domingo, 28 de febrero de 2021

Capítulo dos (primer parte)

CAPÍTULO DOS (Primera parte)

 

    No sé porqué se me ocurrió que Nina Solís fuera presbite­riana ni que mandara a su hijo a estudiar a La Progresiva de  Cárdenas, cuando yo no sé nada del presbiterianismo ni nunca  he estado ni siguiera parado frente al edificio que ocupó este colegio. Hubiera sido mucho más fácil para mí que esta familia siguiera siendo católica, y que Camilo Alberto asistiera a la escuela que los Padres Misioneros Canadienses  tenían en Colón, donde mi hermano y yo estudiamos. Ello me ha  costado unas cuantas indagaciones.

   Quizás la culpa la tuvo el pastor de Yaguajay.   No dudo, que enterado de la posibilidad de que Camilo  fuera a estudiar a un colegio de curas, el pastor interviniera por segunda vez en estos asuntos y convenciera a Nina  Solís de que cambiara de opinión y gestionara el ingreso en  un colegio de su fe. Ello me obligó ir un día a la casa de  quien suponía pastor de Santa Clara y que al final resultó  pastora, para que, a riesgo de que pretendiera convertirme,  me instruyera de esta iglesia, y a la vez indagar por alguna  persona que hubiera estudiado en La Progresiva. Ella no  conocía a ninguno, pero había un hermano que sí podría saberlo, mas para encontrarme con él, debía ir el domingo al  templo antes de que comenzara el culto.

   Puntual crucé la verja.

   El recortado césped de un verde para película, el estilo  arquitectónico de la iglesia y lo pulcro del lugar me transportaron, y una vez más me vi en Kentucky. El hermano ya sabía de mi gestión y a disgusto suyo por no poder quedarme  al oficio religioso, me dio la dirección de un exalumno de La  Progresiva.

 

 

 

 

Después de dos intentos                        Cuca, están tocando.

fallidos,  volví  con   la                 P        Ya voy.

esperanza de que a la                U         LA MUJER REGRESA

tercera   va  la  vencida.  To-       E        Es el mismo hombre del

que decentemente la aldaba.     R        del otro día. ¿Le digo que 

 TAN, TAN, TAN.                          T        no estás?

Y esperé.                                       A       No,  deja.  Voy a atenderlo.

Si este señor, pensé (omito

su nombre por pedido expre-

so   de   mi  testimoniante),                     A mí ese hombre no me

estuviese  y me ubicara                 P       gusta ni le creo  un comino

con respecto a la vida                    O       el cuento de su novela.

dentro de aquel colegio,                R       Tengo  que  salir  de esto.

podría  comenzar  a escribir                    Va  a  seguir

los  acontecimientos                                insistiendo  y no me le voy

vividos por Camilo en                    M       a  estar  escondiendo  todo

 La Progresiva y no seguir,           E       el tiempo.

en  aras  de aprovechar                D       Ten  cuidado  con lo

el   tiempo, alargando                    I        que dices.

inútilmente  este                            O      Despreocúpate. 

  capítulo.                                                ¡A esta altura  de la

  Toqué nuevamente.                             vida  volverte a  sacar que

  TAN, TAN, TAN.                                   estudiaste  en  un  colegio

     Y esperé.                                            religioso.

                                      SE ABRE LA PUERTA

    ─¿Conociste a Camilo Alberto Ramos Solís?

    ─Sí. Me acuerdo de él.

   Camilo llegó a La Progresiva quince días después de haber  comenzado el curso. Para trasladarse a Cárdenas, primero tomó el tren hasta Santa Clara y allí un ómnibus que lo llevó a la  ciudad donde estaría los siguientes cinco años de su vida.  Durante el trayecto, Nina Solís le fue recordando, como en un  resumen, todos los principios, normas, valores y conductas que desde su alumbramiento el día de la penumbra, habíale inculcado. La intuición materna no suele equivocarse, y ella presentía que con aquel viaje, su hijo recorría el tramo  final del camino  a la adultez. A partir de entonces, Camilo enfrentaría la vida sin su tutela inmediato y directo, y  con aquella cháchara del adiós definitivo a la infancia,  pretendía afianzar las reglas que creía justas y valederas.

    ─Date a necesitar. Cuando te necesiten, te querrán.

   Camilo también presentía la importancia del momento y  ajeno al nuevo paisaje que se le insinuaba por la ventanilla  del ómnibus, atendía disciplinadamente al testamento ético de  su madre.

    ─Amigo de todos, pero en tu lugar. Ni viles, ni negros  ni muertos de hambres.

   Atrás quedaban las colinas del centro de la isla y, como  la vida que se insinuaba ante él, la amplia llanura abríase  sugerente de infinitas posibilidades.

    ─El estudio antes que todo. El estudio y la disciplina.  Ya habrá tiempo para las diversiones.

   Las clases habían comenzado y con las palabras de Nina Solís repiqueteándole a su lado, Camilo se vio atravesando la  amplia explanada entre los edificios de La Progresiva. El  lugar parecía desierto, y la paz, el orden y la limpieza que  se respiraba bajo la fronda de los tamarindos por donde  atravesaba, le fueron agradables a Nina Solís.

   Se dirigieron a la administración y allí los atendió el  director del plantel. Camilo puso sobre el piso la maleta de  cartón en que llevaba sus pertenencias y se sentó en el butacón tapizado de rojo que le indicaron. Luego de las  presentaciones, la entrega de documentos y algunas orientaciones de carácter general, con una estudiada amabilidad que al muchacho le resultó falsa, aquel señor de cuello y corbata lo invitó a reunirse con el Director del Internado.

    ─El te llevará a tu cuarto para que te instales mientras tu señora mamá termina algunos trámites administrativos.

   El profesor Wilfredo conocía su trabajo. Desde joven trabajó en campamentos religiosos para adolescentes y ya  hacía ocho años que se desempeñaba como el máximo responsable  de la vida de los pupilos de aquel colegio. Una simple ojeada  al nuevo alumno le sirvió para catar las condiciones persona­les del muchacho y supo que este no le causaría  quebrantos; había, eso sí, una situación en los albergues que le preocupaba, pero queriéndose engañar a sí mismo con los preceptos  democráticos de aquella escuela, concluyó que no era necesario mencionarla. Le dio la mano en señal de bienvenida y lo  invitó a que lo acompañara.

    ─Ya los demás están ubicados en sus habitaciones, pero  queda una cama en un cuarto.

   El dormitorio de los varones estaba cerca y hacía allí se  dirigieron. Tomaron la escalera y subieron a la segunda planta.

    ─Debajo duermen los de primaria. Tú estarás con los  muchachos de Bachillerato y cuando llegues a quinto año, pasarás a otro albergue.

   Al final de la escalera y hacia ambos lados del piso, se  abría un pasillo circundado de puertas. Frente a una de ellas  se pararon y el profesor Wilfredo la abrió. Lo invitó a pasar  y tratando de restarle importancia al asunto, agregó:

    ─Aquí compartirás con otros dos pupilos que ya conocerás. Ahora ponte el uniforme para que te incorpores al  aula. Después tendrás tiempo de acomodar tus cosas.

   Cuando Camilo quedó solo, dio libertad a sus ojos, y estos  recorrieron el local. Una amplia ventana se abría en una de  sus paredes y dejaba entrar con profusión los rayos solares. Sobre la cama aún sin vestir que le pertenecería, puso la  maleta, la abrió y sacó el pantalón gris y la camisa verde  con un monograma bordado sobre el bolsillo y se los puso. Ya  otras tantas veces lo había hecho en su casa y sabía de su  figura ante el espejo del escaparate de la madre, pero esta  vez, el acto de uniformarse revestía un matiz diferente y le  pareció que crecía varios centímetros mientras lo hacía. Se  arregló el pelo con la mano, tomó los libros y salió de nuevo  al pasillo.

    ─Ya estoy listo.

   Nina Solís se despidió con un beso en la mejilla y lo vio  partir. Camilo, antes de desaparecer en otro de los edificios  del plantel, sin perder el ritmo de su marcha junto al profesor Wilfredo, dirigió la cabeza por sobre su hombro  derecho para sonreírle a la madre como última despedida, pero  ya esta se alejaba hacia el portón de salida.

    ─A la hora del almuerzo me ves para ubicarte en la mesa  del comedor que te corresponderá  le dijo el Director de  Internado cuando lo dejó en la puerta de su aula.

   Fue entonces la profesora de Historia quien le dio la  bienvenida, lo presentó a quienes serían sus condiscípulos y  le indicó el pupitre que usaría durante todo el curso.  

   Camilo se sintió turbado mientras  caminaba hasta su  asiento, pues la mirada de todos los allí presentes, se  dirigían a él, pero este sentimiento momentáneo y natural no  enturbió la complacencia que sentía. Ubicado, uniformado y  cronometrado, la vida allí, pensó Camilo, no le acarrearía  problemas por los cuales temer. Sin embargo, el profesor  Wilfredo no pensaba igual, y después de dejarlo en el aula  fue a hablar con el director del colegio.

    ─Señor, usted sabe que la única cama disponible era en el cuarto de…

   ─Kike ─apuntó el director interrumpiéndolo─, un muchacho pobre que tenemos becado por sus capacidades deportivas.

    ─Y Guillermo.

    ─¿Qué ocurre con Guillermos?

   ─Quizás a la madre del alumno nuevo no le agrade que su hijo esté en ese cuarto.

    ─Todos somos iguales a los ojos de Dios ─sentenció el director dando por terminada aquella conversación.

     Al postular la fe presbiteriana que todos somos iguales a los ojos de Dios, fue que, después de un amplio análisis del Consejo de la Iglesia gestora y promotora de aquella escuela, en el curso anterior al que Camilo llegó, se autorizó la  matrícula de Guillermo Ruiz Ríos, y si bien el día de entrada  al colegio, todos los padres que venían a traer a sus hijos  lo miraron con sorpresa y mayor o menor grado de disgusto,  hubo uno que pidió hablar inmediatamente con el director.

    ─Lo que le voy a decir es estrictamente confidencial.

    ─Despreocúpese, usted.

    ─Ese negro es hijo de una hermana mía de la que mi familia ni yo, queremos saber. Espero que usted sepa comprender  porque no puedo dejar a mi hijo en  este colegio.  

   Sin embargo, con su flema y labia, el director lo convenció a que dejara allí a su hijo y, sin que nadie lo supiera, mucho menos los prota­gonistas mismos, los dos primos compartieron vida y estudios  en aquel recinto académico.

   Esa primera noche de Camilo en La Progresiva, después del  silencio que se imponía en los dormitorios cuando se apagaban  las luces, tres de sus condiscípulos se introdujeron silenciosamente en el cuarto y fueron a cobrarle la novatada.

   El untar el cuerpo con pasta de diente, echar talco en la  cabeza o cualquier otra broma por el estilo a los nuevos  alumnos, era un ritual conocido y permitido, y la indisciplina y revuelo en la primera noche de cada curso no  se castigaba. Cuando se le hacía al grupo todo de ingreso al colegio, las bromas, como bautizo a la vida colectiva tenían un matiz inocente y ceremonial, mas cuando se le hacían a un  muchacho que tenía la desgracia de llegar tardíamente,  como  en el caso de Camilo, la novatada adquiría un tinte de  sadismo y crueldad.

   Guillermo y Kike, sus compañeros de cuarto, se limitaron a  hacerse los dormidos y no participaron en la andanada de  cocotazos que llevaron a Camilo al borde del llanto, no por el castigo físico a que era sometido, sino por el vejamen y  la frustración sentida por su impotencia ante la acometida.

    ─Vamos a salarlo  ─dijo Antonio.

   Salar a un compañero consistía en llevarlo al baño y  tirarlo desnudo en el suelo para orinarle encima. Este era el  penúltimo de los castigos en la escala de morbosidades ya que, si bien no dejaba de tener un carácter erótico,  había otro que era expresión libidinosa de manifiesto contenido homosexual y que se conocía en el argot estudiantil con  el apelativo de endulzar. A este extremo se llegaba en muy  raras ocasiones y debían converger toda una serie de coincidencias:  un  proceso  de previa  excitación,  un  desarrollo  creciente en  las  bromas de la novatada, el carácter pasivo‑masoquista del castigado, y, por ende y más fundamental, el tono francamente placentero de las quejas y quejidos del principiante. Fijado este con fuerza en el suelo, desnudo y bocabajo, después de brindarle una buena tunda de manotazos sobre  los glúteos,  arrodillados a su lado, los verdugos se masturban para dejarle caer el semen por todo el cuerpo. 

    ─Para el baño.

    ─A salarlo.

   Al oír aquello, Guillermo consideró que ya la broma era  suficiente y negado a que a su nuevo compañero de cuarto le  fueran a aplicar tal castigo, se incorporó en la cama y  persuasivo, pero firme, exclamó:

    ─Dejen al muchacho.

    ─No te metas en esto que no es contigo  ─dijo Antonio  molesto por la intromisión.

   Guillermo ya de pie, se le paró delante.

    ─Ya está bueno, primo.

    ─¿Primo de qué, negro de mierda?

   El puñetazo voló como una saeta y descargó su fuerza sobre  la cara del ofensor que fue a dar contra uno de los  escaparates; antes de que pudiera recuperarse, Guillermo se  le abalanzó y lo tiró al suelo. Kike también se había tirado  de la cama e impidió que los otros dos se metieran en la  riña.

    ─Tranquilos, ¿eh?

   Sentado sobre el pecho de Antonio, Guillermo le sujetó las  manos en el suelo y con una parsimonia propia de un lord  inglés, le dijo:

    ─Lo de primo es un decir mío, pero lo de negro no te lo  permito  ─y le lanzó un escupitajo que fue a refrescarle el ardor del golpe en la mejilla cerca del ojo. De un salto se  puso  de pie y agregó─:  Ahora vamos para el baño.

   Allá fueron y se enredaron a los puñetazos hasta que las  luces del pasillo se encendieron y el profesor Wilfredo lo  atravesó marcando los pasos.

    ─¿Qué tú haces aquí?  ─pero al verle el rostro, sin  esperar respuesta, hizo otra pregunta─.  ¿Qué te pasó en la  cara?

    ─Me di un golpe con la puerta del escaparate y vine a  echarme un poco de agua fría.

    ─Déjame ver.

   Le tomó la cara por la barbilla y le miró los golpes.

    ─¿Quién más está aquí contigo?

   Entonces fue la voz de Guillermo desde uno de los  inodoros.

    ─Soy yo, profesor. Guillermo. Estoy haciendo una  necesidad.    

    ─Terminen y váyanse a acostar. Mañana hablaremos.

   Al otro día, el profesor Wilfredo le contó al director lo sucedido. Este se reclinó en el asiento detrás de su buró y  poniéndose las manos sobre el vientre con los dedos entrecruzados, le dijo:

    ─Hable con ellos. Que confiesen y reconozcan su culpa,  sólo entonces castíguelos.

   El profesor Wilfredo asintió con un leve movimiento de  cabeza y fue a retirarse, pero el director lo detuvo.

    ─A  esos  dos  muchachos  trate  de mantenerlos lo más alejados posible. No los relaciones ni para bien ni para mal.

    ─Tienen un reporte para este sábado  ─les dijo antes de  que Guillermo y  Antonio salieran de su oficina en el edificio  de los albergues.

   Extrañados estos de que no se les pidiera que se dieran  las manos como era la costumbre en estos casos, uno a cada  lado del Director de Internado, sintieron los brazos de este  sobre sus hombros.

    ─Y tengan cuidado con las puertas de los escaparates   ─dijo y les sonrió con una expresión que los muchachos  agradecieron.

   Ese sábado, después de almuerzo, mientras que todos los  pupilos, hembras y  varones, se reunían en las áreas libres  de La Progresiva, los castigados  se dirigieron a sus  respectivos cuartos. Al rato de estar allí, Guillermo sintió  que se abría la puerta de la habitación.

    ─¿Y tú qué haces aquí? ¿No vas a bajar?

    ─No.

    ─Mira, primo, el castigo es mío.

    ─Pero la bronca fue por mí  ─dijo Camilo  y ni las  gracias te he dado.

   Guillermo se incorporó y reclinó la espalda en la cabecera  de metal de la cama. Miró intrigado a Camilo y rascándose los  primeros pelos encaracolados que le brotaban en el pecho,  exclamó:

     ─Mira que tú eres raro.

   Al  regresar de las  vacaciones de Navidad y  Año Nuevo, el  profesor Wilfredo llamó a Camilo y le comunicó que había  recibido una carta de su mamá pidiéndole airada que lo cambiara de cuarto. Entonces Camilo recordó la expresión de  Nina Solís cuando, en los cuentos e impresiones de esos  primeros meses en el colegio, le habló de Guillermo y de  Kike.

     ─No desempaques para que te instales en otra habitación.

   Camilo levantó la vista y buscó los ojos del director del  internado. Quizás sin plena conciencia de que sería el primer  acto de rebeldía contra la voluntad de su madre, no tuvo  reparos en expresar su deseo.

    ─Profesor, yo preferiría quedarme donde estoy.

    ─Si es tu gusto...  ─dijo  y dejó inconclusa la frase  de acatamiento─.  Eres libre de elegir. Es un derecho que  Dios te ha dado, pero debes escribir a tus padres y  comunicarle tu decisión.

   Camilo  les escribía una carta a los padres todas las  semanas. Ese sábado no pensaba salir en el permiso que tenían  para ir libremente a la ciudad y después de la cena fría  acostumbrada para la ocasión, se dirigió a su cuarto y comenzó la carta:

       Cárdenas, 20 de septiembre de 1958. 

       Queridos papi y mami: Que al recibo de esta, quiera Dios  que se encuentren bien...

   Es que Kike estaba en Matanzas en unas competencias deportivas, y Guillermo, por su corpulencia física, prefería salir  con los muchachos mayores.

       Yo estoy bien. Como les decía en mi carta de la semana pasada, en tercer año  comenzamos a dar tres asignaturas nuevas: Física, Psicología y Literatura  Española. Ya hoy, a tres semanas de haber comenzado este curso, les puedo  decir que la que más me gusta es Física... 

   Camilo sintió que se abría la puerta de su cuarto, dejó la  escritura y levantó la cabeza para ver quién entraba.

    ─Me cambio de ropa en un segundo y nos vamos.  

   Era Guillermo acompañado de uno de sus amigos de quinto. Camilo los saludó levantando la mano y continuó escribiendo.

       …y la que menos me gusta es Literatura, aunque la profesora explica muy bien.

    ─¿Y este qué?  ─preguntó el de quinto mirando a Camilo.

    ─¡Ah, no sé!  ─contestó Guillermo abotonándose la  camisa.

       Ya comenzamos también las prácticas del grupo de gimnástica y el lema que usaremos este curso es "mente sana en cuerpo sano".

    ─¿Por qué no lo llevamos?

 

martes, 23 de febrero de 2021

Capítulo uno (segunda parte y final)

CAPITULO UNO (SEGUNDA PARTE Y FINAL)

  María Dolores Solís, casada en Santa Clara con un rico y católico comerciante, había venido no sólo para atender directamente a su hermana en los primeros días posteriores al parto, sino también por el reclamo de Gustavo ante la inesperada conducta de su esposa.

    ─¿Por qué rosada, Lolita?

    ─Eso no importa, Nina.

    ─¡Claro que sí importa!

   Nina Solís había descubierto que su hijo dormía con un abriguito de lana rosada, y molesta por la imprudencia de su hermana, fue hasta el canastillero, buscó una pieza azul y se la cambió.

    ─En la vida hay normas y principios que no se pueden violentar.

   Lolita sabía que aquella expresión de su hermana, celosa de velar por los valores sociales, era por haber violado el luto por la muerte del padre con la fiesta con la que celebró su boda.

    ─Es muy joven  ─justificó por entonces la madre.

    ─Desde que se nace, hay que saber comportarse.

   Fue de nuevo al escaparate del bebé y buscó las prendas rosadas que Lolita había traído de las trillizas e hizo un  bulto con ellas para regalárselas a una sobrina de Olga segura de que en su vientre no habría un nuevo embarazo.

   Sabedora Aida María de que Nina Solís no la visitaría  primero y, deseosa de conocer a Camilo y establecer comparaciones, inmediatamente después de cumplida la cuarentena, visitó a su suegra y al día siguiente se preparó para llevarme a casa de la esposa de Gustavo Ramos. Me bañó, entalcó y vistió de blanco para que resaltara no sólo lo sonrosado de mi piel, sino también la inesperada pelusa dorada que comenzaba a cubrir mi cabeza. El azabache prendido sobre el pectoral izquierdo, unos toques de Agua de Violeta Rusa y una caja de talco Meneen que en mi nombre se le llevaría a Camilo, cumplían los formalismos del acontecimiento.

  En el momento de salir, se apareció inoportunamente mi hermano y se antojó que también lo llevaran a él. Hubo que bañarlo de prisa y vestirlo de limpio, pero ya entonces no bastaría la muchachita que iba a acompañar a mi madre, y tía Julita tuvo que incorporarse a la comitiva. Tanta demora hizo que ya en camino a la casa de la amiga, me orinara. Se dudó de continuar o regresar, pero como el atraso haría perder lo oportuno de la hora, se decidió seguir sin saber que además de orinar, me entrarían deseos de defecar, lo que hice con abundancia y complacencia en el momento en que ya se tocaba en la puerta de Nina Solís. Casi sin poder saludar, tuvieron que cambiarme sobre el sofá de la sala, y el olor, el dulce olor de mi deposición, cubrió el sutil aroma de la Violeta Rusa, inundó el ambiente y agredió la pituitaria de los presentes. Hubiera podido pensar que había estropeado la recepción, pero mi hermano, solidario como siempre, vino a compartir el origen de los males.

   Mientras tía Julita buscaba atareada por el suelo un imperdible que se había caído, Tata se escabulló solapadamente de la habitación y fue a dar al cuarto del bebé. Abrió el mosquitero, puso los pies en el borde inferior de la baranda y se encaramó para ver a Camilo, que dormido, era ajeno al peligro que le amenazaba; pero como el tamaño de dos años no le eran suficientes, mi hermano tuvo que impulsarse para tener un mejor punto de mira, mas no supo medir la intensidad de la fuerza necesaria o, cabezón como era, el contrapeso de su cuerpo le fue incontrolable y se metió de clavado al interior de la cuna. A sus gritos acudieron anfitriona y visitantes y le vieron con las piernas batiendo en el aire. Mami lo reprendió fuertemente y amenazó para cuando llegaran a la casa. De seguro debe haberlo pellizcado, pero mi madre ya vieja, se pone molesta cuando le decimos que de niños ella nos pellizcaba. Nina Solís, después de comprobar que a Camilo no le había ocurrido nada, dijo que no tenía importancia, y tía Julita tuvo motivos para reírse y comentar percances famosos en la historia de la familia. Pero no por esto, la reunión frustró la satisfacción que mi madre esperaba; la verdadera causa de su descontento fue que Camilo había aumentado más que yo, daba mejores noches que yo, tenía mejor control de sus esfínteres que yo, y era, en todos los sentidos, mejor que yo. 

   Derrotada en el primer lance, Aida María se hubiera retirado gustosa de la contienda, pero había lanzado el reto con su aparente inocente visita y ahora debía atenerse a las consecuencias. Nina Solís, por su parte, descubrió la posibilidad que su hijo le brindaba para enaltecer su orgullo y se decidió a explotarla. Con mi orinada y las lágrimas de mi hermano se firmó el pacto entre madre e hijo. Camilo Alberto, parece que por algún raro instinto humano aún no descubierto por la Ciencia, supo desde ese día que si bien nunca encontraría verdadero afecto maternal, su aceptación dependería única y exclusivamente de su conducta recta, justa, equilibrada y pertinente. A partir de entonces Nina Solís lo querría de alguna manera, y él, en cambio debía ser siempre perfecto. De verás que por ello no le guardo rencor alguno. ¿Qué no haría un hijo por lograr el amor de su madre? Así lo comprendí siempre, y el asunto es que Camilo Alberto gateó antes que yo. Balbuceó, caminó y comió de su mano unas semanas antes de que yo lograra hacerlo. Dejó de orinarse en la cama mucho antes de que yo ni siquiera lo dejara de hacer sobre quien me tuviera cargado. No se enfermaba nunca, y aunque yo tampoco lo hacía, no se ahogó con un botón a los once meses ni padeció de difteria a los dos años. Mucho menos metió las manos en el pastel del primer cumpleaños y se dejó retratar sin llorar. Camilo Alberto siempre fue más formal, adelantado y comedido que yo, pero en lo que si no hubo parangón alguno fue en el asunto de hablar.

   A los tres años, mi padre tuvo que pagarle diez pesos a un médico especialista de la capital de la provincia para que determinara si yo era sordomudo, pues a esa edad no había articulado el primer sonido aún y, como siempre estaba entretenido, bien parecía que no oía los ruidos a mi alrededor.

   De pequeño, la manejadora de turno me llevaba con frecuencia a jugar a casa de Camilo, después lo hice solo durante un tiempo, pero antes de contar por qué, con mucho tacto y discreción, se me declaró niño "non grato" prohibiéndoseme la familiaridad con Camilo, déjenme hacer una digresión de la historia central y explicar cómo fue que dejé de tener manejadora; en definitiva, en el Universo  todos los hechos están  concatenados entre  sí  y aquí, el no tener manejadora, determinó la pérdida frecuente de contacto con quien, por haber nacido el mismo día y hora que yo, le decían mi gemelo.

   El asunto es que teniendo seis años se había contratado a una muchachita de unos doce o trece años para que me cuidara, pero esta con frecuencia se entretenía o dedicaba a realizar otras tareas en la casa. En una de esas ocasiones, mi madre le preguntó por mí, y ella respondió que no sabía dónde estaba, y ante los reclamos de su patrona, con la mayor ingenuidad e inocencia del mundo, contestó que ya yo estaba muy crecido para que tuvieran que estar detrás de mí todo el tiempo y puso como ejemplo el caso de sus hermanitos que desde los tres o cuatro años se cuidaban solos. Mi madre comprendió que la muchacha tenía razón, la despidió y, como quien dice, me echó al mundo por segunda vez.

   No sé si por verme libre de dos ojos velando todas mis acciones o si por un reclamo propio de la edad, a partir de entonces me entró una gran curiosidad sexual y no perdía oportunidad para enseñarle los órganos genitales a mis compañeros de juego, ver los de ellos o hacer algún que otro reconocimiento táctil sin graves consecuencias para la moral de la familia ni para mi desarrollo psicosexual futuro. Parece que esta manía mía fue pronto del dominio público y llegó a los oídos siempre alertas de Nina Solís. Sin pruebas tangibles del peligro que corría Camilo en mi compañía, Nina Solís se limitó por entonces a mantener una férrea vigilancia cuando su hijo y yo nos reuníamos a jugar, hasta que un día tuvo un indicio de lo que creyó la materialización del hecho punitivo y me prohibió la entrada a su casa.

   Camilo y yo habíamos estado jugando con unos carritos en el  portal, y ella misma nos llamó a la cocina para que   merendáramos. Nos dejó sentados a la mesa del comedor con nuestros respectivos vasos de champola y varios pedazos de pan untados de salsa mayonesa cuando  su esposo  reclamó de su  presencia un momento  en el mostrador  de  los Almacenes Ramos y Solís. Merendamos, y entonces Camilo me invitó para ir hasta el fondo del patio y subirnos en la mata de chirimoya. Corrimos allá y creyéndonos monos, nos divertimos de lo lindo cambiándonos de una rama a otra. La diversión se prolongó hasta que Camilo oyó la voz de su madre, quien preocupada de lo que pudiera estar ocurriendo, nos buscaba registrando en el baño, detrás de los escaparates, debajo de las camas y en cuanto sitio se le ocurrió que yo podía haber seleccionado para pervertir a su hijo. Camilo supo calibrar el tono severo y autoritario de la madre, descendió del árbol y para mostrarse lo más presentable posible, en mala hora se le ocurrió arreglarse la ropa mientras se dirigía a la casa.

   Ver Nina Solís venir a su hijo del fondo del patio metiéndose la camisa por dentro del pantalón seguido por mí, ruborizado por el sol, excitado por el juego y con la ropa ajada, intuyó erróneamente que había ocurrido lo que tanto ella temía, sin saber que hacía tiempo, y siempre a petición de Camilo, que conste, nosotros habíamos comparado ya nuestros respectivos rabitos en más de una ocasión.

   De adulto, siempre creí que este hecho había sido determinante en el desenvolvimiento posterior de la infancia de mi amigo, pero con el paso de los años, una cierta formación científica que me permite analizar la conducta de los seres humanos y, sobre todo, por una visión distante e imparcial de la situación, creo que de todas formas Camilo se hubiera criado aislado de sus coetáreos: había de base una madre perfeccionista, rígida y autoritaria.

   Camilo nunca participó en juegos colectivos, y no porque tuviera obligaciones en el negocio del padre, ya que en esa época, hasta los hijos de padres más ricos, además de ir a la escuela, teníamos que trabajar de alguna manera; es que a Camilo tampoco se le permitía salir de la casa ni reunirse con otros muchachos a jugar.

    ─Para que estés mataperreando por ahí, siempre hay tiempo  ─le decía Nina Solís, y él, sediento de aprobación, acataba de buen gusto los criterios de la madre.

   La bicicleta de Camilo permaneció por años impecable, nunca otro niño la montó, ni él la de otros. Nunca fue a bañarse al río, sino en raras ocasiones en compañía siempre de su padre. Nunca se fajó, nunca robó mangos, nunca cazó tomeguines por los potreros de guinea, ni nunca, ya mayorcito, salió de noche con el grupo de varones a buscar yeguas, chivas, carneras o puercas amarradas por la franja de la línea.

   Del hogar a la escuela y de esta al hogar. Los fines de semana, cuando llegaba el jamaiquino a darnos las clases de inglés, Camilo venía a mi casa, pero terminada la lección, se retiraba puntual. Nunca participó en las maldades, a veces crueles, que le hacíamos al pobre teacher. Nunca salió de excursión por la zona ni fue a la finca de mi padre en la caterva de muchachos que este acostumbraba a llevar en el jeep.

   La infancia de Camilo fue, desde mi punto de vista, gris y aburrida, aunque él, con su paciencia y estoicismo, logró verla al menos con un tenue tono rosado...Perdón, rosado no: azul. Camilo no era pedante como su hermano Gustavo, siempre exhibía una amplia sonrisa y disfrutaba la vida viéndonosla disfrutar a sus compañeros. Su madre se vanagloriaba de él, y él era feliz sólo por ello. Nina Solís también vivía orgullosa de Gustavito, pero sólo porque existía, sin pedirle nada a cambio. Gustavito era harina  de otro costal,  y no me

interesa por ahora hablar de él.

   Un curso, y por esa sola vez, hubo una dispensa del Señor Ministro de Educación, y si nos preparábamos bien, en septiembre podríamos hacer la prueba de ingreso al Bachillerato con sólo once años y medio. Fue por ello que se levantaron las sanciones, y Camilo y yo tuvimos unos meses de mucha intimidad, pues todo el tiempo disponible debíamos dedicarlo a estudiar juntos. Descubrí entonces en él muchos valores humanos unidos a su magnífica colección del Tesoro de la Juventud, y con ella en las manos, comprendí porqué Camilo nunca necesitó salir de la casa para tener una sonrisa tan fresca y sincera. 

    Nina Solís prefería que estudiáramos bajo su tutela, pues aunque supongo que ya para entonces no mantuviera el temor que la torturó unos años atrás, de esa forma conservaba a Camilo bajo su control. Yo también lo prefería, pues era la única manera de poder leer aquellos maravillosos tomos empastados en verde; y mi madre, conocedora de lo aplicado de Camilo, accedía que fuera con el encargo de que me portara formalmente delante de Nina Solís.

    Buenas tardes  "días" o "noches", decía según el caso, pero siempre con el miedo temblándome en la voz delante de aquella matrona.

   ─Ven  ─me contestaba─.  Ya Camilo está estudiando.   

   Me conducía hasta la oficina en la trastienda que era también cuarto de estudio y biblioteca, y nos encargaba que no perdiéramos el tiempo en conversar.

    ─Ya tendrán tiempo de hacer cuando vayan juntos para Colón.

   Mi hermano, después de haber desaprobado el primer año de Bachillerato en una academia en Yaguajay, estaba de pupilo en un colegio de curas en Colón, y allá soñaba, anhelaba y suspiraba ir yo. Como los precios eran módicos, el padre de Camilo alguna vez se interesó en conocer detalles de este centro, pues Gustavo estudiaba en Santa Clara y paraba en casa de su tía Lolita, y Nina Solís consideraba que era abuso de confianza, aun con su propia hermana, tener a sus dos hijos allí.

   No hacer más que dar la espalda Nina Solís con la  disfrazada amenaza de que dentro de poco vendría a traernos refrescos, galácticas o cualquier otra golosina, y yo me apoderaba de uno de los libros del Tesoro de la Juventud.

    ─Vamos a estudiar  ─me decía Camilo.

    ─Adelanta tú. Yo después repaso esa parte.

   Y así, mientras que Camilo se aprendía que la Botánica es la ciencia que nombra, clasifica y describe los vegetales, que Cristóbal Colón salió de Palos de Moguer el tres de agosto de mil cuatrocientos noventa y dos o que el pretérito pluscuamperfecto del verbo haber en la segunda persona del plural es hubierais o hubieseis, yo leía La beldad y el monstruo, Cómo Holanda debió su salvación al mar, Historias de hombres y mujeres célebres o las fábulas de Samaniego.

   Un lunes, mi madre con una blusa blanca bordada a mano por una de  las  isleñas  inmigrantes  en la  zona,  y Nina Solís con un  elegante vestido de guinga azul, carteras, abanicos, medias de seda y zapatos de tacón alto, a expensa de perderse los capítulos de las novelas radiales de ese día, cogieron el tren de las seis de la mañana para llevarnos a Camilo y a mí a pasar el examen de ingreso al Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Remedios.

   Durante todo el trayecto, yo queriéndome beber el paisaje, decirle adiós a quienes se asomaban al paso del tren o imaginarme en cuanto río por sobre el que cruzáramos, pero hasta última hora debíamos ir refrescando los conocimientos y nada mejor, según Nina Solís, que nos hiciéramos preguntas uno al otro de las diferentes materias a examinar. Camilo no supo responder cuáles fueron las tres banderas que acompañaron a los cubanos en su lucha emancipadora, y Nina Solís palideció de ira y estupor, aunque se contuvo y sólo le pidió que se las aprendiera por si salía en el examen. Cuando nos bajamos del tren en la estación que debíamos, ella buscó la oportunidad de hablarle a solas; Camilo Alberto oyó sumiso lo que le decía, bajó la cabeza y disimuladamente se secó las lágrimas.

    Parece que a Camilo le quiere caer catarro  justificó Nina Solís cuando abordamos el auto que nos llevaría hasta Remedios, pero mi mamá, más sincera que el canto de un sinsonte, le ripostó:

    ─No debes ponerlo nervioso para el examen.

   Pero parece que quien se puso nervioso fui yo, y Aida María tuvo que sacar bandera blanca, contundente y definitiva, en esa última confrontación de su hijo con el de Nina Solís.

Desaprobé la prueba eliminatoria de ortografía.

    ─Bueno  ─dijo derrotada mi madre─.  Luis tendrá que esperar al curso que viene para reunirse de nuevo con Camilo en el colegio de Colón.

   Nina Solís abrió la cartera, sacó un pañuelito de holán perfumado y secándose el sudor sobre el labio superior para   restarle importancia a lo que debía decir, expresó:

    ─Es que Camilo va para otro colegio.

   Ya sonaba el timbre avisando a los muchachos que tenían derecho a continuar con el examen de conocimiento, y como ni mi madre, ni mucho menos yo, hacíamos nada allí, nos fuimos a retirar para regresar a Jarahueca. Nina Solís consoló a su amiga con que la próxima vez sería. Aida María le deseó suerte, y se dijeron adiós mientras Camilo y yo nos mirábamos a los ojos descubriéndonos cuán amigos éramos sin saberlo, y allí, en medio de aquel patio con el bullicio de un montón de muchachos que no sabían exactamente para dónde debían dirigirse, la ansiedad de los que se quedaban y la frustración de quienes nos íbamos, nos despedíamos para siempre, pues el destino que quiso que naciéramos el mismo día y a la misma hora, nos llevaba ahora por caminos diferentes. La vida nunca tiene retroceso y ya era tarde para volver atrás. Entonces se produjo mi primera reacción madura, mi primera conducta de adulto. Le extendí la mano, estreché la suya y le dije:

    ─Que salgas bien.

 

 

sábado, 20 de febrero de 2021

BRIZNA AL VIENTO

   "El hombre,  en su paso por la vida,

                         no es más que una brizna al viento".

                         Huang-Ti, emperador chino de entre

                                                                                             los siglos  I y  V  a.n.e.[1]

CAPÍTULO UNO                                                        

  A pesar de que Camilo Alberto Ramos y Solís y yo vinimos al mundo en el mismo momento, él nació bajo el signo del infortunio.

  El día de nuestro alumbramiento, nunca se supo bien si el astro que salió por el horizonte fue el Sol o la Luna. Al amanecer, mientras que por el poniente se iba escondiendo una luna llena, majestuosa y fría, por el oriente fue brotando una rueda de escasa luz semejante a la que había ocupado el cielo la noche anterior y que remedaba al astro rey, tan sólo en su forma, pero sin su iluminadora presencia ni mucho menos su vigor irradiante. Las gallinas confundidas, decidieron permanecer sobre los palos en los que habían dormido hasta ver qué ocurría. El canto mañanero de los gallos fue sustituido por el aullido asustado de los perros, que se repetía con insistencia desde todos los patios del pueblo, y las flores que abren sus corolas ante el calor del sol quedaron, como vírgenes de clausura, con sus pétalos cerrados dormitando en jardines, canteros y macetas[2]

    Nina Solís sabía que ese era el día en que se le presentaría el parto. Aida María lo había vaticinado, y ella creía en la clarividencia de la mujer del boticario, por eso, la mañana anterior a esta, se bañó y lavó la cabeza por última vez antes de comenzar la cuarentena prevista para después del paritorio y preparó sábanas y toallas. Esa mañana, dormitó más que de costumbre, pues cada vez que entreabría los ojos, la poca luz que entraba por los postigos semiabiertos del ventanal de su cuarto, le confundía la verdadera hora y cuando ya aburrida de estar en el lecho matrimonial, decidió levantarse, supo que eran cerca de las nueve de la mañana. Arrastrando chinelas y con un salto de cama de lana que se tiró por encima de los hombros, salió al patio interior de la casa intrigada por la penumbra del ambiente. Aspiró asombrada el frío de la mañana y trató de  descubrir la causa de tanta oscuridad. Sosteniéndose el abultado vientre con una mano, atravesó el comedor y abrió la puerta que daba al traspatio. Fue entonces que vio en el primer cuadrante de la bóveda celeste al sol-luna de ese día. Debió abrir la boca de asombro, pero lo hizo de dolor, pues en ese preciso instante sintió la primera contracción del parto que se anunciaba. Sacó cuentas y convino que pariría cerca de las cinco de la tarde, pero negada a traer al mundo a su segundo hijo un día que no era ni día ni noche y bajo la regencia de un sol que no era ni sol ni luna, tomó una repentina decisión.

  La testarudez de Nina Solís era proverbial. Se cuenta que siendo niña, estuvo dieciocho días sin comer. Los huevos fritos del almuerzo no habían quedado con el grado de cocción que a ella le gustaba, y el padre, menos severo que ahorrativo por la situación de bancarrota acostumbrada en sus negocios, tratando de obligarla a comer los que le habían servido, impidió que le trajeran otros. La niña sin oír el sermón proveniente de la cabecera de la mesa, miró a su padre por debajo del dorado de su abundante cerquillo para saber cuando diera por terminado el discurso; entonces se quitó la servilleta prendida al cuello de su bata, la puso sobre la mesa y dijo:

   -─Si no es como me gustan, no como.

   El padre, absorto en sus acostumbradas disquisiciones financieras, no le prestó atención al asunto, y Nina Solís pudo llevar adelante su resolución. Tomaba agua y, una vez al día, mordisqueaba un pedazo de panal hasta sacarse de la boca una pequeña bolita de cera, las que fue depositando en hileras de seis sobre el cristal de la mesita de noche junto a su cama.

    ─La Virgen te va a castigar  ─le dijo su madre cuando se completó la segunda hilera, pero Nina Solís se limitó a apagar la palmatoria que allí alumbraba a una pequeña imagen de porcelana de la Divina Pastora.

    ─Te vas a morir  ─le sollozó de nuevo su madre cuando se completó la segunda hilera; entonces Nina Solís comenzó a fabricar las flores de papel que adornarían su corona mortuoria.

    ─Aquí están los huevos como a ti te gustan  ─le dijo su madre cuando se completó la tercera hilera de bolitas de cera.

   Nina Solís fue hasta la cocina y se tomó una taza de café fuerte del que su marido había hecho al amanecer. Le extrañó no ver allí a la cocinera, pero no le dio importancia al asunto. Iba ya a retirarse para llevar a cabo el plan que se había trazado, cuando Olga entró. Asustada por el aspecto del día y ante la certeza de que ocurriría un desastre natural nunca antes visto, la muchacha había corrido a la bodega a comprar las vituallas acostumbradas ante la amenaza de un ciclón: velas, queso, dulce de guayaba, galletas y unas latas de leche condensada, bonito y sardinas. Dio los buenos días y apresuradamente puso sobre la mesa los cartuchos que cargaba; mientras lo hacía, le hizo saber a la patrona de su gestión previsora y con la misma corrió a cerrar la puerta que daba a la calle. Sólo entonces, sintiéndose segura y abastecida, fue que miró el rostro de quien sería la madre de Camilo. Quizás por algún signo perceptible en ella o tal vez en sugestión por el anuncio previo y repetido de Aida María de que en esa fecha parirían, la cocinera pensó que ya el parto se avecinaba, pero Nina Solís, comprendiendo la intención, le contestó antes de que la interrogante tomara forma de palabra.

    ─Hoy no será  ─y mientras se alejaba del lugar, agregó─: Esta vez, Aida María se equivocó en la predicción.

   La gestante fue nuevamente para la cama, se acostó en ella y cerró las piernas con firmeza, pero no satisfecha totalmente con aquella clausura de su vulva, entrecruzó un pie sobre el otro como cierre seguro a su intención y, recordando la consigna de la Guerra Civil Española, dijo para sí:

    ─Por aquí no pasarán.

   Por su parte, quien sería el padre de Camilo, como siempre se había levantado temprano, fue hasta la cocina, y, como también era su costumbre, puso a hervir el agua para el café. Parado frente al fogón esperó que esta estuviera en ebullición, le agregó el polvo, apagó el fuego y tapó el recipiente con un platillo de loza. Buscó el colador, lo puso en su sitio y debajo de este ubicó una cafetera de peltre. Se rascó el pecho. Bajó la mano hasta el ombligo y, como quien realiza el aporque en un campo de arroz, también allí movió los dedos para que las uñas, más que aliviar escozor alguno, estimularan la circulación. Con un pañito cogió el jarro caliente y vertió su líquido en la manga de lana que se fue tiñendo de carmelita mientras que por su extremo inferior dejaba salir la aromática y humeante bebida. Sirvió del líquido en un vaso y moviéndolo de forma circular para que se enfriara, lo fue tomando a sorbos mientras se dirigía al  baño. Defecó y, ya que el estado de su mujer no le permitía otro desahogo sexual, pues como hombre de bien que era, no le estaba permitido mantener querida en el mismo pueblo, y posibilidades no tenía para tenerla en otro sitio ni visitar prostíbulos, se masturbó. Después de afeitarse, se encaminó a su negocio por el interior de la casa y comenzó a abrir el establecimiento.

            

   ALMACENES RAMOS Y SOLÍS S.A.

  Confecciones textiles, peletería

 y bisutería.

                        

   Andrés, el dependiente que dormía en la trastienda, no demoró en darle los buenos días.

    ─Ve a la cocina  ─le dijo al joven─  toma café y después vas a buscar a tu madre.

   La Niña Herrera, comadrona del pueblo y militante política de izquierda, ya estaba avisada de la fecha y lista cuando su hijo vino a buscarla. Vio salir el sol-luna de ese día cuando cortaba unas yerbas medicinales en el jardín de su casa y, contrario a la reacción de la mayoría de los habitantes de la zona del planeta donde se vio el extraño  fenómeno, ella se sintió contenta, pues intuyó que algo grande y para nada perjudicial ocurriría en Jarahueca. Día de sol intenso fue cuando Librado partió para España reclutado por el Partido Socialista Popular y aunque regresó salvo, otro día de intensa luz, y dada la manía de torero que trajo su marido de la Madre Patria, fue que el toro de los Curbelo le atravesó el hígado de una cornada.

    ─Para gloria de todos nosotros serán los niños que hoy nacen.

    ─O las niñas, sabrá Dios  ─dijo Andrés mientras que ayudaba a la madre a cruzar sobre los raíles de la línea.

    ─ ¡Varones!  ─enfatizó la comadrona─. Aida María lo pronosticó.   

    ─Ni varón ni hembra  ─sentenció Nina Solís con las piernas entrecruzadas firmemente y negada a que la Niña Herrera la reconociera-.  Yo no traigo un hijo al mundo en un día como este.   

   Y ni ruegos de su marido ni explicaciones de la comadrona durante más de ocho horas convencieron a la madre de Camilo a que abriera las piernas.

    ─Se te va a ahogar el niño.

    ─Si lleva ahí nueve meses, bien puede esperar hasta mañana para salir  ─alegó Nina Solís mordiéndose el labio inferior ante la presencia de la más fuerte contracción hasta ese momento.

   La comadrona miró interrogante al esposo de la parturienta, pero sin esperar respuesta, con el tono de otra mirada, le agregó que no había tiempo que perder. Este comprendió el mensaje, y sin mediar palabras se inclinó sobre los pies de su mujer y con ambas manos trató de separárselos, pero si firme era la resolución de Nina Solís de no parir, firme era el cierre que había hecho de su vulva, pues como solidificadas en una sola, permanecían sus piernas una encima de la otra.

    ─Voy a buscar ayuda  ─dijo el esposo cuando vio la impotencia de su esfuerzo y al cabo de diez minutos se apareció con los cuatro hombres más fuertes del pueblo: Bragao, Jesús Daria y dos de los peones de la cuadrilla de la reparación.

   Situados de dos en dos a cada lado de la cama, afianzaron sus manazas en los tobillos y piernas de Nina Solís, y a la orden del marido, halaron con delicadeza para no rajar en dos a la mujer, pero con la fuerza necesaria para que se abriera lo suficiente y diera espacio a que el niño asomara la cocorotina.

    ─Ya viene  ─dijo la comadrona y con la destreza de tantos años parteando mujeres por toda la zona, ayudó a salir a la criatura.

   La cianosis ya se había apoderado de uñas, labios y mejillas del recién nacido, pero la Niña Herrera lo tomó, como a Hércules, por los talones, lo suspendió en el aire y sin pérdida de tiempo le dio dos nalgadas.

   Junto al que yo emitía dos cuadras más allá, el grito hizo trío con el pito del tren de las cinco y quince que entraba en el pueblo en ese momento, y tal coincidencia hizo que uno  de los peones de la reparación exclamara:

    ─Este va a ser conductor de trenes.

    ─Conductor de masas  ─rectificó la Niña Herrera.

    ─De mierda  ─dijo Nina Solís con los ojos cerrados.

   Y con los ojos cerrados permaneció tres días.

   La Niña Herrera cortó y anudó la tripa del ombligo mientras que los cuatro forzudos abandonaban la habitación rumbo a la sala donde el padre de la criatura recibió las felicitaciones y en señal de agradecimiento brindó con un trago de ron junto a los improvisados ayudantes del alumbramiento.

    ─Se llamará Camilo y Alberto como sus abuelos.

   Para  que  la  comadrona  pudiera  extraer  la  placenta, acondicionar a la madre y dar por terminado el parto, fue Olga, la humilde y sencilla criada de la casa quien se ocupó de limpiar y vestir al recién nacido, marcando de esa manera el destino de segundón que la vida le ofrecía a Camilo Alberto Ramos Solís.

   Cumplidos todos los pormenores del asunto, la Niña Herrera buscó al bebé y lo trajo junto a la madre para que lo viera, pero esta se negó a abrir los ojos y se limitó a ponerle un seno en la boca.

    ─Si quiere vivir, tiene que aprender a mamar.

   Cuando su marido regresó junto al lecho donde Nina Solís amamantaba al hijo, no hubo exigencia ni reproches. Mujer de entereza y determinación había sabido afrontar su papel ante cada reclamo de la vida y ahora enfrentaba con dignidad la humillación. Muerto su padre cuando recién salía ella de la   adolescencia, mostró una habilidad desconocida e inesperada para los negocios y en poco tiempo logró que el exiguo patrimonio heredado le permitiera solventar los gastos en el rango que el apellido y la tradición demandaba de la familia que formaban su madre, su hermana y ella. Solicitada en matrimonio por el hijo de Don Camilo Ramos, exigió dote equivalente al monto del capital que ella aportaría a la unión, y los recién casados fueron a probar fortuna en la más prometedora de las estaciones de la nueva línea del ferrocarril: Jarahueca.

    ─Yo no puedo mirarle la cara a nadie en este pueblo después que tú pusiste a la vista pública mis partes más íntimas de mujer  ─le dijo Nina Solís a su marido cuando ya era conocido por todos que no quería abrir los ojos.

   Y ni a los ruegos de la familia, la exigencia del pastor presbiteriano de Yaguajay ni a las súplicas del pequeño Gustavito cedió Nina Solís. Sólo fue la sugerencia de Gollito el loco la que vino a solucionar el asunto. A la segunda noche posterior al paritorio, en el café de Cuco Acosta, al igual que en todos los sitios del pueblo donde hubiera al menos reunidas dos personas, se comentaba la resolución de la esposa de Gustavo Ramos cuando Gollito levantó la cabeza de sobre la mesa donde dormitaba la borrachera de ese día y dijo:

    ─Con un papel se resuelve todo.

   Y más que papel, fue un documento con toda la oficialidad que la legislación vigente en la época le concedía a un  certificado emitido ante abogado y rubricado por tres de los implicados en el asunto y las huellas digitales de los pulgares del cuarto sujeto.

   A la noche siguiente, en una concentración popular que se aglomeró en la calle frente a la casa y establecimiento de los esposos Ramos y Solís, después que se terminó el capítulo radial de ese día de El derecho de nacer, el notario público contratado para la ocasión le dio lectura al certificado.

   Nina Solís, parada en la puerta de su hogar, digna y soberbia, con los ojos fuertemente cerrados, oyó el texto que venía a salvar su honor.

                   

           JUZGADO MUNICIPAL DE YAGUAJAY

 

 Ante mí, EDELBERTO BELLO NUÑEZ, Notario Público del Juzgado Municipal de Yaguajay, comparecen por su libre voluntad los ciudadanos GREGORIO DARIA BRITO, conocido por Bragao, sitiero, arrendado en la finca de Don Luis Delgado Martínez; JESÚS DARIA BRITO, estibador de los almacenes de víveres "Una rosa de Francia"; CALIXTO PÉREZ GÓMEZ y REMBERTO MENESES GIL, peones de la cuadrilla de reparaciones de la Línea Norte de Cuba en el tramo Venegas-Remate de Ariosa, mayores de edad todos, de raza blanca, casados legalmente los tres primeros y en unión consexual estable el último, residentes en el poblado de Jarahueca perteneciente al Término Municipal de Yaguajay, quienes juran por la Patria, su honor y la Virgencita de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba y del Ejército Libertador, que en su actuación de ayuda en el paritorio acaecido en el hogar de GUSTAVO RAMOS LUIS el   pasado 18 de enero del presente año, no vieron ni miraron las intimidades de la esposa de este, MARÍA ISABEL SOLAZ Y CASUAL, conocida como Nina, ya que se encontraban de espaldas a la misma en los momentos en que daba a luz a su hijo Camilo Alberto Ramos Solis……………………………

Y para constancia de dicha declaración se expide y dejan sus huellas digitales o firman la presente ante un aproximado de seiscientos testigos, residentes todos de esta localidad, en Jarahueca a los veintiún día del mes de enero de mil novecientos cuarenta cinco...................……………………….

 Gregorio Daria Brito.                                               Jesús Daria Brito.

Calixto Pérez Gómez.                                        Remberto Meneses Gil.

 

                                            Dr. Edelberto Bello Núñez.   

                                            Notario Público.

                                           Juzgado Municipal de Yaguajay.

EXP. No. 1/45

TOMO: 32

 

  Si ni aún así Nina Solís pensaba abrir los ojos, la reacción ante el inesperado ruido de cinco voladores que su marido tuvo previsto para celebrar el acontecimiento, le hizo levantar los párpados y puso al descubierto el azul claro de sus iris; entonces sus coterráneos lanzaron exclamaciones de júbilo y rompieron en un sincero y espontáneo aplauso que de  alguna forma le emocionaron. Agradeció con una ligera inclinación de cabeza y satisfecha por haberse eliminado las dudas que pudieron mancillar la pureza de su honor, se retiró de la puerta dirigiéndose hacia el interior de su hogar. Fue hasta la cuna donde dormía Camilo, abrió el mosquitero de tul que la cubría y por primera vez vio a su hijo. Estaba dormido y tapadito con una colcha. De primera ojeada, se le pareció al suegro, pero el color de la piel, más oscuro de lo que la prudencia permitía, no apuntaba hacia la ascendencia española de la rama paterna y más bien ponía al descubierto ciertos callados comentarios relacionados con una abuela de su madre que siempre mantuvieron la espada de Damocles sobre la blancura de la raza de los Casal. Lo miró respirar y comprendió que nunca lo querría como a Gustavito, pero no por ello se sintió desgraciada ni malvada. Según el criterio que Nina Solís mantenía, hay mujeres que tienen un poderoso instinto maternal y pueden amar a toda la prole que Dios les dé; otras, en cambio, la mayoría, pueden asimilar un número determinado de hijos y no deben sobrepasarlo, pues entonces alguno, y no necesariamente el último, deja de recibir el mismo afecto que los demás. Ella siempre se creyó apta para querer dos o tres hijos a lo sumo, pero en ese momento, mientras que al cabo de setenta y seis horas de haberlo parido, observaba a su segundo fruto, sola en la  penumbra de su dormitorio, inmersa en sus pensamientos, pero no ajena al murmullo de complacencia popular que venía de la calle, con un mosaico de emociones bullendo en ella desde el día que no se supo cuál astro los había alumbrado, y buscando orden y equilibrio en su ego, Nina Solís comprendió que había estado equivocada. Ella era madre de un solo hijo.

   Conocedora de sus obligaciones, revisó la cuna para ver si todo estaba en orden: la caja de talco, culeros listos para usar, la sábana impecablemente limpia y el hule bien puesto. Para verle todo el cuerpo, levantó la colcha que cubría a Camilo, pero algo que saltó a su vista como una bofetada, le detuvo en su acción.

    ─ ¡Lolita!

CONTINUARÁ…

 

 



[1] NOTA DEL EDITOR.- 

Huang-Ti es considerado uno de los cinco primeros emperadores de China, cuya existencia histórica no comprobada, lo convierte en un personaje de leyenda, por lo que el pensamiento usado en el exergo es de dudosa confiabilidad y bien pudiera ser una invención del autor para justificar el título de la novela.

[2] Un extraño fenómeno atmosférico fue visto ayer en Cuba y en toda la zona del Caribe. El sol perdió su acostumbrada apariencia y se mostró con un extraño color plateado, mientras que la intensidad de su luz y el calor que de él   se recibe, estuvieron reducidos en un ochenta por ciento. La población de toda la zona conjeturó las más disímiles ideas al respecto, la mayoría de ellas de carácter místico y sobrenatural. Muchos creyeron que era el fin del mundo y se han reportado no menos de diez suicidios por toda la isla motivados por el pavor. Sin embargo, los científicos afirman que el extraordinario acontecimiento se debió al paso de una nube de polvo cósmico, producida posiblemente por la desintegración de un meteorito, y que esta, al interponerse entre el Sol y la Tierra, opacó la energía calorífica y lumínica que emana de nuestra estrella solar.

                           DIARIO DE LA MARINA. 19 de enero de 1945.