Hijo, ¿te acuerdas cuando conociste el mar? Tenías alrededor de quince meses. Como vivimos en el centro del país, sólo verde de campo y lomas, árboles y sembrados habías visto en las salidas fuera de la ciudad. Pero esa vez fuimos hasta la capital, fundada allí para recibir el beso salado de las olas. Al día siguiente de llegar, tomamos un taxi en el hotel, y nos llevó hasta la entrada de un casino náutico junto a la playa del reparto Miramar.
A pesar del nombre de este barrio, las edificaciones al lado de la avenida impiden que desde la calle se vea el mar. Al llegar, nos bajamos del auto y, contigo cargado en mis brazos, atravesamos la entrada de aquel club y cruzamos el amplio salón hasta una gran terraza que daba al mar.
Cuando te viste de pronto frente a aquella inmensa masa de agua que como un todo, por su color, se continuaba con el cielo, dando la sensación de un infinito espacio vacío, quedaste petrificado, con los ojos queriéndosete salir de las órbitas y viviendo gracias a la gran bocanada de aire que inhalaste, pues durante el tiempo de tu éxtasis no volviste a respirar. Yo esperé que disfrutaras de aquella impresión, pero como tu arrobamiento duraba ya demasiado, me asusté, te zarandeé con ternura para que reaccionaras, y te dije:
--Hijo, ese es el mar.
Le doy gracias a la vida por haberme permitido mostrarte, no sólo el mar, sino otros tantos sitios, y sobre todo, el sendero por donde, como aspiro te ocurra a ti, andan los hombres que aspiran a convertirse en unicornios.
HELADOS
Mi padre comía duro fríos de a centavo que vendía una señora, propietaria del único refrigerador del pueblo. Cuando niño, yo disfruté de helados de diferentes sabores en una cremería. Hoy, a ti te gustan el sonday, el parfait, la copa Lolita, el coco glace y las cubiertas de chocolate. ¿Cómo y cuáles serán los helados que saboreen tus nietos?
Esta historia ya la había leído (o me la habías contado). Recuerdo como viajaba por Cuba con Ra y Sinhué, todavía niños enseñándoles ya no el mar sino Cuba. Llevaba yo poco tiempo viviendo en Santiago de Cuba cuando trajiste a tus hijos a conocer ese "Polo Sur" de nuestro archipiélago, pero sobre todo recuerdo nuestra sorpresa cuando aparecieron ustedes tres (estaba yo con mi esposa de entonces, Conchita Hernández Azaret) en el hotel Colón y, en la lejana costa occidental de la Isla de la Juventud. Nosotros estábamos de jurados en un evento literario y tú habías traído a los muchachos a que comprendieran la razón principal que hace de Cuba un archipiélago. ¡Qué suerte de hijos con un padre así!
ResponderEliminarTienes buena memoria. Para nosotros también fue una agradable sorpresa cuando nos encontramos en la Isla de la Juventud, y a mis hijos les dio mucha alegría. Yo con ellos apliqué el lema de "conozca a Cuba primero y al extranjero después", y juntos recorrimos la isla de punta a cabo. Ahora ellos han tenido la oportunidad (y yo muchas veces de acompañarlos) de viajar por Chile, Argentina, México, Estados Unidos, Canadá, Bahamas y España. Con mis bisnietos pienso ir al planeta Martes.
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