martes, 16 de noviembre de 2021

Macabro final

¿Qué necesitaba Noel para llevar adelante su macabro plan?

Era un machete nuevo y bien afilado como se lo había pedido. Cuando me lo trajo, lo metí debajo de la cama mía. Él pensaría que yo lo llevaría para la prisión, para algún problema que tenía en la prisión, y no sé lo que dijo cuando se enteró de lo que hice. Como con la izquierda yo no podía aguantar el machete, hablé con un muchacho que se llama Felipe que estaba en la otra cama y le dije:

―Mira, Felipe, me hace falta que cojas el machete que tengo guardado ahí y me cortes la mano sana.

 Porque había decidido picarme la mano, porque sin manos, no me podían dejar en la cárcel y tendrían que darme la libertad para mi casa.

―Por la noche yo te la pico.

Me dijo… y metió ese embaraje. Yo cogí y le dije:

―Está bien.

Por la noche, cogí una mesita de las que hay en los hospitales, bajitas. Cogí la mesita y la preparé en el baño, y le puse una lona, porque el hierro estaba muy afilado. Ven para que me piques la mano. El muchacho pensaba que yo no tenía machete ninguno. Y él diría:

―¿Y este de dónde va a sacar un machete?

Y por eso me dijo que sí, pero cuando le enseñé el machete, me dijo que no, que él no podía picarme la mano.

―Yo a ti no te puedo picar la mano, que tú eres amigo mío.

―¿Tú no quedaste conmigo en eso? Yo quiero salir extrapenal y quiero que tú me cortes la mano.

―Yo no puedo hacer eso, compadre.

Le dije:

―Está bien.

Cogí el machete, y le metí con el machete por la cabeza, al plano.

―Tú vas a ver lo que voy a hacer.

Le dije para intimidarlo a ver si me la picaba, pues yo no podía con esta mano. Entonces le dije:

―¿No me vas a cortar la mano? Entonces te voy a dar con el filo ahora.

Y cogí y levanté el machete haciéndome el que le iba a dar. No le iba a dar, pero para hacerme.

Y me dijo:

―No, no, dame acá. Pon la mano.

Le di el machete, y le puse la mano encima de la mesita, y entonces me dio un tajazo con toda su fuerza.

Según Alfred Freedman, la automutilación espectacular es propia de los enfermos esquizofrénicos, pero Barceló nunca fue diagnosticado como tal. Si no era un esquizofrénico, qué explica entonces su decisión voluntaria y premeditada de amputarse la única mano que conservaba sana. ¿El mero placer de sentirse importante… o el desespero?

Me cortó la mano y se me quedó colgando del pellejo de la muñeca. Se me quedó guindando. Entonces cogí la mano con los dientes y la jalé. Le partí el pellejo con los dientes y se la tiré a los guardias para allá afuera, y le dije:

―Mira, combatiente, coge la mano esa para allá afuera.

Y entonces:

―Oye, ¿pero tú estás loco? ¿Tú estás arrebatado? ¡Corre, corre, llama a los médicos, a los ortopédicos!

Y entonces vinieron corriendo los ortopédicos, y el guardia no abría la reja de la sala de los presos y decía:

―No lo puedo sacar para afuera hasta que no me saque el machete, que este tipo es peligroso. Entonces con la otra mano saque el machete y le dije:

―Coge el machete, ratón.

Entonces abrió. La enfermera vino corriendo y me puso un tortor, y el médico me mandó urgente una inyección que es fuertísima, que se la ponen a los cancerosos. Una morfina intramuscular y aquello me dio una cosa así, extraña; me quitó el dolor y me endrogó. Ahí empecé a gritar cosas, del gobierno, y de todo. Entonces me bajaron para el salón. Cuando llegué allá abajo, al salón, no quería que me operaran. Venían a pasarme sueros para la anestesia, y yo no quería que me operaran, entonces mandaron a buscar como cinco o seis guardias de la prisión para que me aguantaran, entonces cogí un porta suero y me lo enganché debajo del mismo brazo, tipo don Quijote, y le fui arriba al ortopédico, y el ortopédico corriendo y las enfermeras gritando y... Bueno, me dejaron en el salón solo. Como a la media hora llegaron los guardias de Tropas Especiales, que son unos tipos que son unos bueyes de grande y fuerte, entrenados en konfú, yudo y todo eso, y me cogieron por la espalda. Yo no pude hacer nada. Me fijaron con una llave de yudo. Entonces me anestesiaron ahí mismo, en la parte de afuera para después pasarme para la mesa de operaciones. Cuando me desperté, me había dado una bronco aspiración ahí, tenía un equipo puesto en la boca, un marocho, y ya estaba con la mano picada.

"En la literatura científica de la reencarnación, hay reportado un caso en Canadá de automutilación, semejante, aunque no tan drástico como el de Barceló, pues aquel solo se había cortado las orejas y dedos de las manos y de los pies. Sin un diagnóstico de patología psíquica que explicara esa conducta, ese sujeto fue investigado a través de la hipnosis regresiva a vidas anteriores y se encontró la causa de su comportamiento.

Este individuo había tenido una reencarnación anterior muy reciente. De su último fallecimiento a su nuevo regreso a la vida terrenal, habían transcurrido solo meses, y su muerte ocurrió por suicidio, pero un suicidio muy especial, porque no lo hizo por el deseo de terminar con su vida, sino con la intención de ofrecer su cuerpo material a una causa que creía justa. Era en esa encarnación uno de los monjes budistas que alrededor de los años setenta, se rociaban de combustible y se prendían fuego en medio de una plaza de Saigón.

Contrario a la rapidez de la reencarnación de monje a estudiante canadiense, su última vida anterior había transcurrido hacía cuatro mil años. En esa ocasión fue un noble rico, familiar cercano a uno de los primeros faraones, y sin ningún hecho llamativo en su vida. Su cuerpo momificado permaneció en las arenas del desierto hasta finales del siglo XIX en que fue encontrado y llevado para un museo en Berlín. Durante la Segunda Guerra Mundial, este museo fue pasto de las llamas. Solo, a la destrucción de su cuerpo momificado, este espíritu pudo volver a reencarnar.

A través de la hipnosis no se pudo llegar a una vida anterior a la de Egipto, el sicólogo que lo estudiaba descubrió que al encarnar en Egipto ya, era un espíritu de mucho desarrollo y que en esa ocasión había venido a la tierra con la encomienda de los maestros o jueces místicos de predicar en contra de la costumbre, que se formaba de momificar los cuerpos. Acomodado a la buena vida, no cumplió con la tarea que traía asignada, y de líder espiritual que hubiera cambiado un aspecto importante en la cultura egipcia, se convirtió en un seguidor más de la conservación de la carne. Por eso en sus dos últimas encarnaciones, en la de monje y en la de estudiante, debió destruir su cuerpo por el fuego o dañarlo con las mutilaciones.

¿Quién puede saber la historia del espíritu encarnado en Noel Barceló? Quizás ahí esté la explicación de su conducta, pero eso no lo sabremos ahora."

(Información de Alberto Cifuentes, maestro Rosacruz).

Cuando me recuperé, que me quitaron todos aquellos aparatos, me mandaron para una sala normal, y ahí estaban mi mamá y mi mujer, que les habían avisado y que me vinieron a cuidar, pero al otro día me mandaron otra vez para la sala de los presos. Cuando se me sanó el muñón, volvieron a mandarme para la prisión.

De nuevo los mismos muros blancos. El mismo chirriar de las rejas. La misma altanería de los guardias. La misma mierda de comida. La misma soledad. El mismo salobre olor a macho encerrado. La misma agresividad de la supervivencia. Los mismos candados. Las mismas cerraduras. La misma prisión. De nuevo.

El ortopédico se fajó por eso, pero le dijeron que allí no tendría problemas. Entonces mi mamá movió para que me hicieron un resumen médico… para que me dieran la licencia extrapenal, y me la denegaron. Me pusieron que yo era un elemento antisocial altamente peligroso para la sociedad y me dejaron trancado. Entonces, le di dos pastillas a un muchacho para que me picara los dos tendones de aquí, de los pies, con una chaveta, y me los cortó. Entonces me mandaron para el hospital y prepararon el salón para operarme. Entonces, el policía que me llevó para allá, llamó al jefe de unidad, y le dijo:

―Oiga, que a Barceló lo van a meter ahora para el salón.

Fue en los mismos días del ciclón Lili. Entonces, el jefe de la unidad dice:

―Dígale que no metan a Barceló en ningún salón… porque lo van a meter en el salón, y cuando lo saquen del salón y lo manden para acá, él va a volver a picarse los tendones, y van a hacer un trabajo por gusto.

Nunca me llegaron a operar, pero caminé, porque hice una fibrosis, de tendón a tendón, y con eso pude caminar, aunque camino cojo. Entonces me llevaron otra vez para la prisión.

De nuevo los mismos muros blancos. El mismo chirriar de las rejas. La misma altanería de los guardias. La misma mierda de comida. La misma soledad. El mismo salobre olor a macho encerrado. La misma agresividad de la supervivencia. Los mismos candados. Las mismas cerraduras. La misma prisión. De nuevo.

Me denegaron la condicional, y mi mamá habló otra vez con un abogado. Deja ver si me acuerdo cómo es la frase esa que usaron: que yo estaba incapacitado para estar en la prisión; en un hospital, sí, y con un acompañante. Sin tendones, yo no podía caminar, no tenía las manos y estaba en una prisión, porque con esta mano no puedo hacer nada, tengo solo dos dedos y uno está lisiado. Mi mamá resolvió que me mandaran para el hospital, y la mujer mía se quedaba conmigo en el hospital. Me volvieron a subir otra vez los papeles esos para la libertad condicional y me denegaron la primera, la segunda y la tercera vez. Está bien. Me dieron otra vez el alta del hospital, a cojones. Y para la prisión otra vez.

De nuevo los mismos muros blancos. El mismo chirriar de las rejas. La misma altanería de los guardias. La misma mierda de comida. La misma soledad. El mismo salobre olor a macho encerrado. La misma agresividad de la supervivencia. Los mismos candados. Las mismas cerraduras. La misma prisión. De nuevo.

Hablé con el ortopédico antes de irme, y le dije:

―Esta noche te voy a volver a caer aquí. Yo me voy ahora para allá, pero voy a venir, mira, con los dos pies en un cartucho y te los voy a soltar ahí, encima del buró.

Y me dijo:

―Oye, no vayas a hacer nada de eso. Yo te voy a ayudar. Espera por mí, estate por allá un tiempecito, que yo te voy a ayudar.

Pero yo estaba aferrado, y yo:

―No, no, yo vengo para acá con los pies cortados.

Está bien. Me llevaron para allá.

De nuevo los mismos muros blancos. El mismo chirriar de las rejas. La misma altanería de los guardias. La misma mierda de comida. La misma soledad. El mismo salobre olor a macho encerrado. La misma agresividad de la supervivencia. Los mismos candados. Las mismas cerraduras. La misma prisión. De nuevo.

Entonces yo: "deja ver ahora qué invento". Cogí la punta que le ponen a los sueros, me lo clavé en la vena y me desangré todo, hasta que me desmayé. No supe más de mí. Cuando me desperté, estaba en el hospital otra vez y me estaban transfundiendo. Entonces el ortopédico habló con mi mamá y volvió a hacer otro resumen médico de mi caso, y lo que puso en el resumen fue con todos los hierros. Y volvió a mandarlo para allá, y esa vez entonces si me lo aceptaron en el tribunal. Fue la cuarta vez y me lo aceptaron. Después que lo aceptaron, me bajó el papel, y me dieron la licencia extrapenal por dos años. Se me quedaron como siete años por jalar.

"Cuando salió para la calle, se destruyó en las tomaderas de alcohol, con las pastillas y en eso... Pero me gustaba y estaba enamorada de él. Empezamos a tener relaciones sexuales casi todos los días; al principio nos cuidábamos, pero después no. Él no me pidió dejar de usar preservativo. Yo fui quien lo decidí. Él sí quería cuidarme, porque sabía que me iba a enfermar. Yo no pensé en nada, porque yo estaba enamorada de él... Yo sabía todo lo de la enfermedad. Él me lo explicó todo, que cuando me fueran a dar los síntomas, me iban a dar diarreas, fiebre, dolor de cabeza, se me iba a quitar el apetito, y eso. Él me lo dijo, y que nosotros no teníamos defensa y que..."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Yo me he puesto a pensar: "yo me pique la mano para que me sacaran de la prisión". También pensé: que con Sida... Ahí dentro de la prisión, con una enfermedad así, no te creen cuando te sientes mal. Con Sida, enfermo, me voy a morir aquí adentro. Qué va, me voy para la calle, sin manos, sin piernas, si me tengo que cortar las piernas, pero estoy en la calle y no aquí, que aquí me voy a morir y estoy trancado. Pero mira lo que es la vida, si no me hubiera picado la mano, a los tres meses de la licencia extrapenal me vino la libertad condicional, más cuatro meses que me metí en el lío ese para que no me la denegaran: ¡siete meses! Si yo llego a saber que en siete meses me iban a dar la condicional, no me corto la mano. Espero los siete meses y salgo para la calle normal. ¿Pero quién iba a saberlo?

Cuando salí de la prisión, me llevaron para el sanatorio del Sida.

El sidatorio se encuentra en las afueras de la ciudad. Ocupa un terreno con una extensión de unos doscientos metros cuadrados; en él, una serie de pequeñas construcciones de ladrillos rojos y techos a dos aguas sirve como dormitorios para los matrimonios infestados. En estos, además de la pieza de dormir y el baño, hay una pequeña cocina en la que, si las parejas lo desean, pueden preparar sus propios alimentos. Hacia la entrada, se encuentran las edificaciones que albergan el área administrativa, los servicios de salud, el comedor colectivo y las zonas de recreo. Hacia el fondo, en edificios de dos plantas del mismo estilo arquitectónico, las habitaciones para los solteros y homosexuales; y por todas partes, las áreas verdes y los jardines.

Como este existen en Cuba, repartidas por las diferentes provincias, trece instituciones para el internamiento de aquellas personas infestadas con el virus del VIH.

Al principio de la aparición de la epidemia en el país, toda persona que se detectara como portador del virus, era recluido en uno de estos mal llamados sanatorios. Allí debían permanecer por el resto de sus vidas, con un sistema de pases controlados. Las salidas, un fin de semana al mes, de acuerdo con el comportamiento dentro de la institución, siempre eran controladas por un personal de salud, que debía, para evitar las actividades que pudieran transmitir la enfermedad, permanecer todo el tiempo junto al paciente.

Con el paso del tiempo y la extensión de la infección a diferentes capas de la población, principalmente combatientes de la guerra de Angola y trabajadores internacionalistas que habían cumplido misión en África, este sistema se fue flexibilizando y posteriormente a esta primera etapa, se creó una comisión integrada por profesionales de la salud, miembros de organizaciones políticas y de masas que determinan, de acuerdo a las condiciones ético-sociales de cada individuo, quién tiene que ingresar en el sidatorio y quién permanece en su hogar, integrado normalmente al medio social al que pertenece.

Un infestado, que es ubicado en la institución, puede, de acuerdo a su comportamiento, primero, salir regularmente siempre y cuando un familiar se convierta en garante de su conducta, y posteriormente, volver de nuevo a su vida habitual en la condición de paciente ambulatorio.

En el Sanatorio estuve muy poco tiempo, porque como yo estaba incapacitado, me mandaron de ambulatorio para la calle.

"Yo siempre fui ambulatoria, y a Noel lo dejaron en la calle, porque era un extrapenal y manco, pero en la calle volvió a lo mismo de siempre: el invento y las borracheras. El día que la hermana se envenenó, Noel estaba borracho y dormido; la muchacha en la cama de al lado, vomitando, y Noel ni se enteró, y eso que se formó tremendo alboroto, porque estaba vomitando como si fuera sangre, porque se tomó unas pastillas que le estaban dando a Noel para prevenirle la tuberculosis."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

La calle se puso muy mala, muchos problemas económicos; fue la época en que más hambre se ha pasado en Cuba. La policía estaba de anjá y no se podían hacer negocios. Yo estaba con libertad condicional, pero cualquier cosita que hiciera, me volvían a meter para allá, y ya no tengo más nada que cortarme para que me suelten. Entonces tuve que entrar otra vez para el sanatorio. Tuve que entrar con mi mujer. Mira qué cosa: a mí que no me gusta... Yo no puedo estar trancado, y yo mismo fui el que lo pidió, que me trancaran en el sanatorio. Yo he cambiado mucho, mucho. El mismo director del sanatorio lo dice, y el jefe del sector de por mi casa, también lo dice.

Pero no es verdad. Noel Barceló García, no es verdad. No es verdad que hayas cambiado absolutamente en nada. Sigues siendo el mismo de siempre. Y sorprendes. Siempre te las arreglas para sorprender.

"Un día me dijo: «yo no sé para que dejé que tú te enfermaras, como tú eres tan jovencita, ahora pudieras estar por ahí, en las fiestas y todo eso, y tener otra gente que te pudiera ayudar más que yo». Y yo le dije: «Ay, deja la bobería esa, si ya lo hecho, hecho está y hay que seguir para alante."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

No, Lauri. Bien sabes que no me refiero a tu infección. Si algún otro daño te hizo Barceló, fue convertirte en un ser insensible e irresponsable como él, porque la decisión que se tomó, fue también tu decisión.

El día amaneció frío y lluvioso, y el médico llegó con la ropa y los zapatos mojados. La enfermera, que recién terminaba su turno nocturno, le brindó un poco de café caliente.

―Esta noche trabajo de nuevo ―le dijo la muchacha.

―Pues prepárate, porque con este tiempo, vas a tener unos cuantos enfermos.

Con la taza humeante en la mano, el médico se dirigió al local de su consulta. Si bien era cierto que a partir de esa noche, algunos de los pacientes del sidatorio sufrirían las consecuencias de aquella humedad, el día estaría tranquilo, pues nadie vendría, a no ser por algo grave, a atenderse con él. Seguro de esta situación, se quitó los zapatos y los puso a secar delante de un ventilador; se sentó frente a su buró y se dispuso a poner al día informes y papeles.

―Buenos días, medico. ¿Se puede?

―Buenos días, Noel. ¿Qué te pasa?

―Lauri y yo queremos hablar con usted.

―Adelante.

Barceló entró delante. Con el muñón de su brazo derecho movió la silla y se sentó. Detrás de él, Lauri, joven y bonita, pero evidentemente poco presumida y con una expresión demasiado dura y agresiva para su edad.

―Con una metralleta, sería la viva estampa de una terrorista ―pensaba obsesivamente el médico cada vez que la veía, y esta vez no fue la excepción.

La muchacha se quedó de pie, detrás y al lado de su marido, mas no había en ello sumisión. Era la forma habitual que tenía para expresar su actitud de protección.

―¿Alguno de ustedes se siente mal?

―No, médico. Le traemos una buena noticia.

Después de hablar, con un gesto casi imperceptible pidió un cigarro. La mujer se lo puso en los labios y le acercó la llama de un encendedor. Barceló absorbió y con la pinza de los dos dedos en que terminaba su brazo izquierdo, se quitó el cigarro de la boca y expulsó el humo.

―Lauri está embarazada.

Antes de que el médico terminara de abrir los ojos con desmesura para expresar su asombro, la joven agregó:

―Y queremos tenerlo.

<<El VIH y el Sida, en el embarazo.

Una mujer VIH positiva puede infectar a su bebé durante el embarazo, el alumbramiento o la lactancia. Si no reciben tratamiento durante su embarazo, puede esperarse que entre el quince y el treinta por ciento de estos bebés, contraigan el virus durante el embarazo, el parto o el alumbramiento.

La mayoría de los niños menores de trece años, que están infectados con el VIH, lo contrajeron de sus madres durante el embarazo o el nacimiento.

Los bebés infectados con VIH se presentan como bebés normales al nacer, pero alrededor del veinte por ciento, desarrollan Sida durante el primer año de su vida y la edad de cuatro años. La mayoría de los demás niños, desarrollan Sida antes de los seis años de edad y muere tempranamente>>.[1]

"Desde que él se enteró que yo estaba barrigona, él quiso tener al niño. Sí, pensamos que el niño podría enfermarse, pero nos arriesgamos. Dijimos que sea lo que Dios quiera. Si ganamos, bienvenido sea, si perdemos, mala suerte, nos tocó perder."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Antes que Noelito, aquí en el sanatorio, nació otro niño, pero ese sí está infestado. El muchachito que hay aquí, es porque a la madre no le hicieron cesárea, parió. Está bastante jodido. La madre ya se murió y ahora está con la madrastra. El padre se buscó esa mujer aquí, para que se lo cuidara. El mío ya tiene un año y seis meses, y no ha habido problemas hasta ahora. Aunque ahora es cuando él suelta todos los anticuerpos de la mujer y le salen los míos. Los análisis que hay que hacerle ahora, son los que deciden, y después esperar a los cinco años. Yo pienso que él no tenga nada. Mi mujer hizo el tratamiento del embarazo bien, se tomó todos los AZT como tenía que tomárselos y le hicieron cesárea. El niño a mí me ha cambiado mucho.

"Él, cambió, pero él tenía sus arranques, fíjate que un viaje nos fajamos y se partió una botella en la cabeza, dice:

―Mira, esto me lo voy a hacer, para no hacértelo a ti.

Y se metió un botellazo en la cabeza, una botella piquilarga de esas. Él era desesperado y cogía mucha lucha. Estando en el sanatorio, a veces él quería ir a El Sabor, a tomar cerveza el fin de semana, y a veces aquí adentro se tomaba una pastilla para endrogarse, y cuando no tenía cigarros para fumar, tenía que salir a buscar aunque fueran dos o tres para fumar. Él conmigo cogía esos berrinches, porque como yo soy muy dormilona, él se ponía así, belicoso, pero a mí me quería con la vida, fíjate que otras veces, cuando yo me levantaba, ya él había lavado la ropa, él lavaba; me traía el desayuno por la mañana. A veces yo estaba durmiendo y me traía el almuerzo. Él era buenísimo conmigo. Era muy ordenado, le gustaba tener la ropa limpia, bañarse todos los días y todo eso. Él lo tenía todo en orden; yo era la regada. Una vez nos separamos, porque nos fajamos un día, porque él estaba borracho y peleamos, y yo determiné pelearnos. Yo teniendo el niño, me fui a vivir con mi mamá en mi casa. El niño para él era su vida. Como a los cinco meses, un día lo veo, y cogí y empezamos a conversar y decidimos volver, y entonces cogió y hablamos con la mamá de él, y le dimos el niño, y entonces yo entré junto con él para el sanatorio y hasta los días de hoy. El niño estaba casi al cumplir el año, faltaban tres meses. Ahora tiene un año y medio. Yo llevo aquí seis o siete meses."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Yo ya ni sé el tiempo que llevo aquí. Lo único que sé es que estoy con Sida, enfermo, sin manos, hecho una mierda y me voy a morir aquí dentro. Tanto que luché por estar en la calle, y mírame, trancado de nuevo, en el sanatorio, pero trancado igual. Y lo más lindo del cuento, es que estoy aquí, por mi propia voluntad. Yo mismo quise entrar aquí. Ojalá que yo pudiera empezar de nuevo. No cogía este camino. Yo cogí este camino por no coger consejos, por bruto, yo digo que por la enfermedad mía de los nervios, por muchas cosas, por los trabajos que pasé de niño, por guiarme por la gente. Esto a mí... Bueno, ahora tengo que conformarme, porque si me pongo a pensar, si me pongo a pensar en la vida, me mato. Y yo sí tengo valor para hacerlo, pero me he puesto a pensar y he recapacitado, más ahora que tengo mi niño ya. Eso también me ha cambiado mucho a mí. El niño y los golpes de la vida. Me arrepiento de haberme infestado. Desde el momento en que terminé de inyectarme, me arrepentí. También me arrepentí más de haberme cortado la mano, pero cuando me entraban los arrebatos esos, no entiendo a nadie, no me importa nada, solamente el objetivo que quiero, pero después de obtener el objetivo, me preguntó: ¿Valió la pena?

He sacado la cuenta y me he tranquilizado, estoy haciendo una vida tranquila. Tengo unos cinco años de infestado, y de salud ahora me siento un poco mal. Ahora tengo un poco de catarro y me salió un forúnculo debajo del brazo, que me tiene con fiebre, hace dos días y por eso mañana voy a ingresar en el hospital, en el Área 9.

Barceló ingresó, en la sala de los pacientes de Sida, el lunes 2 de junio. Su estado general no era malo, pero no se sentía bien. El martes tres, fui a visitarlo tal y como habíamos acordado. Después de saludarlo, estuvimos conversando un rato, pero me pidió dejar la sesión de entrevistas para el día siguiente. El miércoles, ya le habían quitado la venoclisis y salimos al patio interior del hospital. Estuvimos trabajando en la grabación de su testimonio hasta que Lauri le vino a avisar que estaban sirviendo el almuerzo. Quedamos en vernos el próximo lunes, pues, aunque ya tenía la mayor parte del material que iba a utilizar, quedaban algunos puntos que necesitaba precisar con él.

Esa tarde, volvió a hacer fiebre y le pusieron de nuevo un suero.

(Testimonio de Lauri, la esposa).

El jueves se arrancó los catetes, se escapó de la sala y vino para la casa. Aquí se tocó la barriga y la tenía dura, entonces me dijo:

―-Mira, yo hace siete días que no ensucio.

Yo le dije:

―¡Ay, Noel!, ¿por qué tú no le dices al médico de la sala, a Rafaelito, que te ponga un lavado?

Entonces... perdonando la palabra, me dijo:

―Yo por el culo no me meto nada.

Se sentó por el patio y empezó a toser. Después le dijo a mi mamá:

―Sírveme un poco de comida.

Entonces mi mamá le dijo:

―Carga al niño.

―Yo no puedo cargar al niño. Lo puedo contagiar con lo que tengo.

Terminó de comer, y entonces le dijo a mi mamá:

―Bota el plato, la cuchara y el vaso que usé.

Y cogió la calle y se fue.

(Testimonio de Magalys, una de las hermanas).

Barceló volvió al hospital. Esa noche hizo un paro respiratorio y lo trasladaron para la Sala de Cuidados Intensivos. Durante el transcurso del viernes y la noche siguiente se le presentaron dos nuevos paros respiratorios. Al amanecer del sábado, Lauri, quien lo acompañaba, salió para ir a la casa a asearse y cambiarse de ropa; Barceló tuvo un cuarto paro y falleció. Murió como había vivido: solo.

Ese día debió comenzar a llover durante seis semanas seguidas. Las aguas debieron inundar la ciudad y arrastrar el cuerpo amortajado de Barceló hasta los arrecifes de la costa. Allí, la más grande bandada de gaviotas nunca vista, debió remontar vuelo llevando consigo los despojos de aquel hombre para perderse con él en el horizonte del misterioso e impredecible mar.

Pero nada de aquello ocurrió.

Por deseo explícito de la familia, el velorio se realizó en su propia casa. El ataúd ocupó la mayor parte del espacio de la pequeña sala y sobre él, todo el tiempo, una grabadora repitió hasta el cansancio las canciones de Luis Miguel, Camilo Sesto y Lupita D'Alessio. En la calle, los patios y los portales de las casas vecinas, los familiares, amigos y curiosos. Masa amorfa y disímil de seres que por alguna razón coincidieron en el tiempo y el espacio material con este extraño sujeto que fue Noel Barceló. Obreros, delincuentes, policías, trabajadores del sidatorio, borrachos, tres o cuatro Testigos de Jehová, sidosos, compañeros de la cárcel, profesionales, putas, santeros y drogadictos.

A las once de la noche, dos guardias vestidos de verde olivo trajeron desde la prisión a Felo, el hermano menor que cumple condena por robo. Antes de llegar, le quitaron las esposas y no lo volvieron a ver hasta dos días después.

Esa madrugada, allí, se rememoraron todas y cada una de las historias de Barceló, se habló mal del gobierno, se vendieron pastillas, se defendió a Fidel, se tomó alcohol, se lloró, se discutió el último juego de béisbol entre los equipos de Villa Clara e Industriales, y uno de los muchachones del barrio, aprovechó la oportunidad para, en un camastro en la casa colindante a la del mortuorio, terminar con la virginidad de la novia.

Unos minutos antes de salir el cortejo fúnebre, los familiares y amigos más allegados destaparon el ataúd y presionando sobre la rígida mandíbula, abrieron la boca del cadáver para realizarle uno de los tributos finales. Tuvieron que retirar los algodones con que los embalsamadores le habían rellenado los pómulos, y por entre los dientes le depositaron cuatro pastillas de parkinsonil. Después descorcharon una botella de ron y vertieron su contenido dentro del féretro.

Por pura coincidencia, la Empresa de Servicios Comunales, estrenaba por esos días uno de los modernos coches fúnebres recién comprados. Por sobre la tierra de la calle, Barceló tuvo el privilegio de salir para el cementerio en un vehículo con el mismo oropel que los usados en España para enterrar a sus nobles.

Era, como todos los domingos, un día tranquilo, soleado, limpio y fresco. Yo acompañé el cortejo hasta que este tomó por una de las entradas a la Plaza del Che, por donde necesariamente tenía que atravesar; entonces tuve, desde la distancia y la altura del montículo sobre el que me encontraba, una curiosa imagen que conservo con nitidez.

En un momento dado, no más de un minuto, el carro fúnebre, con tres o cuatro coronas de flores sobre el techo, y el grupo de dolientes que caminaban detrás, se cruzó con un batallón de ceremonias, que uniformado con toda gala, ensayaba su marcha para algún próximo acto oficial. La última de las contradicciones en la existencia de este insólito ser.

Santa Clara, diciembre de 2000.

 

NOTA: Lauri murió seis meses después que Barceló. El niño siguió al cuidado de la abuela materna y, en el momento de terminar de escribir este libro, se encontraba sin índices de infección.

 

 



[1] Centers for disease control and prevention. Public health service task force recommendations for the use of antiretroviral drugs in pregnant women infected with hiv-1 for maternal health and for reducing perinatal hiv-1 transmission in the United States. Morbidity and mortality weekly report, volumen 47, número rr―2, 30 de enero de 1998.

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

El Sida no resuelve el problema

―¡Qué aburrido estoy! ―había expresado Barceló en más de una ocasión durante su convalecencia en la sala de la enfermería, por eso, al joven enfermero no le extrañó el ofrecimiento de este reo para ayudarlo en cualquier pequeña tarea que estuviera a su alcance como forma de pasar el tiempo, ni le resultó inesperado, cuando ya mejorado, le pidió que lo dejara repartir medicamentos.

Todas las tardes, el enfermero preparaba, en diferentes cajas los jarabes, pastillas y ungüentos que los reos de cada pabellón necesitaban para cumplir sus tratamientos médicos, y antes del horario de la comida, tenía que salir a repartirlos.

―¿Tú sabrás hacerlo? ―le preguntó el joven, y Barceló le respondió con otra pregunta.

―¿Qué no sabré yo hacer dentro de esta cárcel?

Obsesivo e insobornable cumplió la encomienda, días tras días, durante más de una semana. Visitaba los pabellones a los que el enfermero lo enviara, le entregaba a cada cual su medicina y luego reportaba los más mínimos detalles de lo que había hecho. Además de entretenerse, por un momento, se sentía libre de su condición de reo… útil e importante.

Estaba repartiendo medicamentos en la prisión, normal, pero un día llegó un jefe: José de la Cruz, y se paró en medio de la carretera como a las siete de la noche, me vio a mí con la caja de los medicamentos. Me dijo:

―Oye, ¿quién te dio esa caja a ti para que tú andes con eso?

―Me lo dio el jefe de la enfermería: Gonzalo.

―No, no. Gonzalo está muy jodido. ¡Y vestido de civil repartiendo medicamento! Ven acá.

Me llevó para allá, me quitó la caja. Me dijo:

―Quítate la ropa esa. A ver, ¿dónde tú estabas antes?

―Aquí en la enfermería, que estoy ingresado.

―¡Ah! ¿Estás ingresado? Éntralo para dentro y tráncalo. Si tú estás ingresado, tienes que estar ingresado, tienes que estar ahí.

Me jodí, me quitó el trabajo. Yo estaba contento con el trabajo. Ellos son los jefes. Y me quitaron el trabajo. Me dejaron en la enfermería, ahí en la enfermería trancado e ingresado, ingresado, ingresado... Ahí estaba Falcón, el tipo que se hacía muchas cosas malas, y ahí empezamos, empezamos los dos a hacernos más cosas. A parte de abrirnos la barriga, más cosas.

<<Las enfermedades y lesiones auto provocadas han sido determinadas por medios artificiales y pueden ser pasajeras o benignas, y las mutilantes que dejan secuelas, anatómicas o funcionales definitivas.

Las mutilaciones voluntarias se observan, sobre todo, en los miembros superiores; las incapacidades consecutivas traen consigo los porcentajes de invalidez más elevados. Graves, desde el punto de vista funcional, las lesiones locales producidas, no hacen correr ningún riesgo vital. Son fracturas del antebrazo o de la mano, secciones tendinosas, amputaciones del pulgar o del índice, provocadas, sean por un traumatismo, sea por una intervención quirúrgica cruenta.

En materia penal, la simulación es puesta en marcha para sustraerse de una obligación legal (servicio militar, movilización, citación a la justicia, función de jurado o de testigo), para escapar a la represión penal o a la reclusión, etc.>>[1]

Estas cosas las hacía, en parte, para que me sacaran de la prisión, aunque fueran unos días para el hospital, pero otras, que no estaban en mí. Hubo parte que me daban sensación, vaya. Yo gozaba con eso. Yo me reía con eso, de ver la gente decir:

―¡Mira, se cosió la boca!

Esas cosas me daban... No sé por qué, me daban gusto. Yo gozaba con eso. Me sentía bien. Como si fuera importante. Me gusta que hablen de mí, me celebren. A lo mejor no me cree esto, pero la gente, ahí, en la prisión, también echaban como si fueran competencias. Había uno por allá que se picaba, y entonces la gente se ponía a hablar:

―Fulano es el que más ha hecho aquí, que se hizo esto.

―¡Ah!, pero no ha hecho más que Zulano, porque Zulano esto...

Y yo siempre estaba encima del bombo con el traqueteo ese, y cuando uno hacía una cosa dura, yo la hacía más dura, por arriba, porque ahí había gente que se hacían cosas. Falcón era uno de ellos. Él empezó haciéndose cosas grandes, y yo solamente con mis líos, pero cuando hice lo de la mano... Con lo de la mano, lo maté. Una vez llevan a un muchacho allá, que es de Oriente. Está loco, se mete... Arma cámara por rastra, y entonces lo trajo el guardia para acá, el otro guardia de la enfermería.

―Mira, Barceló, te traigo el rival tuyo aquí.

La tarde era agradablemente cálida, y el sol, sin molestar, alumbraba sobre un cielo nítido, azul. El pueblo se había ido aglomerando desde temprano junto a las puertas, y cuando estas fueron abiertas, individuos de todas las calañas, representantes de cada uno de los pueblos del mundo conocido: artesanos, tullidos, marineros, mujeres, niños, exsoldados de miembros amputados y con horribles cicatrices; negros, sirios, judíos, prostitutas y mendigos corrieron escaleras arriba para buscar un mejor puesto en la gradería. Un rato más tarde fueron llegando los nobles. Para ellos, otras puertas y otra ubicación sobre mullidos cojines de seda. La música no demoró en comenzar, y el ritmo trepidante de los tambores ayudó a exacerbar la inquietud por las nuevas experiencias límites que vendrían. El emperador no se hizo esperar, y por unos segundos, el murmullo producido por aquella masa semisalvaje cesó para, a una sola voz, lanzar el saludo imprescindible para dar comienzo al espectáculo:

―¡Ave, César!

Debajo, en las celdas y pasillos del circo, las bestias y los hombres que con su sangre servirían para la diversión, esperaban el momento de salir a la arena.

Le dije:

¿Cuál es el rival?

Dice:

¿Quién eres tú, nagüe?

El muchacho me dijo nagüe, porque era oriental.

Oye, nagüe, yo soy Noel Barceló García. Me dijeron que tú te metes cámara dura, qué sé yo que sé cuándo, y yo también me meto cámara dura.

Cámara es que se mete duro con la cuchilla, que uno mismo se picaba y se apuñaleaba y esas cosas.

―Mira los brazos.

Entonces me enseñó los brazos que eran callos nada más.

―¡Ah, eso es bobería!

Y dice:

―Mira.

Entonces me enseñó la barriga.

―Eso no es nada, nagüe. Sí, tú eres un resistente, bueno, pero cuando quieras echamos una puesta, y lo que tú quieras, contra uno mismo. Cuando tú quieras.

Y me dijo:

―No, ya está echada, ya.

Entonces le dije:

―Coge la mano mía, métetela en la boca y dame acá la tuya que yo me la voy a meter en la boca, aprieta tú, y aprieto yo, a ver quién aguanta más. Así es como único se sabe.

Díceme el negro:

¡Qué va, nagüe! Yo soy choro.

Choro es carterista.

―Yo soy choro y mis dedos no se tocan para eso.

―Entonces vete, que usted aquí no sirve.

Y el tipo seguía:

―Yo no puedo coger mis dedos para eso, yo soy choro.

―Entonces olvídate de eso y vete, que aquí tú no cuentas.

Él sabía que si trababa ahí, era un dedo mordido.

Algunos guardias y médicos compartían de eso, lo disfrutaban, y me traían rivales.

―Mira, aquí te traigo uno para ver quién se hace más cosas.

Eso es competidor. Y Lanza, que una vez que me dijo:

―Haz algo nuevo.

Me estaba diciendo que hiciera otras barbaridades.

¿Sentían los gladiadores que vencían alguna sensación de orgullo ante el aplauso del público y ello los estimulaba en la preparación física previa a una próxima salida al ruedo, para la nueva contienda o solo era la satisfacción de saber que, al menos, el sol calentaría sobre sus cabezas un día más?

Falcón, el oriental, y los demás, lo hacían por obtener la libertad. Había otra forma de obtener la libertad: la condicional. Para obtener la condicional había que trabajar y estar en un trabajo constante ahí, y cuando te toca, ya te la dan: a mitad de sanción, ya te vas para la calle. Yo sí pensé en esa posibilidad, siempre quise la condicional, pero yo no podía. Siempre tenía problemas, me botaban de los trabajos y no podía. Mi mamá luchó y luchó, habló con un abogado... Porque yo no tenía vida para vivirla ahí en la prisión, pero no se logró nada, y a cada momento me mandaban para la celda de castigo. En una celda de castigo, tienes una cama de cemento y no te dan cuchara porque con la cuchara puedes hacer un cuchillo. Tienes que comerte la comida con las manos y la sopa tomártela directa de la bandeja. Aguantando ahí, solo.

Afuera, el cielo es azul y las nubes, inmensas y suaves, descansan plácidamente como señoras debajo de blancos quitasoles de seda, mientras el aire juega con ellas y lentamente las va cambiando de forma y lugar. Igual hace con tu pelo y te trae el olor verde del campo o el aroma meloso de la caña de azúcar recién cortada. La vista se pierde en la vastedad del mundo ante ti, y el silencio del tenue piar de las aves, te hace sentir que vagas ingrávido, sumido en la paz del equilibrio natural. Entonces dejas de ser tú, y te comprendes importante elemento de un universo hermoso y eterno, como el mar que bate rítmicamente y acaricia tus pies sobre la arena mojada. Y el ruido de las olas, que no es ruido, es música ancestral, gemido de hembra en celo que se repite una y otra vez, como llamándote, con su olor de salitre y azufre, para que le penetres, entero, en el ambiente acuoso que te dio la libertad de vivir. ¡La libertad!

Al final de ese pasillo es la celda de castigo de los pacientes Sida. Ellos están en otro pabellón, encima, pero cuando se portan mal, les dan alguna sanción o algo, los meten en la celda veintiuna. Se llama así, porque cuando entras, son veintiún días encerrado. Chaviano estaba también en celda de castigo y estaba en la celda antes de ellos, la de los del Sida. Como él quería salir de la cárcel, se inyectó el Sida, con sangre del tipo de la celda de al lado.

¿Es también la muerte, libertad? No sé. Habría que preguntarle a los suicidas, para conocer qué se nos oculta detrás de ese instante brevísimos y sencillo en que dejamos de respirar, de sangrar... La muerte es un enigma. Triunfadora siempre sobre el anhelo humano por desentrañar su misterio, permanece oculta a los ojos y al raciocinio Solo entonces, gracias al poder del hombre para fabricarse otras realidades, se vence el enigma, y la muerte pasa a ser la libertad total y absoluta que rompe los muros tangibles del universo, y nos trasciende al escenario paradisíaco de los dioses.

Cuando lo hizo, me dijo:

―Me inyecté.

Entonces yo, con todo el atolondro y la asfixia que tenía ahí dentro, me confundí. Yo sabía que el que cogía Sida en la cárcel, se lo llevaban para el Sanatorio... El que está asfixiado, no piensa en ese momento. Hablé con el muchacho, el de la última celda, y nos pusimos de acuerdo. Ellos tienen jeringuillas, porque se inyectan ellos mismos y vienen con todo. Se la tuve que pagar. Dos cajas de cigarros le tuve que pagar por una jeringuilla llena de sangre. Me salió barata, porque había gente ahí que vendía la sangre cara, cara, cara. Y la gente se la lloraban. Entonces hay un preso que es pasillero, que es el que reparte las bandejas, hablé con el preso ese para que me trajera la jeringuilla llena de sangre. Y así mismo fue. Me trajo la jeringuilla llena de sangre y yo mismo me inoculé.

Sopla, invierno, sopla...

esgrime tu saña

contra los que tiemblan, faltos de salud

alza tu guadaña,

sobre la cabeza de la juventud...

(...)

Árbol despojado de galas,

¿qué vientos lo pueden herir?

Yo estoy tan desnudo de galas

que ya nadie me puede herir...

Balada de invierno, de Agustín Acosta.

Yo me arrepentí después que ya me la inyecté. En el momento de habérmela inyectado, me arrepentí. Pero ya no tenía salida. Entonces no dije nada a los guardias que me había inyectado, para que no cogieran mucha lucha conmigo. Después hablé con mi mamá y le conté todo a mi mamá, y ella decía que eso era mentira, que no podía creer eso de mí, y yo que sí que fue así, y no lo creía. Ella quiso que se lo dijera al médico, y el médico decidió hacerme análisis de sangre; cuando me los hizo, tenía tres meses de inyectado. Me dio positivo. Me sacaron de ahí y me llevaron para un destacamento especial. Porque en el destacamento del Sida allá arriba había más comodidad con los presos, les tenían más comida, tenían visita todos los días y entonces el preso tenía pase para la casa cada cuarenta y cinco días, y yo tenía una bola de años que cumplir.

"Mira, yo me empato con Noel Barceló, cuando yo tenía mi marido preso, ahí dentro del penal, y lo iba a visitar. Mi mamá conocía a su mamá, y entonces un día, en la parte de afuera a él lo traen de conduce al hospital, esposado, para hacerle un gastro para los parásitos. Y entonces, yo le dije: «Noel», y entonces él miró y dio un trompezón, y ahí fue donde nos conocimos. Después, él me manda una carta mandándome a buscar para que fuera a una actividad. Yo fui, pero como era menor de edad, no me quisieron dejar entrar. Tenía quince años. En la otra visita fui con la mamá de él, y me dejaron entrar normal. Entonces allí empezamos a hablar, y cogí y me hice novia de él. Ya estaba infestado cuando nos hicimos novios, pero no me preocupó, porque yo me enamoré de él. Estaba enamorada, enamorada. Porque Noel era de lo más bonito, y era fuerte. Él era bien parecido. En todo me gustaba y estaba enamorada de él. Después, el viernes antes del domingo día de las madres, yo estaba allá en su casa tirada en una cama, y viene un guardia y le dice a la mamá:

―Ven. Vamos para allá, Rosa, que a Barceló le van a dar pase y tienen que ir a firmar un papel.

Fue el primer pase que él empezó a salir allá en la prisión, estando con Sida. Y entonces nos vestimos las dos y fuimos a buscarlo".

(Testimonio de Lauri, la esposa).

La casa pronto supo de la presencia de Noel, porque sus paredes comenzaron a retumbar al ritmo de la melosa voz de Luis Miguel, y las palabras de vecinos, amigos y curiosos, que venían a saludarlo.

―Hay que buscar alcolifán, porque esto hay que celebrarlo.

Uno de los muchachos del barrio salió con la encomienda de traer una botella de ron, y Magalys, la hermana que más lo quería, llegó y se le abrazó llorando.

―Ni el día que me muera, quiero llantos.

Barceló acercó a Lauri y le puso el brazo sobre los hombros. La muchacha sonrió satisfecha, y él la besó en la mejilla.

―¿Estás oyendo?

―Yo no soy mujer de lloradera.

A Noel le gustó la expresión de la novia y continuó la conversación por aquella cuerda. Mandó a buscar a la mamá al patio y pidió atención para que lo escucharan.

―El día que yo me muera, quiero que pongan la grabadora sobre la caja con los casetes de Luis Miguel, Camilo Sesto, Lupita D'Alessio...

―¡Así se habla! ―gritó Lauri y entonces fue ella quien lo besó a él en los labios.

En el destacamento donde tenían a los contagiados con el Sida, llevaba una vida bastante buena y entonces me dieron correccional, que es internamiento con pase. El socio mío que se había inyectado, tuvo un problema ahí, tuvo un problema con otro muchacho, un jodedor, y lo mató. Entonces cuando él lo mató, la dirección de ahí, de la prisión, por gusto, por cuenta del muerto ese, la cogió con nosotros; gente que no teníamos culpa, pagamos. La cogieron con uno. A mí me quitaron el correccional y me jodieron otra vez.

De nuevo los mismos muros blancos. El mismo chirriar de las rejas. La misma altanería de los guardias. La misma mierda de comida. La misma soledad. El mismo salobre olor a macho encerrado. La misma agresividad de la supervivencia. Los mismos candados. Las mismas cerraduras. La misma prisión. De nuevo.

"A quien mataron fue a Fredy Cárdenas García. Ellos eran amigos inseparables, desde que estaban presos, normal, sin tener Sida, siempre andaban para arriba y para abajo y eran amigos. Se conocían de la calle y en la cárcel estaban juntos, cayeron casi juntos, se puede decir. Fredy fue quien le dio la sangre para infestarse. Fredy también se lo inyectó, pero no sé de quién. El que mató a Fredy se llama Chaviano. Fredy estaba preparando un ataque para los habaneros, una revuelta de esas para meterles puñaladas, y entonces viene un habanero y le viró la mente a Chaviano. Él le dijo:

―Mira, allá atrás está Fredy preparando hierros para meterte una puñalada.

Entonces Chaviano se preparó. Una noche que Fredy está entretenido mirando unas fotos, Chaviano aprovecha y le meten la puñalada. Entonces Fredy se vira y se toca y le dice:

―Lo que yo estaba preparando no era para ti, era para los habaneros, para todos los habaneros esos que me tienen cansado, pero si tú quieres, suelta el cuchillo y vamos a fajarnos de hombre a hombre, o mira, mejor voy a buscar un cuchillo para mí, y vamos a fajarnos los dos.

Cuando él va entrando, Chaviano le mete otro punzonaso. Entonces Fredy entró para dentro. No hubo discusión ni nada. Noel estaba dormido y no se despertó.

―Barceló, Barceló, ¿dónde está el cuchillo?

En eso, Chaviano le tranca la puerta, y entonces él le dice:

―Noel, yo creo que estoy cogido.

Y él dice:

―No, Fredy, eso es una bobería, una bobería.

Dice Noel que cuando él le metió los dedos, tenía una tronadera... Un hueco grandísimo por ahí para allá. Noel se levanta, saca un cuchillo, pero que le cierran la puerta, la reja la cierran por fuera, y no se podía abrir, entonces llegan los guardias y se lo llevaron, pero ya Fredy iba muerto. Después los pusieron a los dos como enemigos: a Chaviano y a Barceló, pero Chaviano cogió y le dijo:

―Yo no tengo nada en contra de ti ni nada de eso.

Y Noel le dijo:

―Ni yo tampoco.

El problema fue que Chaviano se dejó convencer por los habaneros, porque los habaneros tienen una mente de madre, te enredan hablando nada más."

(Testimonio de Lauri, la esposa).

Ya yo estaba con problemas psiquiátricos y esas cosas otra vez, porque no veía que se acabara de resolver lo de mi libertad. Después que mataron a Fredy, fue que me llevaron a una reunión y me dijeron:

―Mira, vamos a quitarte el correccional, porque...

Cuando oí aquello, me entró una cosa así en la cabeza... ¡Me arrebaté! Ya yo estaba con mi mujer y quería salir de la prisión.

―¿Ustedes van a quitar el correccional? Está bien. Si ustedes van a quitar el correccional yo me voy para la calle extrapenal, porque vas a ver lo que me voy a hacer.

Entonces, me dijo el jefe:

―Yo sé que tú eres capaz de hacer cualquier barbaridad.

Eso fue delante de mi mamá.

Entonces inmediatamente cogí agua y cogí tierra y los eché en un jarro, lo batí bien batido, escondido, y me la tomé. Como a las tres horas tuve una diarrea y vómito. Me tuvieron que mandar para el hospital. Yo estaba puesto para lo mío, y si hacía en la prisión lo que tenía pensado, me hubiera desangrado, porque no me iban a sacar para el hospital, y me hubiera muerto allá. Entonces cogí las diarreas y me tuvieron que llevar para el hospital, y el médico me ingresó. Ya allí, empecé con mi plan.

Los guardias estaban conversando con dos muchachas en el pasillo y, contraviniendo el reglamento, cuando el empleado del hospital vino a recoger la basura, le abrieron la puerta de la sala de los reos y uno de ellos no entró a custodiarlo. Barceló aprovechó la oportunidad y fue al baño para esperar que el hombre llegara allí.

―Compadre, necesito que me hagas un favor ―le pidió de manera confidencial.

Acostumbrado a ganarse alguna plata con los cigarros que los presos le encargaban, el trabajador se detuvo y atendió a lo que Barceló le pedía.

Durante varios días, escondiéndolo dentro del recipiente del carrito de la basura, el mozo de limpieza estuvo trayendo el encargo de Barceló, hasta que se presentó la oportunidad para la entrega.

―Toma ―dijo entregándole un envoltorio de periódicos―, y acuérdate que yo no tuve nada que ver con esto.

Rápidamente, Barceló afirmó con la cabeza, mientras que se metía el paquete por una de las patas del pantalón del pijama. Con la mano lisiada se lo sostuvo en la cintura, para con la otra, entregarle un jean nevado.

―¿Y la sortija?

―Está dentro de uno de los bolsillos del pantalón.

El mozo de la limpieza comprobó lo que Barceló le decía y debajo de las bolsas de naylon, llenas de desperdicios e inmundicias hospitalarias, escondió las pertenencias adquiridas por aquel trueque.

 







[1] Ey Henry y otros: Tratado de psiquiatría, Ed. Toray-Masson, S.A., Barcelona, 1978.