sábado, 16 de mayo de 2020

...y comieron perdices

En el barrio donde vivían Virtudes y Honorato existía un parque a donde por las tardes  los vecinos acostumbraban a llevar a sus perros. A ambos les habían comentado que otra persona poseía un perro de igual raza al suyo, pero ellos nunca habían coincidido allí con sus canes.

       Cuando por fin se encontraron, por la similitud de sus mascotas, fue natural que se saludaran y se sentaran a conversar, mientras los animales se alejaron a corretear por el pasto.

      ꟷComo son de raza lobos checoslovacos ꟷcomentó Honoratoꟷ, a la mía le puse Bratislava

        —Pues el mío se llama Checo ꟷdijo y lo vio que venía.

    Checo había dejado de correr por el parque y llegó hasta donde su dueña con el pene fuera, como señal de excitación. El color rojo del miembro resaltaba sobre su pelambre plateado, mientras el animal intentaba subirse encima de la dueña. Esta se sintió turbada, se paró, le ató la correa y se dispuso a partir.

    —¿Cuándo vuelve otra vez? —le preguntó Honorato.

    Virtudes, mientras se alejaba, intentó dar una respuesta, pero entre el "no sé" y el "quizás" no precisó  fecha del regreso. De repente, Honorato tuvo un mal presentimiento y salió a buscar a Bratislava, su perra, pero para su tranquilidad, esta permanecía correteando sin señales de haber sido cubierta.

    Unos días más tarde, se volvieron a encontrar, y lo primero que hizo Virtudes fue excusarse por la repentina partida de la vez anterior. Se había abochornado por la excitación de Checo y consideraba que debía darle una explicación:

    —Yo iba a tener la menstruación, y cuando ello va a ocurrir, él lo presiente y se pone a sí.

   —No se preocupe —le dijo Honorato—. Ya le dije que estos perros son muy sexuales, olfatean y se estimulan con los flujos de cualquier hembra, inclusive de las mujeres.

    Una semana más tarde, cuando Honorato llegó ya Virtudes estaba sentada en el banco de costumbre, y fue ella  la que inició la conversación volviendo al mismo tema de la sexualidad de sus mascotas.

    —Parece que su perra está en celo —y señaló discretamente el trasero de Bratislava con un movimiento de la cabeza—. Mire como tiene enrojecidos los labios de la vulva.

    Honorato le zafó la correa a su mascota y le palmoteó la grupa para que se fuera a correr.

    —¿Por qué no nos somos francos?  —preguntaron al unísono, coincidencia que provocó que ambos se sonrieran y mostraran la conformidad para abrir sus respectivas cajas de secreto.

    —Usted es la dama, pero para hacerle más fácil su confesión, comienzo yo —hizo una pausa y miró al suelo un instantes para  dejar allí la vergüenza que pudiera sentir. Subió la cabeza y fijó sus ojos en los de Virtudes—. Yo tengo relaciones sexuales con Bratislava.

    Honorato siempre fue de constitución gruesa, con extremidades cortas y tendencia a acumular grasa en el abdomen, las caderas y los glúteos. En su fenotipo, creía la razón del pequeño tamaño de su pene, aunque por lo demás, se sentía un hombre como otro cualquiera.

    Durante toda la adolescencia sufrió por las dimensiones y el aspecto infantil que conservaban su escroto y pene al este no mostrar el glande. Deseaba tener novia y, como fueron haciendo sus compañeros al crecer, tener relaciones sexuales con mujeres, pero temía que la penetración le pudiera provocar un desgarramiento. Ya adulto y por propia voluntad se sometió a la cirugía de circuncisión. Pudo entonces intentar tener su primera relación sexual y fue con una cantinera de la universidad que era, lo que se llama, de vida fácil. Pero tantos años de complejos por sus órganos genitales, lo inhibieron y no logró tener erección. La fulana se sintió frustrada y se burló de él. Honorato quedó de nuevo tan traumatizado que nunca más intentó acostarse con una mujer. Necesitado de sexo, se acordó que en su infancia lo hacía con las gallinas y decidió buscarse una mascota apropiada para ello.

    —A Bratislava la compré en una tienda de animales cuando era una cachorrita y desde pequeña la acostumbré a tocarle la vulva, primero con la mano, después frotándole el pene, hasta que creció lo suficiente para que lo pudiera recibir en su interior.  

    —¿Y ahora, tuvo relaciones con ella antes de venir para el parque?

   —Sí —afirmó Honorato—. La lavé y pensé que no se le notaría, pero usted es muy suspicaz.

    —Mi historia es diferentes —dijo—, y lo que hago es motivada por amor.

   Virtudes había sido una persona con una vida normal, había estudiado economía y, al graduarse, fue a trabajar al aeropuerto de la ciudad. Allí conoció a un piloto, se enamoraron, y aunque era algo mayor que ella, no fue impedimento para irse a vivir con él. Se sentían identificados y se satisfacían a plenitud; fueron felices, y ella lo extrañaba mucho cuando el novio estaba volando, por lo que su pareja, para que estuviera acompañada, de un viaje a Checoeslovaquia le trajo un cachorro, de los que en ese país se reconocen como  raza nacional.

    El perro dormía en la habitación de la pareja y cuando estos estaban haciendo el amor, subía las patas delanteras en la cama y se ponía a ladrar.

    —Yo tenía que sacar una mano fuera y acariciarle la cabeza para que se estuviera tranquilo.

    —O sea —puntualizó Honorato—, que de alguna forma, él también participaba en el acto sexual.

    —No lo había pensado, pero tiene razón.

    Unos meses después, hubo un accidente de aviación y el novio de Virtudes murió en él.

     —Fue precisamente en el aeropuerto de Praga. Yo estuve muy deprimida durante varios meses, sin deseos de hacer nada, hasta que comprendí que la vida debía seguir. Volví a trabajar, pero no quise regresar al aeropuerto y ahora laboro en una empresa de importaciones.

    —¿Y no se ha vuelto a enamorar?

   —Ahí es donde radica el problema —negó con la cabeza al tiempo que afirmaba—: Cupido  no me flechado aún de nuevo.

   Aunque sin  interés especial en establecer una nueva relación amorosa, el reclamo de sus deseos sexuales no demoró en aparecer, y ella trató de ignorarlos. Un día vio a Checo excitado y al mirarle el pene, se acordó del de su novio y no se pudo contener más, se sentó desnuda en el sofá de la sala y se masturbó. Cuando terminó, se reclinó con las piernas abiertas, y el perro vino a lamerle la vulva. De momento, ella se asustó, pero como aquellos lengüetazos le fueron agradables, se lo permitió; sin embargo, después se sintió sucia de cuerpo y alma y se propuso no volver a repetir aquella experiencia.

    Pero una noche se despertó con deseos de masturbarse nuevamente. Como desde el fallecimiento del novio, la costumbre de dormir abrazada al perro se hizo habitual, el calor de este junto a su cuerpo y el vaho de la respiración  en su cuello le nublaron la conciencia, y como le hacía a su pareja, bajó la mano hasta encontrarle los testículos y comenzó a acariciárselos, mientras que con la otra, se manoseaba el clítoris. El perro no demoró en sacar el pene fuera de su vaina, y ella se lo agarró. Se quiso imaginar que era el de su novio y se acomodó para que Checo se le subiera encima y la penetrara.

    —Desde entonces es mi marido —dijo Virtudes con una sonrisa medio tristona—, y no quiero mejor amante que él. Me posee en todas las posiciones posibles y, como no sabe besar, siempre termina lamiéndome la vulva.

    Después de aquellas confesiones, ambos se sintieron más identificados y, como amigos, se despidieron con un abrazo.

    Unos días después, Honorato se apareció en la casa de Virtudes para invitar para un debate que ese sábado por la tarde se efectuaría en el local de la triple A.

    —¿Qué es eso?

    —La Asociación de Amantes de los Animales.

    —¡Ah!, ¿Una fundación para su defensa?

    El hombre sonrió y le explicó que en este caso, la palabra amante no se usaba para denotar mera inclinación humanitaria para la protección y el cuidado, sino en su acepción de amor carnal  o deseo sexual.

     —La conformamos personas que practicamos el bestialismo, que es como en realidad se le debe decir a estas prácticas.

    —¿Y somos tantos los psicópatas?

    —Sí. No eres tú sola —le aseguró Honorato—, pero no somos enfermos mentales ni nada por el estilo, aunque no todas las personas aceptan el sexo con animales, y de eso se tratará el debate.

   El sábado, a la hora prevista, Honorato pasó de nuevo por casa de Virtudes,  y juntos fueron para la sede de la AAA.   La puerta se abrió para darles paso, después de que él le entregara su identificación como miembro de la asociación.

     —Es para evitar que vengan personas extremistas a molestar.

     Franquearon la entrada hasta un salón donde había personas conversando: hombres y mujeres de diferentes edades; algunas se acercaron a Honorato para saludarlo, y Virtudes tuvo tiempo de pedirle en voz baja:

   —No me presentes a nadie, por favor.

   Los asistentes al debate siguieron llegando, y a la hora de comienzo, todos pasaron para un salón con lunetas frente a un pequeño estrado donde se encontraban tres personas sentadas detrás de una mesa.

    —Muy buenas tardes, queridos asociados e invitados —saludó quien sería el moderador del debate. A continuación presentó a los especialistas que confrontarían sus criterios acerca del bestialismo y expuso las reglas de cómo se haría—. Cada experto tendrá cinco minutos para hacer su exposición y posteriormente, se le concederá de nuevo la palabra para que en menos de un minuto refute cada vez una de las ideas de su antagonista que crea pertinente.

    El primero en hablar fue el biólogo doctor Friedrich Prudencio Santuci, quien presumía de un negro bigotico sobre el centro de su labio superior. Este comenzó señalando que el término zoofilia fue introducido por primera vez en el estudio de la sexualidad por Richard Freiherr von Krafft-Ebing en 1894, y que en los manuales de psiquiatría, está práctica era diagnosticada como una parafilia, por considerarse una actividad anti natural. A partir de esta introducción consumió el resto de su tiempo en hablar de la actividad sexual como función reproductora, de las características generales de los órganos genitales del ser humano y de los animales y de la incompatibilidad genética entre los óvulos y los espermatozoides de especies diferentes.

    —Le toca ahora el turno a la filósofa y socióloga Libertad Paz —indicó el moderador y le cedió la palabra a esta.

    La tal doctora era una mujer mayor, canosa,  menudita y tan frágil que daba la impresión de que en cualquier momento podría romperse, pero poseía un torrente de voz y una firmeza en sus palabras como si fuera otra persona la que hablara por ella.

    —Me gustaría empezar conceptualizando el asunto que debemos abordar en este debate, y para ello, primero conocer la etimología de la palabra.

     Dijo que zoofilia provenía de dos términos griegas: zoon, que significaba animal, y  philia, amor, y que por lo tanto se refería al amor entre un ser humano y otra especie animal, pero no con la concepción de amor espiritual, sino como expresión de atracción sexual, la que podía materializarse a través del acto carnal, acción esta última a la que también se le denominaba bestialismo, pero que a ella no le gustaba usar por la interpretación de fiereza, barbarie o salvajismo que se le pudiera dar, cuando en realidad el acto zoofílico podía estar lleno de afecto y ternura

    Una gran parte del público aplaudió esta idea, por lo que el moderador debió intervenir para aclarar que no se podían interrumpir a los oradores de ninguna manera, bien para rechazar o apoyar lo que dijeran. Le volvió a dar la palabra a la doctora Libertad Paz para que terminara su disertación. Finalizada esta, pasaron al contrapunteo de ideas, y para iniciar la controversia le cedió el turno al doctor Santuci, recordándole a ambos ser breves y concisos en sus planteamientos.

        —Haya sido el hombre creado por Dios o producto de la evolución, las funciones de los sistemas del cuerpo tienen el fin de conservar la vida a través de, digamos como ejemplo, la oxigenación, la micción, y la reproducción.

    —El hombre es un ser bio psico social —precisó entonces  la doctora Paz—, y el concepto reduccionista del sexo a su función perpetuadora de la especie ha sido superada hace mucho tiempo por la ciencia, al igual que la cultura popular sabe que se come no solo para reponer energía, sino también para el disfrute, pues se saborea con placer lo que bien se ha condimentado.

   —Ha sido precisamente la sociedad moderna, con la ruptura de las normas morales más elementales y universales, la que ha dado lugar acciones extremistas y anti naturales, como lo es la zoofilia.

   —Considera entonces, usted, que el ser humano, para conservar su estado natural, debe volver a comer carne cruda.

    —Claro que no.

   —La zoofilia estuvo presente en los albores de la humanidad, desde que el hombre logró domesticar a las primeras bestias.

    —No me consta.

    —En una cueva en el norte italiano se muestra una pintura de por lo menos ocho mil años antes de nuestra era, en lo cual un hombre está a punto de penetrar a un reno o caballo.

    —Todas las religiones han condenado el acto carnal con animales.

    —Historiadores como Píndaro, Herodotus y Plutarco afirmaron que los egipcios realizaban rituales religiosos de matiz sexual con cabras.

     —¡Puro paganismo! —dijo Prudencio Santuci para a continuación citar de memoria—:"Y no debes acostarte con bestias, haciéndote inmundo por ello, y tampoco mujer alguna debe acostarse con bestias; es perversión". Levítico dieciocho, veintitrés.

     —Acaten esta ley los judíos y creyentes cristianos, pero no se le quiera imponer esa ni ninguna otra norma bíblica a individuos ateos o de otras religiones.

    —Los actos de bestialismo no son solo un problema religioso, sino que están  considerados ilegales en legislaciones de muchos países, con severas sanciones a quienes los comentan.

    —También en muchos países se condena a muerte a los homosexuales.

    —La zoofilia es frecuente en materiales pornográficos.

    —Mucho menos que las relaciones sexuales entre mujeres y hombres.

    —A un animal objeto de un acto sexual no se le pide su consentimiento.

    —Como tampoco se la piden los biólogos, como usted, para usarlos en  experimentos científicos.

    —Eso se hace por el bienestar de la humanidad.

    —La zoofilia se hace para el placer de un individuo de esa humanidad.

    —Los animales abusados sexualmente, generalmente son maltratados.

    —Las estadísticas lo desmienten, doctor, y en todo caso, ese maltrato no es mayor que el que reciben los animales de trabajo o de exhibición.

    —¡Demuéstremelo…!

    Ante el acaloramiento que fue tomando el debate, el moderador se vio en la necesidad de intervenir. Dijo que el tiempo se había agotado, les agradeció al público su presencia y a los especialistas la exposición de sus ideas.

    —Pero este encuentro de criterios —manifestó—,  no se realizó con el fin de llegar a conclusiones definitivas, sino para que los presentes conozcan las diferentes  valoraciones éticas y científicas alrededor de la zoofilia, y que cada quien,  con conocimiento de causa, pueda actuar como mejor le parezca, pues para algo somos independientes o si lo prefieren —dijo sin poder evitar una cierta ironía—, Dios nos dio el libre albedrío.   

    Virtudes y Honorato salieron de allí y se fueron a tomar un café en un sitio bien acogedor. La estancia se prolongó y del café pasaron a los vinos.

    —Te agradezco que me hayas llevado al debate —le dijo Virtudes poniendo su mano sobre la de él—. Ya no me siento tan sucia ni perversa.

    —Me alegro.

    —Ahora sé que lo que hago no es tan malo como pensaba.

    —No es nada malo —le corrigió él, y ella le respondió con una sonrisa.

    —De todas formas, me gustaría encontrarme a un hombre con quien compartir, no solo la cama, sino también la vida.

    —¿Y cómo tendría que ser esa persona?

    Virtudes se llevó la copa a los labios, tomó un pequeño sorbo de vino y se mantuvo unos minutos pensativa antes de responder.

   —No sé —dijo y volvió a quedar en silencio—. No quiero hacer comparaciones con mi difunto novio, pero me gustaría un hombre como él, bueno, cariñoso y que me comprendiera.

    —¿No crees que yo pudiera ser ese hombre?

    Virtudes lo miró sorprendida ante aquella pregunta, y lo observó como si lo estuviera viendo por primera vez. Una vez más demoró en dar respuesta a aquella proposición, y lo hizo con otra simple pregunta:

    —¿Pudiéramos intentarlo?

    Esa noche fueron a la cama y todo marchó de maravillas. A partir de ahí, no fueron solamente una pareja perfectamente acoplada, sino un cuarteto bien llevado, en el que cada cual: Honorato, Virtudes, Bratislava y Checo, jugó su papel en determinados momentos, por lo que esta historia pudiera terminar como los cuentos antiguos, diciendo: "se casaron, vivieron felices y comieron perdices", pero antes de poner el punto final habría que acotar que al poco tiempo, Virtudes quedó embarazada el mismo día en que Bratislava parió dos cachorros de pura raza de perros lobos checoeslovacos.

 

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