando el hijo le habló─. Su madre de usted es la dueña de Mercedes.
─Mercedes ya no es esclava, papá.
─Nunca lo fue. Es nieta, como lo son también los negritos esos, hijos suyos, pero a esta, Mariana la tiene como cosa suya –le dijo don José y dando por terminada la conversación, le indicó que hablara con su madre.
Pepe decidió esperar un momento oportuno para cumplir con su encomienda, pero de momento no pudo llevar adelante su propósito, pues a los pocos días de aquella conversación, su padre murió repentinamente.
Primero fueron los funerales: el velatorio en la casa de Yaguajay, la misa de cuerpo presente y el enterramiento. Después, la repetición del velorio al finalizar la novena, y al día siguiente una nueva misa de difunto por el descanso eterno del alma de Don José Delgado, para comenzar entonces el luto severo de los dos años siguientes: clausurados los ventanales de la fachada y la puerta principal de la casa, las mujeres vestidas de negro, el piano desafinándose en su silencio, ninguna celebración ni jolgorio, las conversaciones en susurro, y libre Dios que una lavandera se pusiese a cantar mientras hirviera o tendiera la ropa blanca en los patios…, en los patios ni en ningún otro sitio.
Durante ese tiempo, Tomás siguió consumiéndose en los deseos para con su prima, a la que, cuando venía a Yaguajay a traer suministros para la familia, podía ver de manera fugaz. Para ello necesitaba de la complicidad de las entonces criadas de la casa, y ellas guardaban silencio por consideración a Tomás, ya que Mercedes, con el paso de los años se había tornado arrogante y orgullosa, pues doña Mariana, desde que había quedado viuda, dependía más de su nieta mestiza, y era esta la que administraba la casa.
Terminado el luto, Mariana mandó a buscar a los hijos para informarles que viajaría a Remedios, pues había decidido hacer testamento. Fue la oportunidad que Pepe aprovechó para cumplir su compromiso y pedir la mano de Mercedes para que se casara con Tomás. La madre lo miró entre sorprendida y molesta, pero no le respondió. Mandó a llamar a Mercedes, y cuando la tuvo delante le preguntó:
─¿Tú eres novia de Tomás?
La muchacha no respondió y bajó avergonzada la cabeza.
─Debo interpretar tu silencio como una afirmación, ¿no? –y sin darle tiempo para la respuesta, le preguntó─: ¿Entonces me quieres abandonar para casarte con ese negro muerto de hambre?
─No, no, doña…
─¿Ya oíste, Pepe? –dijo sin esperar a que la joven pudiera completar su expresión─. Mercedes no se quiere casar con Tomás –se puso de pie y dio por terminada aquella conversación, y por si alguna duda quedaba, agregó mientras se alejaba hacia su cuarto─: Y no se hable más del asunto.
Apresuró su viaje a Remedios y, como era de esperar, se llevó a Mercedes con ella. Allí se entrevistó con el notario que siempre se había ocupado de los negocios de su familia de origen y le indicó la forma en que a su muerte debían repartirse los bienes para que redactara el testamento. Cuando estuvo listo, el letrado se lo trajo a la casa donde se hospedaba; ella lo leyó y firmó.
Al día siguiente tomó el tren para Sagua la Grande, y allí, un barco, que la llevó hasta La Habana, donde enfermó y murió a los pocos meses en casa de una de sus hijas, casada esta con un próspero comerciante español, a quien había nombrado albacea del legado que le dejó a Mercedes: una importante suma de dinero para que comprara casas de vivienda en La Habana, cuyas rentas le permitirían vivir holgadamente por el resto de sus días, siempre que se mantuviera soltera o se casara con un hombre de la raza blanca, pues en el caso de contraer matrimonio o mantener una unión consexual con un negro, estos bienes pasarían a ser propiedad de su hija y esposa del albacea.
Mercedes vivió siempre recordando a Tomás, pero nunca más lo vio.
Tomás era hijo de una negra de campo, quien con el temor de que los amos se lo pudieran quitar cuando naciera, ocultó su embarazo y sorpresivamente, una mañana parió a la criatura en medio de unos surcos donde sembraba arroz. Joaquín, el hijo de los dueños que la violó y preñó, había muerto unos meses antes con unas extrañas fiebres, sin saber que iba a ser padre. Decía mi madre que quizás por ello doña Mariana nunca aceptó a ese nieto; por eso y por el diablo que la mujer de uno de los capataces, le metió en el cuerpo. Esta era una isleña supersticiosa y temerosa de los negros, creía que estos podían hacer daño al convocar a sus dioses, y eso le dijo a la señora de la casa.
─Esa negra mató al hijo de usted, doña.
Mariana consultó al cura párroco de San Isidro de Mayajigua, su guía espiritual, quien le aseguró que sólo el diablo podía crear el mal, pero que había que evitar que los negros se valieran de sus mañas para convocarlo. Por eso le sugirió que hiciera una requisa en la hacienda y destruyera todo aquello que pudiera sugerir prácticas paganas entre la dotación. Y muchos fueron los toscos ídolos, vasijas de ofrendas, collares y resguardos que sacaron de los barracones.
Tomás, además de ser hijo de uno de los señoritos de la familia, nació al amparo de la ley de vientre libre, por eso nunca se le trató como un niño esclavo, pero tampoco gozó de las prebendas que tuvieron sus primos mestizos ni mucho menos de los privilegios de Mercedes. Nunca entró, ni siquiera en la cocina de la casa principal ni recibió regalo alguno de su abuela blanca. Durmió con su madre en el barracón de las mujeres hasta que, cuando se le comenzaron a caer los dientes, uno de los mayorales, y por orden de don José, lo llevó a dormir a su bohío. A partir de entonces, este y su esposa, cubanos desalojados de sus tierras en la zona de Manicaragua cuando la conspiración de la Mina de la Rosa Cubana, fueron quienes se ocuparon de su crianza y le sembraron la semilla de la rebeldía y la inconformidad ante su suerte, sentimientos que hicieron eclosión cuando doña Mariana, enterada de las aspiraciones del joven, se llevó a Mercedes con ella para San Juan de los Remedios.
Decía mi madre que Tomás se fue a la manigua insurrecta al frente de un grupo de hombres, fundamentalmente negros y mulatos, al que, por su disciplina y autoridad, también se le unieron varios blancos, campesinos todos de la zona, trabajadores principalmente de las fincas de sus tíos. Con estos y otros hacendados de confianza se había entrevistado previamente y había obtenido de ellos algún dinero y armas: revólveres y escopetas de caza, pero con estas y los machetes de labranza a aquellos hombres les eran suficientes para sentirse fuertes e ir a pelear por la independencia y el cese de la injusticia social.
El 13 de agosto de 1895, los Generales Carlos Roloff y Serafín Sánchez, junto a otros oficiales, acordaron una organización provisional de las fuerzas en Las Villas, hasta tanto el General en Jefe, Máximo Gómez, dispusiera la estructura militar definitiva. Sánchez quedó al mando de la división que agruparía las brigadas de Sancti Spíritus, Trinidad y Remedios. En esta última operarían Tomás y sus hombres, y sus primeras misiones estuvieron dirigidas a destruir todo aquello que aportara riquezas a la metrópoli, más que al combate mismo; por el noreste de la región villareña andaban cuando llegó la tropa invasora capitaneada por el General Antonio Maceo, y junto a él tuvo su debut combativo en la batalla de Iguará.
El tránsito de la columna que llevaría la guerra hasta el occidente del país fue próximo a las faldas montañosas del centro sur de Las Villas, y Tomás tuvo la encomienda de moverse por el norte, haciendo sentir la presencia de insurrectos para desviar la atención de las tropas españolas. Después que Maceo cruzó el río Hanábana para internarse en la provincia de Matanzas, Tomás, ya con los grados de Capitán, regresó a la región remediana, donde siguió operando.
El dúo de combate que formaron Tomás Delgado y Faustino Capirote fue terrorífico para los españoles, los que sin saber exactamente quiénes eran los que, en las noches de luna nueva, los asaltaban, les temían. Quizás los libros de historia de Cuba ni mucho menos los de técnicas de guerra ni artes militares recojan la forma en que estos atacaban.
Tomás, a pesar de ser de padre blanco, tenía la piel bastante oscura, y Faustino, era como un tizón de carbón. Cabalgaban caballos negros y cuidaron de no usar ningún arnés de otro color. Las noches nubladas o sin luna, se quitaban las ropas y, desnudos, embestían de sorpresa las postas y atravesaban los campamentos hispanos donde dormían a cielo raso los soldados, dando machete a diestra y siniestra, sin que los pobres infelices que morían o quedaban mutilados, supieran qué era lo, que como rayo fugaz, los había atacado.
Esto lo hacían de manera secreta, aún para sus compañeros. Por eso, ni siquiera los espías españoles pudieron saber de qué se trataba. Sin embargo la fama adquirida por la pareja fue por a la forma de pelear en los combates, lo que se originó de manera casual. En una ocasión que se enfrentaban a una partida española, Faustino fue derribado de su cabalgadura y desarmado. Logró escapar vivo a las zancas del caballo de otro cubano.
─Te quedas en la retaguardia –le ordenó Tomás─. Sin machete, no puedes combatir, y el que se te dio, lo perdiste.
Faustino bajó la cabeza y no dijo nada. Pero, después de participar en la actividad guerrera para la que se preparó en África, no estaba dispuesto a volver a las labores agrícolas, tareas que en su pueblo hacían las mujeres, así que supo agenciárselas para en el próximo aviso de combate, integrarse a la infantería provisto de una estaca de jiquí y de una lanza que se fabricó de una caña brava.
Tuvo a bien situarse cerca del caballo de Tomás para que este lo viera pelear y comprobara lo efectivo que era con aquellas armas. Tanto fue así que los jefes decidieron darle otro machete, pero él nunca abandonó del todo la lanza, pues le recordaba su cultura originaria.
Gracias al bando de Weyler que ordenaba la concentración, Tomás conoció a Petronila, pues la mayoría de los campesinos, sobre todo mujeres, niños y viejos, que permanecían en los campos, se fueron a la manigua para evadir el control español. Si desde las sitierías eran la fuente de suministros de las tropas cubanas, en el monte fueron organizados para que siquiera, bajo otras condiciones, sembrando y criando animales. En situaciones muy precarias, las mujeres se ocupaban de coser las ropas de los soldados y de atender los hospitales de sangre, donde la mayoría de las veces, sin médicos ni medicinas, cuidaban y trataban de curar a los heridos. En uno de estos fue que Tomás, sin olvidarse de Mercedes, se encontró con la mujer que en el transcurso de la guerra le parió tres hijos.
Pocos días antes de que las tropas norteamericanas entraran y derrotaran a los españoles por Santiago de Cuba, Tomás cayó mortalmente herido en una pequeña escaramuza, Petronila estaba embarazada por tercera vez, en esta ocasión de una niña a la que nombró Libertad.
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