CAPÍTULO DOS (Primera parte)
No sé porqué se me ocurrió que Nina Solís fuera presbiteriana ni que mandara a su hijo a estudiar a La Progresiva de Cárdenas, cuando yo no sé nada del presbiterianismo ni nunca he estado ni siguiera parado frente al edificio que ocupó este colegio. Hubiera sido mucho más fácil para mí que esta familia siguiera siendo católica, y que Camilo Alberto asistiera a la escuela que los Padres Misioneros Canadienses tenían en Colón, donde mi hermano y yo estudiamos. Ello me ha costado unas cuantas indagaciones.
Quizás la culpa la tuvo el pastor de Yaguajay. No dudo, que enterado de la posibilidad de que Camilo fuera a estudiar a un colegio de curas, el pastor interviniera por segunda vez en estos asuntos y convenciera a Nina Solís de que cambiara de opinión y gestionara el ingreso en un colegio de su fe. Ello me obligó ir un día a la casa de quien suponía pastor de Santa Clara y que al final resultó pastora, para que, a riesgo de que pretendiera convertirme, me instruyera de esta iglesia, y a la vez indagar por alguna persona que hubiera estudiado en La Progresiva. Ella no conocía a ninguno, pero había un hermano que sí podría saberlo, mas para encontrarme con él, debía ir el domingo al templo antes de que comenzara el culto.
Puntual crucé la verja.
El recortado césped de un verde para película, el estilo arquitectónico de la iglesia y lo pulcro del lugar me transportaron, y una vez más me vi en Kentucky. El hermano ya sabía de mi gestión y a disgusto suyo por no poder quedarme al oficio religioso, me dio la dirección de un exalumno de La Progresiva.
Después de dos intentos Cuca, están tocando.
fallidos, volví con la P Ya voy.
esperanza de que a la U LA MUJER REGRESA
tercera va la vencida. To- E Es el mismo hombre del
que decentemente la aldaba. R del otro día. ¿Le digo que
TAN, TAN, TAN. T no estás?
Y esperé. A No, deja. Voy a atenderlo.
Si este señor, pensé (omito
su nombre por pedido expre-
so de mi testimoniante), A mí ese hombre no me
estuviese y me ubicara P gusta ni le creo un comino
con respecto a la vida O el cuento de su novela.
dentro de aquel colegio, R Tengo que salir de esto.
podría comenzar a escribir Va a seguir
los acontecimientos insistiendo y no me le voy
vividos por Camilo en M a estar escondiendo todo
La Progresiva y no seguir, E el tiempo.
en aras de aprovechar D Ten cuidado con lo
el tiempo, alargando I que dices.
inútilmente este O Despreocúpate.
capítulo. ¡A esta altura de la
Toqué nuevamente. vida volverte a sacar que
TAN, TAN, TAN. estudiaste en un colegio
Y esperé. religioso.
SE ABRE LA PUERTA
─¿Conociste a Camilo Alberto Ramos Solís?
─Sí. Me acuerdo de él.
Camilo llegó a La Progresiva quince días después de haber comenzado el curso. Para trasladarse a Cárdenas, primero tomó el tren hasta Santa Clara y allí un ómnibus que lo llevó a la ciudad donde estaría los siguientes cinco años de su vida. Durante el trayecto, Nina Solís le fue recordando, como en un resumen, todos los principios, normas, valores y conductas que desde su alumbramiento el día de la penumbra, habíale inculcado. La intuición materna no suele equivocarse, y ella presentía que con aquel viaje, su hijo recorría el tramo final del camino a la adultez. A partir de entonces, Camilo enfrentaría la vida sin su tutela inmediato y directo, y con aquella cháchara del adiós definitivo a la infancia, pretendía afianzar las reglas que creía justas y valederas.
─Date a necesitar. Cuando te necesiten, te querrán.
Camilo también presentía la importancia del momento y ajeno al nuevo paisaje que se le insinuaba por la ventanilla del ómnibus, atendía disciplinadamente al testamento ético de su madre.
─Amigo de todos, pero en tu lugar. Ni viles, ni negros ni muertos de hambres.
Atrás quedaban las colinas del centro de la isla y, como la vida que se insinuaba ante él, la amplia llanura abríase sugerente de infinitas posibilidades.
─El estudio antes que todo. El estudio y la disciplina. Ya habrá tiempo para las diversiones.
Las clases habían comenzado y con las palabras de Nina Solís repiqueteándole a su lado, Camilo se vio atravesando la amplia explanada entre los edificios de La Progresiva. El lugar parecía desierto, y la paz, el orden y la limpieza que se respiraba bajo la fronda de los tamarindos por donde atravesaba, le fueron agradables a Nina Solís.
Se dirigieron a la administración y allí los atendió el director del plantel. Camilo puso sobre el piso la maleta de cartón en que llevaba sus pertenencias y se sentó en el butacón tapizado de rojo que le indicaron. Luego de las presentaciones, la entrega de documentos y algunas orientaciones de carácter general, con una estudiada amabilidad que al muchacho le resultó falsa, aquel señor de cuello y corbata lo invitó a reunirse con el Director del Internado.
─El te llevará a tu cuarto para que te instales mientras tu señora mamá termina algunos trámites administrativos.
El profesor Wilfredo conocía su trabajo. Desde joven trabajó en campamentos religiosos para adolescentes y ya hacía ocho años que se desempeñaba como el máximo responsable de la vida de los pupilos de aquel colegio. Una simple ojeada al nuevo alumno le sirvió para catar las condiciones personales del muchacho y supo que este no le causaría quebrantos; había, eso sí, una situación en los albergues que le preocupaba, pero queriéndose engañar a sí mismo con los preceptos democráticos de aquella escuela, concluyó que no era necesario mencionarla. Le dio la mano en señal de bienvenida y lo invitó a que lo acompañara.
─Ya los demás están ubicados en sus habitaciones, pero queda una cama en un cuarto.
El dormitorio de los varones estaba cerca y hacía allí se dirigieron. Tomaron la escalera y subieron a la segunda planta.
─Debajo duermen los de primaria. Tú estarás con los muchachos de Bachillerato y cuando llegues a quinto año, pasarás a otro albergue.
Al final de la escalera y hacia ambos lados del piso, se abría un pasillo circundado de puertas. Frente a una de ellas se pararon y el profesor Wilfredo la abrió. Lo invitó a pasar y tratando de restarle importancia al asunto, agregó:
─Aquí compartirás con otros dos pupilos que ya conocerás. Ahora ponte el uniforme para que te incorpores al aula. Después tendrás tiempo de acomodar tus cosas.
Cuando Camilo quedó solo, dio libertad a sus ojos, y estos recorrieron el local. Una amplia ventana se abría en una de sus paredes y dejaba entrar con profusión los rayos solares. Sobre la cama aún sin vestir que le pertenecería, puso la maleta, la abrió y sacó el pantalón gris y la camisa verde con un monograma bordado sobre el bolsillo y se los puso. Ya otras tantas veces lo había hecho en su casa y sabía de su figura ante el espejo del escaparate de la madre, pero esta vez, el acto de uniformarse revestía un matiz diferente y le pareció que crecía varios centímetros mientras lo hacía. Se arregló el pelo con la mano, tomó los libros y salió de nuevo al pasillo.
─Ya estoy listo.
Nina Solís se despidió con un beso en la mejilla y lo vio partir. Camilo, antes de desaparecer en otro de los edificios del plantel, sin perder el ritmo de su marcha junto al profesor Wilfredo, dirigió la cabeza por sobre su hombro derecho para sonreírle a la madre como última despedida, pero ya esta se alejaba hacia el portón de salida.
─A la hora del almuerzo me ves para ubicarte en la mesa del comedor que te corresponderá le dijo el Director de Internado cuando lo dejó en la puerta de su aula.
Fue entonces la profesora de Historia quien le dio la bienvenida, lo presentó a quienes serían sus condiscípulos y le indicó el pupitre que usaría durante todo el curso.
Camilo se sintió turbado mientras caminaba hasta su asiento, pues la mirada de todos los allí presentes, se dirigían a él, pero este sentimiento momentáneo y natural no enturbió la complacencia que sentía. Ubicado, uniformado y cronometrado, la vida allí, pensó Camilo, no le acarrearía problemas por los cuales temer. Sin embargo, el profesor Wilfredo no pensaba igual, y después de dejarlo en el aula fue a hablar con el director del colegio.
─Señor, usted sabe que la única cama disponible era en el cuarto de…
─Kike ─apuntó el director interrumpiéndolo─, un muchacho pobre que tenemos becado por sus capacidades deportivas.
─Y Guillermo.
─¿Qué ocurre con Guillermos?
─Quizás a la madre del alumno nuevo no le agrade que su hijo esté en ese cuarto.
─Todos somos iguales a los ojos de Dios ─sentenció el director dando por terminada aquella conversación.
Al postular la fe presbiteriana que todos somos iguales a los ojos de Dios, fue que, después de un amplio análisis del Consejo de la Iglesia gestora y promotora de aquella escuela, en el curso anterior al que Camilo llegó, se autorizó la matrícula de Guillermo Ruiz Ríos, y si bien el día de entrada al colegio, todos los padres que venían a traer a sus hijos lo miraron con sorpresa y mayor o menor grado de disgusto, hubo uno que pidió hablar inmediatamente con el director.
─Lo que le voy a decir es estrictamente confidencial.
─Despreocúpese, usted.
─Ese negro es hijo de una hermana mía de la que mi familia ni yo, queremos saber. Espero que usted sepa comprender porque no puedo dejar a mi hijo en este colegio.
Sin embargo, con su flema y labia, el director lo convenció a que dejara allí a su hijo y, sin que nadie lo supiera, mucho menos los protagonistas mismos, los dos primos compartieron vida y estudios en aquel recinto académico.
Esa primera noche de Camilo en La Progresiva, después del silencio que se imponía en los dormitorios cuando se apagaban las luces, tres de sus condiscípulos se introdujeron silenciosamente en el cuarto y fueron a cobrarle la novatada.
El untar el cuerpo con pasta de diente, echar talco en la cabeza o cualquier otra broma por el estilo a los nuevos alumnos, era un ritual conocido y permitido, y la indisciplina y revuelo en la primera noche de cada curso no se castigaba. Cuando se le hacía al grupo todo de ingreso al colegio, las bromas, como bautizo a la vida colectiva tenían un matiz inocente y ceremonial, mas cuando se le hacían a un muchacho que tenía la desgracia de llegar tardíamente, como en el caso de Camilo, la novatada adquiría un tinte de sadismo y crueldad.
Guillermo y Kike, sus compañeros de cuarto, se limitaron a hacerse los dormidos y no participaron en la andanada de cocotazos que llevaron a Camilo al borde del llanto, no por el castigo físico a que era sometido, sino por el vejamen y la frustración sentida por su impotencia ante la acometida.
─Vamos a salarlo ─dijo Antonio.
Salar a un compañero consistía en llevarlo al baño y tirarlo desnudo en el suelo para orinarle encima. Este era el penúltimo de los castigos en la escala de morbosidades ya que, si bien no dejaba de tener un carácter erótico, había otro que era expresión libidinosa de manifiesto contenido homosexual y que se conocía en el argot estudiantil con el apelativo de endulzar. A este extremo se llegaba en muy raras ocasiones y debían converger toda una serie de coincidencias: un proceso de previa excitación, un desarrollo creciente en las bromas de la novatada, el carácter pasivo‑masoquista del castigado, y, por ende y más fundamental, el tono francamente placentero de las quejas y quejidos del principiante. Fijado este con fuerza en el suelo, desnudo y bocabajo, después de brindarle una buena tunda de manotazos sobre los glúteos, arrodillados a su lado, los verdugos se masturban para dejarle caer el semen por todo el cuerpo.
─Para el baño.
─A salarlo.
Al oír aquello, Guillermo consideró que ya la broma era suficiente y negado a que a su nuevo compañero de cuarto le fueran a aplicar tal castigo, se incorporó en la cama y persuasivo, pero firme, exclamó:
─Dejen al muchacho.
─No te metas en esto que no es contigo ─dijo Antonio molesto por la intromisión.
Guillermo ya de pie, se le paró delante.
─Ya está bueno, primo.
─¿Primo de qué, negro de mierda?
El puñetazo voló como una saeta y descargó su fuerza sobre la cara del ofensor que fue a dar contra uno de los escaparates; antes de que pudiera recuperarse, Guillermo se le abalanzó y lo tiró al suelo. Kike también se había tirado de la cama e impidió que los otros dos se metieran en la riña.
─Tranquilos, ¿eh?
Sentado sobre el pecho de Antonio, Guillermo le sujetó las manos en el suelo y con una parsimonia propia de un lord inglés, le dijo:
─Lo de primo es un decir mío, pero lo de negro no te lo permito ─y le lanzó un escupitajo que fue a refrescarle el ardor del golpe en la mejilla cerca del ojo. De un salto se puso de pie y agregó─: Ahora vamos para el baño.
Allá fueron y se enredaron a los puñetazos hasta que las luces del pasillo se encendieron y el profesor Wilfredo lo atravesó marcando los pasos.
─¿Qué tú haces aquí? ─pero al verle el rostro, sin esperar respuesta, hizo otra pregunta─. ¿Qué te pasó en la cara?
─Me di un golpe con la puerta del escaparate y vine a echarme un poco de agua fría.
─Déjame ver.
Le tomó la cara por la barbilla y le miró los golpes.
─¿Quién más está aquí contigo?
Entonces fue la voz de Guillermo desde uno de los inodoros.
─Soy yo, profesor. Guillermo. Estoy haciendo una necesidad.
─Terminen y váyanse a acostar. Mañana hablaremos.
Al otro día, el profesor Wilfredo le contó al director lo sucedido. Este se reclinó en el asiento detrás de su buró y poniéndose las manos sobre el vientre con los dedos entrecruzados, le dijo:
─Hable con ellos. Que confiesen y reconozcan su culpa, sólo entonces castíguelos.
El profesor Wilfredo asintió con un leve movimiento de cabeza y fue a retirarse, pero el director lo detuvo.
─A esos dos muchachos trate de mantenerlos lo más alejados posible. No los relaciones ni para bien ni para mal.
─Tienen un reporte para este sábado ─les dijo antes de que Guillermo y Antonio salieran de su oficina en el edificio de los albergues.
Extrañados estos de que no se les pidiera que se dieran las manos como era la costumbre en estos casos, uno a cada lado del Director de Internado, sintieron los brazos de este sobre sus hombros.
─Y tengan cuidado con las puertas de los escaparates ─dijo y les sonrió con una expresión que los muchachos agradecieron.
Ese sábado, después de almuerzo, mientras que todos los pupilos, hembras y varones, se reunían en las áreas libres de La Progresiva, los castigados se dirigieron a sus respectivos cuartos. Al rato de estar allí, Guillermo sintió que se abría la puerta de la habitación.
─¿Y tú qué haces aquí? ¿No vas a bajar?
─No.
─Mira, primo, el castigo es mío.
─Pero la bronca fue por mí ─dijo Camilo y ni las gracias te he dado.
Guillermo se incorporó y reclinó la espalda en la cabecera de metal de la cama. Miró intrigado a Camilo y rascándose los primeros pelos encaracolados que le brotaban en el pecho, exclamó:
─Mira que tú eres raro.
Al regresar de las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, el profesor Wilfredo llamó a Camilo y le comunicó que había recibido una carta de su mamá pidiéndole airada que lo cambiara de cuarto. Entonces Camilo recordó la expresión de Nina Solís cuando, en los cuentos e impresiones de esos primeros meses en el colegio, le habló de Guillermo y de Kike.
─No desempaques para que te instales en otra habitación.
Camilo levantó la vista y buscó los ojos del director del internado. Quizás sin plena conciencia de que sería el primer acto de rebeldía contra la voluntad de su madre, no tuvo reparos en expresar su deseo.
─Profesor, yo preferiría quedarme donde estoy.
─Si es tu gusto... ─dijo y dejó inconclusa la frase de acatamiento─. Eres libre de elegir. Es un derecho que Dios te ha dado, pero debes escribir a tus padres y comunicarle tu decisión.
Camilo les escribía una carta a los padres todas las semanas. Ese sábado no pensaba salir en el permiso que tenían para ir libremente a la ciudad y después de la cena fría acostumbrada para la ocasión, se dirigió a su cuarto y comenzó la carta:
Cárdenas, 20 de septiembre de 1958.
Queridos papi y mami: Que al recibo de esta, quiera Dios que se encuentren bien...
Es que Kike estaba en Matanzas en unas competencias deportivas, y Guillermo, por su corpulencia física, prefería salir con los muchachos mayores.
Yo estoy bien. Como les decía en mi carta de la semana pasada, en tercer año comenzamos a dar tres asignaturas nuevas: Física, Psicología y Literatura Española. Ya hoy, a tres semanas de haber comenzado este curso, les puedo decir que la que más me gusta es Física...
Camilo sintió que se abría la puerta de su cuarto, dejó la escritura y levantó la cabeza para ver quién entraba.
─Me cambio de ropa en un segundo y nos vamos.
Era Guillermo acompañado de uno de sus amigos de quinto. Camilo los saludó levantando la mano y continuó escribiendo.
…y la que menos me gusta es Literatura, aunque la profesora explica muy bien.
─¿Y este qué? ─preguntó el de quinto mirando a Camilo.
─¡Ah, no sé! ─contestó Guillermo abotonándose la camisa.
Ya comenzamos también las prácticas del grupo de gimnástica y el lema que usaremos este curso es "mente sana en cuerpo sano".
─¿Por qué no lo llevamos?