Mi vida, más que vida, ha sido una mierda, periodista; y así y todo, usted quiere que se la cuente. Bueno, encienda ahí la grabadora.
Las condiciones de psicólogo y escritor (de ahí la confusión de mi entrevistado al identificarme como periodista) pudieran justificar el interés por explorar en determinados estratos sociales que, aunque presentes al doblar la esquina, generalmente ignoramos. Ahí están algunos de mis libros, con personajes protagonistas discapacitados físicos, retrasados mentales, individuos marginales y discriminados, y con desajustes en la conducta esperada por su sexo biológico; pero el testimoniante de este libro superaría con creces todo lo que yo podía imaginar de un ser aberrante. Llegó a mí de manera casual, y con él me adentré en un mundo escabroso, con normas de convivencias no convencionales, donde los límites entre la legalidad y la ilegalidad son endebles, fluctuantes, y con normas éticas, personales y sociales, no siempre decorosas ni cívicas, matizadas en él, con un franco desajuste mental.
Nos pasamos la vida luchando por alcanzar la felicidad, y quién sabe lo que es. ¿Lo sabe usted, periodista? La felicidad es como esas sombras que se ven en la oscuridad. Uno cree que es algo, y cuando enciende la luz, no era eso.
Noel Barceló era un hombrecillo de mediana estatura, poco fornido. Poseía un rostro duro, con evidentes rasgos de un cansancio mucho más allá del momento; dureza que se denotaba tanto por los surcos de su cara como por los numerosos tatuajes que le cubrían casi todo el cuerpo, que hacían su apariencia, francamente, repulsiva.
Yo a veces muevo el cigarro para que el humo haga formas diferentes. A veces son figuras bonitas, pero trate de agarrarlas para que usted vea. Así es la felicidad. Yo me pasé la vida tratando de vivir bien, a como fuera… de andar en la calle, libre, para ser feliz, y ya me ve, periodista, soy un guiñapo de hombre.
La primera vez que lo vi, sin que siquiera él se percatara, me dio temor y sentí alivio cuando paso de largo y se alejó. Después, cuando lo conocí y trabajamos juntos en las sesiones de entrevistas, pensé en decirle del miedo que me inspiró en aquella ocasión, pero nunca tuve la oportunidad. Ese día, mientras yo entrevistaba a otro sujeto, en aras de mi investigación, se supo que él pasaría por allí, y ello motivó que me contaran de sus macabras acciones. Todos esperaban su llegada, y ello era motivo para comentar, una vez y otra más, sobre su vida lúgubre. Quienes lo conocían, se sentían importantes por ello ante los neófitos que escuchábamos. Ese encuentro con él fue casual y breve. Barceló no debe haber advertido mi presencia, no obstante, cuando me alejé del lugar, me sentí aliviado. Indiferente a quienes lo mirábamos con curiosidad, admiración o temor, cruzó de largo y, agotado por una vida que ya le pesaba demasiado para sus escasas fuerzas, fue a lo suyo. Mi aprehensión, más que por su aspecto físico, estuvo motivada por el aura de leyenda que le rodeaba.
Nací en Santa Clara, en el hospital. Mi papá, a mí no me inscribió. Mi mamá fue la que me inscribió. Tengo los apellidos de mi mamá: Barceló García. Es un apellido que no es mucho. Tengo unos cuantos familiares: abuelo, abuela, sobrinos, siete hermanos. Yo soy el único que tiene el apellido Barceló de primero. Yo soy el tercero de mis hermanos. Dos hembras, una está casada en Roble y la otra está en mi casa, pero está divorciada; y cinco varones, dos casados, uno en Encrucijada y otro en Virginia, y dos están presos. Yo tengo un hijo y estoy aquí, con mi mujer, en el sanatorio.
Yo indagaba acerca de un niño huérfano, cuya madre había muerto a consecuencias del sida. Él lo supo y, aunque no era este el caso, se interesó en hablarme de su hijo y de su experiencia de padre. Al conocer algunos detalles de su vida, los derroteros literarios me llevaron por otros senderos, y Barceló aceptó de buena gana cooperar con mis nuevos propósitos.
Pregunte todo lo que usted quiera, periodista, que le voy a contar lo que ha sido mi vida: una mierda, pero es la mía y no tengo otra. Le juro que le voy a decir la pura verdad, porque a esta altura de mi vida, no tengo por qué decirle mentiras. Y a lo mejor mi experiencia le pueda servir a otros muchachos como fui yo, y que si no aprenden, se pueden descarriar y joderse. Pregunte, pregunte, que yo voy a ser un ejemplo de lo que no se debe hacer.
Sin proponérmelo, con mi interés en recoger su testimonio, le di a Noel Barceló la última de las pocas oportunidades que tuvo en su vida de sentirse importante.
Mi mamá tiene problemas de nervios. De ahí es de donde vienen los problemas míos de nervios. Cuando ella estaba embarazada de mí, cogió una cuchilla de afeitar y se picó todo el cuerpo. Quería estar con un hombre, que es el padre de mi hermana más chiquita, mi familia no quería, y entonces, no sé si fue con el objetivo de estar con el padre de mi hermana, que cogió y se picó todas las venas. Estuvo ingresada porque se desangró mucho, y eso fue estando embarazada de mí. Cuando tenía como seis meses de embarazo, intentó pegarse candela también. Será por eso que cogí ese trauma, y nací con ese problema. Yo he estado ingresado en el psiquiátrico cuatro veces.
"Le voy a ser franca con el historial de mi vida, porque mi vida no la tengo por qué negar. Yo era una mujer que paseaba mucho, me divertía mucho e inclusive, fui una mujer que estuve de reclusa, teniendo dos niños, a Mariano y a Felo, mis primeros dos hijos".
(Testimonio de la madre).
Ahora usted toma todo esto que yo le digo y le da forma, ¿verdad? Usted lo va a escribir como si fuera una novela o algo así, pero trate que le quede bonito para que muchas personas lo lean y no comentan las locuras que se me ocurrieron a mí.
El sonido de las sirenas de los autos patrulleros se hizo sentir con intensidad creciente hasta tapar la voz de Vicentico Valdés que, desde la victrola centellante de luces, rasgaba la cargada atmósfera de humo de cigarros en la rojiza penumbra del salón. Las parejas en medio de la pequeña pista cesaron el erótico bamboleo con el que se frotaban los cuerpos al ritmo de la melodía, mientras quienes se besaban en la complicidad de las mesas, se pusieron de pie.
―Tranquilos ―dijo el dueño del establecimiento aparentando una calma que no sentía.
La puerta que daba a la calle se abrió bruscamente y por ella aparecieron los primeros policías.
―¡Todos contra la pared! ―gritó el que parecía el jefe.
Las mujeres comenzaron a gritar y algunos parroquianos buscaron inútilmente la forma de huir. Vasos y botellas de cerveza cayeron de las mesas, mientras que los uniformados se hacían obedecer a empellones y culetazos de sus pistolas, y llevaron a todos hacía las paredes.
"Mi mamá, cuando joven, bailaba en bares".
(Testimonio de Magdalena, una de las hermanas).
Por mucho que intenté imaginarme los encantos pasados de aquella mujer, no logré verla joven y apetecible. De pequeña estatura, flaca y con el rostro cruzado de arrugas, aunque activa y enérgica, aceptó inicialmente ofrecerme los datos que le pedía. Así fue la primera vez que visité su humilde casa. El maltrato de una vida dura y azarosa, no la diferenciaba de otras mujeres del barrio, que salían a curiosear mi presencia por aquellas calles de tierra y perros flacos y mugrientos, pero la leyenda de su hijo, la hacía, de alguna manera, especial, y la presencia de un supuesto periodista interesado en escribir un libro con la historia sobre Barceló incrementaba, al menos de momento, la valoración social de aquella familia, aunque la duda y la desconfianza con que siempre debió enfrentar a los extraños, y el temor de que yo pudiera ser de la policía, la hizo cambiar en su actitud de cooperación. La segunda vez que la visité, me invitó a entrar y a tomar asiento en el único sillón en aquella reducida sala donde me dejó solo. Lo delgado de las viejas y carcomidas maderas del tabique que separaban el dormitorio de la sala, me permitieron oír el murmullo de lo que iba a suceder, y cuando diez minutos después vino la hija menor a decirme que la madre había salido por los patios del fondo a hacer una gestión, ya yo sabía que era inútil insistir.
"Después vine para donde estaba mi papá, me dio donde vivir, me dio un cuarto; comencé a fiestar de nuevo y un buen día salgo, y salgo en estado. Entonces me lo sentía en el vientre y no quise sacármelo, y lo que sea. Entonces me enfrento a mi papá y hablo con mi papá, y mi papá me dijo: hija, yo le doy el apellido mío, no te lo saques".
(Testimonio de la madre).
Mis dos hermanos mayores son hijos del mismo padre, después nací yo de uno solo, pero nunca me reconoció. Mi mamá era merolica. Cuando yo nací la ayudaba Bienestar Social.
"El hermano mayor, cuando se emborracha, le da por decirle a la madre que ella no quería a más ningún hijo, que nada más que quería a Noel, que ella es una descarada y por ahí para allá una pila de cosas. En sí, la vida de ella era Noel; ella halaba más para él que para los otros. Siempre: desde la prisión, desde estar sano. Será por una lástima. Un día me dijo que ella le tenía lástima a Noel por sus cosas, por sus locuras y eso y porque tampoco tenía papá, porque el padre nunca lo inscribió. A los otros hermanos, los padres si los han reconocido".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
A unos quinientos metros del mausoleo donde están los restos de Ernesto Che Guevara, se encuentra el hogar de su familia, una pequeña y humilde casa construida con recortes de madera y techo de lata. Ella sirvió para nuestros encuentros de trabajo. Cooperador y sencillo, me contó de su vida con ingenuidad y picardía. El recordar algunas de sus andanzas, le producía gracia y en esos momentos se le iluminaba el rostro con una media sonrisa breve y fugaz, pero rápidamente la expresión de cansancio con que lo conocí, volvía a adueñarse de él.
Después que yo obtuve la enfermedad, fue que mi padre vino a hablar conmigo. Antes nunca había hablado con él, aunque su familia me llevaba. Por parte de padre tengo quince hermanos. Mi padre tiene dos casas, un motor, y trabaja en el depósito de cerveza. Con estos hermanos no tengo relaciones.
"El abuelo era quien lo mimaba. El abuelo cuando lo veía venir corriendo era porque la madre le iba a dar y el abuelo se lo metía entre las piernas y entonces la madre le decía:
―No lo defiendas, no lo defiendas, que él es un mala cabeza.
Y le tiraba chancletazos y el abuelo se metía".
(Testimonio de Lauri, la esposa).
La veneración por el abuelo está presente en una borrosa foto, quizás la única que este señor se tomara en vida, enmarcada sobre una de las apolilladas paredes de la sala, y adornada con unas sucias flores de papel.
"Mira si él era así desde chiquito, que él cogía las lagartijas y las abría así por la mitad y le sacaba todo y después las cosía y decía: mira, esta camina, está viva. Tenía cosas malas en la cabeza, y sin embargo era buenísimo, bueno como un pan, y cuando tenía un amigo eso era hasta el final".
(Testimonio de Mariano, uno de los hermanos).
De niño, yo era muy inquieto y siempre estaba inventando. Dice mi mamá que tenía que estar todo el tiempo encima de mí. En la escuela era igual. Tercero me costó trabajo; cuarto, me costó... Repetí un año. Creo que fue quinto. No me gustaba estudiar. Fui a la secundaria Rubén Martínez Villena… a esa que le dicen Pedro Navajas, pero que se llama... No me acuerdo el nombre ahora. Después estuve en Provisional 62. Esta era en el campo, y tenía que trabajar en la agricultura. Una sola clase me gustaba estudiar, la Biología, los animales y eso, me gustaba. Esa y Artes Industriales... Esa que es con serrucho.
El director sintió la algarabía y se puso de pie. Ya la puerta de su oficina se abría. El profesor de Educación Física y el portero lo traían sujeto.
―¿Qué ocurrió ahora?
Barceló, rojo de ira y con el uniforme ajado, se le adelantó a sus acompañantes.
―La comemierda esa que se cree que yo me voy a dejar sopetear de ella.
―¡Cállate, Noel!
Entonces vino la explicación de los dos hombres que habían tenido que mediar para detener al muchacho.
Afuera, la secretaria y otras trabajadoras de la escuela consolaban a la profesora de Historia. Noel Barceló, se había molestado por el llamado de atención a sus constantes indisciplinas en el aula y agredió físicamente a la profesora, mientras que le profería insultos y amenazas.
El director del plantel estudiantil tuvo que intervenir en más de una ocasión ante las quejas por la conducta de este muchacho, pero ya aquello cruzaba los límites.
―Manden a buscar a su mamá para que se lo lleve de aquí ―ordenó el director y dirigiéndose entonces al muchacho, le dijo—. No puedes seguir en esta escuela.
Después que me botaron de la secundaria, fue que me ingresaron la primera vez en el psiquiátrico. Yo estaba en la casa y me tomé unas pastillas de parkinsonil. Dice la gente que andas por el aire y que uno ve mujeres desnudas. Entonces dije: "¡Ave, María!, me voy a tomar dos para ver mujeres desnudas". Fue la primera vez que yo tomé pastillas.
―Noel ―llamó el Tite desde el portal.
Las pestilencias que emanaban de la vieja y destartalada tenería, inundaban a su antojo el ambiente de la noche, por ello, las puertas de las casuchas que conformaban el barrio, solo se cerraban a esas horas; el resto del tiempo permanecían abiertas por el calor. El muchacho entró a la sala y continuó hasta el dormitorio. Tendido sobre uno de los camastros, Barceló oía la música del momento en el antiguo radio RCA Victor, que había sido de su abuelo.
―El tipo que vende está en el plan de pelota. Barceló se incorporó con rapidez y sin traslucir emoción alguna, pero ansioso y esperanzado, preguntó:
―¿A cómo valen esas pastillas?
Cuando eso estaban a peso. Ahora están a siete pesos. Compré dos, me tomé una y guardé la otra. Eso se reactiva con café. En casa de mi abuela no había café, pero había un colador ahí y cogí y le eché un poco de agua caliente y lo exprimí y dije: Lo voy a reactivar con esto, y me tomé la otra pastilla, y reactivé completo, y aquello empezó a darme visiones, pero que yo no sabía que eran visiones. Yo creía que estaba normal, porque la pastilla me lo hacía creer. Yo tenía trece años. Entonces fui para el terreno de jugar pelota y me senté ahí, a terminar de ver un partido.
―¡Out!
―¡Ganamos!
Cuando se acabó, se fue todo el mundo, y yo no podía pararme de la tierra. Yo estaba sentado y no me podía parar de la entumición en que me tenía la pastilla. Y ahí, ¡coño!, traté de pararme y me metí como media hora para hacerlo. Cuando me paré, había unas matas ahí cerquitica… se me transformaban en personas. Veía gente, amigos míos, ahí, ahí, y entonces, se desaparecían. Eran las pastillas que me tenían así, arrebatado. Fui a la casa y le dije a mi hermano:
―Oye, allá arriba, en la pelota, aquello estaba malo.
―¿Qué es lo que hay?
―Muchacho, ahí la gente son troncos de palo, se desaparecen y vuelven a ser troncos de palos.
―¡Oye, que tú estás loco, estás arrebatado!
―Vamos allá para que veas.
Y fue conmigo.
¡Pram!
―Mira, ese tronco de palo era ahorita un tipo. Vamos a sentarnos para ver como él vuelve.
Dice mi hermano:
―Mira, vamos echando para allá ―y me jaló por la mano. Le dije:
―Aguanta, aguanta.
Estaba corriendo aire y había un nylon blanco en el piso, encajado en la tierra y se meneaba.
―No te muevas, no te muevas.
Y se quedó así, como esperando, y me arrodillé y empecé a caminar.
Prácata, prácata, prácata, pensando que era una paloma. Y entonces cuando llegué, le fui arriba, ¡ah!, y lo que agarré fue el nylon.
―¡Ño!, se me fue, compadre.
―¿Que se fue qué? Mira, vamos para la casa ―dice mi hermano.
Entonces me llevó para la casa. Le dijo a mi mamá:
―Mira, este está medio loco, arrebatado, porque está diciendo que vio una paloma y era un nylon.
―¡Oye que sí vi una paloma!
Mi hermano que era un nylon y yo a que no, que era una paloma. Parece que mi mamá me vio medio de eso, y me dijo:
―Ven que te voy a bañar.
Mi mamá nunca me había bañado desde que... Yo nunca dejaba que me bañara. Y me bañó… y que sé yo, que sé cuándo... me vistió, y me dijo:
―Ve para la tienda ahora y tráeme un paquete de huevos.
Fui a la tienda, pero por el camino rompí el cartucho de huevos. Pram, me dio una zurra, pram y pram. Entonces me dio el dinero otra vez y me dijo:
―Ve de nuevo a la tienda.
Fui y otra vez y se me rompieron los huevos, entretenido ahí, parece que la pastilla me tenía loco, así. Yo no sabía cómo darle la cara a mi mamá. Si me dio una mano de palo ahorita por romper los huevos y me encargó que no los rompiera más, y ahora rompí estos... Estaba medio entretenido. La pastilla me tenían entretenido. Llegué a la casa y entonces mi mamá dice:
―Oye, con la situación, y rompiste los huevos otra vez.
Cuando empezó a darme golpes, me fui corriendo de la casa para el monte. Me fui a vivir para el monte.