Hijo, no olvido aquella tarde en que fui hasta donde tus piernecitas intentaban volar hacia mí, y abrí los brazos para darte el refugio que reclamaba tu pavor.
Era una simple muchacha con la cabeza llena de absurdas musarañas: mariposa perdida en laberintos de pensamientos incongruentes quien, incapaz de percibir la frontera entre sueños y verdad, recibía la burla de los golfos que ya fumaban en el parque donde muchas tardes nos llevaban mis deseos de leer y tus ansias de creerte pájaro, elefante, hormiga y avión.
Arelys respondía a la incauta crueldad de la infancia con los más horripilantes amenazas e improperios, para acompañar alguna que otra piedra lanzada al aire sin fuerza ni tino. Y entonces, y por ello, la infeliz fue para tus aún tiernos ojos, la más terrible bruja que hubiese pisado nunca la faz de la tierra, y jamás lograste entender del todo, por qué Arelys me consideraba su amigo. Sólo ella y tú tenían fuerza suficiente para que mi libro se cerrara sin disgusto, y cuando el saludo cordial y respetuoso me llevaba a cualquier absurdo tema de conversación, te veía a ti, incrédulo y cauteloso, mirar la escena desde lejos.
Aquel día, Arelys te vio cerca de los pillos que hacían entretenimiento de su locura, y, sabiéndote mi hijo, quiso protegerte del peligro que creyó, pero tú, sorprendido y precavido, supusiste que en sus manos serías objeto de tortura y alimento de alimañas y, más valiente que yo cuando tenía tu edad, fuiste capaz de lanzar un desesperado alarido y correr desaforadamente en mi búsqueda. Te atrapé y te escondí en el refugio de mis brazos para sentir como el susto se iba de tu precipitado corazón, y la caricia de mi mano sobre tu cabeza, alejaba los infaustos pensamientos que acabaron la bonanza de tu juego.
Cuando la realidad se ensañe o la inocencia infantil convierta una señal, un estímulo, una situación cualquiera en motivo para el miedo, se abrigo y asilo, conviértete en puerto y refugio, vuélvete gigante todopoderoso y disfruta, también tú, la dicha inmensa de guardar a un hijo de la borrasca y el dolor.
Qué hermosa historia!
ResponderEliminarMe encantan estas historias tan tiernas del amor del padre al hijo. Lindas, te felicito!!
ResponderEliminarCuando eventualmente participen de una competencia, no vean a los demás competidores como contrincantes o enemigos, sino simplemente como elemento de comparación de las propias fuerzas y quien así no lo crea es porque lleva su enemigo consigo mismo.
ResponderEliminarÁngel Vicente Rovere.
Luis, me jubilé trabajando como Maestra de Educación Física Infantil. Tuve que luchar con el tema de la competencia que se confundía con rivalidad y pelea. Cuando se trata de deporte habitualmente se utiliza la preposición “contra” con el verbo “jugar”, entonces deja de ser un juego. Además, el propósito didáctico es educar el cuerpo y el movimiento. De ninguna manera elegir a los mejores para adornar la escuela con trofeos.
Me gusta lo que escribís y tengo tooodooos tus cuentos en mi e-book. ¡Gracias!