martes, 1 de diciembre de 2020

El trabajo

La miel, hijo, no creas que es solo trabajo del colmenero que cuida el panal. La miel es un regalo de las flores, pero son las abejas las que recogen el néctar, lo llevan a la colmena y, gota a gota, le dan color, sabor y consistencia  para que, dulce y nutritiva,  como a mi padre y a ti les gusta, untársela al pan del desayuno.

   Cuando volamos en la alfombra de los aromas hasta la panadería del barrio, basta un “ábrete, Sésamo” para que traspasemos al maravilloso mundo de vidrio donde viven los más disimiles familias de panes: el que una vez, cuando eras más pequeño, soplaste para oír el sonido de la flauta; el hallulla, parecido a los cachetes, redondos, tersos y dorados, de la señora que los vende; el francés, a quien para complacerte, siempre saludo con un “comme ça, vous, monsieur?”; y el holgaza, la marroqueta, el dulce, el de Pascua, el de muertos, el de molde, el integral, el casabe…

   ¡Cuántos, cuántos tipos distintos de panes que se deben amasar y hornear para que nos deleitemos al verlos, olerlos y saborearlos! Pero los panes, hijo, no varían solo por la forma de barras, aros, bolas o trenzas, con que van al horno, sino también de acuerdo al cereal de donde proceda la harina con que se confeccionen, y los hay de trigo, maíz, centeno, cebada, arroz, soja, yuca, papa, amaranthus …; se les puede agregar, para darle sabores desiguales, grasas de diferentes tipos: tocino de cerdo o de vaca, mantequilla, aceite de oliva; azúcar, especies; frutas secas, como  pasas, nueces, castañas, avellanas, cacahuates y cacao; verduras o semillas, y aromatizarlos con azafrán, canela o esencias de las más disimiles flores. De ahí el calidoscopio de colores y sabores que nos avisa estar en el palacio del pan.  

   Las espigas de trigo se mecen como las olas del mar, y las mazorcas de maíz, cuando las despajamos, siempre nos sonríen; pero antes de que tales privilegios nos lleguen, hay que en la tierra esculpir mullidas cunas, para, después de haber  besado las semillas con un gota de sudor, depositarlas en el surco, y pueda ocurrir el milagro de la vida. Cuando las plantitas salen a rendirle pleitesía a su padre el sol, santiguarlas con el agua bendita del rio para que crezcan lozanas; y, como hago yo contigo, eliminarle de su alrededor las alimañas y malas yerbas que puedan dañarlas. Después recoger los granos y tocarlos uno a uno con la varita mágica del trabajo para que se conviertan en harina; casar a esta con el agua, bendecir el matrimonio con levadura y sal para que se formen las familias de panes que tantos nos gusta admirar y saborear.

      Hay panes que se confeccionan mezclando su masa con huevos.

   Desde pequeño gustaste de ayudar a mi padre a alimentar las aves que se crían en el traspatio de la casa, en el fondo de lo que te parecía inmenso campo, y donde hoy pateas los goles del próximo Mundial de Fútbol, cuidando de no dañar a los pollitos, azorar a las gallinas, ni asustar al gallo preferido de mi padre.

   También te ofreciste cuando decidí aprovechar una porción de la tierra para hacer un cultivo de ajíes: juntos eliminamos los abrojos, cavamos el suelo, trasplantamos el vivero, vimos crecer las plantas, y compartimos con risas y besos la inmensa alegría de ver brotar los frutos de nuestro trabajo. Pero la malquerencia existe y, sin saber de dónde procedía el mal, nuestro cultivo comenzó a languidecer, y a marchitarse la roja fructificación en sus ramas.

   Cual las huestes de un castillo acechado por un desconocido enemigo, amurallamos el pequeño vergel para impedir que pavos y patos lo invadieron. Buscamos la ayuda de un experimentado espantapájaros de viejo pantalón y raído sombrero, por si el ataque procedía desde el vuelo de los pájaros. Pero no: el daño avanzaba oculto y sigiloso, en avasallador silencio, lento y pegajoso, hasta que tu vigilia y tu afán descubrieron  la causa del estrago. Entonces fueron los agentes del orden, convertidos en frascos de insecticidas, quienes desde la base de operaciones de nuestras manos, permitieron replegar al enemigo hasta derrotarlo totalmente e iniciar la etapa  de la esforzada reconstrucción de lo devastado, pues no podíamos permitir que nada ni nadie nos quitara lo ganado por nuestro trabajo; y fuimos ricos y dichosos cuando llenamos con ajíes de nuestro sembrado, el cesto que tejieron tus dedos y los míos.  

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario