sábado, 6 de junio de 2020

Prisilia y Panchito

La entrega de la semana pasada  titulada El autor, terminó con la referencia a una situación (que quedó en la incógnita) y a dos personajes propicios para la literatura, pero dado el interés despertado por Panchito, el protagonista anterior, hoy voy a contar su historia, pues, al compararla con la de la camarera del rectorado de la universidad Central, Prisilia, puedo seguir analizando los matices de la realidad para trabajar la fantasía creadora. Así, entonces, aquí les presento a otros dos expulsados del paraíso de mi libro: 

PRISILIA Y PANCHITO

    Como muchas veces ocurre, las personas que nos pueden parecer de vida más interesante, generalmente no la tienen; como sí ocurre con quienes nos parecen las personas más sencillas y menos relevantes.  Por ejemplo, la camarera del alto centro docente de Las Villas en mi época de estudiante, pudiera sugerir la heroína de una fabulosa novela histó­rica romántica, pues por su porte y aspecto bien podría haber pertenecido a los servicios de protocolo de la Reina Isabel de Inglaterra en el Palacio de Buckingham. Era una mestiza de mediana edad, sin duda descendiente, por su donaire de princesa, de algún soberano africano o bisnieta de un duque alemán, educada en un colegio parisino de monjas y tocada por el halo de gracia de las grandes matronas cubanas  de abolengo, cuya trenza recogida alrededor de su cabeza y el  siempre pulcro cuello blanco del uniforme denotaban la disci­plina propia de alguna de las iglesias protestantes más  ortodoxas de los Estados Unidos. Y si menciono a Prisilia, que así debió llamarse la susodicha camarera, es para demostrar que con personajes como ella para escribir una novela, debe recurrirse a la fantasía, pues a pesar de todos los diferentes matices que se anunciaban en su presencia y conducta, si nos circunscribimos a la realidad, de esta señora no habría mucho de interés por decir. Santaclareña como sus padres y abuelos, de joven comenzó a ganarse la vida como doméstica hasta que al inaugurarse la Universidad fue a traba­jar en ella como empleada de servicio, y por su porte y mesura fue designada al edificio del Rectorado. Casada con un carpintero honrado y trabajador, madre de tres hijos y abuela de otros tantos nietos, el día de la visita del Embajador Chino y su comitiva no fue a trabajar sencillamente por una informa­ción equivocada dada por su jefe inmediato superior.  Así que como ves, no hay de donde sacar una historia.

 

   Como personaje, el caso de Panchito, el mensajero usado para servirle el café a la comitiva china, es bien diferente al de Prisilia, pues su vida se presta, lo mismo en el plano real como en el de la ficción, para escribir un intere­sante relato. El mismo asunto del desconocimiento de su padre, da para imaginar las más alucinantes tramas.

   Panchito era hijo de una rumbera de circo famosa en los  campos de Cuba desde la época de la Primera Intervención  Norteamericana, mujer hermosa y bien formada quien nunca dijo  quién era el padre de aquel niño que, para sorpresa de todos,  nació una madrugada sobre la cama del destartalado camión del  Circo Matienzo cuando se dirigía hacia otro pueblo después de  la función en Ciego de Ávila, función en la que Caruca, el  Ciclón del Trópico, nombre artístico de la rumbera, bailó  como de costumbre con su mínimo traje de larga cola de vuelos  y pasacintas sin que nadie sospechara de su  embarazo.

   Desde bien pequeño Panchito tuvo que ganarse los frijoles, primero como payaso y después como ayudante del mago. Al llegar a la adolescencia apareció la única herencia que debe haber recibido del padre, pues su madre no tenía aquel cuerpo desarticulado y de extremidades excesivamente largas alcanzado de la noche a la mañana por el muchacho. Ante aquella nueva figura, el administrador del circo lo bautizó como "El arácnido humano" y comenzó a exhibirlo con un ajustado traje negro contorsionándose sobre una gran tela de araña, pero resultó tan repulsivo que pronto se desis­tió de aquella idea, y entonces Panchito se convirtió en equilibrista hasta una noche que se partió la cuerda floja.  Aunque sin graves consecuencias físicas, el joven quedó totalmente traumatizado para seguir ejerciendo la profesión y desarrolló el hábito de encorvarse, pues hasta mirar desde el lugar que le correspondía estar a su cabeza, la altura le causaba pavor. Trató de adiestrarse como malabarista, pero era demasiado torpe con aquellos brazos tan largos y sólo logró algunos pequeños ejercicios que no daban cuerpo para un número artístico. A sugerencia de su madre, ya vieja para trabajar de rumbera, constituyeron un dúo cómico que los llevó de nuevo a la fama y fue el nacimiento de personajes que, tal como lo fueron la mulata y el negrito para el teatro bufo, se constituyeron en clásicos de la recién inaugurada televisión de Cuba: la madre guaji­ra y el hijo tonto y comilón[1]. Negado Panchito a abandonar Santa Clara, ciudad escogida por el destino para que en su cementerio reposaran los restos de la artista, le dijo adiós al circo cuando este partió para otro sitio y comenzó a trabajar en disímiles oficios antes de pasar a servir de mensajero de la Universidad

    Y aunque lo ocurrido con la esposa del embajador de China[2] fue conocido y comentado, no precisamente por ello este personaje pasó a  formar parte del folclor tradicional de Santa Clara, sino,  porque desde el día en que enterró a la madre en el fondo de  nuestro cementerio y hasta el día de su propia muerte, no  faltó ni una sola mañana, tarde o noche que no fuera a depositar una flor, primero en la tumba y después en el nicho  hacia donde fueron trasladados los restos de su progenitora;  misión esta de la que por superstición se han seguido ocupando los sepultureros del cementerio hasta los días de hoy.[3] 

 



[1]NOTA DEL EDITOR.

El autor se refiere al dúo integrado por los actores Eloísa Álvarez Guedes y Severino Puentes que en la década del cincuenta popularizaron a los personajes Simplicia y su hijo.

Independientemente de las situaciones de cada sketch siempre se establecía entre ellos un diálogo semejante a este:

 NIÑO: Mamá, tengo hambre.

 GUAJIRA: ¡Muchacho, si ahora mismo te comiste diez tamales, una mano de plátanos manzanos, siete panes con lechón, un cartucho lleno de calabacitas chinas, cuatro mangos y como quince empanadas!

NIÑO: ¿Y eso es comía, mamá? ¿Eso es comía?

[2] Si no recuerdas a qué me refiero, debes volver al texto de la semana anterior en el blog: El autor.

[3] En el imaginario popular santaclareño ya se comentan milagros atribuidos a la rumbera Caruca, El

   Ciclón del Trópico, acaecidos durante el paso de huracanes por la isla.

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