martes, 4 de agosto de 2020

Adriano y Aurora

Después de la ruptura de su matrimonio, cuando a los once días de casado, la esposa se refugió en el cuarto de la madre y se negara a regresar con él, Adriano estuvo un año sin volver por Jarahueca; y fue solo entonces que anunció que se había divorciado. Durante ese tiempo, su hermano Roberto se ocupó de administrarle el naranjal y contrató a un hombre para que atendiera y viviera en la finca.

    Decía mi madre que si la selección de su primo de una ex religiosa para su primer matrimonio fue algo anómalo, la escogida como segunda esposa, también constituyó una de las rarezas de Adriano.

    Un día que venía para Jarahueca en su auto, recogió en la carretera, cerca de la entrada del pueblo, a dos jovencitas que habían estado ayudando al padre en el acopiado de productos que cosechaba en el sitio que tenía arrendado y de donde sacaba el sustento para mantener a su familia. Aurora, recién había salido de la adolescencia, era menudita, pero con un rostro hermoso; en extremo tímida y asustada se limitó a bajar la cabeza ante las galanterías del hombre, y no supo qué decirle cuando la dejó frente a la modesta vivienda donde residía, y le prometió visitarla.

    Si bien, la madre de Adriano no vio con agrado aquella relación, conociendo la testarudez de su hijo, prefirió jugar el rol de cómplice y la aceptó. Fue la familia de la muchacha quien se opuso a las pretensiones de Adriano, pues sospechaban que las intenciones del ricachón no eran buenas ni honestas.

    Después de asegurarse de que el primo estaba verdaderamente enamorado y quería casarse con la muchacha, fue mi madre quien le sirvió de embajadora para sus pretensiones. Una de las hermanas mayores de Aurora le trabajaba como doméstica desde que casi era una niña, así que mi madre hizo venir al padre a la casa y se comprometió a ser ella la responsable y garante del noviazgo; trajo a la jovencita para mi casa y, como en la opereta Mi bella dama, se ocupó de educarla para el rol de esposa de un hombre rico.

    La boda se efectuó solo por lo civil, y si bien, el deslumbramiento de Aurora por la nueva vida hizo que fuera feliz por dos años, la conducta extravagante de su marido la decepcionó. Durante su vida de casada se vio obligada a dormir con una perra pastora alemana en medio de la cama. En La Habana, si iban al teatro, y a Adriano no le gustaba la obra, sin siguiera consultarle, en medio de la función la hacía pararse y salir. Era él quien la vestía y peinaba a su gusto. En una ocasión la llevó a la peluquería para que le hicieran un croquiñol de moda, mas cuando vino a recogerla, no le gustó como había quedado, discutió con la peluquera y la llevó a otro salón; hizo que la pelaran hasta quitarle todos aquellos rizos, por lo que la pobre mujer se quedó prácticamente con el pelo a ras del cuero cabelludo.

     Como Aurora era bien delgadita, y él, un hombrón grande y fuerte, en Jarahueca gustaba de sentársela en el hombro y salir así a hacer visitas o compras en el pueblo. En una ocasión, por gracia, la tiró a la piscina con ropa delante de un grupo de amigos que habían venido invitados a compartir una tarde de esparcimiento en la finca. A un visitante impertinente, hizo que le sirviera una amarga medicina en copa de vino, afirmando que era un licor especial, el rehusó tomar, pero ella tuvo que hacerlo sin las muestras de asco conque normalmente lo ingería.

    Si bien Adriano, inicialmente ayudó económicamente a la familia de Aurora, la separo de ellos, pues prohibió que la visitaran y rara vez la llevaba él, unos minutos, a ver a la madre. Sin nadie con quien siquiera confiarse, la infeliz mujer cayó en un lamentable estado depresivo; dejó de comer y, si en alguna ocasión, el marido la obligó a tragar apretándole la nariz, no podía evitar que después vomitara lo ingerido. Fue el médico de pueblo quien le recomendó llevarla a La Habana para ingresarla en un hospital.

    Cuando la suegra la vio, comprendió enseguida el sufrimiento de la muchacha y decidió tomar cartas en el asunto. La llevó a su cuarto, y solo fue necesario ofrecerle que se desahogara con ella, para que Aurora se echara llorando en sus brazos y le dijera que no quería seguir viviendo con su marido.

    Decía mi madre que únicamente su tía era capaz de enfrentársele al hijo, y así lo hizo. Le exigió que se marchara, pues ella se ocuparía de atender a la joven. Adriano, como había ocurrido con su primera esposa, sin siquiera poder volverá a ver a Aurora, tuvo que salir solo de aquella casa y regresar a la su paradisiaca finca del naranjal.

 

 

1 comentario:

  1. Hay Aurora tu historia me conmueve y me recuerda a mi tía Bertila a la que mi abuelo casa con un viejo rico y fue muy infeliz la pobre!!!

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