"El hombre, en su paso por la vida,
no es más que una brizna al viento".
Huang-Ti, emperador chino de entre
los siglos I y V a.n.e.[1]
CAPÍTULO UNO
A pesar de que Camilo Alberto Ramos y Solís y yo vinimos al mundo en el mismo momento, él nació bajo el signo del infortunio.
El día de nuestro alumbramiento, nunca se supo bien si el astro que salió por el horizonte fue el Sol o la Luna. Al amanecer, mientras que por el poniente se iba escondiendo una luna llena, majestuosa y fría, por el oriente fue brotando una rueda de escasa luz semejante a la que había ocupado el cielo la noche anterior y que remedaba al astro rey, tan sólo en su forma, pero sin su iluminadora presencia ni mucho menos su vigor irradiante. Las gallinas confundidas, decidieron permanecer sobre los palos en los que habían dormido hasta ver qué ocurría. El canto mañanero de los gallos fue sustituido por el aullido asustado de los perros, que se repetía con insistencia desde todos los patios del pueblo, y las flores que abren sus corolas ante el calor del sol quedaron, como vírgenes de clausura, con sus pétalos cerrados dormitando en jardines, canteros y macetas[2].
Nina Solís sabía que ese era el día en que se le presentaría el parto. Aida María lo había vaticinado, y ella creía en la clarividencia de la mujer del boticario, por eso, la mañana anterior a esta, se bañó y lavó la cabeza por última vez antes de comenzar la cuarentena prevista para después del paritorio y preparó sábanas y toallas. Esa mañana, dormitó más que de costumbre, pues cada vez que entreabría los ojos, la poca luz que entraba por los postigos semiabiertos del ventanal de su cuarto, le confundía la verdadera hora y cuando ya aburrida de estar en el lecho matrimonial, decidió levantarse, supo que eran cerca de las nueve de la mañana. Arrastrando chinelas y con un salto de cama de lana que se tiró por encima de los hombros, salió al patio interior de la casa intrigada por la penumbra del ambiente. Aspiró asombrada el frío de la mañana y trató de descubrir la causa de tanta oscuridad. Sosteniéndose el abultado vientre con una mano, atravesó el comedor y abrió la puerta que daba al traspatio. Fue entonces que vio en el primer cuadrante de la bóveda celeste al sol-luna de ese día. Debió abrir la boca de asombro, pero lo hizo de dolor, pues en ese preciso instante sintió la primera contracción del parto que se anunciaba. Sacó cuentas y convino que pariría cerca de las cinco de la tarde, pero negada a traer al mundo a su segundo hijo un día que no era ni día ni noche y bajo la regencia de un sol que no era ni sol ni luna, tomó una repentina decisión.
La testarudez de Nina Solís era proverbial. Se cuenta que siendo niña, estuvo dieciocho días sin comer. Los huevos fritos del almuerzo no habían quedado con el grado de cocción que a ella le gustaba, y el padre, menos severo que ahorrativo por la situación de bancarrota acostumbrada en sus negocios, tratando de obligarla a comer los que le habían servido, impidió que le trajeran otros. La niña sin oír el sermón proveniente de la cabecera de la mesa, miró a su padre por debajo del dorado de su abundante cerquillo para saber cuando diera por terminado el discurso; entonces se quitó la servilleta prendida al cuello de su bata, la puso sobre la mesa y dijo:
-─Si no es como me gustan, no como.
El padre, absorto en sus acostumbradas disquisiciones financieras, no le prestó atención al asunto, y Nina Solís pudo llevar adelante su resolución. Tomaba agua y, una vez al día, mordisqueaba un pedazo de panal hasta sacarse de la boca una pequeña bolita de cera, las que fue depositando en hileras de seis sobre el cristal de la mesita de noche junto a su cama.
─La Virgen te va a castigar ─le dijo su madre cuando se completó la segunda hilera, pero Nina Solís se limitó a apagar la palmatoria que allí alumbraba a una pequeña imagen de porcelana de la Divina Pastora.
─Te vas a morir ─le sollozó de nuevo su madre cuando se completó la segunda hilera; entonces Nina Solís comenzó a fabricar las flores de papel que adornarían su corona mortuoria.
─Aquí están los huevos como a ti te gustan ─le dijo su madre cuando se completó la tercera hilera de bolitas de cera.
Nina Solís fue hasta la cocina y se tomó una taza de café fuerte del que su marido había hecho al amanecer. Le extrañó no ver allí a la cocinera, pero no le dio importancia al asunto. Iba ya a retirarse para llevar a cabo el plan que se había trazado, cuando Olga entró. Asustada por el aspecto del día y ante la certeza de que ocurriría un desastre natural nunca antes visto, la muchacha había corrido a la bodega a comprar las vituallas acostumbradas ante la amenaza de un ciclón: velas, queso, dulce de guayaba, galletas y unas latas de leche condensada, bonito y sardinas. Dio los buenos días y apresuradamente puso sobre la mesa los cartuchos que cargaba; mientras lo hacía, le hizo saber a la patrona de su gestión previsora y con la misma corrió a cerrar la puerta que daba a la calle. Sólo entonces, sintiéndose segura y abastecida, fue que miró el rostro de quien sería la madre de Camilo. Quizás por algún signo perceptible en ella o tal vez en sugestión por el anuncio previo y repetido de Aida María de que en esa fecha parirían, la cocinera pensó que ya el parto se avecinaba, pero Nina Solís, comprendiendo la intención, le contestó antes de que la interrogante tomara forma de palabra.
─Hoy no será ─y mientras se alejaba del lugar, agregó─: Esta vez, Aida María se equivocó en la predicción.
La gestante fue nuevamente para la cama, se acostó en ella y cerró las piernas con firmeza, pero no satisfecha totalmente con aquella clausura de su vulva, entrecruzó un pie sobre el otro como cierre seguro a su intención y, recordando la consigna de la Guerra Civil Española, dijo para sí:
─Por aquí no pasarán.
Por su parte, quien sería el padre de Camilo, como siempre se había levantado temprano, fue hasta la cocina, y, como también era su costumbre, puso a hervir el agua para el café. Parado frente al fogón esperó que esta estuviera en ebullición, le agregó el polvo, apagó el fuego y tapó el recipiente con un platillo de loza. Buscó el colador, lo puso en su sitio y debajo de este ubicó una cafetera de peltre. Se rascó el pecho. Bajó la mano hasta el ombligo y, como quien realiza el aporque en un campo de arroz, también allí movió los dedos para que las uñas, más que aliviar escozor alguno, estimularan la circulación. Con un pañito cogió el jarro caliente y vertió su líquido en la manga de lana que se fue tiñendo de carmelita mientras que por su extremo inferior dejaba salir la aromática y humeante bebida. Sirvió del líquido en un vaso y moviéndolo de forma circular para que se enfriara, lo fue tomando a sorbos mientras se dirigía al baño. Defecó y, ya que el estado de su mujer no le permitía otro desahogo sexual, pues como hombre de bien que era, no le estaba permitido mantener querida en el mismo pueblo, y posibilidades no tenía para tenerla en otro sitio ni visitar prostíbulos, se masturbó. Después de afeitarse, se encaminó a su negocio por el interior de la casa y comenzó a abrir el establecimiento.
ALMACENES RAMOS Y SOLÍS S.A.
Confecciones textiles, peletería
y bisutería.
Andrés, el dependiente que dormía en la trastienda, no demoró en darle los buenos días.
─Ve a la cocina ─le dijo al joven─ toma café y después vas a buscar a tu madre.
La Niña Herrera, comadrona del pueblo y militante política de izquierda, ya estaba avisada de la fecha y lista cuando su hijo vino a buscarla. Vio salir el sol-luna de ese día cuando cortaba unas yerbas medicinales en el jardín de su casa y, contrario a la reacción de la mayoría de los habitantes de la zona del planeta donde se vio el extraño fenómeno, ella se sintió contenta, pues intuyó que algo grande y para nada perjudicial ocurriría en Jarahueca. Día de sol intenso fue cuando Librado partió para España reclutado por el Partido Socialista Popular y aunque regresó salvo, otro día de intensa luz, y dada la manía de torero que trajo su marido de la Madre Patria, fue que el toro de los Curbelo le atravesó el hígado de una cornada.
─Para gloria de todos nosotros serán los niños que hoy nacen.
─O las niñas, sabrá Dios ─dijo Andrés mientras que ayudaba a la madre a cruzar sobre los raíles de la línea.
─ ¡Varones! ─enfatizó la comadrona─. Aida María lo pronosticó.
─Ni varón ni hembra ─sentenció Nina Solís con las piernas entrecruzadas firmemente y negada a que la Niña Herrera la reconociera-. Yo no traigo un hijo al mundo en un día como este.
Y ni ruegos de su marido ni explicaciones de la comadrona durante más de ocho horas convencieron a la madre de Camilo a que abriera las piernas.
─Se te va a ahogar el niño.
─Si lleva ahí nueve meses, bien puede esperar hasta mañana para salir ─alegó Nina Solís mordiéndose el labio inferior ante la presencia de la más fuerte contracción hasta ese momento.
La comadrona miró interrogante al esposo de la parturienta, pero sin esperar respuesta, con el tono de otra mirada, le agregó que no había tiempo que perder. Este comprendió el mensaje, y sin mediar palabras se inclinó sobre los pies de su mujer y con ambas manos trató de separárselos, pero si firme era la resolución de Nina Solís de no parir, firme era el cierre que había hecho de su vulva, pues como solidificadas en una sola, permanecían sus piernas una encima de la otra.
─Voy a buscar ayuda ─dijo el esposo cuando vio la impotencia de su esfuerzo y al cabo de diez minutos se apareció con los cuatro hombres más fuertes del pueblo: Bragao, Jesús Daria y dos de los peones de la cuadrilla de la reparación.
Situados de dos en dos a cada lado de la cama, afianzaron sus manazas en los tobillos y piernas de Nina Solís, y a la orden del marido, halaron con delicadeza para no rajar en dos a la mujer, pero con la fuerza necesaria para que se abriera lo suficiente y diera espacio a que el niño asomara la cocorotina.
─Ya viene ─dijo la comadrona y con la destreza de tantos años parteando mujeres por toda la zona, ayudó a salir a la criatura.
La cianosis ya se había apoderado de uñas, labios y mejillas del recién nacido, pero la Niña Herrera lo tomó, como a Hércules, por los talones, lo suspendió en el aire y sin pérdida de tiempo le dio dos nalgadas.
Junto al que yo emitía dos cuadras más allá, el grito hizo trío con el pito del tren de las cinco y quince que entraba en el pueblo en ese momento, y tal coincidencia hizo que uno de los peones de la reparación exclamara:
─Este va a ser conductor de trenes.
─Conductor de masas ─rectificó la Niña Herrera.
─De mierda ─dijo Nina Solís con los ojos cerrados.
Y con los ojos cerrados permaneció tres días.
La Niña Herrera cortó y anudó la tripa del ombligo mientras que los cuatro forzudos abandonaban la habitación rumbo a la sala donde el padre de la criatura recibió las felicitaciones y en señal de agradecimiento brindó con un trago de ron junto a los improvisados ayudantes del alumbramiento.
─Se llamará Camilo y Alberto como sus abuelos.
Para que la comadrona pudiera extraer la placenta, acondicionar a la madre y dar por terminado el parto, fue Olga, la humilde y sencilla criada de la casa quien se ocupó de limpiar y vestir al recién nacido, marcando de esa manera el destino de segundón que la vida le ofrecía a Camilo Alberto Ramos Solís.
Cumplidos todos los pormenores del asunto, la Niña Herrera buscó al bebé y lo trajo junto a la madre para que lo viera, pero esta se negó a abrir los ojos y se limitó a ponerle un seno en la boca.
─Si quiere vivir, tiene que aprender a mamar.
Cuando su marido regresó junto al lecho donde Nina Solís amamantaba al hijo, no hubo exigencia ni reproches. Mujer de entereza y determinación había sabido afrontar su papel ante cada reclamo de la vida y ahora enfrentaba con dignidad la humillación. Muerto su padre cuando recién salía ella de la adolescencia, mostró una habilidad desconocida e inesperada para los negocios y en poco tiempo logró que el exiguo patrimonio heredado le permitiera solventar los gastos en el rango que el apellido y la tradición demandaba de la familia que formaban su madre, su hermana y ella. Solicitada en matrimonio por el hijo de Don Camilo Ramos, exigió dote equivalente al monto del capital que ella aportaría a la unión, y los recién casados fueron a probar fortuna en la más prometedora de las estaciones de la nueva línea del ferrocarril: Jarahueca.
─Yo no puedo mirarle la cara a nadie en este pueblo después que tú pusiste a la vista pública mis partes más íntimas de mujer ─le dijo Nina Solís a su marido cuando ya era conocido por todos que no quería abrir los ojos.
Y ni a los ruegos de la familia, la exigencia del pastor presbiteriano de Yaguajay ni a las súplicas del pequeño Gustavito cedió Nina Solís. Sólo fue la sugerencia de Gollito el loco la que vino a solucionar el asunto. A la segunda noche posterior al paritorio, en el café de Cuco Acosta, al igual que en todos los sitios del pueblo donde hubiera al menos reunidas dos personas, se comentaba la resolución de la esposa de Gustavo Ramos cuando Gollito levantó la cabeza de sobre la mesa donde dormitaba la borrachera de ese día y dijo:
─Con un papel se resuelve todo.
Y más que papel, fue un documento con toda la oficialidad que la legislación vigente en la época le concedía a un certificado emitido ante abogado y rubricado por tres de los implicados en el asunto y las huellas digitales de los pulgares del cuarto sujeto.
A la noche siguiente, en una concentración popular que se aglomeró en la calle frente a la casa y establecimiento de los esposos Ramos y Solís, después que se terminó el capítulo radial de ese día de El derecho de nacer, el notario público contratado para la ocasión le dio lectura al certificado.
Nina Solís, parada en la puerta de su hogar, digna y soberbia, con los ojos fuertemente cerrados, oyó el texto que venía a salvar su honor.
JUZGADO MUNICIPAL DE YAGUAJAY
Ante mí, EDELBERTO BELLO NUÑEZ, Notario Público del Juzgado Municipal de Yaguajay, comparecen por su libre voluntad los ciudadanos GREGORIO DARIA BRITO, conocido por Bragao, sitiero, arrendado en la finca de Don Luis Delgado Martínez; JESÚS DARIA BRITO, estibador de los almacenes de víveres "Una rosa de Francia"; CALIXTO PÉREZ GÓMEZ y REMBERTO MENESES GIL, peones de la cuadrilla de reparaciones de la Línea Norte de Cuba en el tramo Venegas-Remate de Ariosa, mayores de edad todos, de raza blanca, casados legalmente los tres primeros y en unión consexual estable el último, residentes en el poblado de Jarahueca perteneciente al Término Municipal de Yaguajay, quienes juran por la Patria, su honor y la Virgencita de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba y del Ejército Libertador, que en su actuación de ayuda en el paritorio acaecido en el hogar de GUSTAVO RAMOS LUIS el pasado 18 de enero del presente año, no vieron ni miraron las intimidades de la esposa de este, MARÍA ISABEL SOLAZ Y CASUAL, conocida como Nina, ya que se encontraban de espaldas a la misma en los momentos en que daba a luz a su hijo Camilo Alberto Ramos Solis……………………………
Y para constancia de dicha declaración se expide y dejan sus huellas digitales o firman la presente ante un aproximado de seiscientos testigos, residentes todos de esta localidad, en Jarahueca a los veintiún día del mes de enero de mil novecientos cuarenta cinco...................……………………….
Gregorio Daria Brito. Jesús Daria Brito.
Calixto Pérez Gómez. Remberto Meneses Gil.
Dr. Edelberto Bello Núñez.
Notario Público.
Juzgado Municipal de Yaguajay.
EXP. No. 1/45
TOMO: 32
Si ni aún así Nina Solís pensaba abrir los ojos, la reacción ante el inesperado ruido de cinco voladores que su marido tuvo previsto para celebrar el acontecimiento, le hizo levantar los párpados y puso al descubierto el azul claro de sus iris; entonces sus coterráneos lanzaron exclamaciones de júbilo y rompieron en un sincero y espontáneo aplauso que de alguna forma le emocionaron. Agradeció con una ligera inclinación de cabeza y satisfecha por haberse eliminado las dudas que pudieron mancillar la pureza de su honor, se retiró de la puerta dirigiéndose hacia el interior de su hogar. Fue hasta la cuna donde dormía Camilo, abrió el mosquitero de tul que la cubría y por primera vez vio a su hijo. Estaba dormido y tapadito con una colcha. De primera ojeada, se le pareció al suegro, pero el color de la piel, más oscuro de lo que la prudencia permitía, no apuntaba hacia la ascendencia española de la rama paterna y más bien ponía al descubierto ciertos callados comentarios relacionados con una abuela de su madre que siempre mantuvieron la espada de Damocles sobre la blancura de la raza de los Casal. Lo miró respirar y comprendió que nunca lo querría como a Gustavito, pero no por ello se sintió desgraciada ni malvada. Según el criterio que Nina Solís mantenía, hay mujeres que tienen un poderoso instinto maternal y pueden amar a toda la prole que Dios les dé; otras, en cambio, la mayoría, pueden asimilar un número determinado de hijos y no deben sobrepasarlo, pues entonces alguno, y no necesariamente el último, deja de recibir el mismo afecto que los demás. Ella siempre se creyó apta para querer dos o tres hijos a lo sumo, pero en ese momento, mientras que al cabo de setenta y seis horas de haberlo parido, observaba a su segundo fruto, sola en la penumbra de su dormitorio, inmersa en sus pensamientos, pero no ajena al murmullo de complacencia popular que venía de la calle, con un mosaico de emociones bullendo en ella desde el día que no se supo cuál astro los había alumbrado, y buscando orden y equilibrio en su ego, Nina Solís comprendió que había estado equivocada. Ella era madre de un solo hijo.
Conocedora de sus obligaciones, revisó la cuna para ver si todo estaba en orden: la caja de talco, culeros listos para usar, la sábana impecablemente limpia y el hule bien puesto. Para verle todo el cuerpo, levantó la colcha que cubría a Camilo, pero algo que saltó a su vista como una bofetada, le detuvo en su acción.
─ ¡Lolita!
CONTINUARÁ…
[1] NOTA DEL EDITOR.-
Huang-Ti es considerado uno de los cinco primeros emperadores de China, cuya existencia histórica no comprobada, lo convierte en un personaje de leyenda, por lo que el pensamiento usado en el exergo es de dudosa confiabilidad y bien pudiera ser una invención del autor para justificar el título de la novela.
[2] Un extraño fenómeno atmosférico fue visto ayer en Cuba y en toda la zona del Caribe. El sol perdió su acostumbrada apariencia y se mostró con un extraño color plateado, mientras que la intensidad de su luz y el calor que de él se recibe, estuvieron reducidos en un ochenta por ciento. La población de toda la zona conjeturó las más disímiles ideas al respecto, la mayoría de ellas de carácter místico y sobrenatural. Muchos creyeron que era el fin del mundo y se han reportado no menos de diez suicidios por toda la isla motivados por el pavor. Sin embargo, los científicos afirman que el extraordinario acontecimiento se debió al paso de una nube de polvo cósmico, producida posiblemente por la desintegración de un meteorito, y que esta, al interponerse entre el Sol y la Tierra, opacó la energía calorífica y lumínica que emana de nuestra estrella solar.
DIARIO DE LA MARINA. 19 de enero de 1945.
Todo ser viviente, nace en parte del cosmos que le habita en su hallazgo.
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